Capítulo 21

Damien no podía parar de temblar. Apartamos las fotos, le trajimos una nueva taza de té y nos ofrecimos a buscarle un jersey extra o a calentarle la pizza que quedaba, pero sacudió la cabeza sin mirarnos. A mí, toda aquella escena me resultaba completamente irreal. No podía apartar la vista de Damien. Había arrasado mi mente en busca de recuerdos, había entrado en el bosque de Knocknaree, había arriesgado mi carrera y estaba perdiendo a mi compañera, y todo por ese chico.

Cassie le leyó sus derechos -despacio y con ternura, como si Damien hubiera sufrido un desafortunado accidente- mientras yo me mantenía en la retaguardia conteniendo la respiración, pero no quiso un abogado.

– ¿Para qué? Lo hice yo, de todos modos ustedes ya lo sabían, ahora lo sabrá todo el mundo, no hay nada que un abogado pueda… Iré a la cárcel, ¿no? ¿Voy a ir a la cárcel?

Le castañeteaban los dientes; necesitaba algo mucho más fuerte que un té.

– Ahora no te preocupes por eso, ¿de acuerdo? -le dijo Cassie con dulzura. A mí me pareció una sugerencia bastante ridícula, dadas las circunstancias, pero a Damien pareció calmarlo un poco; incluso asintió-. Si continúas ayudándonos, nosotros haremos todo lo posible por ayudarte a ti.

– Yo no quería… ya lo ha dicho usted, yo no quería hacerle daño a nadie, lo juro por Dios. -Tenía los ojos fijos en Cassie como si su vida dependiera de que ella le creyera-. ¿Puede decírselo, se lo dirá al juez? Yo no soy ningún psicópata o asesino en serie o… Yo no soy así. No quería hacerle daño, lo juro por, por, por…

– Ya lo sé. -Cassie puso su mano sobre la de él, y con el pulgar le acarició el dorso de la muñeca a un ritmo apaciguante-. Tranquilo, Damien. Todo se arreglará. Lo peor ya ha pasado. Lo único que tienes que hacer ahora es contarnos qué ocurrió, con tus propias palabras. ¿Harás eso por mí? -Después de respirar hondo varias veces asintió valerosamente-. Bien hecho -dijo Cassie.

Paró en seco de darle palmaditas en la cabeza y ofrecerle una galletita.

– Necesitamos conocer toda la historia, Damien -le expliqué, acercando mi silla-; paso a paso. ¿Dónde empezó?

– ¿Eh? -preguntó, al cabo de un momento. Se le veía aturdido-. Yo… ¿cómo?

– Has dicho que no querías hacerle daño. Entonces, ¿cómo ocurrió?

– No lo… O sea, no estoy seguro. No me acuerdo. ¿No puedo hablar de esa noche y ya está?

Cassie y yo nos miramos el uno al otro.

– De acuerdo -acepté-. Está bien, empieza por cuando saliste del trabajo el lunes por la tarde. ¿Qué hiciste?

Había algo allí, era evidente que lo había, su memoria no lo había abandonado por mucho que le conviniera; pero si lo presionábamos ahora podía callárselo todo o cambiar de idea sobre lo del abogado.

– Vale… -Damien respiró hondo otra vez y se sentó más erguido, con las manos bien sujetas entre las rodillas, como un colegial en un examen oral-. Fui a casa en autobús. Cené con mi madre y luego jugamos un rato al Scrabble; a ella le encanta. Mi madre se fue a la cama a las diez, como siempre, está medio enferma, delicada del corazón. Yo, esto, me fui a mi cuarto y me quedé allí hasta que se durmió, como ronca podía saber… Intenté leer o hacer algo, pero no podía, no podía concentrarme, estaba tan…

Los dientes le castañetearon de nuevo.

– Tranquilo -dijo Cassie con suavidad-. Ya ha pasado. Estás haciendo lo correcto.

Él respiró entrecortadamente y asintió.

