Diez minutos después, Houdini y yo rompíamos el silencio en mitad de la noche de camino a Stoke Newington. En tan corto espacio de tiempo, Houdini había localizado sus ropas y se había puesto su traje negro, había escapado del edificio de la prisión, y escalado el muro del patio. No tenía, en modo alguno, peor aspecto tras todo ese esfuerzo, y escuchaba ansiosamente mientras le narraba los sucesos de los dos últimos días y le esbozaba el propósito de nuestro regreso a Gairstowe House.
– Veo que tuviste la misma reacción que yo ante herr Kleppini -comentó Houdini cuando terminé-. Un tipo simpático, ¿verdad?
– Es un villano, tal y como dijiste, y si Holmes anda en lo cierto, no será nuestra única captura de esta noche.
– Sí, un extraño misterioso. Me pregunto quién será.
– No sé de quién se puede tratar en absoluto, pero me imagino que Holmes sospecha más de lo que ha contado.
– Posiblemente, pero no lo culpo por ocultártelo, John. Todos tenemos nuestros secretos profesionales. Nos proporcionan una útil distracción respecto de los privados.
Sentí curiosidad por saber qué quiso decir con ese comentario, pero no insistí en el tema porque estábamos ante las puertas de hierro forjado de Gairstowe House. Al bajar del coche, me sorprendió ver al joven Turks, el amable guardia que había conocido en nuestra visita anterior, de pie en el puesto de centinela.
– ¡Doctor Watson! -me llamó-. Aquí está. Recibí un cable de lord O'Neill preguntándome si podía hacer el último turno de guardia esta noche. Parecía creer que podrían necesitarme.
– Perfecto -dije-. Gracias.
– De nada. Una noche desagradable, sin embargo -dijo, fortaleciéndose con el contenido de una pequeña petaca-. Una noche muy desagradable.
La valoración de Turks era correcta. Una densa niebla le daba un aire frío a una noche de por sí gélida. Houdini no tenía abrigo, pero no parecía acusar el frío.
– Esta niebla es tan sobrecogedora como había imaginado -dijo, escudriñando a su alrededor-. He leído sobre la niebla de Londres en… Bueno, en sus historias, John. Lo único que falta ahora es…
De entre los remolinos de niebla apareció Sherlock Holmes, vestido con su capa escocesa de viaje y su gorro de cazador.
– Buenas noches, Watson -dijo-. ¿Preparado para la caza? Señor Houdini, me complace que haya podido unirse a nosotros.
– Nada me lo hubiera impedido.
– Yo pensé que tampoco. Turks, será mejor que se quede en su puesto. Cuide de nuestros caballos y del coche, si no le importa. Ahora, caballeros, ¿entramos?
Turks nos abrió la puerta y los tres nos internamos en la marmórea entrada.
– Es mejor que no encendamos ninguna luz interior -nos advirtió Holmes-. He traído la linterna sorda, debería bastar. -Buscó bajo su abrigo y sacó, no solo la linterna, sino también mi revólver de servicio, que me alargó sin más comentario.
– ¿Esperan problemas? -Houdini levantó las cejas.
– El revólver de Watson normalmente asume el protagonismo cuando el razonamiento deductivo no sirve -respondió Holmes, mientras nos guiaba a través del oscuro pasillo que llevaba hasta el estudio de lord O'Neill-. Ya estamos -dijo, e iluminó con la linterna la enorme puerta acorazada, que se encontraba ahora perfectamente cerrada-. Esta es la habitación de la que se supone ha robado los documentos, señor Houdini. Si todo va según lo planeado, los auténticos culpables tendrán que repetir el robo esta noche.
– ¿Debemos esperarlos aquí? -pregunté.
Holmes proyecto el haz de luz de la linterna a lo largo del austero corredor.
– Aquí no hay ningún lugar donde esconderse -dijo-. Si queremos sorprenderlos actuando, deberíamos esperarlos en el interior de la habitación. Esa es la razón por la que hemos invitado al señor Houdini. Ahora, si fuera tan amable de abrirnos la puerta acorazada…
Houdini miró la puerta con recelo y tocó con los dedos el primero de los tres complicados mecanismos de cierre.
– Lo siento -dijo-, pero no puedo hacerlo.
