13

Una hora más tarde, después de trazar los planes para el día siguiente, el inspector Lo los dejó en al entrada del Shanxi Grand Hotel y se fue a aparecer el vehículo. Mientras ellos cruzaban el vestíbulo camino del ascensor, una voz de mujer lo llamó.

– ¡David Stark!

David miró alrededor y vio a una mujer que se acercaba a él.

Era china, pero iba vestida diferente a la mayoría de las mujeres. Llevaba pantalones caqui, una blusa de seda, el pelo recogido en una coleta y pendientes grandes de oro.

– Señor Stark, soy Pearl Jenner. ¿Lo invito a tomar una copa?

A David el nombre le sonaba, pero no conseguía recordar de dónde.

– Lo siento, ya nos retirábamos -dijo. Lo único que quería era subir a su habitación y echar un vistazo a los papeles de Sun-. Ha sido un día muy largo.

Pearl Jenner estudió a Hu-lan y se volvió de nuevo hacia David.

– Vengo de lejos y no es muy fácil llegar hasta aquí.

– Sí, pero…

– Pensaba que querría hablar conmigo. Soy del Times. He estado cubriendo la compra de Tartan.

En ese momento David recordó quién era esa mujer: la autora del artículo que había leído el día del funeral de Keith, y en el que se mencionaba que la investigación federal por las acusaciones de soborno se archivarían gracias a su muerte. Se había equivocado con los hechos y sin duda le había causado un dolor innecesario a la familia Baxter.

– De momento no quiero conceder ninguna entrevista -dijo al tiempo que cogía a Hu-lan por el codo y seguía su camino.

– Tengo información sobre Ling Miao-shan -dijo Pearl.

David y Hu-lan se detuvieron y giraron en redondo.

Una sonrisa triunfal se dibujó en los labios de Pearl.

– ¿Por qué no vamos al bar? Hay alguien que creo les interesará conocer. -Giró sobre los tacones, segura de que David y su acompañante la seguirían.

El bar estaba en el subsuelo, al lado de las tiendas de regalos. Pearl se sentó junto a un hombre joven que tomaba un refresco de naranja.

– Me gustaría presentarle a Guy Lin. Guy, David Stark y… la señorita Liu, ¿no?

Hu-lan no la saludó, pero en cambio estrechó la mano del joven y se sentó. Guy no tenía más de veintidós años. A Hu-lan le pareció un chino del extranjero, y a David un joven de China continental. En cierto modo los dos tenían razón.

– Guy es de Taiyuan, pero igual que usted, señorita Liu, se educó en Estados Unidos. En realidad, fue a la misma universidad.

– ¿Estudiaste en la Universidad de California del Sur? -preguntó Hu-lan.

El joven asintió.

David tenía la mirada clavada en Pearl mientras pensaba que a pesar de que no le habían presentado a Hu-lan, no sólo sabía quién era sino dónde había estudiado.

– Sí, fue con una beca a estudiar química -continuó Pearl-. Pero las cosas no salieron según lo planeado. O sea, llegó a Estados Unidos, se inscribió en un curso de sociología, para tener una de las asignaturas no científicas exigidas, empezó a interesarse en el tema y para ganar un dinerito extra, ¿adivinen dónde acabó? En la ASST, la Administración para la Salud y la Seguridad en el Trabajo.

– No veo que tiene que ver todo esto con nosotros -se impacientó David.

– Déjeme acabar. -Pearl Jenner era guapa pero su sonrisa no era amable en absoluto-. Al principio Guy trabajaba como voluntario en la oficina: ayudaba a la gente con sus reclamaciones, respondía preguntas, rellenaba papeles. El trabajo empezaba a gustarle y él también le caía bien a la gente. Al cabo de un tiempo se olvidó de la química y lo único que quería era salir a ayudar a los nuevos amigos de su trabajo. Lo que más le interesaba era ir a las fábricas y ayudar a la gente maltratada.


