8

El sábado, el primer día completo que David y Hu-lan pasaban juntos, el inspector Lo los llevó a un edificio cerca de la casa. El apartamento para despacho era sencillo, de paredes blancas y mobiliario sobrio. Había teléfono, copiadora, fax y televisor y tenía vistas panorámicas sobre Pekín. David vio los patios del Hutong (el barrio) de Hu-lan y ahora suyo. A lo lejos se extendía el brillante muro rojo de la Ciudad Prohibida. Después de examinar la oficina, subieron cuatro pisos por ascensor para ver un apartamento totalmente amueblado y con vistas espectaculares. Cuando llegó la señorita Quo, mantuvo una animada conversación con Hu-lan en mandarín, hasta que al fin ésta pasó otra vez al inglés.

– Bueno, está todo arreglado. El abogado Stark estará aquí el martes a las nueve.

El domingo y el lunes se quedaron en casa. Mientras Hu-lan trajinaba con sus cosas, David siguió familiarizándose con el papeleo de Tartan-Knight y la lista de posibles clientes que le había dado Miles Stout. El martes 15 de julio ambos se levantaron con el ruido de la compañía de Yan Ge. David se duchó y afeitó, y se puso un ligero traje de verano. Cuando apareció en al cocina, U-lan estaba removiendo un pote de con gee. David desayunó y tuvo que marcharse, como todavía no había resuelto lo del chofer, el inspector Lo se ocupó de llevarlo a su nueva oficina.

En ese momento Hu-lan tendría que haberse duchado, vestido e ido en bicicleta al Ministerio de Seguridad Pública. Pero no lo hizo, sino que se metió de nuevo en la cama, volvió a dormirse y despertó poco antes del mediodía. Después cogió la bicicleta, fue a la oficina de David y lo sacó a almorzar.


Esa tarde fue al mercado al aire libre, compró verduras, jengibre, ajo, judías negras saladas y un poco de cerdo fresco, y volvió a casa para preparar la cena. Cuando David regresó, le preguntó cómo le había ido el día.

Por la mañana se había reunido con el representante de un hotel que estaba en pleito con unas bodegas de California por el envío de una partida de Chardonnay. A continuación tuvo una cita con un estadounidense que se presentó con su socio chino. Tenían une empresa de confección de ropa de piel de cerdo para mujer. Durante cinco años el negocio había funcionado sin problemas y los productos tenían un mercado en aumento en Estados Unidos. Lamentablemente, el curtidor se había relacionado con unos tipos muy turbios, y ahora toda la empresa era objeto de una investigación por parte del gobierno. El estadounidense, en concreto, estaba muy preocupado por sus derechos. ¿Podía David hacer algo para ayudarlos?

A las cinco menos cuarto, David y la señorita Quo salieron de la oficina, y el inspector Lo los llevó al complejo Zhongnanhai, al lado de la Ciudad Prohibida, para encontrarse con el gobernador Sun Gao, miembro del Comité Central en representación de la provincia de Shanxi. Mientras el coche avanzaba entre el tráfico, la señorita Quo repasó el itinerario de David de su visita a Knight International. El jueves se reuniría en privado con os directivos estadounidenses de la fábrica y los Knight, padre e hijo. El viernes se reuniría con el gobernador Sun y otros vips, como llamaba Quo a Randall Craig y el equipo de Tartan. El sábado, tras una ceremonia en el complejo fabril Knight, volverían a Pekín en dos aviones privados de la compañía para asistir a una serie de banquetes y reuniones con altos ejecutivos de Knight y Tartan, miembros del gobierno chino. Miles Stout también acudiría. El banquete del domingo por la noche culminaría con la firma de los documentos finales.

Cuando llegaron al complejo Zhongnanhai, la señorita Quo abrió la marcha hasta el pequeño despacho que el gobernador usaba cuando estaba en Pekín. Hizo las presentaciones y se ocupó de traducir las conversaciones. Por la calidad de la tela y el corte, David supo que el traje diplomático azul marino a rayas de Sun estaba hecho en Hong Kong o Londres. A pesar de esa apariencia de sofisticación, Sun parecía cerca de los setenta; la tez rubicunda y la fuerza del apretón de manos daban fe de una vida al aire libre dedicaba mayormente al trabajo físico.


