Prólogo

Extracto de La mente del violador, de Helen Barry

Los expertos consideran que la violación es un ejercicio de dominación masculina, una reafirmación patológica de poder, frecuentemente provocada por un sentimiento de odio hacia el sexo femenino en general o por un sentimiento de frustración motivado por un individuo en concreto. Al obligar a una mujer a aceptar la penetración, el hombre no sólo demuestra su superioridad física, sino también su derecho a plantar su simiente donde y cuando se le antoje. Eso ha elevado al violador a la categoría de personaje legendario -diabólico, peligroso, astuto-, y el hecho de que pocos violadores merezcan semejantes calificativos pasa a un segundo plano ante el temor que inspira ¡a leyenda.

En un elevado porcentaje de casos (incluidas las violaciones domésticas, entre novios y las que tienen lugar dentro de un grupo), el violador es un individuo inepto que pretende reforzar su pobre imagen de sí mismo atacando a una persona a la que considera más débil. Es un hombre de escasa inteligencia, poco sociable y con un profundo sentido de su propia inferioridad respecto al resto de la sociedad. Es más habitual que el violador tenga un arraigado temor a las mujeres que un sentimiento de superioridad, y eso seguramente se debe a su incapacidad de establecer relaciones satisfactorias.

Para ese tipo de personas la pornografía se convierte en un medio para lograr un fin, porque necesitan la masturbación tanto como un heroinómano necesita su dosis de droga. Sin orgasmo, el adicto al sexo no experimenta nada. Sin embargo, su carácter obsesivo, combinado con su falta de éxito, lo convierte en un compañero poco atractivo para el tipo de mujer que su complejo de inferioridad necesita, es decir, una mujer que atrae a hombres de éxito. Si es que tiene alguna relación, su pareja será una mujer que ya ha sido utilizada y maltratada por otros hombres, lo cual no hace más que exacerbar los sentimientos de ineptitud e inferioridad del violador.

Podría argumentarse que el violador, una persona de limitada inteligencia, limitada sensibilidad y limitada capacidad para relacionarse, debería inspirar más lástima que temor, porque su peligro radica en la supremacía que la sociedad le ha atribuido sobre el llamado sexo débil. Cada vez que jueces y periódicos demonizan y mitifican al violador como un peligroso predador, no hacen más que reforzar la idea de que el pene es un símbolo de poder.

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