“Pero había un problema: estaba en Estados Unidos con visado de estudiante. Un día lo pararon por una multa de tráfico. Nada grave, ¿no? Pero su nombre entró en el ordenador, y resulta que estaba ilegal. Sus amigos de la ASST trataron de ayudarlo. Aunque eran del gobierno, no pudieron hacer nada. Dos semanas más tarde estaba de vuelta en China.

– Señora Jenner, es tarde. Si tiene algo que decirme…

Pearl levantó la voz para interrumpir a David.

– Guy conoce el mundo exterior, conoce la parte buena, pero también la mierda de Estados Unidos. ¿Sabe a qué me refiero? Ponga a un norteamericano rapaz y a cien ilegales juntos y tendrá un negocio boyante, digno de cualquier negrero. Pero Guy conoce las normas. Así que una vez en China, empieza a husmear por ahí. Oye hablar de esas compañías estadounidenses que se han instalado en su provincia natal. Lo contratan en una y trabaja unos días. Si fuera otro tipo de personas, probablemente se habría quedado porque el salario es bueno, los dormitorios mejores que los complejos habitacionales del gobierno y el trabajo no demasiado duro. Pero se larga y prueba en otra fábrica, Knight International. El problema es que trabaja durante el día en el almacén, por lo que no puede ver cómo es el lugar en realidad. Entonces, un sábado se le ocurre una idea. Los sábados, a la una, los hombres y las mujeres de la región salen del complejo juntos. Se acerca a la chica más guapa que encuentra y entabla conversación.

– ¿Cuándo fue? -interrumpió David.

El chico levantó la vista.

– Hace tres meses -dijo-, pero ella -señaló a Pearl- hace que parezca otra cosa. Yo quería saber sobre la fábrica, pero cuando la vi, lo único que quería era conocerla a ella. Ese día la acompañé a su casa. No me hizo entrar, pero me dijo que nos veríamos al día siguiente. -Dudó y preguntó-: ¿La conoció?

David negó con la cabeza.

– Era hermosa -continuó Guy-, y por dentro tenía… -Se esforzó por encontrar la palabra-. Quería saber todo sobre Estados Unidos, y se lo conté. Cuando se enteró de por qué estaba en la fábrica, me explicó cómo eran las cosas allí: que había chicas demasiado jóvenes para trabajar, la forma en que los jefes mentían sobre el sueldo, la gravedad y la frecuencia de los accidentes de trabajo.

– ¿Tenía pruebas? -preguntó David, pensando que si la fábrica empleaba mano de obra infantil Hu-lan se lo hubiera dicho.

– Me contó lo que veía.

– Pero a lo mejor eran historias inventadas -sugirió David-. ¿Qué edad tenían las chicas? ¿Les pidió el carnet de identidad? ¿Te presentó a alguien que se hubiera lastimado? ¿Tenía historiales médicos?

– Señor Stark, termine de escucharlo -intervino Pearl-. Ya llegará a todo eso, y añadió dirigiéndose a Guy-: Dile lo que pensabas hacer con la información que reuniste y por qué era tan importante.

Guy, que no sabía nada de la historia de Hu-lan, explicó que en Estados Unidos las cosas eran muy diferentes. Que si alguien se hacía daño con un producto se podía demandar al fabricante. Y lo más asombroso, si el proceso de fabricación perjudicaba el medio ambiente, los vecinos o el gobierno podían obligar a la empresa a que reparara el daño, o a indemnizar a la gente y el Estado.

– Cuando me fui de China no teníamos ningún recurso si un producto nos quemaba o lastimaba -continuó-, pero mientras estuve fuera promulgaron una ley de derechos del consumidor. ¡Ahora hasta se puede demandar a las empresas del Estado! Ha habido medio millón de demandas individuales en los últimos tres años. Estoy seguro de que ha leído algo sobre las diferentes campañas con respecto a estas cuestiones.