– Houdini -dijo Holmes, impaciente-, no hay tiempo para sus secretismos profesionales. Watson y yo guardaremos silencio.
– No lo entiende. No puedo hacerlo. No puedo entrar. Desearía poder ayudarle.
– ¿Qué? Pero en sus representaciones en el Savoy usted abría una puerta acorazada en un abrir y cerrar de ojos.
– Hay una diferencia crucial, Holmes. En el Savoy yo abro la caja fuerte desde dentro. Es una cosa bastante sencilla de hacer. Una caja fuerte está diseñada para impedir que los ladrones entren, pero no para que salgan. Una vez que se está dentro de la caja, es fácil llegar a los mecanismos de cierre. Pero desde fuera, los cerrojos están sellados con metal. No puedo alcanzarlos.
– Esto es un inconveniente importante -dijo Holmes.
– Pero Holmes -ofrecí-, no entiendo por qué es necesario que Houdini abra la puerta. ¿Por qué no llamamos simplemente a lord O'Neill y le pedimos que lo haga él?
– Porque no querría hacerlo -respondió Holmes tranquilamente.
– No lo entiendo. Pensé que había dado instrucciones al guardia para dejarnos pasar.
– Lord O'Neill no sabe que estamos aquí. Yo envié las instrucciones a Turks en su nombre.
Houdini se rió.
– Parece que los dos nos hemos excedido un poco en nuestros límites, ¿eh, Holmes? Quizá no sea tan listo como Watson le hace parecer.
Ansioso por prevenir la que sería sin duda una cáustica respuesta, desplegué el completo juego de herramientas de Holmes y se lo ofrecí a Houdini.
– ¿Crees que estas herramientas te ayudarían a abrir la cámara? Kleppini debe de haber usado un juego similar.
– No, amigo mío. Esas herramientas son inútiles. Son un juego para niños, estoy sorprendido de que un hombre de su inteligencia las lleve encima.
Le eché una mirada a Holmes, pero parecía no haber oído.
– Siento estropear el plan, pero no hay ninguna posibilidad de que yo consiga que entremos ahí. No es esto algo que yo admita a la ligera.
Al tiempo que Houdini hablaba, percibí un sutil cambio en el comportamiento de Sherlock Holmes. A pesar del aparente fracaso de su plan, recuperó la ligereza de ánimo que yo asociaba a sus momentos de revelación. Perdido en sus pensamientos, caminó hacia la puerta acorazada y recorrió con sus dedos el mecanismo.
– Por supuesto -murmuró-. Ingenioso. -Se volvió hacia nosotros-. Creo que tiene razón Houdini. Quizá no sea tan inteligente, después de todo. Ciertamente, no he demostrado ninguna habilidad particular, en esta investigación al menos. Atribuyo mi fracaso, al menos parcialmente, al excesivo apresuramiento dictado por las circunstancias. Pero ahora el asunto se ha aclarado.
– ¿Ha resuelto el caso, Holmes?
– Sé cómo se cometió el robo, Watson. Eso nos tendrá ocupados por el momento.
– ¿Sabe entonces cómo fue capaz Kleppini de entrar en la cámara acorazada cuando Houdini no puede hacerlo? -Me arrepentí de haberlo dicho de inmediato, porque Houdini me lanzó una mirada asesina.
– Sé cómo Kleppini entró en la cámara, sí.
– Mire, Holmes -dijo Houdini con vehemencia-, no sé a dónde quiere llegar con eso, pero no es posible que Kleppini pudiera abrir la puerta. Apostaría hasta mi último dólar.
– ¿Está seguro? Entonces ¿cómo robaron los documentos?
– Holmes, Houdini ha dicho repetidas veces que la puerta es impenetrable. Si un hombre con su destreza no puede encontrar la manera de entrar en la cámara, es seguro que Kleppini estará aún más lejos de conseguirlo -dije esto esperando tanto aplacar a Houdini como tirar de la lengua a Holmes. ¿Ha tenido alguna vez un doctor que atender dos vanidades tan sensibles?
– Y, sin embargo, los documentos han desaparecido -nos recordó Holmes.
Houdini resopló:
– Lo siguiente que nos dirá es que Kleppini se convirtió en ectoplasma y se filtró a través de la puerta. Escúpalo, Holmes. ¿Cómo se cometió el crimen?
