21

David se puso al teléfono.

– ¿Anne?

Después del retraso de larga distancia, llegó la voz de Anne.

– ¿David Stark?

– Yo mismo.

– Quería disculparme por mi actitud durante el funeral de mi hermano. Creo que estábamos muy alterados. Pero al enterarnos de las circunstancias, al saber que la víctima tenía que ser usted… pues…

David escuchó impaciente mientras Anne seguía con sus disculpas. Lo único que quería era marcharse, pero esos segundos le dieron la oportunidad de hacerse una composición del lugar. ¿Dónde estaba Hu-lan? Hacía rato que estaba extrañamente callada. Observó la habitación. Henry seguía delante de la puerta, dispuesto a impedirles el paso si intentaban salir. Quo miraba nerviosa por la ventana. Hu-lan estaba hundida en un sillón y parecía adormilada; se la veía pálida y dos manchas rojas remarcaban los pómulos. Una nueva preocupación le recorrió, pero volvió a prestar atención a Anne.

– Creía que había acudido a usted en busca de ayuda y que había tenido mala suerte. Menudo karma, pensé. Vas a pedir ayuda y te matan. Por eso estuve tan grosera.

– No me pidió ayuda, yo lo había invitado a cenar. Necesitaba cierta información…

– Ahora lo sé, pero en aquel momento sólo pensaba en lo que Keith me había dicho. Ese día me telefoneó. Estábamos muy unidos y siempre que algo le preocupaba me llamaba. Lo noté inquieto y me comentó que iba a reunirse con un amigo, alguien con quien podía hablar. Había cenado con usted, así que supe que…


Igual que el día del funeral, David creyó que no tenía sentido destrozar los buenos recuerdos de la familia de Baxter.

– Sólo estuvimos cenando…

– Lo sé, lo sé. Intento decirle que cuando lo vi en el funeral, lo único que pensé era que usted no lo había ayudado. Yo le había aconsejado que fuera al FBI, pero se rió de mi ingenuidad. Dijo que no necesitaba al FBI sino al Departamento de Estado. Después me comentó que tenía amigos en la fiscalía que le aconsejarían. Pero usted no le dijo nada.

No era extraño que Keith tuviera un comportamiento tan peculiar esa noche. Estaba a punto de tirar por la borda su carrera acudiendo a los federales para delatar a su cliente.

– ¿Se trataba del asunto Knight? -preguntó David. Incluso a miles de kilómetros oyó el profundo suspiro de Anne.

– Era por su novia. La muchacha era china y quería traerla aquí. Pensaba pedir asilo político.

David no daba crédito a sus oídos.

– el día del funeral estaba furiosa con usted por no ayudarle, pero se trataba de otra persona que me presentaron allí.

En el funeral sólo había otra persona a la que Keith pudiera haber recurrido.

– Rob Butler -concluyó David.

– Exacto. Se presentó y dijo que había intentado hacer todo lo posible por mi hermano. ¿Usted cree que intentó ayudarle?

David retrocedió hasta su último encuentro con Rob y Madeleine. Les preguntó a bocajarro qué pensaban sobre la muerte de Keith. Ambos dijeron que creían que había sido una chapuza de los grupos mafiosos para matar a David. También preguntó si Keith estaba siendo investigado. De nuevo, tanto Rob como Madeleine contestaron que no. ¿Por qué Rob no mencionó a Miao-shan? (por fuerza tenía que ser Miao-shan). Si Keith pensaba que era posible pedir asilo político debía de ser porque la chica tenía algo que ofrecer a cambio; las pruebas del soborno Knight-Sun. ¿Rob le había mentido? ¿Por qué? Keith estaba muerto. La chica también, y sus documentos estaban en China. Sin pruebas no había caso. Y aún era más importante, ¿Keith había utilizado a Miao-shan para evitar arriesgarse él? Ofrece a la muchacha, se apodera de la información sobre Sun y no se ensucia las manos.

– ¿Oiga? ¿Sigue ahí? -preguntó Anne.

– Disculpe, estaba pensando. Tengo tantas cosas que preguntarle. -Vio a Quo mirando por la ventana. No parecía presa del pánico-. Aquí las cosas están un poco complicadas.

