Epílogo

– Damas y caballeros, en el escapismo que a continuación realizaré, necesitaré la ayuda de un miembro del público esta noche -Houdini caminó hasta el borde del escenario y escudriñó más allá de las luces de candilejas-. Ah, acabo de ver al hombre perfecto. Amigos, esta noche tenemos el honor de contar con la presencia de un hombre extraordinario. Un hombre cuya sabiduría y espíritu me guiaron en mi hora más negra, cuya tenacidad y fe son responsables en gran medida de mi feliz retorno a los escenarios. Doctor Watson, si Sherlock Holmes puede prescindir de usted por esta noche, ¿consentiría en ser mi ayudante también?

Una vez más, los amigos del público fueron más que amables en la recepción que me hicieron, pero hasta su cálido entusiasmo me conmovió mucho menos que las corteses palabras de Houdini. Mientras me dirigía hacia el escenario, encontré que me resultaba difícil avanzar, cuando repentinamente se me nublaron los ojos.

– Gracias, doctor -dijo Houdini, tomando mi mano cuando subía con decisión hacia el escenario-. Es apropiado que se encuentre a mi lado cuando presente a Londres, y al mundo, un escape que desafía toda razón y aun así está firmemente sustentado en lo cotidiano.

La música de la orquesta se intensificó en un grandioso crescendo mientras alzaban el telón de fondo para descubrir una decepcionante lechera metálica. El público, a estas alturas, había esperado de Houdini algo en una escala más grandiosa, por lo que este vulgar objeto decididamente no los dejó impresionados. Houdini parecía estar preparado para esto.

– Como ustedes podrán ver claramente -dijo-, lo que aquí tenemos es una lechera totalmente vulgar, un hecho que el doctor Watson verificará. Se preguntarán «¿Qué hay de extraordinario aquí? ¿Por qué Houdini debería temer a una lechera?». -El mago caminó hasta las luces del proscenio y adoptó un tono confidencial-. Es cierto, amigos míos, que este escapismo, en una primera consideración, podría parecer carente de la sutil intriga del número en que camino a través de un muro de ladrillo, o el puro terror de la cámara de tortura acuática, pero les pido que vayan un poco más allá. -La voz de Houdini cayó en un registro más profundo, lo que le dio un tinte siniestro-. Un simple recipiente de metal. Apenas lo suficientemente grande como para contener a un hombre. Una vez dentro, incluso el más mínimo movimiento es casi imposible. -Houdini trazaba el pequeño espacio con las puntas de sus dedos-. Y ahora, una tapa metálica se encaja y se cierra sobre la boca del recipiente. En ese momento no hay más luz y no hay apenas espacio para moverse. Y una última cosa, damas y caballeros. -Houdini caminó por el interior del escenario y puso una mano sobre el borde del bote-. Una última cosa que complica seriamente el problema. El recipiente está lleno hasta el borde de agua.

El dramático pronunciamiento de Houdini provocó el murmullo entusiasta de los miembros del público. Yo mismo dudé de la sensatez de asumir semejante reto al ver a los nuevos ayudantes de Houdini traer varios cubos enormes de agua hasta el escenario. El propio mago solo sonreía ante la emoción que había creado.

– ¡Piénsenlo!-exclamó, levantando sus brazos para silenciar la sala-. Combina los peores temores de cualquier hombre. El temor a la falta de espacio, el temor a la oscuridad y… -Aquí Houdini logró dar la asombrosa impresión de mirar directamente a cada uno de los espectadores al mismo tiempo-. El fracaso que significa morir ahogado. Damas y caballeros, por primera vez sobre un escenario, les ofrezco el mortal enigma de la lechera.

En ese momento, había logrado que el público se encontrara en tal estado que el simple nombre del número provocó un desenfrenado aplauso salpicado de gritos femeninos. Desde el balcón superior, un hombre gritó a Houdini que desistiera, lo que satisfizo enormemente al joven norteamericano.

– ¡No, no, amigos míos!-exclamó el mago, de nuevo con los brazos en alto para hacerse oír-. Aunque su preocupación está justificada, y los peligros son grandes, no me echaré atrás ante este o cualquier otro desafío. Esto es lo que significa afrontar el lado oscuro, esto es lo que significa trazar los límites del hombre. Esto, damas y caballeros, es lo que significa ser Houdini.

Lo siguiente fue un nuevo tumulto de desenfrenados aplausos y gritos, y pasó un rato largo antes de que la actuación pudiera continuar.