Los dos hombres se sentaron en unas mullidas sillas de terciopelo burdeos, mientras la señorita Quo lo hacía en una silla de respaldo recto, ligeramente a la izquierda de David. Durante los siguientes minutos la chica habló en mandarín. David sólo reconocía algunas palabras -baba y cha- y comprendió que estaban intercambiando cumplidos sobre el padre de Quo y negociando la cuestión siempre importante de si los invitados tomarían o no té. Cuando la conversación tocó a su fin, Sun sirvió tres tazas de té y empezó a hablar con voz serena y segura, deteniéndose de vez en cuando para que Quo tradujese. Durante los siguientes veinte minutos, mientras hablaba en términos elogiosos de los atributos de su provincia, no apartó la mirada de David. En otras circunstancias, David se hubiera sentido irritado por semejante examen, pero Sun tenía modales cálidos. Era una persona muy realista y, si la traducción de Quo era correcta, muy directa.

– El gobernador desea que sepa que ha animado a muchas empresas extranjeras a instalarse en su provincia -dijo la señorita Quo cuando Sun acabó con sus comentarios-. Cada vez es más fácil llegar allí. En Shanxi ha construido una nueva autopista, lo que pone a Taiyuan sólo a cinco horas de Pekín en coche o autobús, y a poco minutos en avión. Cree que es importante que usted sepa que él cree que dentro de diez años su provincia será la número uno en inversiones económicas en el interior.

– ¿Y cuál es el plan del gobernador para lograr sus objetivos?

La señorita Quo tradujo con vacilación la pregunta y escuchó la respuesta de Sun en mandarín.

– Como usted sabe, China está en un período de grandes cambios. El gran líder Deng Xiao-ping nos animó a profundizar la reforma económica.

– Hacernos ricos es glorioso -citó David.

– Exactamente -asintió la señorita Quo-. Pero hay algunas cosas que no quiere ver cambiar. Desde su muerte, nuestro país puede avanzar en alguno de esos programas. Eso es lo que el gobernador Sun está promoviendo aquí en Pekín así como en Shanxi. Históricamente, dice, los cambios sólo pueden venir del campo. Ha propuesto el sistema de una persona-un voto para las elecciones locales que estarían abiertas por igual a candidatos del partido y de fuera del partido. Ha trabajado muy duro para abolir la economía que se come el arroz.

Ante la mirada perpleja de David, Quo le explicó:

– Es una frase usada por el primer ministro Zhu Rong-ji. Significa que quiere recortar la burocracia de nuestro país, que tan a menudo fomenta la corrupción. El gobernador Sun apoya estas nuevas ideas y cree que con el tiempo aportarán más libertad al pueblo chino, mayor prosperidad y mejores relaciones con nuestros hermanos de Occidente.

– Todo esto es muy interesante -dijo David-, pero ¿para qué me ha invitado el gobernador?

La señorita Quo no se molestó en ocultar su disgusto.

– Es una pregunta muy atrevida.

– No se preocupe, señorita Quo -dijo Sun en un inglés casi perfecto.

David había caído en una de las trampas más viejas de los juegos chinos. Por supuesto que ese hombre hablaba inglés.

– Pensé que era apropiado conocernos antes de vernos en Knight International -dijo Sun-. Tengo el mayor de los respetos por el señor Knight y el señor Craig. Henry Knight es un viejo amigo, mientras que el señor Craig es un nuevo amigo. Por lo tanto, creo que es bueno que nos hagamos amigos. De esta forma se allana el terreno de los negocios.

– Estoy de acuerdo -dijo David.

Sun le ofreció un platillo de pipas de sandía.

– Pero debo admitir que tengo lo que usted probablemente llamaría segundas intenciones para reunirme hoy con usted -continuó Sun-. Como muchos de los que en China leemos los periódicos o miramos la televisión, estoy al tanto del gran trabajo que hizo por nuestro país a principios de este año. Pero ambos sabemos que no todo salió en las noticias. Me perdonará al falta de modestia si le digo que he tenido el enorme privilegio de participar en conversaciones con los más altos miembros de nuestro gobierno, que están perfectamente enterados de la auténtica naturaleza de su obra. Ha honrado usted a nuestra nación, gracias a desenmascarar la corrupción en nuestro gobierno, así como en el suyo.

