Broxton House dormía apaciblemente al sol de la tarde, cuando Ingram detuvo su coche ante la entrada. El policía se paró un momento, como solía hacer, para admirar las pulcras líneas de la casa y, como siempre, lamentó su lento deterioro. Para él, aquella casa representaba, quizá más que para las Jenner, algo muy valioso, un recordatorio de que la belleza existía en todas las cosas; pero claro, él, pese a su profesión, era un hombre muy sentimental, y ellas no. La puerta de doble hoja estaba abierta de par en par, invitando a cualquiera que pasara por allí a llevarse algo de la casa. Nick recogió el bolso de Celia de la mesa del recibidor, de camino hacia el salón. La casa estaba sumida en el silencio, y de pronto Nick temió haber llegado demasiado tarde. Hasta sus propios pasos quedaban reducidos a un susurro en el silencio que lo rodeaba.
Ingram abrió la puerta del salón y entró. Celia estaba sentada en la cama, con las gafas caídas, la boca abierta, roncando suavemente, con la cabeza de Bertie apoyada en la almohada. Parecía una escena de El Padrino, y Nick tuvo que contenerse para no echarse a reír. Su sentimentalismo le hizo ser benévolo. Quizá Maggie tuviera razón. Quizá la felicidad tenía más que ver con el contacto físico que con la higiene. ¿Qué importancia tenían las manchas de té de las tazas, si tenías una botella de agua caliente peluda dispuesta a confortarte cuando los demás te habían dado la espalda? Nick dio unos golpecitos en la puerta y vio cómo Bertie abría un ojo con cautela y volvía a cerrarlo al comprobar que el policía no pensaba exigirle ninguna muestra de lealtad.
– Estoy despierta -dijo Celia levantando una mano para ajustarse las gafas-. Te he oído entrar -agregó tuteándolo.
– ¿La molesto?
– No. -Se incorporó un poco más y se cerró la bata para salvaguardar su pudor.
– No debería dejar el bolso encima de la mesa del recibidor -dijo Nick, y lo dejó encima de la cama-. Cualquiera podría robárselo.
– Por mí ya pueden llevárselo. No contiene nada de valor. -Celia miró al policía de arriba abajo y agregó-: Estás mejor con el uniforme. Vestido así pareces un jardinero.
– Prometí a Maggie que la ayudaría a pintar, y no puedo pintar vestido de uniforme. -Acercó una silla a la cama-. Por cierto, ¿dónde anda su hija?
– Donde le dijiste que tenía que estar: en la cocina. -Celia suspiró-. Maggie me tiene preocupada, Nick. No la eduqué para que hiciera lo que hace. Dentro de poco tendrá manos de marinero.
– Ya las tiene. No puedes limpiar cuadras día tras día y conservar las manos bonitas. Son dos conceptos excluyentes.
– Un caballero no se fija en este tipo de detalles.
A Nick siempre le había caído bien Celia, quizá porque apreciaba su franqueza. Quizá le recordaba a su madre, una pragmática cockney muerta diez años atrás. Le resultaba más fácil tratar con personas que se expresaban sin tapujos que con las que ocultaban sus sentimientos detrás de sonrisas hipócritas.
– Seguramente sí que se fija; lo que pasa es que se ahorra los comentarios.
– De eso se trata, precisamente -replicó ella-. A un caballero se lo reconoce por sus modales.
Nick sonrió.
– Así que usted prefiere a un hombre que miente antes que a un hombre sincero. Ésa no es la impresión que me causó hace cuatro años cuando Robert Healey las estafó.
– Healey era un delincuente.
– Pero un delincuente atractivo.
Celia lo miró con ceño.
– ¿Has venido sólo para fastidiarme?
– No. He venido para ver si se encontraba bien.
– Pues me encuentro muy bien. Ve a buscar a Maggie. A ella le encantará verte.
Pero Ingram no se movió.
– ¿Declararon ustedes en el juicio de Healey?