– Usted mismo me ha dado la respuesta, señor Houdini. Dirijamos nuestras energías hacia el problema de nuevo. Veamos, es usted un mago de cierta reputación…
– El más grande del mundo -le corrigió Houdini tranquilamente.
– ¿De verdad? Me han llegado buenas referencias de T. Nelson Downs, el ilusionista de las monedas…
– Soy incuestionablemente el mejor mago y artista del escapismo del mundo.
– Bien. Entonces, el asunto que tenemos entre manos no debería suponerle ninguna dificultad. Suponga que desea crear la ilusión de que ha logrado entrar en la cámara, pero reconoce que la puerta es infranqueable. ¿Cómo lo haría?
– Me ocultaría en su interior mientras la puerta estuviera abierta. Y la abriría desde dentro una vez que la cámara fuera sellada.
– Justo.
– Holmes, ¿quiere decir que Kleppini estuvo en el interior de la habitación todo el tiempo? -La idea me pareció absurda-. ¿Incluso durante la entrevista de lord O'Neill con el príncipe?
– Precisamente.
Houdini y yo miramos fijamente la puerta de la cámara.
– Pero…
– Eso significaría…
– Así es. Si Kleppini se ha salido con la suya y ha repetido el crimen esta noche, ha de encontrarse en la habitación mientras nosotros hablamos.
– Pero no puede ser -bajé la voz instintivamente, de tal manera que si Kleppini hubiera estado presente, no me habría escuchado-. Kleppini no podría…
– No hay necesidad de que baje la voz, Watson. La cámara está completamente aislada y el sonido no penetra.
– Kleppini no puede estar en la cámara acorazada -volví a decir en un volumen de voz normal-. Lo dejamos en Brighton. Es inconcebible que haya podido llegar tomándonos tanta delantera, como quiera que sea que lograra colarse dentro.
– Mire, Holmes -Houdini continuó-, no conozco demasiado a lord O'Neill, pero tendría que ser muy simplón para tomar semejantes precauciones para proteger el estudio, y después pasar por alto a un hombre escondido en él.
– No obstante -dijo Holmes-, Kleppini está escondido en la habitación, y es solo cuestión de tiempo que la fuerce para salir.
– ¿Propone que simplemente esperemos hasta que lo haga?
– No veo que nos quede otra alternativa.
– ¡Esto es absurdo!-exclamó Houdini-. ¿De verdad quiere que esperemos aquí, quizá durante toda la noche, con la esperanza de que Kleppini se encuentre dentro? ¿Por qué no…?
– Harry -interrumpí con cuidado-. Estoy convencido de que la teoría de Holmes es correcta. Sugiero que sigamos su plan.
– Pero… De acuerdo, John. Si tú lo dices.
Aunque había conseguido calmar a Houdini, Sherlock Holmes observó nuestra aparente intimidad con una expresión de vago desconcierto y se quedó callado.
Poniéndonos tan cómodos como era posible en el austero corredor, nos instalamos para lo que prometía ser una larga espera en vela. No había pasado media hora, cuando Houdini se quedó dormido, y temí que sus ronquidos pudieran penetrar incluso en la habitación insonorizada. Por mi parte, estaba demasiado absorto en las consecuencias de nuestra vigilancia para pensar en dormir. Si las suposiciones de Holmes eran correctas, en el escaso margen de tiempo que tuvo desde mi apresurada partida de la caseta, herr Kleppini había conseguido de alguna manera ponerse en contacto con su enlace, llegar a Londres desde Brighton, volver a acceder a Gairstowe House, y esconderse en el estudio de lord O'Neill. ¿Era eso posible? ¿Pudo hacerse en un tiempo tan limitado? ¿Cómo pudo Kleppini pasar por delante del guardia? ¿Cómo consiguió entrar en el estudio de lord O'Neill sin alertarlo cuando este debía estar presente si la puerta estaba abierta? Estas eran solo algunas de las muchas preguntas que medité durante aquellas oscuras horas nocturnas mientras Houdini dormía ruidosamente.
