No tuve grandes dificultades para conseguir que me dejaran entrar de nuevo en la prisión esa noche, tampoco el guardia fue reacio a dejarme sin vigilancia junto a la celda de Houdini.
– Ese tipo no va a ir a ninguna parte -dijo el guardia con una carcajada, y nos dejó solos en el vacío bloque de celdas.
Mirando a través de la pequeña ventana enrejada que había en la puerta de la celda de Houdini, me encontré con el mago, atado tan firmemente como siempre, y con una apariencia, si cabe, aún más desalentada y lastimosa que cuando lo dejé. Su rostro estaba cargado de aflicción, pero al verme, un débil destello de esperanza encendió sus tristes ojos. Era una pregunta silenciosa a la que contesté solo con el más escueto y mudo asentimiento. Inmediatamente, la cara de Houdini, y, de hecho, su propia figura a pesar de las trabas, parecieron brillar con energía, como si solo pensar en la libertad hubiera reavivado su indomable espíritu. Con un suspiro de agradecimiento, Houdini cerró los ojos, inclinó la cabeza hacia atrás en profunda concentración, y allí comenzó entonces la más asombrosa secuencia de empeño humano que jamás haya presenciado.
Me han dicho desde entonces que he sido el único hombre que alguna vez haya visto a Houdini escapar de una celda en prisión. Es este un hecho lamentable, porque ninguna de sus hazañas públicas, por asombrosas que hubieran sido, habrían podido igualar la emoción y el drama puro de esa solitaria lucha en Scotland Yard. Pensando ahora en la escena, me doy cuenta de que el estudiado esplendor y cuidado suspense de las actuaciones de Houdini sobre el escenario no eran nada comparados con la severidad carente de adornos de los retos a los que se enfrentaba solo. Si alguna vez su habilidad, conocimiento y fuerza fueron puestos a prueba de verdad en todas sus aplicaciones individuales y colectivas, no fue sobre un escenario iluminado, con sus gestos de experto y sus dorados accesorios, sino allí en aquella celda sombría, húmeda y oscura. Allí parecía enfrentarse no solo a sus ataduras físicas, sino también a la más tremenda responsabilidad de su vindicación personal.
Empezó lentamente: Houdini estaba sentado y tensaba sus hombros con un movimiento rítmico contra las capas de cadenas y cuerdas, era el mismo movimiento que antes había confundido con un intento de relajar sus músculos.
– Estoy intentando aflojar un poco estas correas -explicó-. No necesito mucho, pero es muy difícil. Estoy completamente envuelto en lona bajo todo esto. Debieron pensar que la lona me lo pondría más difícil, pero en realidad me servirá para usar la distensión que consiga aquí en otras partes. Lo único que necesito es ser capaz de mover mi brazo unos centímetros.
– Entiendo -dije, en lo que esperé que fuera un tono alentador-. Y ¿ese movimiento le ayudará a aflojar un poco?
– Esperemos que sí, doctor -dijo Houdini con una lánguida sonrisa, y, sin darle importancia, volcó su silla con los pies, de manera que se estrelló con una fuerza dolorosa.
– ¡Señor Houdini!-exclamé, asiéndome a la ventana enrejada que nos separaba-, ¿está herido?
– En absoluto, doctor -dijo, todavía amarrado a la silla que ahora yacía a su costado-. Y por favor, llámeme Harry.
– Y usted debe llamarme John -dije. Tenía la boca abierta y miraba con fascinación cómo el brazo izquierdo de Houdini empezaba a hacer giros y ondas muy raros bajo las pesadas ataduras.
– Si pudiera… solo… quitarme esta vuelta de cadena… -La voz de Houdini llegaba en tensos jadeos debidos al esfuerzo-. Eso es todo… lo que necesito… ¡Ahí está!-exclamó, y una pequeña porción de cadena se deslizó sobre el brazo de la silla-. Ese es el primer paso.
– ¡Excelente! -exclamé, aunque no me quedaba claro qué era exactamente lo que creía haber logrado. La pequeña vuelta de cadena parecía una victoria minúscula frente al total de sus ataduras.
– Observa, John -explicaba Houdini, con la cabeza apoyada sobre el suelo-, mis piernas están absolutamente inmóviles. Pero he conseguido aflojar un poco, lo suficiente para ser capaz de hacer pasar mi pie a través de alguna de estas cadenas y correas.
Houdini comenzó a retorcer y girar su pierna, forzándola contra las ataduras que lo mantenían unido a la pata de la silla. El movimiento era tan leve y limitado que era imposible detectar ningún avance.
– Creo… Estoy consiguiendo algo de movimiento -dijo, apretando los dientes. Tenía la frente empapada de sudor-. Es muy… difícil… sin embargo.
Miré horrorizado como una cadena de acero que se tensaba rodeando su pantorrilla arañaba la carne, incluso a través de la capa de lona, causando que la sangre de los cortes se filtrara a través del material.