– Sabes perfectamente que no. Sólo lo juzgaron por su última estafa. Los demás afectados tuvimos que quedarnos al fondo de la sala para no complicar el caso, y a mí eso fue lo que más me molestó. Yo quería participar en el juicio, para poder decirle a aquel animal lo que opinaba de él. Sabía que jamás recuperaría mi dinero, pero al menos habría podido desahogarme. -Se cruzó de brazos como si quisiera protegerse-. De todos modos, es un asunto sobre el que no me gusta insistir. Mortificarse con el pasado no es bueno para la salud.
– ¿Leyó usted los informes del juicio?
– Uno o dos, pero me puse furiosa.
– ¿Qué la puso furiosa?
A Celia empezó a temblarle el labio superior.
– En ellos se describía a las víctimas de Healey como mujeres solitarias, necesitadas de amor y comprensión. Nada me había sulfurado tanto jamás. Nos describían como idiotas.
– Pero por su caso no lo juzgaron -señaló Ingram-, y esa descripción se refería a sus últimas víctimas, dos ancianas solteras que vivían solas en una granja aislada de Cheshire. Es decir, las víctimas perfectas para Healey. Y no le habrían descubierto si no hubiera intentado acelerar el fraude falsificando sus firmas en los cheques. El director del banco se alarmó tanto que acudió a la policía.
A Celia seguía temblándole el labio.
– Sólo que a veces pienso que fue real -dijo-. Nunca consideré que mi hija y yo estábamos solas, pero lo cierto es que cuando él entró en nuestras vidas nos alegramos, y me siento humillada cada vez que lo recuerdo.
Ingram sacó un recorte del periódico.
– He traído una cosa que quería leerle. Es lo que el juez le dijo a Healey antes de dictar sentencia. -Extendió la hoja sobre su regazo-. «Usted es un hombre educado, con un elevado cociente intelectual y unos modales encantadores, y esas cualidades lo convierten en extremadamente peligroso. Usted exhibe una cruel falta de consideración hacia sus víctimas, y al mismo tiempo pone en práctica sus encantos y su inteligencia para convencerlas de su sinceridad. Demasiadas mujeres se han dejado engañar por usted para que podamos creer que su credibilidad fue la única razón de su éxito. Considero que representa usted una grave amenaza para la sociedad.» -Ingram dejó el recorte en la cama-. Lo que el juez reconoció es que Healey era un hombre encantador e inteligente.
– No era más que una pose -dijo Celia acariciándole las orejas a Bertie-. Era un actor excelente.
Ingram pensó en la moderada aptitud para la interpretación de Steven Harding, y meneó la cabeza.
– No lo creo. Nadie podría fingir de ese modo durante un año. Sus encantos eran genuinos, y eso era lo que las atraía a Maggie y a usted. El problema que tienen ambas es que no asumen eso. Como a ustedes les gustaba Healey, su traición resulta más grave.
– No. -Celia sacó un pañuelo de debajo de la almohada y se sonó la nariz-. Lo que más me molesta es que yo creía que le gustábamos a él. No somos tan difíciles de querer, ¿verdad?
– En absoluto. Estoy seguro de que Healey las adoraba. Todo el mundo las adora.
– ¡Venga, no seas absurdo! -le espetó Celia-. Si nos hubiera adorado no nos hubiese estafado.
– Claro que sí. -Ingram apoyó la barbilla en las manos y miró a Celia-. Su problema, señora Jenner, es que usted es una conformista. Presupone que todo el mundo debería comportarse igual. Pero Healey era un estafador profesional. Llevaba diez años viviendo de eso, no lo olvide. Eso no significa que ustedes no le cayeran bien. Es como si yo tuviera que detenerlas; eso no querría decir que no me cayeran bien. -Esbozó una sonrisa y añadió-: En esta vida hacemos lo que mejor se nos da para sobrevivir, y si nos sale mal nos llevamos un chasco.
– Tonterías.
– ¿Tonterías? ¿Acaso cree que a mí me gusta detener a un chaval de diez años por vandalismo sabiendo que procede de un hogar que es un infierno, que falta a clase porque no sabe leer, y que lo más probable es que su madre le pegue una zurra porque es demasiado estúpida para tratarlo de otra manera? Me llevo al chico a la comisaría porque para eso me pagan, pero me cae mucho mejor él que la madre. Los delincuentes son seres humanos como el resto de los mortales, y no hay ninguna ley que diga que no puedan ser agradables.
