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¡Basta!

¿De qué hablas?, preguntas. Dice que basta, ¡hay que acabar con él! ¿De quién hablas? ¿Quién tiene que acabar con quién? Él, este personaje que se esconde tras tu pluma, hay que acabar con él.

Dices que tú no eres el autor. Entonces, ¿quién es el autor?

¿No está claro? ¡Él mismo! Tú sólo eres su conciencia. ¿Qué pasa contigo, entonces? Si se acaba para él, también se acabará para ti, ¿no?

Dices que puedes ser un simple lector, o un espectador de teatro, lo que hay en el libro no tiene mucho que ver contigo. Dice que te desligas de las cosas con una facilidad pasmosa. Claro, no tienes ninguna responsabilidad en concreto, no tienes que asumir ninguna obligación o tarea moral hacia él, sólo eres un desocupado que tiene un poco de tiempo, y por casualidad has tenido la ocasión de fijar tu atención en ese personaje; pero ahora ya basta, estás cansado, si hay que acabar con él, no hay problema. Pero, de todos modos, es un personaje, tiene que haber una conclusión, no puedes hacer como si se tratara de un montón de basura.

Tarde o temprano hay que librarse del hombre, como de las basuras; de lo contrario, este mundo estaría lleno de hombres enfermos que olerían mal desde hace tiempo.

¿Por eso hay luchas, guerras, rivalidades y todas las teorías que se desprenden?

¡Deja de razonar! ¡Me das dolor de cabeza!

Eres realmente pesimista.

Pesimista o no, el mundo es así, tú no puedes cambiar nada, no eres Dios y no puedes decidir por nadie. Ya que es el final del personaje, ¿debe morir de enfermedad grave, de infarto, estrangulado, acuchillado, por un disparo o en un accidente de coche? Depende del autor, no de ti. De todos modos, no parece que quiera suicidarse, aunque tú estás realmente harto, ya que no eres más que su juego de palabras. No podrás librarte de ti mismo hasta que él acabe.

Pero él dice que se divierte en este mundo porque no soporta la soledad. Tú y él sólo habéis sido compañeros de viaje; no has sido ni su cantarada, ni su juez, y menos su conciencia. No sabes qué es la conciencia, tan sólo lo has acompañado un poco, te has fijado en él. Este desfase en el tiempo y en el ambiente entre tú y él ha creado una especie de distancia. Has aprovechado las facilidades que te daban el tiempo y el lugar donde te encontrabas, lo que ha creado un espacio, pero también una libertad; has aprovechado para observarlo a tu manera. En realidad, los problemas se los ha buscado él mismo.

Bueno, ya está bien, os vais a separar, ¿hay algo más que decir?

Los budistas hablan del nirvana, los taoístas del paso al estado inmortal, pero él dice simplemente que sólo tienes que dejarlo marchar. Nadie puede librar a nadie de su sufrimiento; entonces, déjalo marchar.

En este momento se para, vuelve la cabeza para mirarte, y vuestros caminos se separan. Dice que ha tenido la mala suerte de venir demasiado pronto al mundo; por eso te ha dado tantos problemas. Si hubiera nacido un siglo más tarde, quizá no hubiera tenido tantos problemas. De todos modos, lo que ocurrirá en este siglo nadie puede preverlo, ¿será un siglo realmente nuevo? No podemos saberlo.


61

Perpiñán, una ciudad francesa en la frontera con España. El amigo del centro mediterráneo de literatura que acabas de conocer te pregunta si sientes nostalgia de tu país. Respondes categóricamente que no, ¡hace tiempo que has roto con ese sentimiento por completo! En la plaza de delante del hotel se celebra una fiesta por la inauguración de un pequeño comercio de helados y pasteles; las bombillas de colores atraen a los clientes y una orquesta de vientos toca a pleno pulmón una música alegre. Una anciana se pone a bailar una danza catalana. Esas gentes cálidas del sur y el francés que hablan, como si tuvieran un pelo en la lengua, te hacen sentir bien.

Esta noche de principios de verano llena de aire festivo, esta música animada interpretada por los instrumentos de viento, ¿todo esto es para celebrar tu nueva vida? Has acabado encontrando la alegría de vivir. El dueño del restaurante te pide que le dediques tu libro, dice que a su mujer le gusta leer novelas, que tiene ganas de hacer un viaje a China; sonríes.

¿Tú no volverás nunca?, pregunta uno. No, no es tu país, tu país está en tu memoria, es una fuente en las tinieblas de donde nacen sentimientos difíciles de explicar, es una China personal que sólo te pertenece a ti, y ya no tienes ninguna relación con ella.

