Prólogo del autor

En todos mis años con Sherlock Holmes me he encontrado con apenas un puñado de hombres que pudieran rivalizar con él en testarudez e ingenio. Uno de estos hombres fue William Gladstone, ex primer ministro. Otro fue un caballero en Cornualles que diseñaba pequeñas armas con frutas pasas. Pero sin duda, la personalidad más extraordinaria entre ellos fue Harry Houdini, el célebre mago y escapista.

Sherlock Holmes y Harry Houdini se conocieron en abril de 1910. Holmes, cada vez más cerca de su retiro, se encontraba entonces en el momento culmen de su fama. Houdini, veinte años más joven, todavía no había alcanzado el reconocimiento internacional que pronto tendría. Su primer encuentro no fue cordial, y nunca llegaron a hacerse íntimos, pero hubo sin embargo un tácito respeto entre ellos; ambos reconocían en el otro al maestro indiscutible en su oficio.

Su encuentro y los hechos que lo propiciaron dieron forma a uno de los casos más singulares en la carrera de mi amigo. Houdini fue siempre reservado en lo que concernía a los detalles de su vida privada, lo que me impidió escribir sobre estos sucesos durante sus años de vida. Desafortunadamente, el impedimento ya no existe. Houdini falleció mucho antes de que fuera su momento, y de una manera que yo mismo pudiera haber intuido. [1]

Así pues, me sitúo de regreso en el año 1910. Quiero ser cuidadoso a la hora de fijar el año preciso, ya que he recibido quejas por parte de algunos de mis lectores en relación con mi falta de atención a las fechas. Fue el año en que Jorge V ascendió al trono; un tiempo en el que, sin nosotros saberlo, oscuros ecos por toda Europa nos empujaban poco a poco hacia la Gran Guerra.


John H. Watson, doctor.

2 de noviembre de 1926

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