David estaba en el país más poblado del mundo, pero se sentía como en un pequeño pueblo donde todo el mundo sabe todo de los demás. Pero antes de que pudiera decir nada, Sun continuó.

– Yo también estoy muy preocupado por la corrupción. Como ha observado el primer ministro Zhu, el cobro de comisiones ilegales siembra el descontento en el pueblo. De modo que, como diría usted, los dos estamos en la misma onda. Creo que dos personas de mentalidad tan parecida deberían trabajar unidas. Me haría un honor si me aceptara como cliente.

– ¿Está usted en apuros? -preguntó el abogado que había en David.

Hubo un silencio incómodo y David vio la mirada de desaprobación de la señorita Quo. Sun rió con ganas.

– Alguna gente dice que la brusquedad es el peor rasgo de los estadounidenses. En China nunca haríamos una pregunta tan directa. Bueno, quizá si nos conociéramos desde hace diez mil años y nos hubiéramos reunido todos los días durante diez mil semanas, entonces quizá mostraríamos esa debilidad. Pero en realidad es una característica de su pueblo que me gusta. Usted habla con franqueza,. Eso lo hace muy vulnerable, pero debo reconocer que también muy estimulante. -Los comentarios eran condescendientes, pero la afabilidad de Sun limó las asperezas-. Respondiendo a su pregunta -continuó el gobernador-, no, no estoy en apuros. Pero la gente puede necesitar abogados por muchos motivos.

– No soy experto en derecho chino -dijo David-. Sería mejor que contratara un bufete local.

– Ve, señorita Quo, otra vez nos dice lo que piensa sin tapujos -comentó Sun.

Quo bajó la mirada con modestia, contenta de que su nuevo jefe le hubiera caído en gracia a un hombre tan poderoso.

– No necesito a ningún experto en derecho chino -dijo Sun-. Como la señorita Quo le ha explicado, actúo en nombre de mi provincia y mi papis cuando vienen a visitarnos las compañías extranjeras he promovido activamente las inversiones extranjeras en Shanxi. Comprenderá que hasta hace muy poco no hacíamos muchos negocios por contrato. Cuando el gobierno es propietario de cada tienda, fábrica o granja, no son muy necesarios. Por tanto, en China tenemos muchos problemas con los forasteros para negociar. Supongo que a los extranjeros les gustará negociar con alguien que comprende su sistema. Lo que le propongo es que me represente, tanto como individuo, ya que tengo muchas inversiones propias, como en nombre de la provincia de Shanxi.

– Tendría conflicto de intereses para representarlo en cualquier trato con Tartan -respondió David.

– Bueno, eso es sólo un negocio, pero mi tarea consiste en atraer otras compañías extranjeras a Shanxi.

– Si lo represento, estaré al tanto de muchos aspectos de sus negocios. Puede que haya cosas que no quiere que sepa Tartan y viceversa.

– Se supone que los abogados son discretos.

– La discreción no es problema. Muchos clientes prefieren estar seguros de que no exista ni la más remota posibilidad de que sus asuntos no sean completamente privados, que el producto del trabajo no esté donde no deba ni se archive donde no corresponda, que no haya nadie en la oficina que pueda fisgonear en lo que no debe saber.

– Lo que me está diciendo, abogado Stark, me hace dudar de usted y de Phillips, MacKenzie…

– Somos escrupulosos con nuestro trabajo, pero los accidentes existen. Por no mencionar…

Sun, al ver que David vacilaba, acabó por él:

– Que está usted en China y que por tanto no puede garantizar absoluta confidencialidad.

David levantó las manos y se rindió a la evidencia.

– Además -añadió-, ¿qué pasa si dentro de cinco años hay algún desacuerdo entre usted y Tartan?

– No lo habrá -respondió Sun.

– Pero ¿qué si lo hubiera? -insistió David-, ¿No le gustaría saber que sus asuntos han estado siempre completamente seguros?

– Los dos trabajamos por los mismos fines. No hay conflictos ni los habrá nunca.

– Sin embargo, si los hubiera yo tendría que elegir a qué cliente represento. Y me temo que sería Tartan.

– Porque es un cliente más grande que yo.

– Y porque mi bufete hace más tiempo que trabaja para Tartan.