– Solo… un poco más -jadeó, mientras luchaba contra lo que debió ser un dolor terrible-. Ahí está. -Dio un profundo suspiro-. Un momento para recuperar las fuerzas, y entonces pasaremos al segundo paso.
– ¿Cuál es el segundo paso? -pregunté un poco temeroso.
Houdini no contestó. De nuevo cerró los ojos, y entonces, con un esfuerzo desesperado, convulso, comenzó a sacudirse y a tirar de la propia silla, intentando, sin esperanza, aparentemente, torcer su cuerpo en redondo a pesar de las ataduras que lo retenían. Me parecía que Houdini estaba decidido a reventar sus ataduras con la pura fuerza de sus músculos. Una y otra vez tiraba, con una violencia que desgarraba el propio aire a su alrededor, hasta que, con un cracapenas audible entre los gemidos provocados por su trabajo, una de las patas de la silla se soltó y le permitió un preciado efecto de palanca. Con un enorme esfuerzo final, Houdini se dobló por la mitad, desintegrando la pesada silla de madera en una docena de fragmentos.
Aunque se había librado de la silla, seguía envuelto en ataduras, y yacía tan inmóvil entre los fragmentos de madera, que temí que el esfuerzo lo hubiera matado.
– ¿Houdini…?-pregunté vacilante- ¿Harry? ¿Estás bien?
– Perfectamente -respondió alegremente, sus fuerzas milagrosamente restauradas-. Y ahora, el tercer paso.
Se asemejaba mucho a una momia egipcia viva. Houdini rodó lejos de los restos de la silla que lo había sostenido y se tendió a lo largo sobre el frío suelo de la celda. Solo la
capa más externa de su sudario se había aflojado cuando se separó de la silla. Estaba todavía tan estrechamente envuelto como antes en un aparentemente inexpugnable manto de grilletes. Separado de él por la robusta puerta y los barrotes de acero, solo podía mirar sin poder hacer nada mientras Houdini comenzaba su lucha de nuevo. Me atrevería a decir que sentí el tormento casi tan intensamente como él, cuando, con un redoblado esfuerzo, Houdini se retorció, gimió, rodó, y pateó de tal manera, que su estado parecía el de un loco. Quizá eso es lo que me asustó tanto, el reconocimiento de que había visto una lucha similar antes, años antes, cuando vi a un paciente agonizar en Bedlam.
En la medida que podía, traté de determinar el avance de Houdini por la posición de sus brazos y piernas dentro de su cápsula de reclusión, pero pronto resultó imposible. Tan laboriosos eran sus esfuerzos, que me encontré llegando a la absurda conclusión de que debía de tener cuatro brazos y tres piernas trabajando bajo todo aquel cuero y acero. En un momento dado, sin embargo, no pude evitar observar una espantosa protuberancia justo bajo su cuello, la cual, incluso entre todas aquellas contorsiones, indicaba una lesión grave.
– ¡Houdini! -exclamé-. Tienes el hombro dislocado.
– Lo sé -jadeó, controlando el malestar con cortas inspiraciones de aire-. Lo he hecho intencionadamente.
– Pero el dolor… debe de ser insoportable.
– No… no es tan malo -se ahogaba-. Es… es necesario colocar… el brazo alrededor… Ahí está. -Exhaló profundamente-. Se ha encajado de nuevo y mi mano está donde la necesito.
De hecho, por primera vez, una pequeña parte del cuerpo de Houdini se hizo visible cuando su mano subió poco a poco por su cuello y se libró del grueso cuello de cuero y de las cadenas. A pesar de lo que había visto, no fue hasta que aquella mano apareció, que comprendí por fin que había un método en toda esta locura, y que el gran artista del escapismo sería realmente capaz de escapar. Esta revelación me alegró tanto el corazón, que no pude evitar dar vítores y golpear alegremente en la puerta de la celda.
– ¡Bravo! -grité-. ¡Bravo, Houdini!
– Cálmate, John -me advirtió Houdini desde el suelo-. No atraigas al guardia, todavía no estoy fuera. Este es solo el cuarto paso.
Se me ocurrió entonces que estos cuidadosos pasos y progresiones suyas se parecían bastante a los métodos de Sherlock Holmes, en los que un problema aparentemente imposible era resuelto por medio de una serie de estratagemas meticulosamente planeadas e impecablemente ejecutadas. Mientras que el esfuerzo de Holmes era ante todo mental, Houdini estaba dotado de una casi idéntica astucia artística, la cual, mientras observaba cómo aflojaba un pesado cierre de metal alrededor de su cuello, parecía no menos increíble.
– Esa primera hebilla es la más difícil -dijo Houdini, al tiempo que forzaba su mano libre hacia la siguiente en la cuerda que mantenía las correas de cuero en torno a él-. Ahora seré capaz de llegar a la segunda… Ahí está… Y la tercera… -Pero a pesar de sus intentos, Houdini no era capaz de alcanzar la tercera hebilla con su mano libre. Sin inmutarse, se dobló por la mitad y la alcanzó con los dientes, para abrirla con un enérgico gesto de cabeza.