Decir que el regreso a los escenarios de Houdini aquella noche había sido de lejos un triunfo hubiera sido hacer al gran mago un flaco favor. Su actuación no se podía catalogar como menos que milagrosa, y había demostrado un magistral control de la imaginación de su público. Durante las semanas previas, las secciones de teatro de los periódicos de Londres habían anunciado su reaparición con gran emoción, mientras que las primeras páginas de los periódicos se ocupaban con detalle del papel que Houdini había jugado en el caso de Gairstowe. Incluso las ceremonias que rodearon la coronación del príncipe de Gales como Jorge V no lograron eclipsar por completo las noticias y especulaciones en torno a Houdini. Durante todo ese tiempo, Houdini se había mostrado satisfecho, evitando apariciones públicas, revisando y refinando sus trucos, y permitiendo que el renovado interés en su labor se alimentara por sí solo. Ahora, de pie junto a él en tan extraordinaria noche, su primera aparición pública desde el equivocado arresto y encarcelamiento, solo podía maravillarme de comprobar cómo había sabido transformar el casi desastre en provecho personal y situarse a sí mismo en el auténtico primer plano de la atención pública.

Una vez supervisado el emplazamiento de varios cubos enormes de agua, un biombo negro y el enorme reloj empleado en el número de la cámara acuática de tortura, Houdini se volvió hacia mí y me susurró: «Tengo que abandonar el escenario un minuto, John. Entretenlos mientras vuelvo, ¿de acuerdo?». Me dio una palmada en el hombro y se situó detrás de la pantalla negra.

Felizmente, el público estaba todavía tan nervioso por el asombroso escapismo que se escenificaría a continuación, que la ausencia de Houdini pasó casi desapercibida. No fue hasta que reapareció momentos después, vestido con su traje de baño, que la sala se acalló de nuevo.

– Todo está listo -anunció el mago-. Como ven, mis ayudantes están llenando la lechera de líquido. [19] Pero antes de acometer este reto, probemos otro tipo de examen, uno en el que todos y cada uno de los miembros del público podrán participar. Me introduciré ahora en la lechera y me sumergiré bajo la superficie del agua, sin cerrar la tapa. Les invito a todos a contener el aliento conmigo durante tanto tiempo como les sea posible. De esta manera, veremos cómo les hubiera ido a cada uno de ustedes con la lechera. -Houdini se introdujo hasta la altura del pecho dentro de la misma, salpicando de agua el escenario al hacerlo-. Doctor Watson, ese interruptor eléctrico en la base del reloj pondrá en marcha las manecillas. Y recuerde, doctor, espero que también usted contenga su aliento. Ahora, si están todos preparados, damas y caballeros… Empecemos. -Houdini se deslizó bajo la superficie del agua mientras yo ponía en marcha el enorme reloj. Desde detrás de las luces del escenario se escuchó una gran inhalación de aire cuando cientos de espectadores se propusieron superar al joven mago. Fui algo parecido a un atleta en la universidad, y siempre estuve bastante orgulloso de la capacidad de mis pulmones al nadar, pero antes de que pasara un minuto me encontré jadeando en busca de aire junto con la mayoría del público. En mi caso, atribuí mi escasa resistencia, al menos parcialmente, a los nervios de encontrarme sobre el escenario delante de tanta gente. Houdini, evidentemente, no sufría ese miedo escénico.

Antes de que el enorme reloj marcara el paso de noventa segundos, los numerosos jadeos que llegaban de la sala indicaban que incluso los espectadores más duros se habían visto obligados a tomar aire; y antes de que pasaran dos minutos completos, estaba claro, por la animada conversación en todo el teatro, que no había nadie que hubiera conseguido superar a Houdini. Todos los ojos estaban ahora fijos en la lechera, pero el mago aún se mantenía bajo la superficie del agua. Cuando las manecillas del reloj alcanzaron los tres minutos, Houdini reapareció, salpicando de nuevo, por la boca de la lechera, con las manos juntas en alto en señal de triunfo.

