1. El crimen del siglo

– ¿El crimen del siglo?-preguntó Sherlock Holmes removiendo el carbón en la chimenea con un atizador de metal-. ¿Está completamente seguro, Lestrade? Después de todo, el siglo es joven todavía, ¿no cree? -Se giró hacia el inspector, cuyo rostro todavía estaba arrebatado por el drama contenido en su afirmación-. Quizá sería más prudente, querido amigo, hablar del crimen de la década, o posiblemente del crimen más serio del año, pero uno debe huir de semejantes hipérboles.

– Debo prevenirle: no debería tomarse a la ligera esta situación, señor Holmes -dijo el inspector, situado junto al mirador-. No he cruzado la ciudad sólo para divertirlo. Este caso del que le hablo tiene implicaciones que se encuentran fuera, incluso, de su alcance. En realidad, simplemente por el hecho de haber venido a discutirlo con usted, estoy sobrepasando mi autoridad. Lo que ocurre es que me encontré casualmente con Watson, aquí presente…

– En efecto. -Holmes devolvió el atizador a su estante y se volvió hacia nosotros. Vestía una levita de un gris sombrío que enfatizaba su gran estatura y su rígido porte. Holmes superaba el metro ochenta de estatura, como ya otras veces he señalado; era delgado en extremo, casi cadavérico; sus rasgos afilados y nariz aguileña le daban una apariencia como de halcón. Sentado de espaldas al fuego, con los codos apoyados sobre el mantel, era difícil saber si su postura era simplemente cómoda o se trataba de una advertencia-. Creo que lo mejor sería que nos contara su historia desde el principio, Lestrade. Ha dicho que sospecha que este joven norteamericano es el autor de un gran crimen, ¿no es así?

– Así es.

– ¿Y cuál dijo que era su nombre?

– Houdini.

– Cierto, Houdini. Watson, ¿le importaría mirar en el índice?

Seleccioné de una de las estanterías uno de sus abultados libros de notas y comencé a pasar páginas completas.

– H, o, u, ¿no es así? Aquí tenemos el duque de Holderness, y aquí… Sí. Houdini, Harry. Nacido el 24 de marzo de 1874 en Budapest. Es curioso, sin embargo… Existe otro registro que sitúa su nacimiento en Appleton, Wisconsin, el 26 de abril del mismo año.

– Realmente curioso.

– Es un mago norteamericano, conocido por sus asombrosos escapismos. Se dice que hasta el momento siempre ha conseguido liberarse de cualquier tipo de confinamiento. Le gusta particularmente retar a los agentes de policía para que lo encierren maniatado en recintos oficiales, de los cuales después escapa por sus propios medios.

Oí una risa sofocada cerca de la chimenea.

– Houdini tiene además interés por las nuevas máquinas voladoras, de hecho él mismo ha realizado varios vuelos cortos.

– Este es precisamente el tipo de cosas de las que les hablaba. ¿Qué tipo de persona puede ser alguien que manipula máquinas antinaturales? -se burló Lestrade.

– Por el contrario, Lestrade, yo diría que nuestro señor Houdini demuestra un vivo interés por los avances de la ciencia, así como un espíritu muy aventurero. Parece un sujeto de lo más sorprendente. ¿Algo más, Watson?

– Nada -dije, y devolví el pesado volumen a su lugar.

– Intuyo que no tiene nada más que añadir a la descripción realizada por Watson, ¿me equivoco, Lestrade?

– En realidad, sí tengo algo que añadir, señor Holmes -dijo el inspector, buscando su cuaderno de notas en su bolsillo delantero-. Veamos… ¿Por dónde empiezo?… ¡Ah, sí! -Lestrade insertó su dedo índice entre las páginas del cuaderno-. Antes de ayer, este tipo se presentó en Scotland Yard y pidió que lo encerráramos en una de nuestras celdas. Bien, tengo casi treinta años de servicio y esta es la primera vez que nadie se ha presentado voluntario para que lo encierren. Así que lo examinamos detenidamente y entonces dijo: «Quiero que me encierren para así poderme escapar». Nos reímos mucho con aquello, se lo puedo asegurar. Pero el joven no se daba por vencido. Insistía en que ya había hecho lo mismo en Alemania y en Francia, incluso nos enseñó unos recortes de prensa para probarlo. -Lestrade golpeó con el cuaderno la palma abierta de su mano-. Bien, señor Holmes, una cosa es escapar de una de esas latas que tienen por ahí, pero no hay mejores cárceles en el mundo que las prisiones británicas. Si el norteamericanito pensaba que iba a entrar sólo para salir después, tan pronto como él quisiera, nosotros estábamos encantados de complacerlo. Así que lo llevamos hasta el bloque de celdas de la planta baja y lo pusimos en una que teníamos vacía. Francamente, pensé que se echaría atrás al ver la cerradura de la puerta, pero no lo hizo, así que lo dejamos bien encerrado. Le prometí que volvería en unas horas cuando hubiera tenido bastante.