– ¿A qué hora saliste de casa? -le pregunté.-Eh… a las once. Volví andando a la excavación, es que en realidad sólo está a unos kilómetros de mi casa, sólo que en autobús se tarda un montón porque hay que entrar en el centro y luego salir otra vez. Di un rodeo por calles traseras para evitar la urbanización. Luego tenía que pasar por la casa de labor, pero como el perro me conoce, cuando se levantó le dije: «Buen chico, Laddie», y se calló. Estaba oscuro, pero llevaba linterna. Entré en la caseta de herramientas y cogí un par de… de guantes, y me los puse, y busqué una… -Le costó tragar saliva-. Busqué una piedra grande. Por el suelo, donde acaba la excavación. Entonces fui a la caseta de los hallazgos.

– ¿Qué hora era? -quise saber.

– Hacia medianoche.

– ¿Y cuándo llegó Katy allí?

– Tenía que ser… -Parpadeó y bajó la cabeza-. Tenía que ser a la una, pero llegó antes, como a la una menos cuarto. Cuando llamó a la puerta casi me dio un infarto.

Tuvo miedo de ella. Me dieron ganas de darle un puñetazo.

– Y la dejaste entrar.

– Sí. Llevaba unas galletas de chocolate en la mano, supongo que las cogió de casa para el camino, me dio una pero yo no podía… es que no podía comer. Me la metí en el bolsillo. Ella se comió la suya y me habló un par de minutos de la escuela de danza y eso. Y entonces dije… dije: «Mira ese estante», y ella se giró. Y yo, eh… la golpeé. Con la piedra, en la parte de atrás de la cabeza. La golpeé.

Había una nota aguda de pura incredulidad en su voz. Tenía las pupilas tan dilatadas que sus ojos parecían negros.

– ¿Cuántas veces? -pregunté.

– No sé… yo… Dios. ¿Tengo que hacer esto? Quiero decir, ya os he dicho que lo hice yo, ¿no podéis… no…?

Estaba aferrado al borde de la mesa, con las uñas clavadas.

– Damien -respondió Cassie, con suavidad pero con firmeza-, tenemos que conocer los detalles.

– Vale, vale. -Se frotó la boca con torpeza-. Sólo la golpeé una vez, pero creo que no lo hice con bastante fuerza porque se cayó como si hubiera tropezado, pero aún estaba… Se dio la vuelta y abrió la boca como si fuese a chillar, así que… la agarré. Quiero decir, yo estaba asustado, estaba muy asustado, y si gritaba… -Prácticamente farfullaba-. Le tapé la boca con la mano y traté de golpearla otra vez, pero paró el golpe con las manos y me arañó y me dio patadas y de todo… Estábamos en el suelo, ¿no? Y yo ni siquiera veía lo que pasaba porque sólo tenía mi linterna encima de la mesa, no había encendido la luz, quise sujetarla pero ella intentaba llegar a la puerta, no paraba de retorcerse y era fuerte. No me esperaba que fuera tan fuerte, siendo…

Su voz se extinguió y se quedó mirando la mesa. Respiraba por la nariz, deprisa y con aspereza y no muy hondo.

– Siendo tan pequeña -terminé con monotonía.

Damien abrió la boca, pero no salió nada. Había adquirido un desagradable tono blanco verdoso y sus pecas aparecían como en alto relieve.

– Podemos hacer una pausa si quieres -dijo Cassie-. Pero tarde o temprano tendrás que contarnos el resto de la historia.

Sacudió la cabeza con violencia.

– No. No quiero pausa. Sólo quiero… Estoy bien.

– De acuerdo -asentí-. Pues continuemos. Le estabas tapando la boca con una mano y ella se resistía.

Cassie tuvo un tic que dominó a medias.

– Sí, vale. -Damien se abrazó a sí mismo, con las manos hundidas en las mangas del jersey-. Entonces se puso boca abajo y empezó como a arrastrarse hacia la puerta, y… la golpeé otra vez. Con la piedra, en un lado de la cabeza. Creo que esta vez le di más fuerte, por la adrenalina, porque se desplomó. Quedó inconsciente. Pero aún respiraba, y muy alto, como un gemido, por eso supe que tenía que… No podía golpearla otra vez, es que no podía. No quería… -Estaba al borde de la hiperventilación-. No quería… hacerle daño.

– ¿Qué pasó luego?

– En la caseta había unas bolsas de plástico. Para los hallazgos. O sea que cogí una y… se la puse en la cabeza y la aguanté enroscada hasta que…

– ¿Hasta que qué? -dije yo.

– Hasta que dejó de respirar -dijo Damien al fin, muy suavemente.

