Con bastante dificultad, pero al final consigue quitarse la máscara que lleva en el rostro, una especie de falsa piel de plástico moldeado. Es una máscara producida en serie según un modelo estándar, algo elástica, puede ensancharse o estrecharse. Una vez se coloca en la cara, la máscara hace que parezca siempre un verdadero y respetable personaje positivo, capaz de interpretar el papel de hombre común, obrero, campesino, vendedor, estudiante y empleado, o también el de hombre culto, profesor, redactor, periodista y médico con su estetoscopio. Cuando cambia el estetoscopio por las gafas, se convierte en catedrático o escritor. Las gafas son facultativas, mientras que la máscara es obligatoria; los que se la quitan son malos elementos, ladrones, gamberros, o enemigos del pueblo. Es una máscara muy común, el pueblo la usa mucho. Los dirigentes y altos cargos, así como los héroes populares, llevan una máscara todavía más rígida y exagerada; puede que esté hecha de polietileno de alta densidad; es imposible destruirla hasta con un martillo.
Él se divierte con esta máscara. Aprieta sobre los ojos y las cejas, quizá podría darle una expresión humana normal, pero no quiere llevar otra máscara, como la del disidente, del «cul-tureta», del nuevo rico o del profeta. Una vez se ha quitado la máscara, se siente un poco inquieto, ya no sabe muy bien cómo comportarse. Pero, de todos modos, ha abandonado la mentira, las preocupaciones y una moderación forzada; ya no tiene dirigente, no está sometido al control del Partido o de cualquier organización, no tiene patria, ni lo que se llama ciudad natal, sus padres han muerto, no tiene familia, ni preocupaciones, está solo en el mundo, mucho más ligero, puede ir a donde le plazca, dejarse llevar por el viento, con la condición de que nadie le moleste. En cuanto a sus tormentos, se encarga de ellos él mismo, y cuando consiga sacárselos de encima, no habrá nada, absolutamente nada que le moleste ni que le importe.
No quiere cargar con más peso, ya ha anulado todas sus deudas sentimentales y puesto al día su pasado. Si ama a alguien, si estrecha de nuevo a una mujer entre sus brazos, es necesario que ella también lo ame, que lo acepte. De lo contrario, mejor tomarse un café o una cerveza en un bar, charlar y flirtear un poco, pero luego que cada uno siga su camino.
Si continúa escribiendo es porque todavía lo necesita. La escritura para él tiene que ser un acto totalmente libre; no lo considera como un modo de ganarse la vida. Tampoco toma su pluma como un arma para luchar contra esto o aquello, no se siente en ninguna misión. Si escribe todavía es para mantener esa especie de deleite personal, un monólogo que le sirve para escucharse y examinarse a sí mismo, al mismo tiempo que le permite saborear las sensaciones que le deja la vida que le queda.
Con lo único con lo que nunca ha roto los lazos es con el idioma. Por supuesto, puede escribir en otro idioma, pero si no ha abandonado el suyo es únicamente porque le es más fácil; no tiene que consultar ningún diccionario. De todos modos, también es posible que esa lengua, aunque le sea más práctica, no se adapte del todo a las circunstancias y tenga que encontrar su propia tonalidad, escuchar atentamente lo que escribe como si escuchara una canción, y puede que, como siempre le ocurre, sienta que la lengua que utiliza es demasiado vulgar. Quizás un día la abandone y recurra a un material que pueda transmitir mejor sus sensaciones.
Envidia a los actores que tienen un cuerpo muy ágil, sobre todo a los bailarines. Le encantaría poder expresarse libremente con su cuerpo, tropezar cuando lo quisiera, caer, dar un salto y levantarse, saltar de nuevo; pero la edad no perdona, al menor paso en falso, o tiene un tirón o una fractura, y se acaba la danza. Sólo le queda el lenguaje para moverse. El lenguaje es tan ligero que le fascina. Es un equilibrista incurable del lenguaje; no puede estar sin hablar, aunque no haya nadie a su lado. No para de hablar consigo mismo. Esta voz interior es el reconocimiento de su propia existencia. Está acostumbrado a transformar lo que siente en lenguaje, si no, no se siente del todo satisfecho; el placer que le provoca es como los gemidos o incluso los gritos que da cuando hace el amor.
Está sentado frente a ti, os miráis, y se ríe a mandíbula batiente delante del espejo.