Tu corazón está en paz, ya no eres un rebelde, hoy sólo eres un observador, no el enemigo de nadie. Si alguien quiere tacharte de enemigo, tú no te preocupas; sólo recurres a tus recuerdos para reflexionar tranquilamente sobre tu futuro.

No sabes cómo conseguiste en aquella época traer esta fotografía metida dentro de un libro: está delgado, con el pelo cortado casi al cero. Examinas este viejo retrato que siempre llevas encima; ha amarilleado un poco, es de hace más de treinta años, de cuando estabas en la granja de reeducación por el trabajo llamada «escuela de funcionarios del 7 de mayo». Te gustaría intentar agarrar algo de su mirada. Tiene erguida la cabeza afeitada, parece una calabaza, se considera un prisionero, muestra una cierta arrogancia, quizá fue lo que le salvó en aquellos tiempos, lo que le impidió hundirse del todo, pero hoy en día esta arrogancia ya no es necesaria. En la actualidad eres un pájaro libre, puedes volar donde quieras. Tienes la sensación de que delante se extienden unas tierras vírgenes, inexploradas, al menos para ti. Tiene mérito conservar esta curiosidad. No quieres hundirte en tus recuerdos; él se ha convertido en una huella de ti.

Hacer de este instante un punto de partida, hacer de la escritura un viaje hacia la memoria, reflexionar o hablar a solas, y conseguir alegría y satisfacción, sin tener miedo de nada. La libertad acaba con el miedo. La escritura estéril que has dejado se desgastará con el tiempo. La eternidad para ti no tiene un significado especial. Lo que escribes no puede ser el objetivo final de tu existencia. Si todavía escribes es para sentir con mayor plenitud el momento presente.

El momento presente, en Perpiñán, después del desayuno: los coches pasan bajo tu ventana y se reflejan sobre los focos blancos de las farolas de la calle. No tienes tiempo de distinguirlos; sus sombras desaparecen en un abrir y cerrar de ojos. Hay tantas sombras y luces que corren el riesgo de desaparecer de este mundo. Te diviertes con ellas en este instante. Tienes que considerar también a ese «él» como una sombra con la que juegas, y corres el riesgo de sorprenderte un poco. ¡Ah, esta sombra que desaparece en un instante!

Schnittke, ¡qué música tan bonita! Escuchas su Gran concierto nº 6. En esta obra tan fugaz, los tormentos acumulados en la vida se subliman en una gama muy alta; los sonidos largos en las cuerdas son como estos reflejos de luz que pasan antes de desaparecer en un instante. Schnittke, un hombre de tu generación, ni siquiera necesitas conocer su vida para que dialogue contigo, cada sonido que traza en la cuerda llama al eco de un acorde.

Fuera, la luz brillante del principio del verano. Hace ochocientos años, esta ciudad de los Pirineos Orientales, Perpiñán, se regía por una constitución municipal que estipulaba la tolerancia, la paz y la libertad. La ciudad acogía a los refugiados; los catalanes adoraban «esta democracia y esta libertad de ochocientos años hoy amenazadas», precisa el editorial del documento publicado para la celebración del octavo centenario de la ciudad.

Nunca habías imaginado que un día estarías aquí, y todavía menos que unos lectores vendrían a verte para que les firmaras tus libros. Un joven te pide una dedicatoria para su novia, que no ha podido venir personalmente. Piensas escribir: «El lenguaje es un milagro que permite que los hombres se comuniquen. Sin embargo, a veces los hombres no lo consiguen». No escribes la segunda parte de la frase; no puedes escribir cualquier cosa, despreciar la amabilidad de estas personas. Puedes reírte de ti cuanto quieras, pero no jugar con el lenguaje de ese modo.

Lo mismo probablemente ocurre con la música. Mejor suprimir las fiorituras inútiles. Lo que busca Schnittke es justamente esta necesidad; no utiliza las notas para brillar, es sobrio, utiliza grandes espacios, cada frase transmite una sensación real, sin amaneramiento o afectación, sin pretender gustar. Sólo debes hablar si tienes algo que decir, si no, mejor que te quedes callado.

La sombra de cada coche que pasa se refleja en las pantallas de las farolas. En un lado de la calle hay un pequeño parque tranquilo lleno de plátanos y palmeras. Éste es el país natal del plátano, basta que brote para que se esparza. Está por todo el mundo y también ha entrado en tus recuerdos: había por todas las calles y los parques de la ciudad donde vivías de niño. La primera vez que besaste a una chica, la pequeña Wuzi, estaba apoyada contra el tronco de un plátano al que le habían quitado la corteza; también era verano, pero hacía mucho más calor que aquí.

Es tan bueno vivir. Cantas una oda a la vida, y si cantas es porque la vida no te ha maltratado siempre, a veces hasta te ha emocionado, como esta música, este sonido de tambor, tan limpio, con la corneta por encima.

