– Buenas noches, caballeros y señora Houdini -dijo Sherlock Holmes, dejando a un lado su violín-. Pensé que tendría que salir por aquí. Espero, Lestrade, que tenga una buena razón para interrumpir el espectáculo del señor Houdini. Lo estaba disfrutando inmensamente.
– Sherlock Holmes -dijo Lestrade indignado-. Debí intuir que andaría cerca cuando Watson hacía el ridículo sobre el escenario.
– Bueno, bueno, Lestrade. Recordará que le he sido de ayuda una o dos veces en el pasado. Y en cuanto a Watson, me temo que estaba demasiado inmerso en la adoración de su público como para advertir mi presencia.
– ¿Ha estado usted aquí todo el tiempo, Holmes? -le pregunté, avergonzado.
– En el foso de la orquesta, Watson. Tocando junto a los excelentes músicos del Savoy.
– Ha perdido el tiempo entonces, señor Holmes -dijo Lestrade-. Es una investigación oficial de la máxima relevancia. No hay lugar para aficionados, gracias.
– ¿Por qué no me complace, Lestrade? ¿Eh?-dijo Holmes, sonriendo con indulgencia-. Me estoy haciendo mayor, ¿sabe? Watson, ¿se ha recuperado la señora Houdini de su caída?
– Estoy bien, señor Holmes -respondió ella-. Solo he resbalado. Harry a veces se deja llevar demasiado.
– Ya lo he visto. Y ¿cómo está el agente Wilkins?
– Inconsciente todavía, Holmes -repliqué.
– Y lo estará por un buen rato -añadió Houdini, orgulloso.
– Muy bien. Entonces supongamos que nos tomamos un momento, mientras Wilkins se recupera, para revisar el caso contra Houdini. ¿Dice que ha robado unos documentos, Lestrade? ¿Ha sido esto idea suya?
– Nuestro caso contra el señor Houdini está totalmente cerrado. Tenemos al culpable.
– Pero aun así está teniendo cuidado en evitar a los caballeros de la prensa. No ha sido usted nunca de esas personas que no quieren asumir el mérito en un caso, Lestrade. De hecho, más de una vez he llegado a saber que se ha atribuido mis méritos. ¿Pudiera ser que el caso no esté tan atado como nos quiere hacer creer?
Lestrade callaba.
– Así pues, ¿cuál es la naturaleza de esos documentos que se supone que el señor Houdini se ha llevado?
– No estoy autorizado a decirlo -dijo Lestrade, ceñudo.
– Quiere decir que no lo sabe. Ahora, corríjame si me desvío en mis conjeturas, pero creo que no me equivoco si supongo que había bastante gente en Gairstowe House la pasada noche. ¿O tuvieron Houdini y el príncipe un encuentro tete á tete?
– Era una fiesta bastante concurrida, en cuanto a lo que nos interesa, e incluía a un buen número de diplomáticos y sus esposas.
– ¡Madre mía! Diplomáticos y sus esposas, personajes irreprochables. Y ¿fue invitado Houdini para darle mayor solemnidad a la ocasión?
– Se le invitó para que escenificara algunos trucos.
– Pensé que se trataría de eso.
– Se ha mencionado que divirtió enormemente al príncipe.
– Estuve brillante -dijo Houdini-. Absolutamente brillante.
– ¿De verdad?-dijo Holmes, divertido por la presunción del mago-. Y una vez que le hemos sonsacado esta confesión, ¿podría decirnos también si es verdad que se escabulló hasta la planta superior para robar esos misteriosos documentos?
– En absoluto.
– Se encontraron sus huellas en la habitación, Holmes -dijo Lestrade con vehemencia.
– Ah, por fin empezamos a conocer los hechos. Las huellas de Houdini se encontraron en la habitación. Esto merece una visita a Gairstowe House, Watson. Dígame, Lestrade, ¿ha tenido ya la oportunidad de leer mi pequeña monografía sobre el tema de las huellas? ¿No? La encontrará muy instructiva. He descubierto que las huellas son generalmente las pruebas menos fiables en el campo de la investigación. ¿Alguna otra cosa?
– Bueno, como sabe, se tomaron ciertas medidas para incrementar la seguridad de Gairstowe House. De la caja fuerte se dice que es la más impenetrable de Inglaterra. Sabemos solo de dos hombres…
– Y ambos se encuentran en Newgate -reflexionó Holmes-. Entiendo. Así que confeccionó una lista con otros individuos que pudieran tener la destreza suficiente con cerraduras, y descubrió, para su gran deleite, que una persona de esas características se encontraba presente en la reunión. No es suficiente para colgar a un hombre, Lestrade.
– Estaba la huella.
– Volvemos a eso, ¿no? Hay una simpática constancia en usted, inspector.
– Mire, Holmes. He recibido instrucciones de realizar un arresto en este caso y así lo he hecho. Esto es más gordo de lo que sospecha. He tenido un encuentro con el propio secretario O'Neill.
– ¿Y resistió usted el natural impulso a arrestarlo? Cuán benévolo.
– Intenta incitarme a revelar lo que sé. No funcionará, Holmes. Esto es una investigación oficial ahora y debe seguir siéndolo. ¿Ha vuelto Wilkins en sí? Bien, entonces marchémonos.
– Solo una última cosa -dijo Holmes, retornando el violín a su funda-. ¿Cómo se propone confinar al señor Houdini? Suponga que vuelve a transformarse en ectoplasma otra vez.
Lestrade se puso rojo de ira.
– Está bien, Holmes, no hay necesidad de volver a ese tema otra vez. Me doy cuenta de que estaba equivocado. Esta vez, cuando lo encerremos, permanecerá encerrado. Wilkins, venga aquí. ¿Por qué no le enseña al señor Houdini cómo son un par de buenas esposas británicas?
El todavía aturdido agente esposó rudamente las muñecas de Houdini. El artista del escapismo las examinó con desdén. Parecía a punto de golpearlas contra una silla cuando Holmes se acercó y le puso una mano sobre las esposas.
– Le suplico -dijo- que no intente liberarse de las esposas ni tampoco escapar de prisión. Hacerlo sería como admitir su culpabilidad. Debe acompañarlos.
– Pero Holmes, estas esposas son un juego de niños. Un juguete.
– No importa, permanecerá bajo la custodia de Lestrade. Yo actuaré en su nombre. Debe permanecer en Scotland Yard. -Holmes parodió el guiño conspirativo de Houdini-. Hasta que lo haga llamar. ¿De acuerdo?
Oímos un breve tintineo de metal y Harry Houdini extendió su mano derecha libre para cerrar el trato.