– A mí me va bien.

– Entonces déjeme llamar al bufete y a Tartan a ver lo que piensan. En cuanto sepa algo, volveré con la respuesta y un documento de renuncia que tendrá que firmar.

El gobernador Sun se puso de pie para dar por terminada la reunión. Estrechó la mano de David y le dijo mirándolo a los ojos:

– En cuanto tenga usted el documento de renuncia, le mandaré un informe de mis actividades. -Acompañó a David y la señorita Quo a la puerta y añadió bajando la cabeza-: Si necesita algo antes de que nos veamos esta semana, llame por favor a Amy Gao, mi ayudante. -Y dirigió su atención a una delegación de empresarios que lo esperaba en el vestíbulo.

– Es muy bonito escuchar los problemas de la gente y después tratar de ayudarlos -le dijo David a Hu-lan esa noche-. Esta tarde hice un par de llamadas y resolví el problema con la bodega. La cuestión de la ropa de piel de cerdo será un poco más difícil, pero la señorita Quo ya ha hecho el borrador de un par de cartas a la gente apropiada, según ella. Esperemos que la semana próxima podamos tener algunas entrevistas después de la firma del acuerdo Knight y esa pobre gente de la piel pueda volver a su fábrica sin problemas.

Hu-lan pensó que David aún tenía mucho que aprender sobre cómo funcionaban las cosas en China.

Se reservaba la noticia de su reunión con el gobernador para el final. Hu-lan escuchó cada detalle tratando de descubrir los habituales matices chinos que a David se le habrían escapado. Los dos rieron cuando le contó lo de la autopista Pekín-Taiyuan.

– ¿Cómo iba a saber que existía?-preguntó Hu-lan burlonamente horrorizada de las innecesarias penurias por las que había pasado con aquellos dos trenes, mientras pensaba al mismo tiempo en lo lejos que habían quedado, de esta vida tan cambiante, Su-chee y todos los que había conocido en Da Shui.

Se rieron más cuando David llegó a la parte en que Sun habla perfectamente inglés.-

– Tendría que haberme dado cuenta -dijo David-. ¡Pero si me di cuenta!

– ¿entonces?

– ¿Jet lag? -conjeturó. Volvieron a reírse y añadió-: Gracias.

– ¿Por qué?

– Por Sun. Que te caiga un cliente así es un golpe maestro. Sé que te lo debo a ti.

– Pero si no he hecho nada.

– ¿NO es amigo tuyo o forma parte de la red de la Princesa Roja?

– No lo conozco. Lo vi en el funeral de Deng. Es un hombre poderoso, David. Muy importante.

– ¿Entonces cómo…?

– Como dijo Sun, tu fama te precede. Además, la señorita Quo tiene unas relaciones excelentes.

David reflexionó.

– Todo ese discurso a favor de la democracia y el capitalismo, ¿no es peligroso? -preguntó al fin.

– Hace un año, o incluso hace tres meses, te habría dicho que sí. Pero Deng ha muerto. Mira quién gobierna el país ahora. El presidente Jian Ze-ming está tratando que Estados Unidos vuelva a ser amigo de China, no enemigo. Zhu Rong-ji, cuando era alcalde de Shanghai, volvió a darle importancia mundial a la ciudad. Ahora que es primer ministro espera hacer lo mismo con el país. No sé mucho sobre Sun, salvo que está tratando de hacer por su provincia lo que Zhu hizo por Shanghai. No hace falta ser matemático para sumar dos más dos. Actualmente, Sun es uno de los ciento setenta y cinco miembros del Comité Central. La gente dice que está compitiendo por convertirse en uno de los diecisiete miembros del Politburó. De allí, quizá pase a ser uno de los cinco integrantes del Comité Permanente. También es posible que se salte todos esos pasos y vaya directamente a la cima. Dentro de diez, veinte años, puede lograrlo.

– Te cae bien.

Hu-lan se encogió de hombros.

– NO lo conozco personalmente, pero me gusta lo que dice. Será un cliente estupendo para ti.

– No lo sé -comentó David. Hu-lan lo miró burlonamente, y él continuó-: No sé muy bien cómo van las cosas aquí. No entiendo la política, pero voy por la calle y veo capitalismo. Vengo a casa y me hablas del gobierno del Partido Comunista. Me cuesta combinar ambas ideas.