Hubo un largo silencio; sólo el viento con su silbido inquietante a través del respiradero y el sonido de la lluvia.

– ¿Y entonces?

– Entonces. -La cabeza de Damien se bamboleó un poco; tenía la mirada ausente-. La recogí. No podía dejarla en la caseta de los hallazgos o se sabría todo, así que tenía que sacarla de la excavación. Estaba… había sangre por todas partes, supongo que de su cabeza. Le dejé la bolsa de plástico puesta para que la sangre no se desparramara. Pero cuando salí al yacimiento había… En el bosque vi una luz, como una fogata o algo parecido. Había alguien allí. Me asusté, me asusté tanto que apenas me sostenía en pie, pensé que se me iba a caer… Quiero decir, ¿y si me veían? -Volvió las palmas hacia arriba como suplicando; la voz se le quebró-. No sabía qué hacer con ella.

Se había saltado lo de la paleta.

– ¿Y qué hiciste? -le pregunté.

– La llevé de vuelta a las casetas. En la de las herramientas hay unas lonas que utilizamos para cubrir parcelas delicadas de la excavación cuando llueve. Pero casi nunca las necesitamos. La envolví en una lona para que… o sea, no quería… los bichos, y eso… -Tragó saliva-. Y la puse debajo de las otras. Supongo que podría haberla dejado en un campo y ya está, pero me pareció… Hay zorros y… y ratas y cosas por ahí, y a lo mejor habrían tardado días en encontrarla, y yo no quería tirarla sin más. No podía pensar con claridad. Pensé que quizá la noche del día siguiente sabría qué hacer…

– ¿Entonces te fuiste a casa?

– No, primero limpié la caseta de los hallazgos. La sangre. Estaba el suelo lleno, y los escalones, y los guantes y los pies se me manchaban cada vez más y… Llené un cubo de agua con la manguera y procuré lavarlo. Era… Se notaba el olor… Tuve que parar porque pensé que iba a vomitar.

Nos miró, lo juro, como si esperase nuestra compasión.

– Tuvo que ser espantoso -señaló Cassie, con clemencia.

– Sí. Madre mía, lo fue. -Damien se volvió hacia ella, agradecido-. Me hubiera quedado allí para siempre, no dejaba de pensar que casi era de día y los chicos llegarían en cualquier momento y tenía que darme prisa, y luego pensé que aquello era una pesadilla y tenía que despertarme, y luego me mareé… Ni siquiera veía lo que estaba haciendo, tenía la linterna pero la mitad del tiempo estaba demasiado asustado para encenderla, pensaba que quien estuviera en el bosque la vería y vendría a mirar, así que estaba a oscuras, con sangre por todas partes, y cada vez que oía un ruido pensaba que me iba a morir, pero a morirme de verdad… No paraban de oírse esos ruidos de fuera, como si algo rascara las paredes de la caseta. Una vez me pareció escuchar, no sé, como si olisquearan por donde estaba la puerta, por un segundo pensé que tal vez era Laddie, pero por la noche lo atan, y estuve a punto de… Dios, fue…

Sacudió la cabeza, apabullado.

– Pero al final lo limpiaste -señalé.

– Sí, supongo. Todo lo que pude. Pero es que… no podía seguir, ¿saben? Dejé la piedra detrás de las lonas, y ella tenía esa linternita y también la dejé ahí. Por un segundo… cuando levanté las lonas las sombras formaron una extraña figura y pareció como si… como si ella se moviera, Dios mío…

De nuevo, su rostro empezó a adquirir una curiosa tonalidad verdosa.

– Así que dejaste la piedra y la linterna en la caseta de las herramientas -dije.

Se había vuelto a saltar lo de la paleta, un detalle que no me molestaba tanto como cabría pensar. A esas alturas, cualquier cosa que rehuyera se convertía en un arma para nosotros, que podríamos usar cuando nos conviniera.

– Sí. Y me lavé los guantes y los volví a dejar en la bolsa. Y luego cerré las casetas y… me fui andando a casa y ya está.

En voz baja y sin contenerse, como si llevara mucho tiempo esperando para poder hacerlo, Damien se echó a llorar.


