11. Holmes reaparece

Todavía estaba muy agitado cuando regresé a la calle Baker. No estoy acostumbrado a que me sigan por Londres personas que ocultan su identidad, y encontré que la experiencia era de lo más inquietante. Mientras me acomodaba junto al fuego, reconsideré lo sucedido en los últimos dos días e intenté extraer alguna conclusión lógica de ello. Primero estaba la amenaza que había recibido Houdini, y su desafortunado encierro. Fue después cuando nos enteramos de la existencia del ladrón de Gairstowe y de sus enredos diplomáticos. Y ahora, por último, estaba mi curiosa entrevista con la condesa Valenka, y la subsiguiente aventura en Oxford Circus. Una y otra vez les di vueltas a los hechos en mi cabeza, aunque poco fui capaz de ver, donde seguro que Holmes hubiera descubierto mucho más. Pero como mi compañero aún no había regresado de su misterioso encargo de aquella mañana, me encontraba solo con mis especulaciones y dudas.

A mediodía me encontraba exhausto de esta reflexión infructuosa, así que pasé el resto de la tarde intentado distraerme con un libro sobre historias de mar, y como el remedio probó ser inútil, me acerqué hasta mi club para una cena ligera. Estuve alerta todo el camino para asegurarme de que ya nadie me seguía. Después de cenar, me invitaron a jugar unas partidas de cartas con los socios del club, quienes se aprovecharon de mi patente preocupación apostando fuerte contra mí. Regresé a casa de no muy buen humor, para encontrarme con que Holmes seguía ausente. Esperé hasta pasada la medianoche para retirarme, y cuando al fin me dormí, alteraba mis sueños la imagen de Houdini, atado a su silla de la manera más estrafalaria e implorando una ayuda que yo no le podía proporcionar.

Me levanté a la mañana siguiente con los ojos enrojecidos y de muy mal humor. Regañé innecesariamente a la señora Hudson cuando dispuso el desayuno para dos, y dejé instrucciones de que no deseaba ser molestado durante el resto del día. La mañana y la mayor parte de la tarde de aquel día las pasé deambulando de un lado a otro por nuestras habitaciones y fumando no menos de siete puros. Cada vez que me volvía, imaginaba oír los pasos de Holmes en la escalera. En mi cabeza seguía dando vueltas al caso, aunque hacía rato que había dejado de intentar encontrarle el sentido. Mis pensamientos eran más como los de alguien que, después de escuchar un pedazo de melodía que se cuela por la ventana, no puede dejar de intentar reconstruir el concierto completo en su cabeza.

Hacia última hora de la tarde me quedé dormido sobre la silla, y fue por ello que me sobresalté cuando Holmes irrumpió en la habitación y me sacudió bruscamente por los hombros.

– ¿Pero qué es esto, Watson? ¿Dormido? ¿No has visitado a Houdini? ¿Por qué no te has entrevistado con la condesa? -Afanosamente se puso a encender el fuego que yo había dejado morir.

– Lo he hecho todo -contesté adormilado-. Eso fue ayer. Ha estado ausente más de un día, Holmes.

– ¿De veras?-preguntó, con una incrédula carcajada-. Así que lo he estado. Maravilloso.

A medida que me despertaba por completo, examiné a Holmes de cerca. Sus ojos tenían un cerco rojo por encima de las mejillas, sin afeitar, y su pelo estaba mucho más ladeado de lo habitual. Llevaba un sucio traje de piloto que no había visto nunca antes y en sus manos tenía restos de alguna sustancia negra que se había restregado.

– ¿Dónde ha estado?-pregunté, sintiendo crecer viejos temores en mi interior-. ¿Qué ha estado haciendo?

– ¡Ah, Watson!-suspiró, desplomándose pesadamente sobre el sofá-. He estado en las nubes. Ascendiendo por el más brillante cielo de la invención… de todas las cosas -Su voz se apagó.

Me resultaba ahora evidente que Holmes se había entregado a uno de sus conocidos excesos con la cocaína y sabía que no tardaría mucho en apoderarse de él uno de los más negros ataques depresivos.

– Holmes, ¿cómo ha podido ser tan irresponsable? -Mi voz temblaba de decepción-. Cuando hay tantas cosas en juego. Houdini se consume en la cárcel. El propio príncipe ha confiado en su discreción…

– Lo que he hecho ha sido en su interés -dijo Holmes lánguidamente-, no debe temer a las sensaciones, Watson. Agudizan sus facultades. -Holmes movía sus dedos en el aire.

¿Cuántas veces le había advertido sobre los destructivos efectos que esta droga tenía? No podía soportar el pensar en esa espléndida mente erosionada por incontables indulgencias. Con gravedad, fui a desabotonarle la muñeca para examinar su brazo en busca de marcas de pinchazo.

– ¿Qué?-murmuró, liberando su brazo-. ¡Oh, no! Watson, no es eso. No he traicionado tu vigilancia. No, es la emoción de la caza lo que ahora me estimula. Nuestra presa tiene un sello original, Watson. Su rastro me ha empujado a las mayores alturas. Ciertamente grandes alturas. Lo encuentro muy gratificante.

Aunque mis sospechas no desaparecieron por completo, me encontré con que mi preocupación volvía a centrarse en el caso.

– ¿Quién es entonces el criminal?

– No debe esperar milagros de mí, Watson -replicó, un poco dolido-. Houdini es el mago, no yo. Todavía desconozco el nombre del villano. Pero mi red se va estrechando en torno a él, y pronto… -Curvó sus huesudos dedos y los mantuvo en alto-. Pero ya basta. Cuénteme que ha descubierto de la condesa.