– No tienes por qué hacerlo. Escucha lo que te ha dicho: quiere tu ayuda para trabajar con extranjeros, porque sus ritos son diferentes. Te lo ha dicho, pero tú no lo has oído. En China las negociaciones comerciales son intrincadas. ¿Se ofrecerá té? ¿Se aceptará? ¿Quién se sentará en qué sitio de la mesa? ¿Quién entrará primero en la sala? Se intercambian cumplidos de lo más efusivos, pero nunca se aceptan. No se puede decir lo que uno quiere ni lo que está dispuesto a ofrecer. El contrato “final” nunca es el último. La víspera de la firma o justo antes del gran banquete, siempre quedan cuestiones pendientes de resolver. Las negociaciones pueden durar meses, años a veces. Esto se aplica tanto a los negocios como a las relaciones personales, y es absolutamente contrario al estilo estadounidense. Si me dices que Sun quiere que lo ayudes a abrirse camino entre todo eso, me cae aún mejor.

– Pero es un político, Hu-lan.

– No un político cualquiera. Es un prohombre. Si necesita ayuda, deberías dársela. Eso es o que mejores sabes hacer: ayudar a los que están en el lado del bien.

A David no le gustaba mezclarse en política, pero si Hu-lan pensaba que Sun era una buena persona, entonces no podía negarse a ayudar porque, como ella había dicho, era lo que mejor se le daba. Trató de explicarle el meollo de la cuestión.

– A mí no me importa si un cliente es grande o no. Hoy, por ejemplo, disfruté hablando con esa gente que fabrica ropa de piel. Me alegró que con un par de llamadas quizá se resolviera el problema o, al menos, se avanzara un poco. Pero un político es diferente. Ignoro lo complejos que puedan ser sus asuntos. Me preocupa la integridad. Me preocupa que haya cosas que quizá no entienda. Me preocupan cuáles puedan ser los problemas de Sun y por qué no los mencionó con franqueza. Porque debe de tener alguno, de lo contrario no me habría llamado. A pesar de todo, como abogado puedo examinar sus problemas y llevarlo por el buen camino, pero… -Su mente se perdió en el pasado-. Recuerdo que una vez vi un cuadro de un naufragio. Había un faro y el haz que se reflejaba en el agua, pero no había evitado que el barco chocara contra las rocas. Así es como veo lo que hago, Hu-lan. Tengo la sensación de que la luz puede orientarme en la oscuridad y hasta conozco las aguas, pero si aparece una corriente por sorpresa o desciende la niebla, entonces la lógica y la experiencia no bastan para evitar el desastre.


El miércoles los despertó, como siempre, el ruido de la compañía de Yan Ge. David dijo que quería ir a verla. Se vistieron y al cabo de unos minutos salieron al callejón. Hu-lan, junto a David, vio los bailarines de otra forma. Qué bonitos eran sus trajes pintorescos. Qué maravilla era ver a toda esa gente mayor, como la señora Zhang y la señora Ri, con las caras sonrientes y sus movimientos delicados. Hasta la música, que en otros momentos le parecía tan estruendosa y poco armónica, ahora le resultaba alegre y festiva. Y a su lado estaba David. Iba con ropa informal: pantalones caqui, camisa con el cuello abierto y mocasines. Tenía el cuerpo relajado mientras se apoyaba despreocupadamente contra la pared de la casa de la familia Liu. Se acercó más a él, que le pasó el brazo por los hombros. Se sentía prudentemente feliz.

No obstante, David era un extranjero y lo vecinos de Hu-lan estaban al tanto de su presencia desde la noche de su llegada al Hutong. Así que cuando la señora Zhang, directora del Comité Vecinal, llamó a la puerta una hora después de que la compañía se dispersara, Hu-lan ya estaba preparada para recibirla.

La acompañó al jardín, donde David hablaba por teléfono con Miles sobre el gobernador Sun, explicándole todos los puntos conflictivos.

– Miles, tengo que dejarte -dijo David al verlas-, pero si recibes el documento de renuncia de Tartan mándamelo por fax lo antes posible. Si puedo, me gustaría representar a Sun.

Colgó y cogió la nudosa mano de la señora Zhang para estrecharla suavemente.