Lloró largo rato y con demasiada intensidad para poder responder preguntas. Cassie se sentó a su lado mientras le daba palmaditas y le murmuraba palabras con suavidad y le pasaba pañuelos. Al cabo de un rato nuestras miradas se cruzaron por encima de la cabeza de Damien y ella asintió. Los dejé solos y me fui a buscar a O'Kelly.

– ¿Ese niño mimado? -dijo éste, y las cejas se le dispararon hacia arriba-. Pues me dejas tieso. No pensé que tuviera suficientes huevos. Yo apostaba por Hanly. Acaba de irse ahora mismo, le ha dicho a O'Neill que se metiera sus preguntas por el culo y se ha largado. Menos mal que Donnelly no ha hecho lo mismo. Empezaré con el archivo para el fiscal general.

– Necesitamos su registro de llamadas y el de su cuenta -señalé-, e interrogatorios con los demás arqueólogos, compañeros de clase, amigos del colegio y cualquiera cercano a él. Está siendo muy reservado respecto al móvil.

– ¿A quién coño le importa el móvil? -exclamó O'Kelly, pero su irritación carecía de convicción. Estaba entusiasmado.

Sabía que yo también debería estarlo, pero por algún motivo no era así. Cuando soñaba con resolver el caso, mi imagen mental no se parecía en nada a aquello. La escena en la sala de interrogatorios, que debería haber sido el mayor triunfo de mi carrera, resultaba demasiado poca cosa, demasiado tardía.

– En este caso, a mí -respondí. Técnicamente, O'Kelly tenía razón. Mientras puedas demostrar que tu hombre cometió el crimen, no tienes ninguna obligación en absoluto de explicar el porqué; pero los jurados, guiados por la televisión, quieren un móvil. Y, esta vez, yo también-. Un crimen tan brutal cometido por un buen chico sin un solo antecedente, la defensa alegará enajenación mental. Si encontramos un móvil, eso queda descartado.

O'Kelly resopló.

– Está bien, pondré a los chicos a hacer interrogatorios. Vuelve ahí dentro y consígueme un caso irrefutable. Y Ryan… -dijo a regañadientes, cuando me giré para irme-. Bien hecho. Los dos.


Cassie había logrado tranquilizar a Damien, que seguía un poco tembloroso y sonándose la nariz, pero ya no sollozaba.

– ¿Estás bien para continuar? -le preguntó ella, y le apretó la mano-. Ya casi estamos, ¿de acuerdo? Lo estás haciendo muy bien.

La sombra patética de una sonrisa sobrevoló un instante el rostro de Damien.

– Sí -contestó-. Siento haber… lo siento. Estoy bien.

– Perfecto. Si necesitas otra pausa, me lo dices.

– Bien -comencé yo-, estábamos en el momento en que te fuiste a casa. Háblanos del día siguiente.

– Ah, sí… El día siguiente. -Damien tomó una larga, resignada y trémula inspiración-. Todo el día fue una completa pesadilla. Estaba tan cansado que no podía ni ver, y cada vez que alguien entraba en la caseta de las herramientas creía que me iba a desmayar, y tenía que comportarme de un modo normal, ya sabéis, reírme de los chistes de la gente y actuar como si no hubiera pasado nada, y no dejaba de pensar… de pensar en ella. Y además esa noche tuve que hacer lo mismo otra vez, esperar a que mi madre se fuera a dormir y escabullirme para volver a la excavación andando. Si llego a ver de nuevo esa luz en el bosque, yo no sé lo que hago. Pero no estaba.

– Y regresaste a la caseta de las herramientas -dije.

– Sí. Volví a ponerme unos guantes y la saqué. Estaba… pensé que estaría tiesa, pensaba que los cadáveres se ponen tiesos, pero ella… -Se mordió el labio-. Ella no lo estaba, no del todo. Aunque estaba fría. Era… yo no quería tocarla.

Tuvo un escalofrío.

– Pero tenías que hacerlo.

Damien asintió y se sonó la nariz otra vez.

– La saqué a la excavación y la coloqué sobre el altar de piedra. Para ponerla a salvo de ratas y otros bichos. Donde alguien la encontrara antes de que… Intenté que pareciera que estaba durmiendo. No sé por qué. Tiré la piedra y enjuagué la bolsa de plástico y la devolví a su sitio, pero no encontré su linterna, estaba en alguna parte detrás de las lonas, y yo… yo sólo quería irme a mi casa.