Escuchó con avidez mientras le hice un breve resumen de mi visita al Cleland y del incidente que tuvo lugar a continuación.

– ¡Ah!-dijo Holmes cuando terminé-, nuestro amigo de la bufanda roja decidió quedarse con usted, ¿no es así? Debe de estar halagado Watson.

– ¿Qué? ¿Quiere decir que lo conoce?

– Bueno, digamos que lo he visto por ahí. Nos siguió a casa desde el Diógenes la otra noche, y nos alcanzó de nuevo después de nuestra visita a Gairstowe House. Cuando nos separamos, conseguí quitármelo de encima saltando desde un coche en marcha.

– ¿Pero quién es? ¿Y qué es lo que quiere?

– Qué tipo más preguntón es usted, Watson. Es una pena que no fuera tan persistente con la condesa, o nos encontraríamos bastante más cerca de la solución.

– ¿Qué quiere decir, Holmes? He podido averiguar tanto como se podría esperar dadas las circunstancias. Pensé que lo había hecho bastante bien.

– No, Watson, me temo que se intoxica fácilmente del encanto femenino. Es quizá el mayor de sus fallos. Se preocupa más por el corte de una bata que por el envenenamiento de un marido. Es verdad que su narración tiene uno o dos puntos de interés, pero, globalmente, es usted demasiado caballeroso como para que sea de ninguna utilidad.

– Vamos a ver, Holmes, esta era una situación que requería de la mayor delicadeza. De haber sido más directo en mi interrogatorio, hubiera sido despedido aún más pronto. Estoy seguro de que a usted no le hubiera ido mejor.

– Quizá no, pero en cualquier caso sabremos más en seguida, porque tengo la intención de hacer una visita al Cleland en cuando se me presente la oportunidad. Pero como es demasiado tarde para visitar a nadie, sugiero que dejemos a la condesa para mañana. Por el momento, tengo en mente otro tipo de incursión social de diferente naturaleza.

– Me viene muy bien -dije-. He estado encerrado más de un día.

– Y me temo que deberá quedarse aquí un poco más -dijo Holmes-. La excursión de esta noche es otra de las que no participará. Es bastante…

– Holmes, si yo no puedo acompañarle, entonces usted tampoco irá.

– Mi querido compañero…

– No me quedaré aquí sentado mientras Houdini permanece encerrado en Scotland Yard. No puedo soportarlo

– Y me lancé a describir las terribles condiciones del encierro de Houdini.

– Cielos -dijo Holmes-. Es espantoso. Terrible. Bueno, no será por mucho más tiempo.

– No si yo puedo participar de alguna manera -dije-. Así que, ¿cuál es nuestra tarea de esta noche?

– Watson -Holmes me hablaba con grave expresión-, el asunto de esta noche puede implicar, bueno, allanamiento. Aunque nuestro caso sea justo, podríamos situarnos a pesar de todo al margen de la ley. ¿Todavía quiere acompañarme?

– Me mantengo firme.

– ¡Gran hombre!-exclamó, golpeándome en el hombro-. Aun así, todavía encuentro su entusiasmo un poco preocupante. Es posible que haya estado buscando al ladrón de Gairstowe demasiado lejos.

Aunque Holmes intentó quitarle hierro a la situación, era patente la incomodidad que sentía al involucrarme en cualquier acto delictivo. En lugar de tratar de argumentarle mi posición, simplemente callé y esperé, porque sabía que mi buena disposición pronto pesaría más que su preocupación. En cualquier caso, no tenía intención de perderlo de vista hasta estar seguro de que no había vuelto a recaer en el consumo de narcóticos.

Al final, Holmes pareció tomar una decisión, y, encogiéndose de hombros con resignación, se inclinó hacia delante para confiarme su plan.

– ¿Recuerda las huellas en el estudio de lord O'Neill que tanto llamaron nuestra atención?

– Sí, claro.

– Sabemos que esas huellas se hicieron con los zapatos de Houdini. Si aceptamos que los pies de Houdini no estaban dentro…

– Entonces otra persona se hizo con uno de sus pares de zapatos. ¿Dónde nos hemos encontrado con algo parecido antes, eh, Holmes? [12]

– Precisamente. Ahora ya he comprobado que no han podido coger los zapatos de la habitación del hotel de Houdini. Por lo tanto, debemos tratar de robar un par de su camerino en el Savoy.

– ¿Por qué no le pedimos a la señora Houdini los zapatos?

– Porque obtendremos más información si los robamos. Si no lo logramos, entonces sabremos que los zapatos se los llevó alguien que tiene mayor facilidad para acceder al teatro. Esto nos conduciría hasta un empleado del Savoy, o un miembro de la propia compañía de Houdini.

– ¿Y si lo logramos?

– Entonces habremos recorrido un largo trecho hacia nuestra meta: quebrar la certeza que tiene Lestrade en el caso contra Houdini.

– Muy bien. Me llevaré la linterna sorda.

– Será mejor que nos pongamos nuestros zapatos de suela de goma también. Y Watson… -¿Sí?

– Es mejor que se eche su revólver de servicio en el bolsillo. -Me puso la mano sobre el brazo-. Podría haber…

– Lo entiendo. ¿Algo más?

– Bueno, sí -dijo, tocando la campana-, unos emparedados fríos antes de partir no vendrían mal.

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