Celia lo miró por encima de las gafas.
– Sí, pero a ti no te gustaba Martin, Nick, así que no finjas que te resultaba agradable.
– No, no me gustaba, pero se trataba de algo personal. Lo tenía por un perfecto imbécil. Sin embargo, no me tragué a la señora Fielding cuando dijo que había intentado robarle sus antigüedades. Yo creo que Healey era condenadamente perfecto, el sueño de cualquier mujer. -Nick torció la sonrisa-. Suponía, y sigo suponiendo porque aquello no encajaba en el modus operandi de Healey, que eran imaginaciones seniles de la señora Fielding, y el único motivo por el que se lo mencioné a usted es que no pude resistirme a la tentación de bajarle un poco los humos a Healey. -Miró a Celia-. Pero con ello no conseguí enterarme de qué se llevaba entre manos. Ni siquiera cuando Simón Farley me dijo que había pagado con un par de cheques sin fondo en el pub y me pidió que lo arreglara discretamente porque no quería problemas, pensé que Martin pudiera ser un profesional. Si se me hubiera ocurrido lo habría enfocado de otro modo, y quizá no hubieran perdido ustedes su dinero, y quizá su marido seguiría con vida.
– ¡Venga, por favor! -exclamó Celia ásperamente, y tiró con tanta fuerza de las orejas de Bertie que el pobre animal arrugó la frente-. No empieces tú también a sentirte culpable.
– ¿Por qué no? Si hubiera sido mayor y más sensato quizá habría hecho mejor mi trabajo.
Celia, haciendo gala de una ternura poco habitual en ella, le puso una mano en el hombro y dijo:
– Ya tengo suficiente con ocuparme de mis sentimientos de culpa; sólo faltaría que tuviera que cargar también con los tuyos y con los de Maggie. Según mi hija, a su padre le dio un infarto porque ella le estaba gritando. Mi versión es que él se pasó dos semanas pataleando y que el infarto le dio después de una borrachera que cogió en su estudio. Mi hijo, por otra parte, opina que mi marido murió de tristeza porque Maggie y yo lo tratábamos como si él fuera un cero a la izquierda, y en su propia casa. -Celia suspiró-. La verdad es que Keith era un alcohólico crónico con antecedentes de problemas de corazón, y que podía haber muerto en cualquier momento, aunque es evidente que los chanchullos de Martin no le ayudaron mucho. Pese a que el dinero que nos robó no era de Keith, sino mío. Mi padre me dejó diez mil libras en su testamento, hace veinte años, y yo conseguí convertirlas en más de cien mil especulando en la bolsa. -Frunció el entrecejo, molesta por aquel recuerdo-. Esto es absurdo. Después de todo, el único culpable es Robert Healey, y me niego a que nadie se atribuya esa responsabilidad.
– ¿Las incluye eso a Maggie y a usted, o van a seguir vestidas de Cenicienta para que los demás nos sintamos culpables?
Celia lo miró con aire pensativo.
– Ayer no me equivoqué -dijo-. Eres un joven muy provocador. -Señaló el pasillo y dijo-: Lárgate y haz algo útil. Ayuda a mi hija.
– Lo está haciendo muy bien ella sola.
– No me refería a pintar la cocina -replicó Celia.
– Yo tampoco, pero la respuesta es igualmente válida.
Celia lo miró inexpresivamente.
– ¿Basándote en la teoría de que quien espera tiene su recompensa tarde o temprano?
– Hasta ahora ha funcionado -respondió Nick cogiéndole la mano-. Es usted una dama muy valiente, señora Jenner. Siempre quise conocerla mejor.
– ¡Venga, Nick! Estoy empezando a pensar que Robert Healey era un novato a tu lado. -Lo amenazó con el dedo índice y añadió-: Y no me llames señora Jenner como si fuera la asistenta. -Cerró los ojos y respiró hondo, como a punto de hacerle depositario de las joyas de la corona-. Puedes llamarme Celia.
