Mi audaz resolución no me llevó muy lejos, porque, no bien cayó el telón, Houdini, milagrosamente recuperado, se levantó de un salto y me agarró bruscamente por la solapa.
– Maldito sea, Watson -dijo entre dientes-. ¿Ha sido idea de Holmes?
– Señor Houdini -tartamudeé-, pensé que estaba en peligro.
– «¿En peligro?» ¿Necesitando exclusivamente la ayuda del leal doctor Watson? He realizado este escapismo cientos de veces, idiota. El asunto del ahogamiento es parte del número. -Se volvió hacia la cabina hecha añicos y se pasó la mano con exasperación por el cabello húmedo-. Mire la cámara de tortura. ¿Quién va a pagar esto?
Franz le alcanzó una toalla al mago.
– ¿Cuáles son sus instrucciones, señor Houdini?
– Lo aprovecharemos. Esperamos cinco minutos, aparezco débil en el escenario, dando traspiés. Dejaremos la cámara sobre el escenario hasta que acabe el espectáculo. Mañana los diarios dirán: «El espectáculo de Houdini continúa a pesar de que la tragedia estuvo cerca».
– Muy bien, señor. Limpiaré los cristales.
– Su mujer -dije, vacilante-, estaba aterrorizada. Realmente creí que se estaba ahogando.
– Bess siempre está aterrorizada cuando hago cosas peligrosas. Apártese de mi camino, Watson. ¡Franz! Pasaremos a la momia que levita, yo los iré calentando con el número de las agujas enhebradas. ¡Charlie! Baja las luces del teatro. Hazle una señal a la orquesta. Levantad el… Lestrade, ¿qué está haciendo aquí?
En medio de toda aquella confusión, el inspector Lestrade había surgido enérgicamente de entre bastidores seguido de tres enormes agentes uniformados.
– Si yo fuera usted, no alzaría el telón, señor Houdini -dijo.
– ¡Charlie! Saca a este payaso del escenario -gritó Houdini, como si se tratara de una indicación teatral más-. Saca a Watson también.
– ¡Señor Houdini! -gritó Lestrade, hinchándose-. Se está usted dirigiendo a un agente de la ley. Ahora, mi obligación es informarle de que se encuentra bajo arresto.
– Sí, sí -dijo Houdini-, estoy seguro de que es muy interesante, pero tengo un espectáculo que debe continuar. Lo discutiremos más tarde.
– Lo discutiremos ahora -dijo el inspector, agarrando firmemente por el brazo a Houdini-. Por la presente, está acusado de crímenes contra la Corona.
– Crímenes contra la Corona. ¿De qué me está hablando?
De pronto, todo el alboroto sobre el escenario se congeló, y pudimos escuchar a través del telón el ruido que hacían los espectadores todavía alterados. Lestrade, encontrándose de pronto con que era el centro de una gran atención, se aclaró la garganta y se sacó un cuaderno de notas del bolsillo delantero.
– Aclaremos primero nuestros datos. ¿Es usted Harry Houdini, artista del escapismo?
Houdini, empapado todavía después de pasar por la cámara acuática de tortura, no se molestó en contestar.
Lestrade se aclaró la garganta de nuevo.
– Correcto. ¿Asistió la pasada noche a su espectáculo un grupo de miembros del Gobierno, entre ellos su alteza real el príncipe de Gales?
– Tuve ese honor.
– ¿Y se dispuso que usted entretuviera a este grupo en una recepción privada a continuación del espectáculo?
– Es correcto. -Houdini incómodo, no dejaba de moverse con nerviosismo. A través del telón escuchábamos que el estruendo provocado por el público crecía en intensidad.
– ¿Esta recepción tuvo lugar en Gairstowe House, la residencia del gobierno en Stoke Newington?
– ¿Vamos a llegar a alguna parte? Me gustaría poder continuar con mi actuación.
– Sí, señor Houdini, llegamos a que la pasada noche un ladrón entró en la caja acorazada de Gairstowe House y robó un paquete con importantes documentos; documentos que ponen en peligro la seguridad del Gobierno de su majestad. Tenemos razones para creer que usted es ese ladrón.
– ¡Eso es absurdo!-exclamó Houdini-. ¿Por qué…? No puede decir eso en serio. ¿Houdini un ladrón? ¿Un espía? Usted ha cometido un error.
– Scotland Yard no comete errores, señor Houdini. -Lestrade me lanzó una mirada-. Al menos, no en este caso. Las pruebas son concluyentes. Debe acompañarme de inmediato. Será retenido en Scotland Yard hasta que se fije el juicio.
– ¿Seré «retenido»? ¿En una de sus celdas en Scotland Yard? Debe de estar de broma.
– Hemos tomado ciertas precauciones. -Lestrade le informó-. No podrá usted escapar esta vez. Ahora, por favor, acompáñenos.
– Pero…
Franz avanzó silenciosamente a través del montón de ayudantes y tramoyistas que rodeaban a Houdini y Lestrade para hablar urgentemente con su jefe.
– Señor, debe continuar. El público cree que se ha ahogado en la cámara de tortura. Debe hacer algo.
– Señor Lestrade -dijo Houdini-, me temo que su pequeña historia de espías tendrá que continuar sin contar conmigo. Tengo un público. ¡Todo el mundo en marcha! ¡La momia que levita! ¡Charlie! Las luces… Señala…
Dos de los fornidos agentes de Lestrade agarraron a Houdini por los brazos.