Aunque Hu-lan siempre trataba de esquivar las campañas, ella, como cualquier otro ciudadano chino, no podía evitarlas, especialmente porque la base fundamental de todas era la prensa. Desde luego que había leído artículos como “¿La vida en China es peor que en el extranjero?” y “¡Una aguja en el nuevo riñón de mi padre!”. De hecho, los medios de comunicación eran el motor de las nuevas leyes para los consumidores. Desde que los reportajes de prensa podían presentarse como prueba en un juicio, las campañas de desprestigio tenían un papel importante para influir sobre los jueces. El resultado eran costosos contraataques montados en los medios por los demandados. Y aunque las indemnizaciones no eran tan lucrativas como en Estados Unidos -el récord aún se mantenía en los treinta mil dólares recibidos por la familia de una mujer que había muerto asfixiada por un calentador defectuoso-, los jueces por lo general concedían indemnizaciones a los demandantes dudosos sobre la base del “principio de justicia” que implicaba que los ricos debían ayudar a los pobres.

– ¿Pero qué tiene que ver todo esto con Knight?.-preguntó David-. Nunca han tenido ninguna demanda por productos defectuosos.

– No son los productos lo que me preocupa -dijo Guy-, sino cómo los hacen. Para mí, eso abarca no usar mano de obra infantil y proporcionar un entorno seguro. Hace tres años no teníamos derechos del consumidor ni responsabilidad civil, pero ahora sí. ¿Por qué no damos un paso más y exigimos derechos para los trabajadores? -Guy miró a David a los ojos-. Todos los países, incluido el suyo, tuvieron que empezar por alguna parte. Miao-shan y yo pensábamos que esa parte podía ser Knight. Pero las mujeres de la fábrica nunca nos ayudaron. Nunca dijeron nada porque tenían miedo de quedarse sin trabajo. Sin embargo, seguimos preguntando.

– ¿Aunque no contestaran? -preguntó Hu-lan.

Guy asintió. Hu-lan se tocó los labios, con un dedo, abstraída en sus pensamientos.

– Como las mujeres no nos ayudaban -continuó Guy-, le dije a Miao-shan que lo dejáramos, pero a ella se le ocurrió una idea. En la fábrica había un americano que le iba detrás. A veces, durante la semana, charlaban por la noche. Ella me dijo que estaba preocupado por la fábrica porque pensaba que la forma en que trataban a las mujeres era injusta. Empezó a contarle a Miao-shan cosas que pasaban dentro, cosas de dinero. En Taiyuan tengo un amigo comerciante. Tiene ordenadores en su oficina y me dejó usar uno. Entré en Internet y pedí ayuda.

– Así fue como me encontró -intervino Pearl-. En el periódico obtenemos información sobre China de la forma habitual, conferencias de prensa y discursos de los políticos. Las cosas que el gobierno quiere que sepamos son fáciles de averiguar. Pero ¿qué pasa con las cosas como Tiananmen? Teníamos enviados en Pekín en aquella época, pero también dependíamos en gran medida de los estudiantes que se comunicaban con nosotros por fax. Y lo mismo es válido para muchas otras cosas. Nos enteramos de algo, pero es difícil trabajar oficialmente. Hoy en día, con Internet, recibir información es más fácil que antes. China bloquea el sitio web del Times, pero la gente emprendedora como Guy sabe sortear cualquier dificultad.

– ¿Entonces no se trata de algo personal sino profesional? -preguntó Hu-lan.

– No hay un solo periodista económico en Estados Unidos que no haya tratado de conseguir un artículo como éste, pero era absolutamente inaccesible, tanto para los chinos como para los estadounidense.

– ¿Y por qué le importa lo que pasa en una fábrica en China? -preguntó Hu-lan.

– Porque es un asunto de derechos humanos, una cuestión candente que vende mucho.

– La gente que trabaja en la fábrica Knight no está presa… -empezó Hu-lan.

– Las violaciones de los derechos humanos adoptan muchas formas: presos políticos en confinamiento solitario, condenados a trabajos forzados, pero también incluiría lo que pasa con las mujeres y las niñas en las fábricas como Knight.

– Estoy de acuerdo en que las condiciones son malas -dijo Hu-lan-, pero ¿es peor que trabajar en el campo?

David ocultó su sorpresa. ¿Acaso Hu-lan no se había enfadado con él por usar el mismo argumento? ¿era una táctica para provocar a Pearl?

– Eso no tiene nada que ver.