– Comprendo. Antes que nada, déjeme explicarle el verdadero motivo por el que lo he llamado. Mi hermano me envió unos papeles antes de morir. Estaban aquí cuando volvimos a Russell. No sé de qué se trata, pero añadió una nota‹: “Si me ocurriera algo…” ¿Se imagina lo que es encontrarse algo así en el correo? ¡Mi hermano estaba muerto! Era como encontrarse dentro de una película de terror.

– ¿Qué clase de documentos? -preguntó David, aunque ya lo sospechaba.

– Páginas y páginas de números. A mí no me dicen nada, pero en la nota escribió que se trataban de una clave.

¿Una clave? Miao-shan tenía su documentación. Sun la suya. Ahora resultaba que Keith también tenía la suya. ¿Podía ser una clave?

– Anne -David intentó sonar lo más convincente que pudo-, referente a esos papeles…

– Va a hablarme de la chica y de que Keith quería casarse con ella, ¿No? -No era ésa su intención, pero la dejó continuar-. Somos gente sencilla de Kansas -prosiguió Anne-. No vemos muchos asiáticos por aquí, pero si Keith estaba enamorado era asunto suyo. Recibiríamos a su Miau-miau con la mejor voluntad. Hasta su nombre nos resultaba exótico. Quiero decir que sabíamos que no se llamaba así, pero así le sonaba a mi padre y así la llamábamos. Bueno, ya se da cuenta de por qué creíamos que era mejor que vivieran en Los Ángeles. Alí hay toda clase de gente y no resultaría tan chocante.

David y Hu-lan sabían que Miao-shan mantenía un idilio con un estadounidense. Pensaban que era Aarón Rodgers, y tal vez tampoco podían descartarlo, pero quien importaba era Keith. Debió de conocerla durante sus habituales visitas a Knight International para ocuparse de la venta. ¿Keith y Miao-shan? ¿Por qué David no se había dado cuenta? Cuando Miles dijo que la novia de Keith no era de Los Ángeles, David dio por supuesto que era una chica de su ciudad natal. La imagen encajaba con lo que sabía de él. Incluso ahora le resultaba difícil imaginarse a su amigo, obeso y casi cuarentón, con una operaria china de dieciocho años. Por supuesto, esas cosas pasaban. Se las llamaba crisis de la mediana edad.


Una chica manipuladora como Miao-shan debió de ver a Keith como presa fácil y le utilizó para conseguir toda clase de regalos, como la ropa interior de fantasía, los vaqueros, el maquillaje y… De repente recordó el mareante olor dulzón en el funeral y lo que Hu-lan había dicho sobre la cama de Miao-shan.

– ¿Usa usted White Shoulders? -le preguntó a Anne.

– Sí, y mi madre también -contestó asombrada.

– Keith debió de perder la cabeza -se le escapó.

– Estaba muy enamorado, mis padres y yo no lo veíamos pero estábamos en contacto por teléfono y correo electrónico. Desde que era un adolescente y se volvió loco por Mary Ellen Sanders nunca había estado enamorado. Me llamaba para preguntarme qué podía regalarle. Y yo misma compré algunas cosas para ella. Ella debía de estar igual, ya que también le hacía todo tipo de regalos.

– Como los papeles -dijo David-. Anne ¿podría mandármelos por fax? ¿Tienen alguna agencia de fax en Russell?

– Puede que estemos en Kansas, pero tenemos fax -contestó Anne un poco indignada-. Espere un momento y se lo envío. Deme el número.

David lo hizo. Anne le dijo que dejaba el teléfono un momento y enseguida volvía. Oyó el ruido del auricular sobre lo que había supuesto sería un mostrador de cocina y comprendió, dada su mala información sobre Anne y su vida, que seguramente estaba en un despacho perfectamente equipado. Un minuto después la mujer volvió al aparato.

– No entra. Repita el número.

David lo repitió.

– Sí, es el que he marcado. Dos veces. Compruebe su aparato.

David miró el fax y parecía en orden. Quo se acercó desde la ventana y confirmó que estaba conectado y había papel. Al comprobar la línea palideció.

– Está cortada.

– ¡Necesitamos el fax! -exclamó David.

– Tengo un fax en mi ya sabe dónde -dijo Henry, señalando las paredes-. Yo puedo recibir su fax si viene conmigo a Taiyuan.

Henry no necesitaba recurrir a este tipo de chantaje. Si Anne tenía la clave, todo se aclararía. Era arriesgado, pero estaban en una situación en que todo era un riesgo.

– Deme el número -pidió David.

Henry lo hizo y David se lo transmitió a Anne.