La amiga de Sylvie, Martina, poco tiempo antes de su suicidio, llevó a su casa a un vagabundo que encontró en la calle a pasar la noche. Cuando faltaba poco para que se suicidara, dijo en una cinta de casete que no podía soportar más el hospital psiquiátrico, pero su muerte no tuvo nada que ver con nadie; estaba harta de la vida y se suicidó; también es un final posible. No sabes cómo será tu final, y no tienes por qué intentar imaginártelo. Si un día el nuevo fascismo se hace con el poder, ¿vendrás a refugiarte a Perpiñán? Siempre que en ese momento Perpiñán siga siendo una ciudad tolerante que acoge a los refugiados. No imagines esas cosas.

Afirmar que cuando el hombre viene al mundo debe sufrir absolutamente, o que el mundo sólo es un desierto, es bastante exagerado. No todas las catástrofes caen sobre ti, gracias a la vida. Este agradecimiento quiere decir: «Gracias, Dios mío»; pero la pregunta es: «¿Quién es tu dios?». ¿El destino, la casualidad? Quizá sólo conseguirías salir de tus dificultades y de tus tormentos agradeciendo esta conciencia que tienes de este «yo», este despertar hacia tu propia existencia.

Las grandes hojas de los plátanos y de las palmeras tiemblan dulcemente al viento. No se puede acabar con un hombre si no se deja. Se le puede oprimir, humillar, pero mientras no se le ahogue tendrá la ocasión de levantar la cabeza. El problema es mantener el aliento, aguantar para no morir ahogado bajo un montón de mierda. Se puede violar a un ser humano, hombre o mujer, con violencia física o violencia política, pero no se puede poseerlo por completo; tu mente te pertenecerá siempre si la preservas. Música de Schnittke. Duda, busca a tientas en la oscuridad, busca una salida, como si persiguiera una sensación de luz, y gracias al pequeño resplandor derramado en su corazón, esta sensación no puede desaparecer. Junta las manos para preservar este resplandor que se desplaza lentamente en una oscuridad espesa como el barro. No sabe dónde está la salida, pero protege con mucho cuidado este resplandor que revolotea en el viento. Es mejor decir que es paciente y no obstinado, flexible, que se hace el muerto como una crisálida que teje su capullo, cerrando los ojos para soportar el peso de la soledad. Entonces, el sonido suave de una campanilla, pequeña conciencia de la existencia, belleza de la vida, esta luz tan débil y dulce se expande de golpe hasta el fondo de su ser…

Unas hojas raras de color rojo oscuro, quemadas por el hielo, temblando por el viento sobre las ramas casi vacías del árbol de sebo de delante de su puerta, el estallido de la juventud de esta joven perdida, sin apoyo, el agua del río murmurando en el valle, la gallina negra levantando la cabeza y lanzando su mirada tras haber picoteado el puente de madera; siente piedad por todo eso, como proyecciones de su ser. Además, el deseo que han provocado la seducción y las bromas de la tierna campesina ha mantenido en él este rigor y le ha permitido esperar manteniendo el aliento. Aunque no sabía dónde estaba la salida, se esforzaba por captar la menor belleza; sólo así consiguió no desintegrarse mentalmente, recurriendo a la masturbación para reconfortarse y relajándose gracias a la práctica secreta de la escritura.

También el olor puro de la paja de arroz recién cortada y colocada sobre la plancha de la cama, el olor a las sábanas y mantas secadas al sol después de lavarlas en el estanque, el olor a sudor del cuerpo de la muchacha, aquella agradable y dulce sensación al ponerle su pintalabios, el escalofrío que sintió cuando la agarró del brazo y la empujó hacia la puerta, rozando al pasar sus senos tiesos; recurría a todos estos recuerdos para calentarse, se uniría a ella en la imaginación. Luego, por medio del lenguaje, lo descubría en sus libros, para alcanzar un equilibrio mental.

Sientes un profundo agradecimiento por las mujeres, no sólo deseo. Pides, pero ellas no siempre quieren dar. Eres insaciable, no puedes tenerlo todo. Dios no te lo ha dado todo, no tienes que agradecérselo, pero, aun así, sientes una especie de agradecimiento general, al viento, a los árboles que se mueven con el viento, a la naturaleza, a tus padres, que te han dado la vida. Hoy, no sientes rencor, estás en paz contigo mismo; quizás has envejecido, te cansas antes cuando subes una cuesta, empiezas a ser un poco avaro con las fuerzas que antes malgastabas. Es un síntoma de la vejez que te acecha. Estás en la bajada, un viento frío se ha levantado, pero no, todavía no tienes prisa por descender, y la montaña lejana, oculta en las nubes, parece estar a la misma altura que tú. Sólo tienes que seguir caminando, sin preocuparte de si abajo hay un precipicio. En el momento de caer será mejor que te acuerdes del sol oblicuo que acariciaba a lo lejos las laderas de la montaña.