Esta proeza de resistencia le valió una tremenda ola de aplausos, que Houdini agradeció con una profunda reverencia sobre el borde de la lechera. «¡Gracias!» exclamó mientras luchaba por recuperar el aliento. «Muchas gracias. Son muy amables. Y ahora, si me lo permiten, el verdadero desafío dará comienzo. Mi ayudante traerá ahora la tapa y la cerrará sobre la boca del recipiente. A propósito, damas y caballeros, me gustaría aprovechar este momento para presentarles a todos a mi ayudante. Es mi esposa, Bess Houdini». La señora Houdini apareció de entre bastidores con un atractivo vestido de seda violeta. Estaba sencillamente encantada de haberse reincorporado como ayudante de su marido, y me sonrió cálidamente al ocupar su lugar a su lado. «Gracias, Bess» dijo Houdini. Tomó la tapa de la lechera de sus manos y la mantuvo en alto. «Y ahora, una vez más, me meteré dentro de la lechera. Mis ayudantes la llenarán hasta que rebose, reponiendo toda el agua que se ha derramado. Entonces, mi esposa y el doctor Watson asegurarán la tapa sobre el recipiente y me encerrarán en su interior. Ya han visto que puedo aguantar tres minutos bajo el agua, pero ¿seré capaz de escapar de la lechera en ese tiempo? Lo veremos». Houdini hizo una pausa en ese momento; de pie, metido dentro de la lechera hasta la altura del pecho, miró inquisitivamente a lo lejos. «Este antiguo misterio celta proviene de un sagrado consejo de druidas, quienes…». De nuevo Houdini se detuvo, aparentemente reconsiderando sus palabras. Lo vi mirar fugazmente al palco real, donde el recientemente coronado Jorge V se sentaba sonriendo benévolamente. Junto a su majestad, en un asiento reservado generalmente a miembros de la familia real, se sentaba Sherlock Holmes. Detrás de ellos, en un lugar que denotaba el equivalente a la indiferencia real, estaba sentado el hermano mayor del detective, Mycroft. Cuando Houdini alzó la vista hacia ellos, sus ojos parecieron formular una pregunta, una pregunta a la que Sherlock Holmes respondió con una ligera inclinación de cabeza.

Houdini miró de nuevo hacia el público. «Amigos míos» dijo, dejando a un lado su ensayado discurso, «mi amable público… Muchos de ustedes han leído sobre mi reciente…» buscó la palabra apropiada «…malentendido con Scotland Yard. Por favor, tengan por seguro que no culpo a nadie de mi desdicha, incluso a pesar de que casi arruina mi carrera. No, no culpo a nadie». El inspector Lestrade se revolvía incómodo en su silla de la primera fila. «Aun así», continuó Houdini, «sería negligente por mi parte si no diera las gracias a los dos hombres responsables de esclarecer el asunto. A uno de ellos ya lo conocen, está aquí junto a mí. El otro hombre está también aquí con nosotros esta noche. Él es Sherlock Holmes».

Me gustaría poder contar que Holmes se sonrojó y que apartó la vista, pero la verdad es que le gustan bastante los elogios públicos, y aún más especialmente este, encabezado por su majestad el rey, mientras Mycroft Holmes miraba fijamente el suelo, de malhumor.

– Sin Holmes -continuó Houdini-, mi causa hubiera estado perdida. Pero él siguió buscando la verdad cuando otros me creyeron culpable de un terrible crimen. Las pruebas en mi contra eran abrumadoras. Pero el señor Holmes fue capaz de desenmarañar el misterio centrándose en lo que parecía un detalle insignificante. Cualquier otro hubiera ignorado este detalle, pero se aferró a él y no lo dejó ir hasta que lo condujo hacia la respuesta que buscaba. Este único detalle, este detalle aparentemente sin importancia en un caso muy complicado, era leche corriente. La leche que contenía este mismo recipiente. Y amigos míos, simplemente, tal y como el señor Holmes reconoció la importancia de esta lechera común para convertirla en el mayor éxito de su carrera, así haré yo también. El señor Holmes me ha enseñado que hay grandes maravillas por descubrir en los lugares más corrientes de la vida. -Houdini hizo una pausa y se giró hacia mí-. Doctor Watson, si está usted listo…, Bess…, Su Majestad…, señor Holmes…, señor Lestrade…, damas y caballeros… les presento el mortal enigma de la lechera.

Houdini aspiró profundamente y se deslizó bajo la superficie del agua. Uno de sus nuevos ayudantes se adelantó con un cubo y vertió agua hasta que el líquido rebosó y cayó sobre el escenario. La señora Houdini ajustó entonces la tapa sobre la lechera, cerrándola por un lado mientras yo lo hacía por el otro. Otros dos ayudantes colocaron el biombo negro alrededor del recipiente, ocultándolo a la vista del público. Entonces no quedó nada por hacer, excepto esperar.

En mi propia defensa debo decir que empecé bien. Recordaba demasiado bien mi desastrosa actuación durante aquella representación anterior de Houdini, y no deseaba repetirla. Mi resolución me permitió soportar el primer minuto de confinamiento acuático de Houdini sin apenas reparos.

Incluso cuando las manecillas del reloj alcanzaron los dos minutos, y el público comenzó a inquietarse, permanecí sereno, seguro de la habilidad técnica y física de Houdini. ¿No acababa de mostrarnos que podía aguantar hasta tres minutos bajo el agua sin efectos adversos? Sin duda no había por qué alarmarse.