– Dígale que espere un poco -indicó Henry-. Tengo que encontrar a mis hombres y conectar la electricidad antes de ponerlo en marcha.

David transmitió las instrucciones.

– No quisiera parecer melodramático, Anne, pero si nos ocurriera algo, haga el favor de entregar esos papeles a Rob Butler. Dígale que… Anne… ¿Anne?

Habían cortado.

David colgó e intentó mantener la calma. Sabía que el miedo le entorpecía pensar.

– Tenemos que irnos -dijo.

Recogieron sus pertenencias y se encaminaron hacia la puerta. David miró por encima del hombro. Había sido un despacho agradable y un hermoso intento por una nueva vida. Quo Xie-sheng estaba de nuevo en la ventana.

– ¿Señorita Quo? -dijo David.

Ella le miró y contestó:

– Váyanse.

– No sea insensata -le dijo Hu-lan.

Quo cruzó la habitación y le tomó a Hu-lan la mano sana.

– Tiene razón, no tengo por qué huir. No he hecho nada malo. Gracias, inspectora, por haberme dado el valor necesario. Le diré a mi padre que, como siempre, ha sido una buena amiga de al familia.

David quiso disuadirla, pero la determinación era dura como una piedra en los rasgos de la joven.

– Váyanse -repitió Quo, caminando hacia la ventana-. Cuando lleguen, les diré cualquier cosa.

Era una vana esperanza para aplazar lo inevitable. Con las líneas cortadas y la posible vigilancia del despacho, ya debían de conocer sus movimientos y cualquier intento sería inútil,.

– Buena suerte, Quo -dijo David, y salió cerrando la puerta.


Henry quería ir en su coche, pero Hu-lan se le adelantó y subieron al coche de Lo, ya que pensaba que la pequeña insignia en el capó podía proporcionarles cierta protección. Por otra parte, si las cámaras instaladas en los principales cruces estaban ya alertadas para buscarlos, sería muy fácil seguirles la pista. Hu-lan decidió que valía la pena arriesgarse.


Tan pronto estuvieron en el coche, Hu-lan le entregó su teléfono móvil a Henry. Este ordenó que sus hombres pusieran en marcha los dispositivos, confiando en que entendieran que tenían que llenar el depósito del avión y calentar motores para salir de la ciudad.

Después, mientras cruzaban al ciudad en dirección al aeropuerto, David les contó su conversación con la hermana de Keith. Cuando terminó, Hu-lan, que se había animado un poco, dijo:

– Su-chee, y todos en realidad, decían que Miao-shan quería ir a estados Unidos. Yo creía que era un sueño irrealizable. Los campesinos nunca se marchan, pues ya les resulta bastante difícil escapar de su pueblo y trasladarse a una gran ciudad. ¿Cómo podía pensar que iría a Estados Unidos? Pero es evidente que tenía un plan.

– ¿Tú crees que amaba a Keith?

Hu-lan se quedó pensando en Miao-shan.

– Parecía una simple campesina -dijo-, pero una y otra vez demostró una gran capacidad para el engaño y la manipulación. Era probable que sintiera amor por Tsai Bing, se conocían de toda al vida. Pero su relación era rutinaria, sabían que estaban destinados a casarse y el sexo era para ellos tan cómodo y apacible como el de una pareja de ancianos.

David pensó que esa perspectiva, en otras circunstancias, era lo que desearía con la mujer que hubiera compartido su vida, pero aún no era el momento.

– En el caso de Tang Dan -prosiguió Hu-lan, ¿quién sabe? Tal vez le atraía la experiencia de un hombre mayor. Quizá temía no salir nunca del pueblo y pensó que al menos se casaría con el hombre más rico de la región. Eso ocurre a menudo en todo el mundo.

– ¿Y una violación? -preguntó Henry, que no sabía quien era Miao-shan pero estaba intrigado.

– Podría ser -contestó Hu-lan-. La violación es probablemente el asunto más tabú en China. La peor vergüenza. De haber sido violada jamás lo habría dicho. Pero yo creo que no. Siang, la hija de Tang, dijo que los vio juntos. Estaba indignada, pero si se hubiera producido un forcejeo, lo habría mencionado. No fue una violación.

– Guy In la amaba. No tengo la menor duda -dijo David.

– ¿Quién es ése? -preguntó Henry.

– El hombre que vio en la televisión con Pearl Jenner -contestó David.