– ¿Por qué no la enterraste? -quise saber-. En el yacimiento o en el bosque.

No es que fuera relevante, pero habría sido lo más inteligente. Damien me miró con la boca entreabierta.

– No se me ocurrió -dijo-. Yo sólo quería salir de allí lo más rápido posible. Y de todos modos… quiero decir, ¿enterrarla? ¿Como si fuese basura?

Y habíamos tardado un mes en atrapar a esa joya.

– Al día siguiente -continué- te aseguraste de ser uno de los que descubrieran el cuerpo. ¿Por qué?

– Ah, sí, eso. -Hizo un pequeño movimiento compulsivo, como si se encogiera de hombros-. Oí… bueno, llevaba los guantes puestos, así que no dejé huellas, pero en alguna parte oí que si quedaba un pelo mío en ella, o pelusa de mi jersey o lo que fuera, la policía podía averiguar de quién era. Por eso decidí que tenía que encontrarla yo. No quería, Dios mío, no quería verla, pero… Me pasé todo el día intentando pensar en una excusa para subir ahí, pero me daba miedo levantar sospechas. Estaba… no podía pensar. Sólo quería que aquello terminara. Y entonces Mark mandó a Mel a trabajar en el altar de piedra. -Soltó un suspiro, un ruidito cansado-. Y a partir de eso… la verdad es que fue más fácil, ¿saben? Al menos ya no tenía que fingir que todo iba bien.

No era de extrañar que estuviera alelado durante aquella primera entrevista. Aunque no lo suficiente como para ponernos en guardia. Para ser un novato, lo había hecho bastante bien.

– Y cuando hablamos contigo… -dije, pero me detuve.

Cassie y yo no nos miramos, no movimos ni un músculo, pero de repente caímos en la cuenta de un detalle que nos fulminó a los dos como una descarga eléctrica. Uno de los motivos por los que nos habíamos tomado tan en serio la historia de Jessica sobre el Chándal Fantasma era que Damien situó a ese mismo desconocido prácticamente en la escena del crimen.

– Cuando hablamos contigo -dije, al cabo sólo de una pausa minúscula- te inventaste a un tío gordo en chándal, para confundirnos.

– Sí. -La mirada de Damien saltó ansiosamente entre Cassie y yo-. Lo siento mucho. Es que pensé…

– Se suspende el interrogatorio -dijo Cassie, y se fue.

La seguí, con una sensación de vacío en el estómago y un débil y aprensivo «Esperen, ¿qué…?» que Damien lanzó a nuestra espalda.


Por una especie de instinto compartido, no nos quedamos en el pasillo ni volvimos a la sala de investigaciones, sino que fuimos a la puerta de al lado, a la sala donde Sam había interrogado a Mark. Aún quedaban restos esparcidos por la mesa: servilletas arrugadas, vasos de papel, salpicaduras de un líquido oscuro después de que alguien diera un puñetazo en la mesa o empujara una silla hacia atrás…

– ¡Ya está! -exclamó Cassie, a medio camino entre el jadeo y la risa-. ¡Lo hemos conseguido, Rob!

Arrojó su libreta encima de la mesa y me rodeó los hombros con un brazo. Fue un gesto de alegría rápido y espontáneo, pero me puso los pelos de punta. Llevábamos todo el día trabajando juntos con la compenetración de siempre, haciéndonos rabiar el uno al otro como si nunca hubiera pasado nada, pero fue sólo pensando en Damien y porque el caso lo exigía; y no creí que fuera necesario explicarle esto a Cassie.

– Eso parece, sí -respondí.

– Cuando por fin ha dicho… Dios, creo que mi mandíbula casi ha tocado el suelo. Esta noche hay champán, acabemos cuando acabemos, y en cantidad. -Soltó una honda espiración, se apoyó en la mesa y se pasó los dedos por el pelo-. Creo que deberías ir a buscar a Rosalind.

Noté que los hombros se me tensaban.

– ¿Por qué? -pregunté, impasible.

– Yo no le caigo bien.

– Sí, eso ya lo sé. Pero ¿por qué hay que ir a buscarla?

Cassie se detuvo a medio desperezarse y se me quedó mirando.

– Rob, ella y Damien nos dieron la misma pista falsa. Tiene que haber alguna conexión.