Pero cuando el reloj marcó más allá de tres minutos, me entregué a un creciente sentimiento de desasosiego. Houdini mismo había admitido que no había realizado este escapismo con anterioridad delante de un auditorio. ¿Se había presentado alguna dificultad imprevista? ¿Podría Houdini ni tan siquiera moverse en el reducido espacio de la lechera, mucho menos efectuar un escapismo? La consternación del público había incrementado su volumen y tono, de tal manera que los gritos de preocupación eran audibles en cualquier esquina de la sala. El peligro era muy real, lo sabía, pero en aquella otra ocasión lo había visto aguantar cuatro minutos antes de que efectuara mi dudoso rescate. No cometería el mismo error ahora. Y aun así, ¿qué pasaría si mi reticencia a ponerme en ridículo le costaba a Houdini la vida?

A los cuatro minutos, comencé a caminar desesperado arriba y abajo por delante de la pantalla negra. Y, como anteriormente, vi a sus ayudantes moverse con nerviosismo, como tratando de decidir qué sería mejor hacer. Pero ¿conocía alguno de ellos el peligro real? El hombre que realmente conocía los límites de Houdini, el malvado Franz, estaba ahora muerto. ¿Había alguien más capaz de reconocer cuándo el talento de Houdini para el espectáculo se había convertido en auténtico riesgo? Miré a mí alrededor buscando a la señora Houdini, pero no pude verla.

A los cuatro minutos y medio el público estaba delirante. Los pasillos estaban atascados de rescatadores que trataban de llegar al escenario. Mujeres por toda la sala se desvanecían, mientras los hombres me suplicaban que actuara. Ahora había pasado más tiempo del que ningún hombre, ni siquiera Houdini, podría sobrevivir sin oxígeno. Después de todo lo que había sufrido en esas difíciles semanas, ¿estaba ahora mi amigo ahogado dentro de una lechera? Miré hacia el palco real buscando el consejo de Holmes, pero su asiento estaba vacío. Frenéticamente busqué alguna señal de la señora Houdini entre bastidores. Un grupo de ayudantes se arracimaba al borde del escenario. Sin duda, pondrían fin a esto, sin duda abrirían la infernal trampa. Di varios pasos hacia ellos y vi, para mi completo espanto, que se agrupaban en torno a la figura inconsciente de Bess Houdini.

Este era todo el impulso que necesitaba. Actuación o no, sacaría a Houdini de aquel bote antes de que pasara un segundo más. Una vez más, corrí hacia bastidores y tomé un hacha de incendios. El estruendo del público era ahora ensordecedor, pero no presté atención y aparté a un lado la pantalla negra, mostrando el recipiente todavía cerrado.

Un golpe con el hacha bastó para volcar el bote. Apoyé mi pie contra el cuello de la lechera y alcé el hacha. Una y otra vez golpeé la tapa, aflojando al principio los cierres de metal de tal manera que el líquido se derramó por la superficie del escenario, rompiéndolos después completamente, y abriendo por fin el bote. Tiré a un lado el hacha y busqué dentro de la estrecha abertura para tirar de Houdini hacia fuera, pero me encontré con que estaba vacío.

Apenas tuve un segundo para procesar esta información antes de que el líquido derramado alcanzara el borde del escenario y las luces eléctricas recientemente instaladas. Esto provocó un gran destello de luz crepitante, seguido de una oscuridad cargada de humo. Cuando las luces de gas de emergencia se encendieron poco después, Harry Houdini se encontraba de pie a mi lado sobre el escenario.

Nunca sabré cómo lo hizo. No me preocupaba demasiado saberlo en aquel momento. Mi primera reacción fue de alivio, alivio que también encontró su eco en el público a un tremendo volumen. Pero tras el sentimiento de alivio me golpeó con dureza la idea de que una vez más había comprometido su actuación y arruinado una de las preciadas piezas de su equipo.

– Harry -Me esforcé por hacerme oír por encima del clamor de la multitud-. Harry, siento todo esto… Es solo que… cuando vi a la señora Houdini tan abrumada… -Eché una mirada hacia el borde del escenario y vi a la señora Houdini, misteriosamente recuperada, de pie junto a Sherlock Holmes. Solo un momento antes estaba anulada por la ansiedad. Había sido su abatimiento lo que me había impulsado a romper la lechera. ¿Cómo se había recuperado tan rápido? ¿Por qué estaba Holmes sonriendo tan astutamente? Le eché una mirada sospechosa a Houdini, pero se había apartado para agradecer la ovación de su público.

– Harry -dije de nuevo-, ¿qué…?

– No importa, John -dijo, haciendo una profunda reverencia en dirección al palco real-. No se preocupe por ello. Nunca lloro por la leche derramada.


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