– Sí, la quería, pero él dejó de serle útil. Y eso nos conduce a Keith -concluyó Hu-lan. Sentía la cabeza pesada por el calor y la humedad. Miró a los demás, que parecían esperar que continuara-. Ling Miao-shan, una mujer hermosa, manipuladora, implacable en asuntos del corazón, ¿podía amar a Keith Baxter, un hombre que le doblaba la edad, de una cultura completamente extraña y al mismo tiempo atractiva para ella? -preguntó con un esfuerzo-. Yo dormí en la cama de la chica, las sábanas y la almohada olían a White Shoulders. Vi los regalos que le hizo Keith todavía envueltos. He pensado mucho en todo lo que tenía que hacer para estar con él (salir del dormitorio sin que la vieran, cambiarse de ropa y de aspecto para resultar más atractiva, y no revelar el secreto de esos documentos cuando la asesinaron). Sí, seguramente lo quería. ¿Era amor profundo o un simple enamoramiento pasajero que habría cambiado con el tiempo? No lo sé. Pero creo que lo quería. ¿Y tu amigo? ¿a amaba de verdad o era sólo sexo?

– Estaba dispuesto a presentarla a su familia, intentaba sacarla del país. Debía de estar loco, pero supongo que también la amaba -contestó.

David miró por la ventanilla y Hu-lan vio su expresión de impaciencia. El tráfico no avanzaba. Hu-lan se inclinó hacia delante y dijo algo al oído a Lo, apremiándolo para que buscara otro camino. al echarse hacia atrás, David dijo:

– Lo que no sé es hasta dónde estaba dispuesto a llegar. Cuando hablé con Anne, pensé que Keith había entregado los documentos al gobierno. De esa forma habría violado su deber como abogado, pero habrían bastado para sacar a Miao-shan. Si eran una clave, abrirían una investigación federal en… en su empresa, Henry, y en Tartan. Setecientos millones es mucho dinero. ¿Quién iba a responder ante los accionistas de Tartan y Knight? Además, existían las acusaciones de corrupción.

– Le estoy diciendo que Sun es inocente -repitió Henry por enésima vez.

– Sun no hubiera sido el objetivo de una investigación federal, pero sí usted y hasta cierto punto Tartan -dijo David-. Pero Keith no le dio al clave a Rob. Keith quería a Miao-shan, pero no estaba dispuesto a sacrificar todo por lo que había trabajado para tenerla a ella.

– ¿Y por qué estaba tan alterado la noche en que cenó contigo? Si ya había tomado una decisión, ¿por qué preocuparse? -preguntó Hu-lan.

– Porque Pearl sabía que Miao-shan tenía los papeles y es probable que se lo dijera. Keith comprendió que había perdido el amor de su vida, que todo saldría a la luz y que él no podía hacer nada para evitarlo.

Henry se aclaró la garganta.

– No estoy acostumbrado a este tipo de cosas -señaló-, pero si no le importa que lo diga, me parece que es importante saber cómo consiguió los documentos Miao-shan.

David y Hu-lan contemplaron intrigados al anciano.

– Si lo que ustedes dicen es cierto, que todo esto no habría sucedido si esa Pearl no hubiera tenido los documentos, entonces quien se los haya dado a Miao-shan tenía motivos para… -titubeó- para destruirme. -David recordó que Sun había utilizado las mismas palabras la noche anterior-. ¿No cree que se trata de eso? -añadió Henry dubitativo-. ¿Qué Tartan tenía algún plan para conseguir mi empresa a bajo precio?

David y Hu-lan se miraron tratando de considerar este nuevo punto de vista. Hu-lan se inclinó hacia Lo y le dijo algo en mandarín. El inspector giró en redondo, entró en una calle secundaria e hizo sonar la bocina.

– ¿Qué pasa? -preguntó Henry.

– Tenemos que ir al Holiday Inn -contestó Hu-lan-. Lo que acaba de decir es cierto, y Pearl y Guy llevaron a cabo lo que el asesino quería que hicieran. Sus vidas corren peligro y tenemos que avisarles.

– ¿A esa víbora? -preguntó Henry.

– Es cierto -coincidió Hu-lan-, pero tenemos que hacerlo.

Al cabo de pocos minutos llegaron al Holiday Inn o, mejor dicho, a unos metros. Había coches de policía y ambulancias bloqueando el aparcamiento y la entrada. Los botones con uniformes con galones dorados y los viandantes contemplaban a los jefes del hotel que exigían a la policía que retirara los coches. Había varios agentes de paisano del Ministerio de Seguridad Pública.