La visitante tomó un ruidoso sobro de té de crisantemo y dijo en chino:

– Ha vuelto el extranjero. Ya veo que lleva aquí cinco días.

– Sí, tía -asintió Hu-lan.

– Sospecho que piensa quedarse más tiempo.

– Eso espero -respondió Hu-lan.

– Aún no has venido a pedirme un permiso de boda.

Hu-lan miró a David, que intentaba parecer interesado pero no tenía ni idea de lo que hablaban.

– No tenemos planes de boda.

– Este hombre es el padre de tu hijo -afirmó la señora Zhang.

– Usted sabe que sí.

La señora Zhang gruñó y miró directamente a David. Se inclinó y, como si se tratara de una confidencia, le dijo:

– Una gota de orina puede echar a perder el pozo de todos. A la gente de nuestro vecindario no le gustaría que pasara algo así. Nuestro ciudadanos son buenas personas. No queremos problemas con los de arriba.

David sonrió y le preguntó a Hu-lan qué había dicho la directora del Comité Vecinal.

– Te da la bienvenida al Hutong en nombre de todos los vecinos. Dice que Estados Unidos es un país muy interesante y espera tener muchas conversaciones contigo en el futuro.

– Xie-xie -le respondió la anciana, y volviéndose hacia Hu-lan añadió-: Por favor, dile que me siento muy feliz de que este lugar sea mi hogar.

Hu-lan lo tradujo como:

– El abogado Stark dice que está muy contento de volver a China y que hará lo posible por obedecer las normas del barrio y el país.

La señora Zhang soltó un bufido y se aclaró la garganta sin ningún recato.

– Pues muy bien -le dijo otra vez a David-, entonces espero que venga a pedir un certificado de boda muy pronto. En nuestro país no se estila pedirlo después de pedir el certificado de nacimiento del niño.

– La directora del comité -tradujo Hu-lan- dice que las cosas buenas llegan de a dos. Está contenta de que hayas venido y de que estemos juntos.

David alargó la mano y cogió la de la asombrada anciana.

– Haré todo lo posible por hacer feliz a Hu-lan.

La señora Zhang retiró de un tirón su áspera mano de la del extranjero y se puso de pie.

– Liu Hu-lan, sabes que somos muy indulgentes contigo, pero por favor, recuerda que debes tener cuidado. -Se inclinó hacia David y se alejó a toda prisa de la vivienda mascullando sobre los modales tan extraños del wai guo ren.


Hu-lan logró camuflar la desaprobación de la señora Zhang, pero las cosas fueron más difíciles cuando, más tarde se encontraron con el viceministro Zai en un restaurante. El viceministro hablaba inglés. Era un hombre muy sagaz y un sobreviviente de muchos cambios políticos. Cuando dejaron en la mesa los pequeños paltos y las vaporeras en miniatura, le dijo a Hu-lan:

– Tu madre ayer estaba bastante bien, pudo hablar conmigo por teléfono.

Este comentario fue un golpe para Hu-lan. No se había olvidado de Jin-li -hablaba con la enfermera de su madre todos los días desde que se habían ido a Beidaihe-, pero, de manera egoísta, se había guardado su felicidad y su intimidad con David.

– Creo que el aire del mar le hace bien. Me alegro de que esté en un lugar en el que pueda disfrutar del aire fresco del mar.

– Estuvo muchos años alejada de ti…

Lo sé, tío.

Hu-lan siempre usaba el tratamiento honorífico cuando trataba de dar a entender que había una relación muy cercana. En realidad, la de ellos era mucho más cercana que la de tío y sobrina. Con su propio padre siempre había habido capas y capas de indirectas, pero con Zai, Hu-lan sabía que las indirectas, incluso cuando se basaran en los deberes filiales y la culpa subyacente, siempre eran por su bien.

– Entonces, ¿volverá pronto a Pekín?

– Después de que David y yo regresemos del campo.

David dejó los palillos y sonrió.

– No sabía que ibas a venir conmigo.

– Le pedí a la señorita Quo que comprara billetes para los dos.

– No me lo dijo.