«El problema era que yo no podía pensar con claridad. Si ella me hubiera escuchado en lugar de ponerse a gritar. Creo que lo que me sorprendió fue la fuerza que tenía. De lo contrario yo no le habría roto los dedos. Fue muy fácil. Tenía unos dedos muy delgados, como espoletas, pero ningún hombre disfruta haciendo una cosa así… Digamos que no me enorgullezco de ello.»
Nick encontró a Maggie en la cocina, con los brazos cruzados, mirando por la ventana a los caballos que había en el cercado. El techo ya había recibido una capa de pintura blanca, pero las paredes todavía seguían intactas, y el rodillo se estaba endureciendo en la bandeja.
– Mira esas pobres bestias -comentó Maggie-. Voy a llamar a la Sociedad Protectora de Animales para denunciar a los propietarios.
Nick la conocía demasiado bien.
– ¿Qué le preocupa en realidad?
Ella se volvió con gesto desafiante.
– Lo he oído todo -dijo-. Estaba escuchando detrás de la puerta. Supongo que te crees muy listo.
– ¿En qué sentido?
– Martin se tomó la molestia de seducir a mi madre antes de seducirme a mí. Al principio su táctica me impresionó. Después llegué a la conclusión de que eso debió hacerme ver que Martin era un falso y un mentiroso.
– A lo mejor se habría llevado mejor con ella -sugirió Nick-. En fin, he de decirle que no tengo intención de seducirla a usted. Sería como intentar atravesar un kilómetro de alambrada: doloroso, poco recompensante y condenadamente difícil.
– Bueno, pues si lo que pretendes es que te seduzca yo a ti, puedes esperar sentado -repuso con sorna.
Nick cogió el rodillo de la bandeja y lo puso debajo del grifo.
– Confíe en mí: nada más lejos de mi intención.
– Martin no tuvo ningún problema.
– Ya -dijo él secamente-, pero él no habría tenido ningún problema con el Hombre Elefante siempre que hubiera dinero de por medio. ¿Sabe si su madre tiene un cepillo de fregar? Hemos de quitar la pintura seca de esta bandeja.
– Tendrás que buscar en la despensa. -Lo miró, conteniendo la rabia, mientras él buscaba los artículos de limpieza entre los cacharros acumulados durante cuatro años-. Eres un hipócrita -dijo de pronto-. Acabas de pasarte una hora halagando a mi madre y diciéndole lo encantadora que es, y a mí me comparas con un Hombre Elefante.
Nick sonrió y dijo:
– Martin no se acostaba con su madre.
– ¿Y eso qué tiene que ver?
Nick salió de la despensa con un cubo lleno de trapos resecos.
– No me gusta que duerma con un perro -dijo-. Imagínese que a mí me diera por dormir con una comadreja.
Hubo un breve silencio, y después Maggie soltó una carcajada.
– Ahora Bertie está en la cama con mi madre.
– Ya lo sé. Es el peor perro guardián que he conocido en mi vida. -Cogió los trapos que había en el cubo para examinarlos-. ¿Qué demonios es esto?
Más risas.
– Son los calzoncillos de mi padre, idiota. Mi madre los utiliza en lugar de trapos de cocina porque le salen gratis.
– Entiendo. -Nick puso el cubo en el fregadero y lo llenó de agua-. Su padre era un tipo fuerte. Aquí hay tela suficiente para un traje de tres piezas. -Separó unos calzoncillos de rayas y agregó-: O una tumbona.
– No se te pase por la cabeza utilizar los calzoncillos de mi padre para seducirme, capullo, o te vacío ese cubo en la cabeza.
Nick le sonrió y dijo:
– Esto no es seducir, Maggie, sino hacer la corte. Si quisiera seducirla, habría traído una botella de coñac. -Sacó los calzoncillos y los examinó-. De todos modos, si usted cree que esto podría ser útil…
«Normalmente estoy solo con mi barco y el mar… Eso me gusta… Me siento cómodo cuando tengo espacio alrededor… La gente me molesta… Siempre quieren algo de ti, generalmente amor… Pero todo es muy superficial… ¿Marie? No está mal. Nada del otro mundo… Claro que me siento responsable de ella, pero no para siempre… Nada es eterno, excepto el mar… y la muerte…»