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– ¿Ves esa piedra de ahí?

El hombre te señala algo con el dedo. Es imposible no ver una piedra tan grande, ibas a rodearla cuando oíste de nuevo a ese tipo.

– ¡Muévela!

No entiendes para qué deberías gastar tanta energía; además, aunque quisieras, tampoco podrías.

– Es imposible mover una piedra tan grande, ¿no crees? -pregunta el hombre con una sonrisa en los labios. Prefieres creerlo.

– Inténtalo.

Muy afablemente, el tipo te incita a actuar. Niegas con un ademán de cabeza; no tienes ganas de hacer algo tan estúpido.

– Realmente es una piedra perfecta. Parece más compacta que el mármol, ¡es una roca muy especial!

El hombre gira alrededor de la roca chasqueando la lengua como signo de admiración.

¿Qué más te da que sea una roca especial?

– Tan sólida y dura, iría bien como base. ¡Qué pena no utilizarla! -suspira el tipo.

No piensas construirte una tumba ni con estela ni con lápida, ¿para qué la querrías?

– ¡Movámosla un poco, venga!

Rodeas la roca con los brazos.

De todos modos, no tienes suficiente fuerza.

– Ni a patadas se movería un milímetro.

Por supuesto, estás totalmente de acuerdo con esa afirmación, pero instintivamente le das una patada.

El tipo, más entusiasmado, te anima a que continúes.

– ¡Súbete, a ver qué pasa!

¿Qué va a pasar? Pero no puedes resistirte a sus exhortaciones, te subes encima.

– ¡No te muevas!

Gira alrededor de la piedra, y también de ti, claro. No sabes qué está mirando de ti o de la roca; sigues naturalmente su mirada, luego giras sobre la roca.

En ese instante el tipo te mira riendo, con los ojos casi cerrados, y te dice en tono amistoso:

– Entonces ¿es cierto? ¡No se puede mover!

Está claro que habla de la roca y no de ti. Le contestas con una pequeña sonrisa y te dispones a bajar cuando te lo impide levantando una mano.

– ¡Espera!

Ves su dedo índice tieso en la mano alzada y le escuchas como te dice:

– Oye, no puedes negar que esta base es sólida y que no se puede mover, ¿verdad?

Le das la razón asintiendo.

– ¡Intenta sentir!

El hombre señala la roca. Tú sigues subido encima y no comprendes qué tienes que sentir. De todos modos, ya estás sobre esa piedra.

– ¿Sientes algo? -pregunta.

Sigues sin tener claro a qué se refiere, si a la roca o a tus pies.

Luego levanta el dedo y señala un punto encima de ti; tú sigues su dedo mirando hacia el cielo.

– Mira qué claro está el cielo, qué puro es; tan limpio parece que amplíe la mente.

Mientras escuchas esas palabras, la luz del sol te molesta a los ojos.

– ¿Qué ves? ¡Mira un poco y dime qué ves!

Observas con detenimiento el cielo vacío, pero no ves nada, sólo sientes un poco de vértigo.

– ¡Mira con un poco más de atención!

– ¿Qué es lo que debería ver? -preguntas finalmente.

– ¡Un cielo verdadero, algo totalmente real, un cielo realmente claro!

Dices que la luz del sol te molesta a los ojos.

– Eso es.

– ¿El qué? -preguntas, cerrando los ojos. Luego miras las estrellas doradas que centellean en tu retina. Ya no te tienes en pie. Vas a bajar de la piedra, pero su voz resuena de nuevo en tus oídos.

– Eso es, es a ti a quien le da vueltas la cabeza y no a la roca.

– Claro…

Estás totalmente aturdido.

– ¡Tú no eres una piedra! -dice el hombre con un tono categórico.

– Claro que no soy una piedra -reconoces-. ¿Ahora puedo bajar?

– ¡Eres mucho menos sólido que esta piedra! ¡Estoy hablando de ti!

– Claro… -Te dispones a bajar.

– Espera. Subido sobre esta piedra ves mucho más lejos que cuando estás abajo, ¿no es cierto?

– Naturalmente.

– En ese caso, ¿qué ves a lo lejos? Si miras todo recto hacia delante, ¿qué ves?

– ¿El horizonte?

– ¿Qué tiene que ver el horizonte? Siempre se ve, ¿no? Te estoy hablando de lo que hay encima del horizonte, mira bien…

– ¿Qué quiere que mire?

– ¿No ves nada?

– ¿Se refiere al cielo?

– Fíjate mejor.

– No puedo.

Le dices que no ves bien, estás deslumbrado, sólo ves muchos colores.

– ¡Eso es! ¡Ahí están todos los colores que queramos, qué magnífico cielo! ¡La esperanza está delante de nosotros, ahora parece que por fin has abierto los ojos!

– Entonces, ¿puedo bajar? -preguntas, cerrando los ojos.

– ¡Mira un poco más el sol! Si esta vez miras fijamente al sol, descubrirás, escucha bien lo que te digo, descubrirás milagros. ¡Milagros inimaginables!

– ¿Qué milagros? -preguntas, tapándote los ojos.

El tipo te agarra la mano, tienes la sensación de que te sostiene un poco, sólo oyes el viento que sopla dulcemente en tus oídos, y te dice:

– ¡Qué luminoso es este mundo!

El hombre separa tu mano que te tapa los ojos y ves en el cielo un agujero sin fondo de color azul oscuro; empiezas a sentirte aturdido.

– Estás aturdido, ¿no es cierto? Cuando un hombre ve un milagro, siempre se siente aturdido, de lo contrario, no sería un milagro.

Dices que quieres sentarte.

– ¡Tienes que perseverar! -ordena.

Dices que ya no puedes más.

– Tienes que perseverar, pase lo que pase; todo el mundo lo hace, ¿por qué tu no? -te reprocha.

Ya no aguantas más de pie, te caes bocabajo sobre la piedra y pides ayuda, tienes ganas de vomitar.

– ¡Abre la boca! ¡Grita todo lo que tengas que gritar! ¡Llama a quien quieras!

Sigues las órdenes de ese tipo y gritas con todas tus fuerzas. Sigues sintiendo náuseas, y acabas vomitando sobre esa piedra sólida un líquido amargo.

La justicia, el ideal, la moralidad y los principios más científicos, las responsabilidades que te incumben, tu trabajo intelectual y tus esfuerzos físicos, las revoluciones ininterrumpidas, los sacrificios sin fin, Dios o los salvadores, los héroes o los hombres modélicos, el Estado y el Partido que lo domina, todo eso está edificado sobre la piedra.

Nada más abrir la boca, has gritado y caído en la trampa de ese tipo. La justicia que buscas es él; mientras te has lanzado a un combate encarnizado a todos lados, también has gritado sus eslóganes, has perdido tu propio lenguaje, todo lo que has repetido como un loro sólo eran palabras de lorito, has sido reeducado, han borrado tu memoria, has perdido tu cerebro y te has convertido en el discípulo de ese maestro. Has tenido que creer en él, has pasado a ser su criado, su cómplice, te has sacrificado por él, y a ti te han sacrificado como ofrenda a su altar cuando ya no te han necesitado, te han enterrado o incinerado con él para realzar su brillante imagen. Tus cenizas deberán dejarse llevar por su viento hasta que él repose definitivamente en paz y todo haya terminado. Entonces serás como esas innumerables motas de polvo y desaparecerás sin dejar huella.

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