En una pequeña bahía, en la cima de un pico rocoso, se alza una minúscula iglesia. Tiene una cruz blanca, frente al Mediterráneo. En la cima hay un Cristo de metal negro. En la playa de la pequeña bahía apacible y quieta hay hombres, mujeres y unos niños que corren hacia todos los lados; una mujer en bañador está tumbada tomando el sol sobre la cavidad de una roca, con los ojos cerrados.

Dicen que Matisse vivió aquí, que pintó todo esto, el sol transparente y cegador. Son realmente las luces y los colores del pincel de Matisse, pero tú te diriges hacia la oscuridad.

Te han llevado en coche a Barcelona, luego al museo Dalí, rojo con unos huevos enormes en el tejado. La España que ha visto crecer a este viejo travieso es una nación alegre; las personas deambulan por las calles y las jóvenes españolas, con las cejas espesas y los ojos negros, tienen una nariz pronunciada. Luego fuisteis a un restaurante en el campo, un antiguo molino. En la mesa de al lado había una familia entera: el marido, la mujer y la hija, que tenía unos mofletes rojos que destacaban en su pálido rostro. Esta joven de largas cejas y ojos negros todavía no estaba completamente desarrollada, más tarde se convertiría en la gran mujer robusta y apetecible de un cuadro de Picasso. Estaba sentada frente a sus padres, muy nerviosa, con la mente probablemente concentrada en sus asuntos sentimentales, o en nada en concreto. Es la vida; ignoraba su futuro, pero ¿era importante? Ignoraba que podría sufrir, aunque quizá ya empezaba a atormentarse. Sus cabellos abundantes, negros como el azabache, realzaban la palidez de su piel y sus mofletes rojos. Debía de tener trece o catorce años. Que una chica de esta edad ya se atormente es lo que da belleza a la vida. Sus tormentos recuerdan el sufrimiento de Margarita, ¿sería ella una Margarita?

En este instante escuchas una misa de Kodaly por un coro femenino acompañado de un órgano. Te viene también una especie de sentimiento religioso; los hombres necesitan rezar como comer o hacer el amor. La noche anterior, en la planta de encima de tu habitación, una mujer gritaba en la cama. No pudiste dormir en toda la noche. Desde la una de la madrugada hasta pasadas las tres, no paró de soltar gritos agudos, de jadear, antes de echarse a reír a carcajadas. Desde tu cama no conseguías distinguir si se trataba de una violación o de un placer extremo. Al principio creíste que estaban en la habitación de al lado de la cabecera de tu cama; luego oíste ruidos en el techo, como si retozaran en el suelo, a no ser que fuera una violación como la que contó Margarita. Aunque fuera así, en una habitación de hotel nadie les haría preguntas. Luego oíste unas risas, una risa inmensa que despertó en ti un deseo violento. Pero ahora estás tranquilo; un órgano, una voz de contralto y una voz de tenor forman una combinación maravillosa.

En el momento de tomar el desayuno en la planta baja, sólo oyes los «buenos días» llenos de deferencia en alemán; es un grupo de hombres y de mujeres de mediana edad, o de tercera edad, altos y robustos, turistas alemanes. Se sirven en el buffet platos llenos de salchichas, jamón asado y todos comen mucho, sin que les importe engordar. Estas mujeres no deben de gritar mucho en la cama, piensas. Comen sin parar, hablan poco y hacen poco ruido con los cuchillos y tenedores. En una mesa que hay cerca de la ventana, una joven está frente a un hombre maduro; acaban de tomar el desayuno y beben café. Se quedan callados los dos mirando hacia la calle. El buen tiempo de ayer ha cambiado, el suelo está mojado, pero ha parado de llover. No parecen amantes, más bien un padre que lleva de vacaciones a su hija, que aún depende de él económicamente. Los que reían y gritaban sin parar deben de estar durmiendo tranquilamente en su cuarto.

Órgano y coro. En las habitaciones del hotel abundan los muebles antiguos muy refinados: una pesada mesa de roble, un armario esculpido de color marrón oscuro, una cama de madera con barras redondas, decorada. En las pantallas de las farolas no hay más reflejos; no pasa ningún coche por la calle, es domingo, casi mediodía. Esperas que un amigo venga a buscarte para llevarte al aeropuerto. Vuelves a París con el avión de las doce y pico.


Escrito en Francia de 1996 a 1998

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