– En realidad -la corregí-, Jessica y Damien nos dieron la misma pista falsa.

– ¿Piensas que Damien y Jessica están en esto juntos? Vamos…

– Yo no pienso que nadie esté en nada. Lo que pienso es que Rosalind ya ha sufrido suficiente para toda una vida y que no hay la menor posibilidad de que sea cómplice del asesinato de su hermana, así que no veo por qué hay que arrastrarla hasta aquí y provocarle un trauma aún mayor.

Cassie se sentó encima de la mesa y me miró. Fui incapaz de calibrar el alcance de la expresión en su rostro.

– ¿Crees -inquirió finalmente- que ese infeliz hizo esto por sí mismo?

– Ni lo sé ni me importa -contesté, y aunque oía ecos de O'Kelly en mi voz era incapaz de parar-. A lo mejor lo contrató Andrews o alguno de sus colegas. Eso explicaría por qué elude todo el tema del móvil. Teme que vayan a por él si los delata.

– Ya, pero es que no tenemos ni una sola conexión entre él y Andrews…

– Todavía.

– Y tenemos una entre él y Rosalind.

– ¿No me has oído? He dicho «todavía». O'Kelly está con las cuentas y el registro de llamadas. Cuando llegue, veremos qué tenemos entre manos y partiremos de ahí.

– Cuando llegue todo eso, Damien se habrá tranquilizado y se habrá buscado un abogado, y Rosalind habrá visto la detención en las noticias y estará en guardia. La traemos ahora mismo y los confrontamos hasta averiguar qué está pasando.

Pensé en la voz de Kiernan, o en la de McCabe; en la vertiginosa sensación a medida que los ligamentos de mi mente se aflojaban y yo despegaba hacia un suave e infinitamente acogedor cielo azul.

– No -dije-, no lo haremos. Es una chica frágil, Maddox. Es sensible y está sometida a una presión enorme, acaba de perder a una hermana y no tiene ni idea de por qué. ¿Y tu respuesta es que la confrontemos con el asesino? Por Dios, Cassie, tenemos una responsabilidad con esa chica.

– No, Rob, no la tenemos -respondió Cassie con aspereza-. Eso es tarea de Apoyo a las Víctimas. Nosotros tenemos una responsabilidad con Katy, y consiste en intentar descubrir la verdad sobre qué diablos pasó y ya está. Todo lo demás es secundario.

– ¿Y si Rosalind cae en una depresión o tiene una crisis nerviosa porque hemos estado acosándola? ¿También dirás que eso es problema de Apoyo a las Víctimas? Podríamos marcarla de por vida, ¿lo entiendes? Hasta que tengamos mucho más que una coincidencia menor, vamos a dejar a esa chica en paz.

– ¿Una coincidencia menor? -Cassie se hundió con fuerza las manos en los bolsillos-. Rob, si se tratara de otra persona y no de Rosalind Devlin, ¿qué estarías haciendo ahora mismo?

Una oleada de ira creció en mi interior, una furia pura, densa y compleja.

– No, Maddox, no. Ni se te ocurra salir con eso. En todo caso es al revés. Rosalind no te ha gustado nunca, ¿verdad? Te mueres por un motivo para ir tras ella desde el primer día, y ahora que Damien te ha dado esa mierda de excusa patética te has echado encima como un perro hambriento con un hueso. Dios mío, esa pobre niña me dijo que muchas mujeres le tienen celos, pero debo admitir que esperaba más de ti. Ya veo que me equivocaba.

– ¿Celos de…? ¡Dios santo, Rob, qué valor tienes! Y yo no me esperaba que apoyaras a una maldita sospechosa sólo porque sientes lástima de ella, y porque te gusta, y porque estás cabreado conmigo por alguna puta y extraña razón…

Estaba perdiendo el control rápidamente, y yo lo observaba con gran placer. Mi ira es fría, controlada y articulada, capaz de aplastar una explosión de mal genio como la de Cassie en cualquier momento.

– Me gustaría que bajaras la voz -dije-. Te estás poniendo en evidencia.

– Oh, ¿eso crees? Pues tú eres una vergüenza para toda la maldita brigada. -Se metió la libreta en el bolsillo y las páginas se arrugaron-. Me voy a buscar a Rosalind Devlin.

– No, no lo harás. Por el amor de Dios, actúa como una jodida profesional, no como una adolescente histérica con ganas de venganza.