No ha sido esta la primera vez que he estado despierto de guardia toda la noche con Holmes, pero el tiempo no ha hecho que me acostumbre a las incomodidades. Pasadas dos horas, mis miembros estaban rígidos y mi vieja herida palpitaba miserablemente. Por mucho que me estirara o cambiara de postura, no sentía ningún alivio. Holmes, por el contrario, parecía crecerse en semejantes circunstancias. Casi de inmediato, se había sumergido en ese distante estado similar al trance en el que siempre parece encontrarse completamente absorto. En realidad, está consciente y alerta ante el más mínimo estímulo externo que, de producirse, de inmediato lo empujaría a entrar en acción. He visto a Holmes caer en este estado meditativo en otras ocasiones similares, y, por extraño que parezca, en la ópera. Abstraído de esta manera, soportaba el tedio de nuestra espera mucho mejor que yo mientras las largas horas de la noche pasaban arrastrándose.
Justo cuando los primeros signos del amanecer aparecieron, a través de una distante ventana nos llegó el débil sonido de unos golpes contra el metal, como si un herrero estuviera martilleando sobre su yunque en la distancia. Holmes se puso en pie de inmediato.
– Es Kleppini -dijo, encontrado ahora oportuno susurrar-. Está abriendo la cámara acorazada desde el interior. Despierte a Houdini.
Pero el mago estaba ya despierto y alerta. Evidentemente lo había despertado el agudo chasquido del trinquete metálico.
– Ya ha sacado la placa trasera -dijo Houdini, al tiempo que el primero de los enormes indicadores numéricos de combinación empezó a girar, aparentemente por iniciativa propia-, abrirá la puerta en cuestión de segundos.
– Asombroso -susurré.
– Un juego de niños -replicó el mago, mientras el segundo y el tercer indicador giraban por turno-. Holmes, ¿puedo ser el primero en ponerle las manos encima? Tiene una deuda pendiente conmigo.
– Como desee -dijo Holmes.
Moviéndose como si fuera dirigida por un espíritu, la enorme manija de cierre bajó, disparando una columna de gruesos pernos. Lentamente, la pesada puerta se movió hacia dentro, inundando el oscuro pasillo con una luz irregular. La figura de Kleppini encorvada y furtiva, emergió de la habitación envuelta en una aureola de sombra y luz deslumbrante. Houdini debió de moverse con inusitado sigilo, porque no me di cuenta de que se había alejado de mí hasta que lo vi aparecer delante de Kleppini, con los brazos cruzados sobre el pecho y dando un gratificante susto al sorprendido villano.
– Hola, Kleppini- dijo el norteamericano-. «Quién el fraude es, esta noche habremos de saber.»
Incluso en estas asombrosas circunstancias, el comentario de Houdini enfureció tanto a su rival, que Kleppini arremetió contra él con todas sus fuerzas y le golpeó en el estómago. Como ya ocurriera en el Savoy, el enérgico golpe no pareció tener ningún efecto visible en Houdini. Una vez más, el joven mago simplemente sonrió y preguntó:
– ¿Le importaría probar de nuevo?
Kleppini parecía dispuesto a hacer justamente eso, hasta que Holmes y yo nos acercamos. Yo había sacado mi revólver para advertirle de que seguir resistiéndose sería inútil.
– De veras, Harry -dije, mientras este se disponía a poner una de sus pesadas esposas sobre las muñecas de Kleppini-, deberías ser más cuidadoso con esos golpes en el abdomen. Te darán problemas algún día.
– Oh, venga doctor. Soy un hombre de…
Hasta el día de hoy no sé qué me impulsó a mirar sobre mi hombro en ese preciso instante. Quizá escuché un sonido, o quizá vi que los ojos de Kleppini registraban otra presencia, pero al girarme vislumbré otra figura que se acercaba entre las sombras hacia nosotros. En su brazo extendido, percibí un amenazador brillo metálico.
No hubo tiempo de gritar. No puedo recordar tampoco un impulso consciente que me impulsara a actuar. Empujé a mis compañeros hacia el suelo justo cuando la llamarada azulada de un disparo surgió entre la penumbra. No me moví lo bastante rápido como para salvarme a mí mismo. Sentí un tremendo impacto en mi pecho que me arrojó al suelo, dejándome apenas consciente para escuchar el sonido de mi nombre, que alguien gritaba en la oscuridad que me rodeaba.