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Por fin puedes volver al pasado de ese hombre, niño indigno nacido en el seno de una familia abocada al ocaso, que no vivía en la indigencia total, pero tampoco en la opulencia, más bien en la frontera entre el proletariado y la burguesía. Nació en el mundo antiguo y se crió en la nueva sociedad. Durante un tiempo creyó en la revolución; luego, pasó de la duda a la rebelión. Pero después se dio cuenta de que la revuelta no conducía a ninguna parte, se cansó y descubrió que en realidad no era más que un juguete en manos de los políticos. Entonces se negó a hacer el papel de lacayo o de chivo expiatorio. Sin embargo, como no podía huir, no tuvo otra opción que colocarse una máscara para mezclarse con los demás y vivir al día.

De ese modo se convirtió en un individuo de dos caras, obligado a llevar la máscara desde que salía de casa, como se toma el paraguas los días de lluvia. Cuando volvía a su vivienda, cerraba la puerta y nadie lo veía, entonces se la quitaba para respirar un poco. De otro modo, la habría llevado demasiado tiempo y se le podría haber pegado al rostro y a los nervios faciales. En ese caso, si hubiera querido quitársela, no habría podido. Por cierto, este tipo de enfermedad todavía es muy frecuente hoy en día.

Su verdadero rostro sólo aparecía más tarde, una vez que se arrancaba la máscara, pero no era fácil, ya que su rostro y sus nervios faciales estaban cada vez más rígidos. La menor sonrisa, la menor mueca le exigían un gran esfuerzo.

Probablemente era rebelde por naturaleza, pero no tenía ningún objetivo preciso, ninguna finalidad, ningún principio definido, sólo lo empujaba un instinto de supervivencia. Más tarde, cuando por fin comprendió que esa revuelta también estaba dirigida por la batuta de un director de orquesta, ya era demasiado tarde.

A partir de aquel momento, ya no tuvo ningún ideal ni esperó a que nadie pensara por él, ya no se mostró agradecido a nadie, por miedo a que lo engañaran de nuevo. No se hizo más ilusiones, tampoco recurrió a las palabras hábiles para engañar a los demás o a sí mismo; no espera nada de los hombres ni de las cosas.

Ya no quiere tener camaradas, no necesita para nada ser cómplice de nadie para poder alcanzar cualquier objetivo determinado. También le parece inútil intentar acercarse al poder; de hecho, es demasiado duro, es una lucha interminable demasiado desgastadora para la mente y que exige tremendos esfuerzos. Si consigue permanecer lejos de esa especie de gran familia y de los grupos que se agregan alrededor de ella, habrá tenido mucha suerte.

No quiere destruir el viejo mundo, pero tampoco es reaccionario: los que decidan hacer la revolución que la hagan, pero que no la hagan hasta el punto de que no le dejen sobrevivir. En fin, no puede ser un luchador, él se mantiene más bien en un pequeño espacio entre la revolución y la reacción, observando las cosas de lejos.

En realidad no tenía enemigos, fue el Partido quien quiso convertirlo en un enemigo. No tenía elección, porque el Partido no se lo permitía. Insistieron en que se sometiera a una norma, él se negó, y así se convirtió en un enemigo del Partido. Y el Partido condujo al pueblo a tomarlo como objetivo para que brillara el ideal, para galvanizar el ánimo, dar valor a las masas y que naciera el entusiasmo. Lo convirtieron en el enemigo público del pueblo. Sin embargo, él no tiene ningún problema con el pueblo y se niega a disparar sobre los demás para sobrevivir, lo único que quiere es vivir su propia vida.

Quizá sea una especie de empresario independiente, y le gustaría seguir así. Hoy, por fin, no tiene ni colega, ni patrón, ni superior o inferior jerárquico, se dirige y se emplea a sí mismo, todo lo que hace, lo hace por propia voluntad.

Tampoco detesta el mundo, continúa alimentándose como cualquiera, y adora especialmente la cocina de su país, un gusto que se ha formado desde su infancia, pues su madre era una cocinera excepcional. Por supuesto también le gusta la comida occidental, la gran cocina francesa, o la pasta italiana, sobre la que se dice que Marco Polo la trajo del gran Imperio Tang, aunque el indispensable queso rallado que la acompaña no existiera en China. También le encanta el pescado crudo a la mostaza de los japoneses, que pica la nariz, y el caviar ruso, muy negro; todo eso es delicioso. Le gusta mucho también la carne asada y los encurtidos picantes de los coreanos, y, cuando se acompañan de las finas hojuelas indias, no hay manjar más exquisito. Lo único que no puede comer es el soso Kentucky fried chicken; tiene gustos bastante difíciles, y puede que sea porque durante su infancia rozó la buena vida.

También le gusta el sexo. Cuando era pequeño vio, escondido, el magnífico cuerpo de su joven madre mientras ésta se bañaba. Desde entonces le vuelven loco las mujeres bellas. Y, cuando no tiene ninguna, toma su pluma y escribe relatos eróticos. En eso no es para nada un hombre honesto, desea realmente ser como Donjuán y Casanova, pero no tiene esa suerte y se contenta con describir sus fantasías en los libros.

Esto es lo que escribes sobre él, es lo que debería figurar en su ficha personal que quizá todavía esté en China, pero que él nunca vio.

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