– Sí, sí lo haré, Rob. Y tú y Damien podéis hacer lo que os dé la gana, podéis chuparos la polla el uno al otro o moriros, por mí…

– Vaya -respondí-, desde luego eso me ha puesto en mi sitio. Muy profesional.

– ¿Qué coño tienes en la cabeza? -chilló Cassie.

Dio un portazo tras de sí, y oí cómo reverberaba el eco pasillo abajo, profundo y funesto.


Le dejé un margen considerable para que se marchara y luego salí a fumarme un cigarrillo; Damien podía cuidar de sí mismo, como un niño grande, unos minutos más. Empezaba a oscurecer y seguían cayendo cortinas de una lluvia gruesa y apocalíptica. Me subí el cuello de la chaqueta y me apretujé incómodamente en el umbral. Me temblaban las manos. Cassie y yo nos habíamos peleado antes, desde luego que sí; los compañeros discuten con la misma ferocidad que los amantes. Una vez la enfurecí tanto que dio un manotazo en su escritorio y se le hinchó la muñeca, y no nos hablamos durante casi dos días. Pero hasta aquello había sido distinto; completamente distinto.

Tiré mi cigarrillo empapado a medio fumar y volví adentro. Una parte de mí deseaba procesar a Damien e irme a casa y dejar que Cassie se las apañara cuando al volver viera que no estábamos, pero sabía que no podía permitirme ese lujo; tenía que averiguar el móvil de ese tipo, y tenía que hacerlo a tiempo de evitar que Cassie sometiera a Rosalind al tercer grado.

Damien empezaba a ser consciente de los acontecimientos. Estaba casi desesperado de ansiedad, mordiéndose las cutículas y moviendo las rodillas, y no podía parar de hacerme preguntas: «¿Qué pasará ahora? Voy a ir a la cárcel, ¿verdad? ¿Durante cuánto tiempo? A mi madre le va a dar un infarto, está delicada del corazón… ¿La cárcel es peligrosa de verdad, es como en la tele?». Esperé por su bien que no viera Oz [21].

Sin embargo, cada vez que me acercaba demasiado al tema del móvil, se callaba. Encerrándose en sí mismo como un erizo, esquivaba mi mirada y empezaba a alegar pérdida de memoria. La discusión con Cassie parecía haberme roto el ritmo; todo resultaba terriblemente desquiciado e irritante, y por más que lo intentaba no lograba que Damien hiciera otra cosa que contemplar la mesa y negar con la cabeza, abatido.

– Está bien -dije al fin-. A ver, infórmame un poco. Tu padre murió hace nueve años, ¿correcto?

Damien levantó la vista con cautela.

– Casi diez, a finales de octubre será el décimo aniversario. ¿Puedo…? ¿Cuando acabemos podré salir bajo fianza?

– Eso es decisión de un juez. ¿Tu madre trabaja?

– No. Ya lo he dicho antes, tiene eso del… -Hizo un vago gesto señalándose el pecho-. Cobra una pensión por invalidez. Y mi padre nos dejó algo de… ¡Dios mío, mi madre! Debe de estar volviéndose loca… ¿Qué hora es?

– Tranquilo. Ya hemos hablado con ella, sabe que nos estás ayudando en la investigación. Incluso con el dinero que dejó tu padre, no tiene que ser fácil llegar a fin de mes.

– ¿Cómo…? Bueno, nos las apañamos.

– Aun así -repliqué-, si alguien te ofreciera un montón de dinero por hacer un trabajo te verías tentado, ¿no?

A la mierda Sam y a la mierda O'Kelly. Si el tío Redmond había contratado a Damien, necesitaba saberlo ahora.

Las cejas de Damien se juntaron en un gesto que parecía de genuina confusión.

– ¿Qué?

– Podría nombrarte a unas cuantas personas con millones de razones para ir tras la familia Devlin. Pero la cuestión, Damien, es que no son de los que hacen su propio trabajo sucio. Son de los que contratan a alguien. -Hice una pausa para darle ocasión de decir algo, pero se limitó a mostrar una expresión aturdida-. Si tienes miedo de alguien -continué, con toda la amabilidad de la que fui capaz-, podemos protegerte. Y si alguien te contrató para hacer esto, entonces tú no eres el auténtico asesino, ¿verdad? Lo es él.