– No, señor Houdini -dijo el inspector-, esta noche no. Vendrá conmigo ahora.
– Mire inspector, ¿no lo entiende? Creen que me he ahogado -Houdini hablaba como si le estuviera explicando álgebra a un alumno muy torpe-. Tengo que deshacer la metedura de pata del señor Watson. No podemos dejar que el público inglés crea que el gran Houdini se ha ahogado en esa ridícula cámara de tortura. Piense en mi reputación.
– El público británico podrá creer lo que prefiera. He querido ahorrarle la humillación de ser arrestado sobre el escenario. Pensábamos realizar el arresto durante el intermedio. Pero si usted insiste, anunciaremos al público que nos lo hemos llevado como sospechoso de crímenes contra la Corona. Piense en su reputación entonces, ¿eh?
El rostro de Houdini quedó lívido y se apoyó pesadamente sobre el brazo de Franz, que se encontraba todavía junto a él esperando sus instrucciones. No habría tenido un impacto mayor si le hubieran dado la noticia de la extinción del sol.
– Franz -dijo suavemente-, anuncia… anuncia que el gran Houdini no puede finalizar su función esta noche, pero que invita al público a volver sin coste alguno. Y Franz -el joven norteamericano miró con elocuencia a Lestrade-, diles que busquen en los diarios noticias sobre la fuga más genial hasta el momento.
Con una ligera sonrisa, el único rasgo de humor que yo le haya visto delatar, Franz se inclinó y atravesó el telón. Mientras lo escuchábamos dirigirse a la audiencia en su entrecortado acento alemán, Houdini hacía muecas y se retorcía como si cada palabra le traspasara el alma.
– Mi actuación -gimió-. Mi carrera. Todo por culpa de un estúpido policía.
– Inspector -dijo uno de los agentes uniformados-, hay un montón de periodistas ahí fuera en la entrada de los artistas. Deben de haberse enterado de alguna manera.
– De acuerdo -dijo Lestrade-. Esperaremos hasta que el teatro quede vacío y lo sacaremos por la entrada principal.
– ¡Harry! ¡Harry! ¿Qué es todo esto?-Bess Houdini se había abierto camino hasta bastidores y estaba desconcertada con lo que allí se había encontrado-. Franz ha cancelado el espectáculo. ¿Estás bien? Pensé que realmente te habías ahogado. ¿Quiénes son estas personas?
Lenta y dolorosamente, Houdini le explicó a su mujer que era sospechoso de espionaje y que había sido arrestado. Ninguno parecía comprender cómo había ocurrido.
– Bess -Houdini tomó sus pequeñas manos entre las suyas-› es el fin de mi carrera. Después de todos esos años actuando por diez centavos, de todos estos años esperando alcanzar el éxito… Y ahora, ¿qué ha ocurrido? ¿Cómo puede pasar esto?
Bess fulminó con la mirada al inspector Lestrade.
– ¿Es usted quien ha acusado a mi marido de ese crimen?
Lestrade asintió
– ¿Cree que es culpable?
– Lo creo.
– ¿Cree en la justicia también? ¿Qué cada hombre debe responder de sus actos?
– Sí, de hecho lo creo, y no hay mayor justicia en el mundo que la de un jurado británico.
– Hay una superior -dijo la señora Houdini-, y yo la temería si fuera usted. ¿Señor Watson?
– ¿Sí, señora Houdini?
– ¿Era la historia de esta mañana tan solo el parloteo de una mujer ilusa? Les dije que algo malo le pasaría a mi marido y aquí estamos. ¿Dónde está el gran Sherlock Holmes ahora?
– Le aseguro a usted, señora Houdini, si algo puedo decir al respecto, que Holmes se entregará con toda su energía a este asunto.
– Gracias.
– ¡Wilkins!-llamó Lestrade a uno de sus agentes-. Acompañe a la señora Houdini a su hotel.
Uno de los enormes agentes tomó a la señora Houdini por el brazo y la condujo hacia la salida del escenario.
– ¿Está el teatro vacío ya?-preguntó Lestrade a otro de sus hombres-. ¿De dónde viene esa música?
– ¡Espere!-gritó la señora Houdini, volviéndose hacia su marido-. Harry, todo se arreglará, yo…
En lo que a continuación inesperadamente sucedió, no hubo malicia intencionada, pero mientras el oficial agarraba con más fuerza el brazo de la señora Houdini para sacarla de allí cuanto antes, la pequeña mujer tropezó y cayó pesadamente sobre el escenario. Desde donde Houdini se encontraba debió de parecer como si el agente hubiera empujado a su mujer y la hubiera arrojado al suelo. Houdini gritó de ira, empujó a Lestrade a un lado y rápidamente despachó al agente Wilkins con un golpe en la barbilla. Otro de los agentes hizo girar a Houdini y le asestó un golpe sordo en el abdomen. Fue un puñetazo tan fuerte como nunca haya visto, pero no tuvo ningún tipo de efecto sobre Houdini. Solo le hizo un guiño al agente, extendió sus brazos y dijo:
– ¿Le importaría probar de nuevo?
Fue en este momento cuando alzaron el pesado telón para descubrir que el teatro estaba por fin vacío. Vacío a excepción de un personaje vestido con traje de noche que encaramado sobre un asiento tocaba un violín.