– ¡No pensarán meterse ahí! -casi gritó Henry, al ver que David abría la puerta del coche-. Lo más seguro es que estén muertos. Llegamos demasiado tarde.

Hu-lan le agarró por el brazo y le dio un empujón.

– Claro que vamos a entrar, señor Knight y usted el primero. Es una persona muy importante, así que compórtese como tal, grite, fanfarronee, lo que se le ocurra. Nosotros lo seguiremos.

Y así, con Henry delante, entraron en el vestíbulo refrigerado del hotel. Cuando un joven policía intentó detenerlos, Henry dijo con autoridad.

– No entiendo.

El policía vio que Hu-lan era china y le dijo que no podían entrar, pero ella lo miró como si no lo entendiera.

– ¡Tenemos prisa! ¡Negocios! ¡Somos extranjeros! -dijo David.

Henry pasó por delante del policía y caminó hasta los ascensores seguido por David y Hu-lan. Mientras se cerraban las puertas del ascensor, vieron que el policía se hacía el desentendido.

– ¿A qué piso? -preguntó Henry.

– Iremos hasta el último y bajaremos por la escalera -dijo Hu-lan.

En la escalera no había aire acondicionado y después de haber bajado cinco pisos todos sudaban. A Hu-lan le preocupaba Henry, sólo les faltaba un infarto, pero el anciano parecía en buena forma. En cambio ella volvía a sentir la somnolencia que la había asaltado en el despacho de David. Ojalá pudiera entrar en alguna planta refrigerada, buscar una habitación y dormir.

Siguieron bajando por la escalera de incendios y abriendo puertas en busca de actividad. En el noveno piso encontraron lo que buscaban. Hu-lan se secó la frente con un pañuelo de papel y dijo a sus acompañantes:

– Seguidme, pero no digáis nada.

Sacó la placa del MSP, entró en el vestíbulo y caminó decidida por el pasillo. Había un policía apoyado contra la pared con aspecto macilento, y al lado una vomitada. Algunos compañeros le ofrecían cigarrillos y agua embotellada, pero tampoco tenían buena cara. Debía de ser horrible.

En la puerta de la habitación Hu-lan mostró su placa, aunque conocía bien a la persona que montaba guardia. Yan Yao había trabajado en el Ministerio de Seguridad Pública durante casi treinta años, pero nunca había superado el rango de inspector de tercer grado. En los últimos tiempos había circulado por el departamento el rumor de su próxima jubilación, pero Hu-lan confiaba en que aún estuviera allí. Yan era lento y estúpido, por lo que siempre se le asignaba vigilar la puerta en vez de investigar. Asintió al ver a Hu-lan y no hizo el menor movimiento ni dijo nada para detener a los extranjeros que la seguían.

Incluso con el aire acondicionado les asaltó el olor a muerte: la oxidación de la sangre, el olor acre de excrementos, el sudor nervioso de los policías.


Cualquier muerte era horrible, incluso las de quienes morían plácidamente durante el sueño, pero aunque Hu-lan estaba acostumbrada a los asesinatos, le costó asimilar lo que les había ocurrido a Pearl Jenner y a Guy In.

Estaban en la cama de matrimonio desnudos. Debían de estar practicando algún tipo de fantasía sexual, aunque Hu-lan no consiguió descifrar en qué consistía. Pearl tenía las muñecas y los tobillos atados a la espalda con un trozo de cuerda, que también le rodeaba el cuello y le cimbraba el cuerpo para atrás. Tenía las rodillas separadas debido a esa postura forzada y sus partes íntimas habrían quedado al descubierto de no ser por el otro cadáver que las cubría. De los nudos que rodeaban los tobillos de Pearl, la cuerda seguía hasta la otra víctima. Guy In estaba atado en la misma postura, con el pecho pegado al de ella.

Hu-lan sintió un mareo y pensó que iba a desmayarse. Entonces oyó a sus espaldas que alguien jadeaba, se recompuso y se dio la vuelta para acompañar a David fuera de la habitación. Pero no era David. Él estaba bien, dentro de lo que cabía teniendo en cuenta el espectáculo. Era Henry temblando como una hoja y blanco como un papel.

