28

Volvió el invierno. Ya había cerrado la tapa de la estufa de carbón. Estaba tumbado sobre la cama; sólo tenía encendida la luz de la mesita de noche. La pantalla metálica, colocada sobre la bombilla, dirigía los rayos hacia abajo e iluminaba la manta a cuadros. Con el cuerpo en la oscuridad, observaba el redondel de luz. Parecía un inmenso tablero con los bordes difuminados; la victoria o la derrota no dependía de las figuras, sino del que las movía en la sombra, el jugador. Una figura de ajedrez a la que le gustaría tener voluntad propia y no desea que la coman de forma estúpida debe de estar completamente loca. Tú no mereces ser un peón insignificante, eres una simple hormiga que puede ser aplastada por los pasos de los viandantes. Sin embargo, no puedes abandonar el hormiguero, vives el presente entre las hormigas. «Miseria de la filosofía» o filosofía de la miseria, de Marx a estos sabios revolucionarios, ¿quién habría podido imaginar la catástrofe y la miseria espiritual que engendraría esta revolución?

Oyó unos golpes en la ventana; al principio pensó que era el viento, la ventana estaba cerrada herméticamente con papel encolado y había echado las cortinas. Dos ligeros golpes sonaron de nuevo.

– ¿Quién es? -preguntó, sentándose sobre la cama; pero nada se movió. Entonces salió de debajo de las mantas y fue hasta la ventana descalzo.

– Soy yo -dijo dulcemente una voz femenina.

No conseguía adivinar quién era. Corrió el pestillo de la puerta y la entreabrió un poco. Xiaoxiao la empujó y entró, acompañada de una corriente de aire helado. Se quedó estupefacto al ver a aquella estudiante llegar así a medianoche. Como estaba en calzoncillos, corrió a refugiarse bajo las mantas y dejó que la joven cerrara la puerta. Pero ésta se abrió de nuevo empujada por el fuerte viento. Xiaoxiao tuvo que apoyarse contra ella para volverla a cerrar.

– Echa el pestillo -dijo sin reflexionar. La joven dudó un instante; luego lo echó delicadamente. Él tuvo una corazonada. La muchacha se quitó la bufanda, que le envolvía la cabeza, y dejó aparecer su dulce rostro níveo. Con la cabeza mirando al suelo, parecía jadear.

– ¿Qué te pasa, Xiaoxiao? -preguntó, sentándose en la cama.

– Nada -contestó, levantando la cabeza; todavía estaba de pie al lado de la puerta.

– Debes de estar helada. Abre la tapa de la estufa.

La joven se quitó los guantes de lana, lanzó un suspiro, luego tomó el gancho que estaba cerca de la estufa y abrió la puerta y la tapa con total naturalidad, dejando al descubierto el carbón incandescente. Estaba claro que a esa débil muchacha no la debían de mimar demasiado en casa y que estaba acostumbrada a realizar ese tipo de tareas.

Xiaoxiao había venido a participar en el movimiento de su institución con un grupo de estudiantes de secundaria que se dividió rápidamente en dos facciones; ella y otras amigas se decantaban por su tendencia, pero sus compañeras se mostraron entusiasmadas sólo durante unos días y después desaparecieron como por arte de magia. Sólo Xiaoxiao iba con mucha frecuencia al cuartel general. No entraba en las polémicas con el mismo entusiasmo que las demás chicas, se mantenía siempre tranquila, al margen del grupo, recorriendo los diarios o ayudando a copiar los dazibaos. Manejaba bastante bien el pincel y era paciente. Una tarde había que redactar sobre la marcha unos dazibaos para contrarrestar a los que acababan de hacer los adversarios, y cuando terminaron de pegarlos, ya eran más de las nueve de la noche. Xiaoxiao dijo que vivía cerca de la torre del Tambor. Como le iba de camino, él le propuso llevarla sobre el portaequipajes de su bicicleta. Primero pasaron por su casa y la invitó a comer algo antes de continuar. Xiaoxiao accedió de buena gana y ella misma se puso a cocer unos tallarines. Después de cenar la acompañó hasta la entrada de una callejuela. Xiaoxiao le dijo que la dejara allí y, tras saltar del vehículo, desapareció en la oscuridad.

