El teatro Savoy había resucitado para la actuación de la noche, había recobrado parte de la grandeza que recordaba en él; sin embargo, mi mente estaba nublada por la aprensión y no era capaz de advertir esa atmósfera más agradable. El tal Kleppini intentaría seguramente causar algún mal a Houdini, pero ¿cómo sería yo capaz de detectarlo? Y aún más, ¿cómo sería capaz de prevenirlo? Estas y otras preocupaciones me seguían inquietando, cuando una voz familiar se abrió paso entre mi confusión.
– Watson, parece usted estar aturdido, amigo mío. ¿O solo está evitando a un viejo amigo?
Era Thurston, con quien a menudo jugaba al billar en mi club. Recientemente me había metido en unas malas inversiones y nos habíamos ido viendo menos. Pero como iba acompañado por su esposa, a quien nunca había conocido, estuve obligado a intercambiar algunas cortesías con ellos.
– Ha venido a ver de lo que todo Londres habla, ¿verdad, Watson?
– Bien, sí, yo…
– Es todo un artista, este Houdini. Hace dos días vi como lo metían en una caja, le clavaban la tapa y lo arrojaban al
Támesis. Estaba fuera en nada. Debería haber oído gritar a la multitud. Se creería que caminó sobre el agua.
– En realidad, he estado…
– Y es muy atractivo, para ser norteamericano -dijo la esposa de Thurston, quien estaba muy lejos de ser la mujer más atractiva de la sala.
– De hecho, he…
– Sí, es verdad, va a ser una estupenda velada. Estupenda.
La conversación siguió de esta guisa varios minutos más hasta que la primera campana nos indicó que era hora de ocupar nuestros asientos. El mío ofrecía una excelente vista del escenario, pero mientras observaba a mí alrededor, atento a cualquier cosa que pudiera ir mal, temí que si el desastre acechaba sobre el mismo, yo llegaría muy tarde para impedirlo.
La orquesta atacó una alegre melodía y Houdini, con enérgicas zancadas, se dirigió hacia la luz de las candilejas.
– Damas y caballeros -dijo, extendiendo sus brazos hacia el público-, a menudo se nos acusa a los ilusionistas de guardar nuestros trucos bajo la manga. Déjenme que le ponga remedio ahora mismo ¡así!
Y, de aquella manera, se arrancó las mangas de su levita y las arrojó a la primera fila. A partir de ese momento, mantuvo al público bajo su hechizo.
¿Qué era lo que resultaba tan encantador en este hombre? Después de todos estos años, aún no estoy seguro. Lo rodeaba un aura de valentía, sustentada en atributos que iban más allá de que fuera capaz de quitarse de encima sogas y cadenas. Me temo que Holmes tenía razón al acusarme de teñir estas crónicas de romanticismo, pero había algo en los ojos de Harry, algo en el consabido guiño, que, preso entre acero y cuero, le hacía al público al afrontar un nuevo reto. Parecía querer decir «esto lo vamos a hacer juntos, ¿verdad?» Y cuando, después de mucho tiempo de tensión, reaparecía, empapado en sudor, con las ropas hechas jirones y las manos sangrando, existía de verdad ese sentimiento de haber participado en un inconmensurable triunfo.
La primera parte de la velada pasó rápidamente mientras efectuaba una serie de escapes y retos, a cada cual más desconcertante que el anterior, hasta llegar a lo que me pareció el climax del primer acto.
– Amigos -dijo Houdini, mientras bajaban un pesado telón granate a su espalda -, al llegar a este punto del programa, normalmente ejecuto mi legendario número de caminar a través del muro de ladrillo. Esta noche, sin embargo, les presentaré una hazaña aún más extraordinaria. Damas y caballeros, por primera vez en un escenario, la cámara acuática de tortura de Houdini.
Una siniestra melodía acompañó desde el foso de la orquesta el momento de alzar el telón y quedar al descubierto un enorme tanque de cristal lleno de agua hasta los bordes. Era bastante austero en su construcción. Aunque se había intentado sugerir una cenefa oriental en su base, en realidad la pieza estaba constituida por cuatro paneles de cristal unidos en las esquinas por sólidas riostras de madera, un diseño tan simple que excluía cualquier posible truco.
– Antes de proceder con este número -anunció Houdini-, necesito la ayuda de un voluntario del público. -Se acercó hasta el borde del escenario y observó al mismo-. Veo que contamos con un distinguido visitante esta noche, el autor de las entretenidas historias de misterio de Sherlock Holmes. ¿Sería tan amable, señor Watson?
Nunca me imaginé que mis lectores pudieran reaccionar con tanto entusiasmo ante mi presencia, pero mientras me levantaba de mi asiento, se oyó una emocionada ovación y una tumultuosa ronda de aplausos. Me sonrojo al recordar mi comportamiento idiota ante esta demostración. Me quedé quieto donde estaba durante un rato, con lágrimas en los ojos, asintiendo con la cabeza e intentado transmitir mi agradecimiento.
– Acérquese, doctor -me apremió Houdini-. Creo que conoce el camino.
Una vez más, subí los escalones hasta el escenario.
– Doctor Watson -dijo Houdini, guiándome hacia el cubo de cristal-, por favor, examine la cámara acuática de tortura. ¿Puede ver algún falso fondo o panel corredero por el que yo pudiera escapar?
Negué con la cabeza.