Con la animación del os últimos días, David y Hu-lan no habían hablado del viaje al campo. Ella tampoco había visto al viceministro Zai para hablarle de ello. Hu-lan relató rápidamente su viaje y lo que había visto: los misteriosos planos de la planta y otros documentos que le había enseñado Su-chee, la incongruencia de la escena del crimen, el extraño encuentro en la cafetería del pueblo, la visita oficial a la fábrica y lo poco que había visto y, por último, la decisión de que la única manera de saber lo que pasaba allí era meterse dentro.

– Allí pasa algo raro -dijo-. Si no, me habrían dejado ver todas las instalaciones.

– Pero sea lo que sea, seguro que no tiene que ver con el suicidio de la hija de tu amiga -señaló Zai.

– Y eso por no hablar de lo importante que Knight es ahora para mí -intervino David-. La venta es la razón principal de mi presencia en Pekín.

– Pensaba que era yo -protestó Hu-lan.

– Tú sabes lo que quiero decir, Hu-lan.

El viceministro levantó las manos para acallarlos.

– No tenéis por qué discutir, porque no hay ninguna necesidad de que Hu-lan vaya al campo. -Se volvió hacia ella-. Tienes trabajo aquí en la ciudad. Te he dado unos días libres para que visitaras a tu amiga, y ya lo has hecho. Ahora ya has vuelto a la capital, pero aún no has ido al trabajo.

– David necesita que lo ayude a instalarse.

– Ya tiene a la señorita Quo para eso. -Zai añadió-: Cuando era niño, había un dicho para las mujeres: “Nunca salgas por la puerta principal ni cruces la segunda puerta”. ¿Sabes qué significa? En las casa como las de tu familia, las mujeres no sólo no podían salir a la calle, sino que la mayoría ni siquiera debía salir a los patios interiores. Pero tú no has nacido en la época feudal, Hu-lan. No tienes que quedarte en casa para que te consideren una buena mujer.

Hu-lan se ruborizó y miró el plato.

– Te lo diré de otra manera -continuó Zai-. Si no fueras tú, ya te habrían llamado la atención.

David miró a Hu-lan confundido.

– ¿De qué está hablando?

– Hu-lan tendría que dimitir -explicó Zai- y a ti te expulsarían del país.

– Yo no he hecho nada malo -replicó David.

– No se permite que los extranjeros tengan aventuras con ciudadanos chinos -explicó Hu-lan en voz baja.

– Lo nuestro no es una aventura -corrigió David.

Hu-lan se encogió de hombros.

– Llámalo como quieras, pero el gobierno lo llama así.

Zai le habló a Hu-lan en mandarín.

– Protegí a tu padre durante muchos años, Hu-lan. Y no me arrepiento. Pero te equivocas si piensas que a mí no me vigilan. Y en cuanto a ti, quiero recordarte lo de los periódicos. Tienes dinero, sí, pero no puede protegerte eternamente. Te remito a lo que pasó con tu padre.

– Perdón, ¿pueden hablar en inglés? -interrumpió David.

Pero nadie le tradujo lo anterior.

– Tengo que entrar en esa fábrica -repitió Hu-lan, volviendo al inglés por David.

– ¿Y qué pasa con la criatura, Hu-lan -preguntó Zai-. Ya que no puedes preocuparte por ti, al menos podrías preocuparte por la seguridad del niño.

Al oír estas palabras, volvieron a la mente de Hu-lan las últimas semanas;: los casos aburridos, el trabajo liviano, la sobreprotección del inspector Lo. Seguro que Zai sabía lo del embarazo desde el principio.

Hu-lan probó por otra vía.

– Hace un minuto me censurabas por ser una antigua, y ahora me dices que no puede h hacer ciertas cosas porque estoy embarazada.

A David, como norteamericano, le costaba hablar de cuestiones tan personales con el jefe de su novia. Además, lo que Zai decía planteaba preguntas profundas sobre los papeles del hombre y la mujer, preguntas cuya respuesta no estaba muy seguro de poseer. Pero como era abogado, sabía desviar el tema de una conversación cuando era necesario.

– Si estás tan preocupada por la corrupción -le dijo-, no tienes que irte al campo para destaparla. En los pocos días que llevo en Pekín ya he visto varios casos de corrupción con extranjeros: esos edificios de oficinas, lo que cobran por poner una línea de teléfono, lo que me dijiste de los sueldos de los intérpretes…

– Todo lo que has visto es perfectamente legal -lo interrumpió Hu-lan impaciente-. Los extranjeros tienen más dinero que los chinos. Tienen que pagar más.