– Yan, saque a este hombre de aquí -ordenó Hu-lan-. Déle un poco de té y una silla.

Hu-lan volvió a contemplar la espantosa escena, y vio que David se había acercado a la cama donde Fong, el forense, estaba agachado, con los guantes puestos y las gafas bifocales en al punta de la nariz. Cuando Hu-lan se acercó, Fong levantó la vista y le sonrió.

– Inspectora, siempre la envían a ver os mejores, ¿eh? -dijo en inglés para que David lo entendiera. El forense no se incorporó, no le gustaba recordar lo bajito que era al lado de Hu-lan. Volvió a agachar la cabeza sobre los cadáveres-. Extranjeros -gruñó-. La propaganda os dice que son decadentes, pero hay que ver algo así para creerlo.

– ¿Cuánto tiempo llevan muertos? -preguntó Hu-lan.

– ¡Ah, inspectora! -exclamó Fong-. ¡Tenemos un caso de muerte por frenesí erótico y usted quiere saber cuánto llevan muertos!

Algunos de los hombres que buscaban huellas dactilares, revolvían el equipaje y rebuscaban en la basura rieron alegremente. A Hu-lan no le hizo gracia.

– Máximo dos horas -contestó Fong, poniéndose en cuclillas.

– ¿Cómo los han encontrado?

– Entró la camarera. ¡Imagínese su impresión! -Soltó otra carcajada y por fin volvió a hablar en serio-. El año pasado asistí a un congreso internacional sobre medicina forense en Estocolmo. Hubo una conferencia sobre muerte por frenesí erótico y sentí curiosidad. Aunque nunca me había encontrado ningún caso, había leído sobre ello en libros extranjeros. -Indicó los cuerpos y adoptó un tono magistral-. Ve cómo funciona, ¿no? Con cada empujón de él, las cuerdas de ella se van tensando y cada vez que él retrocede sus propias cuerdas se tensan más. Se supone que la falta de aire aumenta el placer sexual. Mucha gente muere así en Occidente -dijo, más con asombro que con desaprobación.

Ni Hu-lan ni David le sacaron de su error.

– Pero ya ve el problema, ¿no, inspectora?

Hu-lan observó los cadáveres. Las caras estaban azuladas y había pequeños derrames en los ojos, el rostro y el cuello. Negó con la cabeza.

Fong le echó una mirada a David.

– Pero usted sí -le dijo.

– Creo que sí. Comprendo cómo funciona el sistema, pero ¿quién hizo los nudos?

– ¡Exacto!

Hu-lan, culpando al embarazo de su despiste, miró a los dos hombres. David se preguntó en qué estaría pensando; solía sacarle mucha ventaja en estos asuntos.

– Supongamos que alguien se dispone a practicar este tipo de relación sexual -dijo David-, que quiere intensificar el orgasmo. Se corta la circulación de sangre de la compañera, o ella corta la de él. Tal vez uno ha montado algo que ayude a los dos. Pero mira cómo están atados, Hu-lan. Una vez ella atada, no pudo atarlo a él, y es imposible que él se atase solo. Es un asesinato con la apariencia de un exceso sexual.

– Estoy de acuerdo -contestó Fong-. Cuando los lleven al laboratorio buscaré semen para confirmarlo. Ya le enviaré el informe…

Estas palabras afectaron a Hu-lan. Fong no sabía nada de sus problemas, o los sabía y había preferido no mencionarlos, lo cual no era propio de él. Cuando las cosas iban mal, sus colegas disfrutaban haciendo comentarios furtivos lo bastante alto para que ella los oyera. Pero esa mañana nadie le había hecho la menor insinuación sobre las noticias de la televisión y la prensa.


Sólo podía significar que Zai o alguien de más arriba quería que ella lo notara.

– Una última pregunta, doctor Fong. ¿Han encontrado alguna carpeta o documentos? -preguntó Hu-lan.

– Sólo los pasaportes y los objetos personales.

Abandonaron la habitación sin despedirse, en el pasillo recogieron a Henry Knight todavía pálido, bajaron en el ascensor y salieron al calor infernal sin que nadie les interceptara o les hiciera ningún comentario.

– ¿La misma persona los mató a todos? -preguntó David cuando volvieron al coche.

– Me parece más acertado preguntar si es eso lo que quieren que pensemos -contestó Hu-lan-. ¿Se supone que tenemos que aceptar lo que parece, un fallo de una perversión sexual, o que debemos reconocerlo como un asesinato inteligente?