– ¿Has comido algo? -le preguntó él.

Asintió con la cabeza y se frotó las manos. Su cara iluminada por la estufa tomó algo de color. Hacía tiempo que no la había visto y esperaba una explicación por la inesperada visita. Ella se quedó sentada en silencio al lado de la estufa, calentándose el rostro con las manos, lo que la hacía todavía más encantadora.

– ¿Qué ha sido de ti durante todos estos días? -acabó preguntando desde la cama.

– Nada. -La joven continuaba mirando la estufa, con las manos apoyadas en las mejillas.

El esperaba que ella continuara, pero la muchacha se quedaba callada.

– ¿Qué estáis haciendo en vuestra escuela últimamente? -preguntó.

– Todos los cristales de la escuela están rotos, hace un frío insoportable, nadie va por allí, nos hemos dispersado todos sin saber muy bien qué hacer.

– Bueno, está muy bien, ¿no? Puedes quedarte en tu casa sin tener que ir a clase.

Ella permaneció en silencio. Él fue a incorporarse para tomar el pantalón que estaba sobre la estantería al pie de la cama.

– Quédate tumbado. No hace falta que te levantes. Sólo he venido a charlar un poco.

Xiaoxiao se había vuelto y lo miraba fijamente.

– Entonces hazte un poco de té -propuso.

La muchacha continuó inmóvil. El creyó saber por qué había venido al ver en su mirada un brillo especial.

– Tengo demasiado calor, ¿me quito el abrigo? -preguntó como si se hiciera la pregunta a sí misma.

– Quítatelo, si tienes demasiado calor -dijo él.

Ella se levantó y se quitó el abrigo acolchado; debajo llevaba un jersey de lana roja ajustado que le apretaba el busto. Al descubrir sus senos, se sintió un poco incómodo.

– ¡Me voy a levantar!

– ¡No vale la pena, de verdad! -exclamó ella.

– Es tarde, y si los vecinos te han visto entrar… -dijo con escrúpulos.

– El patio estaba totalmente oscuro, en ninguna ventana había luz, excepto en la tuya; nadie me ha visto entrar.

De pronto, la voz de Xiaoxiao era susurrante. En un instante, aquella chica que apenas conocía le hablaba en un tono de intimidad sorprendente.

Él bajó la cabeza en señal de asentimiento. Xiaoxiao se acercó a la cama, hasta que las piernas rozaron el borde. Su corazón empezó a latir violentamente, él escuchaba los latidos. Xiaoxiao se levantó el jersey, su camiseta roja cereza desteñida, y dejó al descubierto su fina cintura y la base de sus senos. Instintivamente, él levantó la mano; ella la sujetó; él no comprendía si quería atraerla o impedir que la acariciara, pero cuando levantó la cabeza no consiguió captar su mirada. Su fina piel lucía bajo la luz de la lámpara, y bajo un seno, apoyado contra la mano, nacía una delicada cicatriz roja. Los pequeños dedos ágiles de la joven mantenían su mano apretada. No tuvo tiempo de preguntarle de qué era la cicatriz mientras paseaba la mano bajo la camiseta de la muchacha. Agarró aquel seno, mayor de lo que parecía, más bien tierno. Xiaoxiao gimió dulcemente. Antes de que tuviera tiempo de distinguir lo que decía, mientras la abrazaba, ella se dejó caer sobre la cama.

No recordaba cómo se deslizó bajo las mantas, ni cómo se desabrochó los botones apretados de su pantalón, no tenía apenas vello en el pubis, ni siquiera sabía si todavía era virgen. Sólo recordaba que ella no se anduvo con remilgos, que no opuso resistencia alguna, que no se besaron, tampoco se quitó del todo el pantalón de punto, se lo bajó sólo hasta las rodillas y dejó que la acariciara. Después él le quitó el jersey y la camiseta y, bajo las mantas, se corrió sobre su tierno pubis. Recordaba que ella estaba acurrucada contra él, con los ojos cerrados, y la luz de la lámpara de la mesilla le iluminaba los labios rojos ligeramente entreabiertos, haciendo que naciera en él una bocanada de ternura por esa chica en quien no se había fijado demasiado hasta entonces. No había previsto lo que ocurriría, no se había preparado y tenía miedo de dejarla embarazada. No se atrevía a ir más lejos, no se atrevía a correrse dentro de ella. No comprendía si al venir a verlo sólo estaba buscando eso, no comprendía lo que quería que pensara al enseñarle la cicatriz. No sabía lo que debería hacer al día siguiente, ignoraba cómo sería su día siguiente y el de ella, si es que ese día siguiente tenía que existir.