– ¡Bravo!-exclamé de nuevo, con cuidado esta vez de no alertar al guardia-. Nunca había visto nada parecido.
– Estaría sorprendido si lo hubieras visto -respondió Houdini con una carcajada-. Nadie más puede hacerlo. -Con esta merecida autoadulación, Houdini emprendió el que claramente era el último paso en su serie de trabajos. Retorciéndose y girando aún más, mientras aflojaba la envoltura que lo cubría, empezó finalmente a liberarse de las formidables cadenas. Centímetro a centímetro, primero el brazo, después el hombro, Houdini serpenteaba hacia la libertad. Al principio me recordó irresistiblemente a la mariposa emergiendo de su capullo. Pero, a medida que progresaba, la imagen se transformó en la de un niño al nacer, una idea que fue cobrando fuerza por la inexplicada ausencia de sus ropas, y, aún más penosamente, por el estado de su cuerpo expuesto en carne viva y ensangrentado.
– ¡Harry! -exclamé-. ¡Estás malherido!
– No es nada, doctor -me aseguró.
– ¿Nada? Estás sangrando. ¿Y dónde están tus ropas?
– Me las quitaron antes de atarme -respondió, medio libre ahora de su envoltorio-, por si tenía alguna herramienta oculta en ellas.
– Abominable.
– En realidad no, John. Tengo herramientas ocultas en ellas.
– Pero es un insulto. Has sido seriamente degradado.
– Quizá -dijo, mientras apartaba las últimas ataduras impías con un gesto de triunfo y agotamiento-, pero no por más tiempo. Ahora soy un hombre libre.
Es imposible decir quién experimento un mayor sentimiento de alivio mientras Houdini permanecía tendido de espaldas sobre el frío suelo de la celda. Acababa de superar el que pudiera haber sido el mayor reto de su carrera, un desafío único. Todavía aferrado a la pequeña ventana enrejada, me sentí tremendamente conmovido, como si yo también me hubiera sometido a un penoso rito, y me encontré ofreciendo una silenciosa oración de gracias.
Finalmente, Houdini se levantó, estiró y examinó sus doloridos músculos, e inspeccionó su entorno como por primera vez.
– Bien, amigo mío -dijo mientras caminaba por la celda-. Diría que lo primero que tenemos que hacer es recuperar mis ropas. Están en una celda al final del pasillo.
– ¿Has olvidado que todavía estás encerrado en una celda en prisión? -pregunté-. Lo primero que tenemos que hacer es sacarte de aquí. He traído las ganzúas de Holmes, ¿te bastarán para…?
Fue cuestión de un instante, un destello metálico, un agudo clic, la mano de Houdini dio unos golpes secos sobre la placa de encaje y la pesada puerta de la celda se abrió, antes de que ni siquiera hubiera tenido tiempo de terminar mi frase.
– ¿Estabas diciendo algo, John?
– Pensé que tus herramientas estaban en la ropa -repliqué sin alterarme.
– Solo algunas de ellas, John. Solo algunas de ellas. -Me hizo su guiño de marca-. Veamos. Estas celdas británicas tienen corrientes. Debemos encontrar mi ropa antes de que coja una neumonía.
– Muy bien. Y entonces tendremos que encontrar la manera de sacarte del edificio. Mi plan es el siguiente: yo iré a la puerta principal y distraeré a los guardias de alguna manera, para permitirte así…
– No, John.
– ¿Qué quieres decir? Puede ser un poco arriesgado, pero es seguro…
– No, no. No lo entiendes. No dejaré que te comprometas aún más por mí. Ya estás implicado en mi huida. Si se llegara a saber que me has ayudado de cualquier manera, te considerarían tan culpable como a mí.
– Te aseguro que soy completamente consciente de lo indecoroso de la situación, pero sigue siendo mi deseo por completo el ayudarte. Nada me proporcionaría mayor placer.
– Te lo agradezco, John. Eres un verdadero caballero. Pero puedo salir de aquí sin ponerte en peligro. ¿Dispones de un coche? Bien. Rodea el edificio hasta el muro oeste, cerca del patio donde los reclusos hacen ejercicio. Recuperaré mi ropa y me reuniré contigo allí en diez minutos. Pasarán dos horas completas antes de que me echen en falta.
– ¿Estás seguro de que puedes apañártelas solo?
– ¿Seguro? Soy Houdini. Ahora vete y diles a los guardias que estoy dormido. O que me entretengo cantando himnos británicos.
– Pero Harry -pregunté mientras me empujaba hacia la salida-, ¿cómo es que has esperado tanto para escapar, si eras perfectamente capaz de hacerlo antes?
– Porque le di mi palabra de honor a Holmes de que no lo haría, y esa -dijo al cerrar la puerta de la celda- es la única atadura que no rompo.