Holmes examinó al inspector.

– ¿Y entonces?

Lestrade juntó las manos tras su espalda y miró por la ventana.

– Treinta minutos más tarde recibimos una llamada en la oficina del Departamento de Investigación Criminal. Era Houdini. Dijo que había vuelto sin problemas a su hotel y que solo quería que supiéramos que nos había dejado una sorpresa en el bloque de celdas. Naturalmente, no le creímos, pero cuando llegamos allí vimos que no solo se había escapado, sino que además había cambiado de lugar a todos y cada uno de los prisioneros de esa ala. Diecisiete prisioneros y ninguno estaba en la celda que le correspondía. La verdad es que tuvimos bastante trabajo… Señor Holmes, no veo qué hay de divertido en este asunto.

– Tiene toda la razón, Lestrade -dijo Holmes, tosiendo brevemente-, perdóneme. Aun así, no veo que su problema sea tan grave como usted presume. Estoy convencido de que es cuestión de mejorar el diseño de su prisión. Quizá puedan convencer al señor Houdini de que colabore…

– ¡Dios mío, señor Holmes! -gritó Lestrade, impaciente-. ¿De verdad me cree tan estúpido? No tiene nada que ver con las celdas. Se trataba solo del comienzo. Pero si puede entrar y salir de nuestras celdas, entonces puede entrar y salir de cualquier sitio. De absolutamente cualquier sitio. Algunos hombres incluso sospechan… Bueno, creen… -Se detuvo y miró de nuevo en su cuaderno.

– ¿Sí?

– No es nada.

– Venga, Lestrade, estaba usted a punto de decir algo.

Lestrade miró con recelo, primero a Holmes y después a mí.

– No creo en nada de esto, se lo advierto, pero algunos de los hombres dicen que Houdini es… un médium poseído por un espíritu.

– ¡Oh, venga!

Lestrade nos mostró las palmas de las manos en señal de rendición.

– La teoría no es mía, se lo aseguro, pero ha de tenerse en cuenta. He investigado un poco a este individuo y los resultados han sido sorprendentes. Muy sorprendentes, en realidad. Consideremos los hechos por un momento, señor Holmes, y veamos qué es capaz de concluir de los mismos. Cada noche, en escenarios de todo el mundo, Houdini es atado, envuelto en cadenas, metido en cajas de embalaje que cierran clavándoles la tapa, y no sé cuántas cosas más, y siempre consigue liberarse. ¿Qué es lo que todo esto le sugiere?

– ¿Una enorme destreza y habilidad técnicas?

– Quizá, ¿pero no encuentra, como mínimo, extraño, que jamás falle? ¿Ni siquiera una vez? ¿Podría usted afirmar lo mismo? -Lestrade se estaba refiriendo, y me pareció que con bastante indelicadeza, al robo de la perla negra de los Borgia, un caso que ni siquiera Holmes fue capaz de resolver. Aunque recuperaría la perla poco después, durante un caso que ya he relatado con anterioridad, [2] era un asunto que seguía pesándole en aquel momento. Me di cuenta en ese instante de la verdadera importancia que para Lestrade tenía el asunto que nos ocupaba; no era el tipo de persona a la que le gusta reabrir viejas heridas.

Holmes tomó un trozo de carbón de la carbonera y lo arrojó a la chimenea.

– Ocasionalmente mis métodos me fallan, pero incluso entonces, no recibo ayuda del más allá.

Lestrade apartó la vista rápidamente.

– No era mi intención ofenderlo, señor Holmes, lo único que le pido es que tenga una mentalidad abierta en este caso, tal y como he hecho yo. -Pasó las hojas de su cuaderno-.Aquí. Hay un grupo en Estados Unidos que se hace llamar Asociación para la Investigación Psíquica. Los de este grupo no son doctores en brujería, son científicos y doctores, individuos con el mismo grado de sensatez que podamos tener usted o yo. Esta asociación jura y perjura que los logros de Houdini se deben a habilidades psíquicas. Afirman que no hay ninguna otra explicación.

– ¿Y qué hay de Houdini? ¿Asegura él también que trafica con espíritus?