Permaneció tumbado tranquilamente, escuchando el tictac del despertador de encima de la mesita, la calma reinaba alrededor de ellos. Tuvo ganas de preguntarle sobre su cicatriz, sin duda había venido a verlo por eso, y una vez allí, se atrevió a ir más lejos. Inclinado sobre el costado, la observó durante un buen rato, pero tuvo miedo de romper aquella quietud en la que ninguno de los dos se atrevía ni a respirar. El tictac del reloj le recordó la realidad, el tiempo pasaba. En el momento en que se incorporaba para mirar la hora, Xiaoxiao abrió los ojos, se subió los pantalones bajo las sábanas y se los abotonó antes de sentarse.

– ¿Te vas? -preguntó él.

Ella asintió con la cabeza y salió de debajo de las mantas. No se había quitado los calcetines violeta. Fue a ponerse los zapatos. El se quedó tumbado, mirando en silencio cómo se ponía el abrigo acolchado y luego cómo se envolvía el rostro en su bufanda. La vio tomar de la mesa los guantes de lana y acabó preguntándole:

– ¿Qué te pasa?

Su propia voz le pareció ronca.

– Nada -dijo ella con la cabeza gacha. Luego se puso lentamente los guantes.

– Si te ocurre algo, ¡dímelo!

Creía necesario pronunciar estas palabras.

– Nada -repitió ella sin levantar la cabeza. Luego dio media vuelta y descorrió el pestillo de la puerta.

Se levantó rápidamente, descalzo sobre el suelo helado, con la intención de retenerla; pero, de pronto, se dio cuenta de lo que se estaba arriesgando a hacer.

– No salgas, vas a coger frío -dijo Xiaoxiao.

– ¿Volverás? -preguntó él.

Ella afirmó con la cabeza, luego abrió suavemente la puerta y salió.

No volvió y nunca más apareció por la oficina del cuartel general de los rebeldes. Él no tenía la dirección de su familia. Era la única del grupo de estudiantes que se quedó tanto tiempo en su institución, pero nunca le preguntó de dónde venía y tan sólo sabía su nombre, que además puede que fuera un apodo entre compañeros. De lo que estaba seguro era de que bajo el seno de aquella joven llamada Xiaoxiao, el seno izquierdo, no, el seno derecho, que tenía en su mano izquierda, bajo el seno derecho de aquella chica, había una cicatriz que parecía reciente, de algo más de dos centímetros de largo. Recordaba que la joven se mostraba sumisa, que no lo frenó en ningún momento, que había querido mostrarle la cicatriz, ¿quería provocar su compasión o seducirlo? ¿Tenía dieciséis o diecisiete años? No tenía vello en el pubis, era lo suficientemente atractiva como para que él la deseara, y, quizá porque era demasiado joven y frágil, tenía miedo de asumir sus responsabilidades. No sabía si los padres de Xiaoxiao habían sufrido algún percance, y no tenía medio alguno de conocer el origen de la cicatriz. ¿Habría venido a verlo sólo por aquella marca? ¿Para pedirle protección y apoyo? ¿O quizás estaba simplemente desorientada o atemorizada? Quizá se acostó con él para sentirse mejor; pero él no se atrevió a aceptarla, a retenerla.

Varias veces, al salir de su casa o regresar en bicicleta, pasó por delante de la callejuela en que Xiaoxiao saltó aquella noche, pero nunca más la vio. Entonces se arrepintió de no haberla retenido, de no haberle dicho palabras cariñosas para que se sintiera mejor, de haber sido tan cauteloso, tan prudente, tan increíblemente estúpido.

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