– ¿Cien de los grandes por una secretaria?

– ¿Tu secretaria de Los Ángeles te encuentra nuevos clientes? ¿Te presenta a la gente más importante de la ciudad? ¿Cómo crees que has encontrado tan rápido clientes nuevos?

Zai volvió a intervenir con tono conciliador.

– Lo que dice David es cierto. No hace falta irse al campo para descubrir la corrupción. Se encuentra aquí mismo, en Pekín.

– No me gusta que me digas eso -replicó ella.

– Y a mí no me gusta la idea de que tú, una hija querida, vayas a ese lugar.

– Tío, tú me formaste, me enseñaste a observar. En esa fábrica pasa algo, lo intuyo.

– Si es así, déjaselo a la policía local -respondió Zai.

– ¿Y si la policía también está implicada?

En el momento en que Zai apretó la mandíbula, como para desechar la acusación, Hu-lan sintió que las manos de David le cubrían las suyas.

– No me gusta -dijo David a Zai- y a usted tampoco, pero no podemos hacer nada para detenerla. Déjela venir conmigo. A lo mejor ni siquiera puede entrar en la fábrica. Entonces todo el asunto habrá acabado.

– ¿Y si no estoy de acuerdo? -preguntó Zai.

– Seguramente lo hará de todas formas. -David se volvió hacia Hu-lan-. Te digo que en la fábrica Knight no ocurre nada. He visto toda la documentación. Pero si, para tu tranquilidad, quieres pasar un día en la fábrica, entonces está bien. Hazlo, pero después no vuelvas a hablarnos de ello.

– Un día en la fábrica, ni uno más -concedió Zai-. Y tengo otra condición, que el inspector Lo te acompañe al campo. Puede hacer de chofer de David, si prefieres, pero quiero que tengas alguien cerca que pueda responder por si las cosas se ponen feas.

– No pasará nada -intervino David-. Está perfectamente a salvo porque la fábrica es absolutamente segura. Al final del día saldrá de allí cansada y todo habrá acabado.

– El lunes la quiero de vuelta en la oficina -insistió Zai sin abandonar la negociación-. Y hasta que nazca el crío se acabaron los días libres.

– De acuerdo -respondió David.

Los hombres miraron a Hu-lan para obtener su aprobación. Pero ella, mientras escuchaba el debate de lo que podía y no podía hacer, había tenido la extraña sensación de que perdía control sobre su propia vida. Sopesó lo que David había dicho. Se fiaba de su criterio, pero ¿y si se equivocaba y había algo delictivo en la fábrica Knight? ¿Y si estaba interpretándolo con los mismos ojos que le habían hecho ver que la primera tanda de clientes había llegado gracias a su fama y no a las conexiones de las señorita Quo?

También había cuestiones más profundas. No le gustaba mostrar su emociones ni en público ni en privado. Sin embargo, cuando David dijo que había ido a Pekín por cuestiones de trabajo y no por ella, enseguida se había notado que se sintió herida. Cuando David hizo esos comentarios sobre la corrupción en Pekín, había reaccionado criticando a Estados Unidos. Dos horas antes, sólo veía felicidad ante ella, ahora se sentía atrapada. ¿Pero esos sentimientos surgían de la conversación, de las fluctuaciones hormonales que sufría o de la profunda convicción de que no se merecía ser feliz?

Por último, si había algo ilegal en la fábrica Knight que, de alguna forma, se relacionara con el suicido de Miao-shan, entonces su presencia allí podía significar un peligro para ella y para el niño. ¿Por qué no lo había pensado antes? ¿Por qué no lo había pensado ni una sola vez… mientras trabajaba en esos caso fáciles en Pekín, mientras esperaba el tren para ir a Da Shui, mientras cruzaba los campos para ver a Tsai Bing, mientras entraba en aquel extraño bar, mientras visitaba a la policía local o interrogaba a Sandy Newheart y Aarón Rodgers?

Hu-lan levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Zai.

– Una semana -dijo-, y volveré a mi puesto.

Esas palabras podían tener muchos sentidos, y no estaba segura de comprender ninguno de ellos.

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