El coche entró en la autopista de peaje. El tráfico disminuyó y Lo pudo al fin conducir a una velocidad constante aunque no muy alta.

– Me pareció un asesinato -dijo David- por ser tan obvio, tan teatral. El asesino quería alardear de lo que es capaz de hacer.

– ¡Dios mío! ¡Lo que acabamos de ver es h horroroso! -exclamó de pronto Henry-

¿Es la misma persona? -inquirió David sin hacer caso del arranque de Henry.

– Por su forma de actuar, podría ser. La clave es la asfixia. Miao-shan colgada de una cuerda. Pearl y Guy, también estrangulados con una cuerda.

– Pero no Keith y Xiao Yan -dijo David.

– Sí, fueron muertes más directas, un atropellamiento y un empujón desde la azotea. Creo que estos asesinatos corresponden a una persona que desea un acto físico, mientras que el ahorcamiento y las cuerdas indican una mente más retorcida, alguien con ganas de algo manual durante el proceso, que quiere sentir y contemplar la muerte por asfixia. Podría ser alguien a quien le gusta matar y está sofisticando el método. También podrían ser dos o más personas. Simplemente no lo sabemos.

El coche redujo la velocidad al salir de la autopista. El aeropuerto no estaba preparado para aviones privados, no había sala de vips ni campo de aviación particular.


Las pocas personas que volaban a China en aviones privados o gubernamentales utilizaban una entrada lateral para llegar hasta la pista, la misma que usaban los empleados de mantenimiento. Delante, vieron la garita de vigilancia de la entrada y dos soldados del Ejército Popular en uniforme verde de verano y metralleta al hombro.

– ¿Qué quieren que diga? -preguntó Lo.

– Ya sabe lo que tiene que hacer -dijo Hu-lan a Henry.

El anciano se hundió más en el asiento.

– ¿Quiere ayudar a Sun? -preguntó David-. La única forma de hacerlo es conseguir llegar a su avión.

Henry asintió resignado. El abogado pensó que una cosa era ofrecerse con valentía a salvar a un amigo y otra arriesgarse a ser detenido en China.

El coche siguió adelante y, al llegar a la verja, Henry pulsó el botón que bajaba el cristal de la ventanilla. El soldado se acercó huraño y rígido, pero antes de que abriera la boca Henry chasqueó los dedos y le dijo con tono autoritario:

– Acércate, muchacho.

El soldado miró por encima del techo del coche a su compañero como desconcertado por esa impertinencia.

– ¡Date prisa! -gritó Henry mientras golpeaba con el puño el lateral del coche-. ¡Ven aquí! -el soldado de acercó con chulería y Henry le puso el índice sobre el pecho, un insulto mayúsculo-. ¿Ves ese avión de allá? -preguntó mientras retiraba el dedo y señalaba a la pista-. ¡Pues es mío! ¡Abre!

El soldado se inclinó para ver a los demás ocupantes del coche. Henry pulsó el botón y el cristal ahumado subió. El soldado golpeó la ventanilla y empezó a dar voces. Lo siguió mirando al frente, y David y Hu-lan simularon no oír nada. Al cabo de un momento Henry abrió un poco la ventanilla.

– Fuera del coche -dijo en mandarín el soldado, y para reforzar sus palabras golpeo el cristal con el cañón de la metralleta.

– ¡No hablo chino! -gritó Henry-. Escucha, muchacho, soy amigo personal del presidente Jiang Zemin, ¿lo entiendes? -añadió con acento sureño-. ¡Jiang Zemin! ¿Comprendes? ¡Vamos! ¡Deprisa, deprisa! -repitió chasqueando los dedos ante la cara del soldado.

El soldado, aún más desconcertado, hizo una señal a su compañero. La verja se abrió y Lo aceleró.

– Quería fanfarronadas, pues ya las ha visto -dijo Henry, mientras volvía a apoyarse en el respaldo de cuero.

– Lo ha hecho muy bien -dijo Hu-lan.

– Me he comportado como un perfecto idiota y he insultado a sus compatriotas.

– Ha funcionado -contestó ella.

El coche se detuvo al lado del avión. El piloto y el copiloto estaban al pie de la escalerilla perlados de sudor.

– Cuando quiera, señor -dijo el piloto.

– Sáquenos de aquí ahora mismo -ordenó Henry al tiempo que embarcaban.

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