– No, él lo ha negado en repetidas ocasiones. Pero ¿no lo ve? Incluso eso encaja con la teoría. Si estuviera usando poderes psíquicos especiales en su carrera como mago, se vería obligado a esconder sus talentos para proteger su modo de vida. -Lestrade soltó una carcajada nerviosa-. Sé que lo que digo parece increíble, pero hace dos días este tipo salió de una de las celdas más seguras sin la más mínima dificultad. Nadie lo había hecho nunca, y francamente, dudo que nadie lo vuelva a hacer. Algo así me predispone a pensar que quizá nos enfrentemos con… Bueno, con lo desconocido. Ahora bien, no estoy diciendo que yo me aferre a ninguno de estos disparates sobre psiquismo, pero después de la visita de Houdini a Scotland Yard fui al Savoy a ver uno de sus espectáculos. ¿Qué supone que vi allí?

– Dígamelo.

– Fue asombroso. Nunca había visto nada parecido. Durante el espectáculo, Houdini hizo que los operarios construyeran un muro de ladrillo macizo en el escenario detrás de él. No había fraude, estoy seguro. El muro se hizo ladrillo a ladrillo y era absolutamente consistente. Y lo hizo colocar de tal manera que no podía rodearlo, pero de algún modo consiguió pasar de un lado al otro, delante de mis narices. Atravesó el muro. Así que, ¿cómo ha podido hacerlo?

– ¿Ayudado por los duendes?

– Según la Asociación para la Investigación Psíquica, la única manera en que Houdini puede realizar su truco es reduciendo su cuerpo a ectoplasma.

– ¿Ectoplasma?

– Es la sustancia de las emanaciones del espíritu. La materia de los fantasmas. Sé que suena ridículo, pero ¿qué otra manera tiene un hombre de atravesar la materia sólida? Al menos en Scotland Yard la celda tenía una puerta, pero esto era un muro de ladrillo macizo. Así que, naturalmente, cuando ocurrió el robo…

– ¿Robo? -Holmes se puso instantáneamente alerta-. ¿Será este robo el crimen del siglo que antes mencionaba?

– El mismo. No le puedo comentar los detalles todavía porque es un asunto altamente confidencial en el que están implicadas personalidades de las más altas esferas. Pero estoy convencido de que el crimen solo ha podido cometerlo alguien que puede atravesar muros. Tenga en cuenta que no estoy diciendo que realmente atraviese muros, pero sin duda consigue dar esa impresión. Así que, si pudiera venir conmigo al Savoy y echar una ojeada…

– Lestrade, este crimen…

El inspector levantó las manos.

– Lo siento, le he contado todo lo que podía contarle. No es usted un detective oficial, señor Holmes, y este asunto es completamente confidencial.

– Entonces me temo que no puedo ayudarle.

– ¿Qué?

Holmes arrojó otro pedazo de carbón al fuego.

– La verdad es que se encuentra fuera de mi alcance, Lestrade. Hombres que se hacen ectoplasma, robos de tan alta confidencialidad. -Sacudió la cabeza-. No. No. Es demasiado para mí. Watson, ¿le apetecería dar un paseo por el jardín botánico?

Lestrade se quedó boquiabierto.

– Pero… pero usted no lo entiende. Lo único que le pido es que me acompañe al Savoy y vea a este Houdini usted mismo. ¿Qué mal puede haber en ello? No es pedir demasiado, ¿no es así?

– Me temo que sí lo es, inspector -dijo Holmes sin alterarse-. Me está pidiendo que me involucre en una investigación criminal sin tener ningún dato del crimen real. Me pide que considere una teoría que cuadre con hombres que atraviesan muros. No soy un detective oficial, como escrupulosamente usted me ha recordado, pero tampoco soy un arúspice. Mi puerta estará abierta para usted cuando necesite mis servicios en lo que se refiere a asuntos corpóreos. Hasta entonces, buenos días.

Lestrade dejó escapar un hondo suspiro y se dirigió hacia la puerta.

– Es simplemente justo, supongo -dijo, cogiendo su sombrero y abrigo-. Nos dieron órdenes específicas de no consultarle en este caso. Solo creí…

– ¿Órdenes? -Holmes se giró en redondo, su rostro estaba en tensión-. ¿Órdenes de quién?

– ¿Cómo? Del Gobierno, por supuesto.

Holmes se quedó rígido.

– ¿Qué sección?

– El mensaje llegó de Whitehall. No tenía firma.

Los demacrados pómulos de Sherlock Holmes se encendieron.

– Lestrade -dijo con voz tensa por la emoción-, o bien es usted el hombre más taimado del Yard, o bien es un tonto inexcusable.

– ¿Qué…?-tartamudeó el inspector, pero Holmes ya había desaparecido. Corría escalones abajo hacia la calle Baker, donde, con dos agudos pitidos de su silbato, paró un coche.

Загрузка...