– ¿Son los paneles de cristal sólidos? ¿Es la madera de roble sólida?
Asentí.
– Gracias. Podría ahora observar estos cepos para los pies. Mis pies estarán atrapados en estos cepos de madera y con ellos me harán descender, boca abajo, hacia la cámara acuática de tortura. Los cepos se fijarán con un candado en la parte superior de la cámara y yo quedaré suspendido, indefenso, dentro del agua. ¿Me he explicado correctamente? ¿Ha sido mi explicación -hizo un guiño a la audiencia- «elemental»?
La audiencia rió y comenzó una nueva ola de aplausos, aunque aún no entiendo como esa palabra ha llegado a estar tan íntimamente asociada con Holmes.
– ¿Es capaz de detectar algún medio por el que yo pudiera liberarme de la cámara, doctor?
Negué con la cabeza una vez más.
– ¿Querría intentarlo usted mismo?
Negué con la cabeza más fuerte, provocando aún más risas.
– Gracias, doctor Watson. Es el momento de que comience la prueba.
Dos ayudantes se acercaron y aseguraron los pesados cepos sobre los tobillos de Houdini.
– Otra buena medida -dijo-, es que llevaré estas esposas también. Es infinitamente más difícil escapar de unas esposas cuando se está bajo el agua. Este, de todas maneras, será el menor de mis problemas. Doctor, usted y el público pueden seguir el progreso del número con este enorme reloj que ve aquí. ¡Señores!
Los cepos estaban atados a una cuerda. Houdini fue izado por los pies y quedó colgado como un pez sobre el tanque de agua.
– Este viejo misterio hindú -proclamó Houdini desde esa inusual posición- no se ha visto sobre un escenario en más de dos siglos. Ha viajado conmigo hasta Inglaterra directamente desde Calcuta, donde fui admitido en un sagrado consejo de ancianos para que pudiera aprender el preciado secreto o morir en el intento. ¡Damas y caballeros!-gritó-, les presentó el reto mortal de la cámara acuática de tortura.
Se cortó la cuerda y Houdini se zambulló boca abajo en el tanque. El agua se derramaba sobre el escenario mientras sus ayudantes aseguraban el cepo en la parte superior del tanque y dejaban a Houdini encerrado dentro.
Durante treinta segundos, Houdini simplemente permaneció colgado boca abajo sin reaccionar ante el problema de ninguna manera. Pero, casi de repente, empezó a retorcerse y girar como intentando alcanzar sus pies con las manos esposadas.
Pasó un minuto y comencé a preguntarme cuanto más podría Houdini permanecer bajo el agua, cuando, con un convulso esfuerzo, logró liberarse de las esposas. La audiencia vitoreó al ver las esposas caer hasta el fondo del tanque, pero Houdini tenía todavía que liberarse de los cepos de los pies y escapar de la celda.
Parecían horas, pero el reloj marcaba apenas dos minutos cuando Houdini renovó su forcejeo. Sabía que incluso un hombre con su extraordinaria resistencia física no podía seguir luchando durante mucho tiempo sin oxígeno. ¿Cuánto tiempo más podría sobrevivir? ¿Podría ser este el peligro que la señora Houdini temía? Cerré los puños y esperé.
Tres minutos después de haber entrado en el tanque, los movimientos de Houdini comenzaron a ser cada vez más débiles y desesperados. «¡Libérele, Watson!» gritó alguien del público. Miré a los ayudantes de Houdini. Eran conscientes del dilema, pero no hicieron ningún gesto de ayudarlo. Notaba los latidos de mi corazón en la garganta. Me di cuenta de que la vida de Houdini estaba en mis manos.
Habían pasado cuatro minutos. Houdini comenzó a golpear el cristal. A estas alturas, el público estaba delirante. Los hombres gritaban, las mujeres chillaban, y sobre el escenario sus ayudantes corrían de un lado a otro susurrándose entre ellos y preparándose para actuar. Temí que llegaran demasiado tarde. Houdini expulsó una nube de burbujas y quedó suspendido inerte en el tanque. Buscando algún objeto pesado con la mirada, pude ver sobre uno de los palcos superiores asomarse el rostro de Bess Houdini. Era tal la expresión de terror que vi en aquella cara, que me vi, sin pensarlo, impulsado a actuar repentina y precipitadamente.
Corrí hasta la zona de bastidores, donde tomé un hacha de incendios. Franz, el gigante impasible, intentó detenerme, pero me escabullí y volví corriendo hasta el escenario, donde rompí el tanque. Agua y cristales se esparcieron por el escenario hasta el foso de la orquesta. Houdini estaba apenas consciente cuando Franz lo liberó de los cepos y lo depositó sobre el escenario.
– ¡Llamen a un médico! -gritó alguien.
– Soy médico -repliqué-. Por favor, retírense. Dejen espacio.
Houdini levantó la cabeza y gesticuló débilmente hacia bastidores.
– Ba… bajen las cortinas -jadeó, cerrando los ojos.
Aunque no tenía el maletín con mi equipo médico conmigo, comencé a atender a Houdini lo mejor que pude. ¿Cómo pude permitir que pasara? Estaba claro que alguien había alterado la celda de alguna manera y ahora Houdini se encontraba a un paso de la muerte. Si lo perdía, pensé lúgubremente, no descansaría hasta encontrar al causante de aquella atrocidad, con o sin la ayuda de Holmes.