– ¿Qué? Yo no… ¿qué? ¿Cree que alguien me pagó para… para…? ¡Dios mío, no!

Su boca se abrió en señal de pura y horrorizada indignación.

– Pues si no fue por dinero -inquirí-, entonces ¿por qué?

– ¡Ya se lo he dicho, no lo sé! ¡No me acuerdo!

Por un instante extremadamente antipático llegué a preguntarme si, de hecho, no habría perdido una fracción de su memoria; y, en tal caso, por qué y dónde. Descarté la idea. Es algo que oímos sin parar, y yo había visto la expresión de su rostro cuando se saltó lo de la paleta. Fue deliberado.

– ¿Sabes? Hago todo lo que puedo por ayudarte, pero no hay modo de hacerlo si tú no eres sincero conmigo.

– ¡Lo estoy siendo! No me encuentro bien…

– No, Damien, no lo eres -dije-. Y te diré cómo lo sé. ¿Recuerdas esas fotos que te he enseñado? ¿Recuerdas la de Katy con la cara levantada? Se la hicieron en la autopsia, Damien. Y la autopsia reveló qué le hiciste a esa niña exactamente.

– Ya le he dicho…

Me acerqué a su cara con un movimiento rápido.

– Y además, Damien, esta mañana hemos encontrado la paleta en la caseta de las herramientas. ¿Te crees que somos idiotas? Ésta es la parte que te has saltado: después de matar a Katy, le bajaste los pantalones y las bragas y le introdujiste el mango de la paleta.

Damien se llevó las manos a ambos lados de la cabeza.

– No, no…

– ¿Y tratas de decirme que simplemente ocurrió? Violar a una niña con una paleta no es algo que ocurra y ya está, no sin una maldita buena razón, y será mejor que dejes de joder y me digas cuál fue. A menos que sólo seas un enfermo pervertido. ¿Es eso, Damien? ¿Lo eres?

Le estaba presionando demasiado. Como no podía ser de otra manera, Damien, que al fin y al cabo había tenido un día muy largo, se echó a llorar otra vez.

Transcurrió un buen rato. Con las manos en la cara, sollozaba convulsivamente y con voz ronca. Me apoyé en la pared preguntándome qué diablos hacer con él y de vez en cuando, si paraba para coger aire, volvía a atacarlo con lo del móvil sin gran entusiasmo. No contestaba; ni siquiera sé si me oía. En ese cuarto hacía demasiado calor y aún olía a pizza, empalagosa y nauseabunda. Era incapaz de concentrarme. Sólo podía pensar en Cassie, en Cassie y Rosalind, en si Rosalind había accedido a venir, en si estaría aguantando el tipo, en que Cassie llamaría a la puerta en cualquier momento para confrontarla con Damien…

Acabé por rendirme. Eran las ocho y media y aquello no tenía sentido. Damien ya no podía más, llegado a ese punto ni el mejor detective del mundo lograría sacarle nada coherente, y yo sabía que debería haberme percatado mucho antes.

– Vamos -le dije-. Hay que cenar y descansar un poco. Mañana lo intentaremos otra vez.

Alzó la vista y me miró. Tenía la nariz roja y los ojos hinchados y medio cerrados.

– ¿Puedo irme… a casa?

«Te acaban de detener por asesinato, ¿a ti qué te parece, genio?» No me quedaban fuerzas para ser sarcástico.

– De momento, esta noche permanecerás arrestado -le respondí-. Haré que venga a buscarte alguien.

Cuando saqué las esposas, se las quedó mirando como si fueran un instrumento de tortura medieval.

La puerta de la sala de observación estaba abierta, y cuando pasamos por delante vi a O'Kelly de pie frente al cristal, con las manos en los bolsillos, balanceándose adelante y atrás sobre sus talones. El corazón me dio un vuelco: Cassie debía de estar en la sala de interrogatorios; Cassie y Rosalind. Por un instante pensé en entrar, aunque descarté la idea al instante porque no quería que Rosalind me relacionara de ningún modo con todo aquel desastre. Entregué a Damien -todavía pálido, aturdido y con la respiración entrecortada por largos sollozos, como un niño que ha llorado con demasiada intensidad- a los agentes uniformados y me fui a casa.

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