– ¿Ah, no? -replicó Hu-lan-. ¿tiene idea de lo que ha hecho una fábrica como Knight por esta zona? No estoy defendiendo a la compañía. He estado dentro, pero también veo una prosperidad impensable hace veinte años en un sitio rural.

Pearl parecía preparada para el desafío de Hu-lan.

– ¿Quiere que le describa el panorama general? Muy bien, aquí va.

Durante los siguientes minutos Pearl habló de los esfuerzos de ella y sus colegas por implantar las prácticas de producción estadounidenses en China y sus profundas implicaciones políticas y culturales. Los fabricantes se iban al extranjero en busca de mano de obra barata y grandes exenciones fiscales pero para evitar las leyes estadounidenses sobre trabajo infantil, uso de productos químicos que nunca superarían las normas de seguridad de Estados Unidos, condiciones peligrosas de trabajo y empleo de personal por un número inhumano de horas.

– De ve en cuando, alguna persona o compañía se convierte en el blanco de algún organismo de control -dijo Pearl-. Seguramente habrán leído algo. Un conglomerado contrata a un famoso que anuncia una marca de ropa infantil que resulta que es fabricada por niños. ¿Qué hacen el famoso y la empresa cuando sale a relucir la verdad? Alegan ignorancia -suspiró Pearl-. Y la verdad es que a lo mejor lo ignoraban, pero eso no mejora las cosas. Entonces vienen los periodistas que quieren saber cómo es una fábrica como Knight, pero no podemos entrar. Uno, por fuera, se empieza a hacer preguntas.

– ¿Pero de verdad hay gente que se lo pregunta? -inquirió Hu-lan.

Pearl entrecerró los ojos.

– ¿A qué se refiere?

– Me refiero a que he vivido una temporada en Estados Unidos. Y nunca vi que a nadie le importara mucho China.

De vez en cuando, Hu-lan decía algo que revelaba cierta animosidad contra Estados Unidos. David sabía que a veces lo hacía para provocar una reacción. Pero tras, pensaba que estaba dando su auténtica opinión. En ese momento, al mirar a las dos mujeres, una china y una chinoamericana, se preguntó qué estaba haciendo Hu-lan exactamente.

– Eso es lo bonito de la historia -exclamó Pearl-. La mayoría de los estadounidenses jamás piensa en China, y a mí me parece del o más extraño, porque China tiene un papel importante en nuestra vida cotidiana.

– ¿De qué está hablando? -le preguntó Hu-lan nerviosa.

– China es invisible -respondió Pearl-, produce trabajo invisible, productos invisibles. Desde que nos levantamos por la mañana hasta que nos vamos a dormir por la noche estamos en contacto con China. Despertadoras, camisetas, ropa de diseño. Las ruedas de los coches. Los aparatos electrónicos que usamos todos los días. Los adornos de cualquier fiesta, Pascua, Acción de Gracias, Navidad, son fabricados en China. Los juguetes de nuestros hijos, incluso los que consideramos más “americanos”, las Tortugas Ninja, el Soldado Joe, Sam y sus amigos, y, por supuesto, Barbie. En China se fabrican diez millones de Barbies por año. Sin entrar a dar nombres, puedo decir que hay fábricas estadounidenses en China que pagan alrededor de veinticuatro dólares por mes. Es decir, seis dólares menos de lo que les pagaban a los obreros chinos que trabajaban en la construcción del ferrocarril en el siglo pasado.

– Pero no son cosas que sólo pasen en China-defendió Hu-lan otra vez a su país natal.

– Tienen razón. También pasan en Indonesia, Sri Lanka, Pakistán, Haití, pero como soy chinoamericana me interesa lo que pasa aquí. -Al ver duda en la cara de Hu-lan, Pearl continuó-: cuando Guy se puso en contacto conmigo, no sabía qué creer.

“Después empezó a mandarme información por correo electrónico sobre las condiciones de la fábrica. Me pareció algo espantoso. -Se volvió hacia David-. Los periodistas, como los abogados, necesitan pruebas. Traté de entrevistar varias veces a Henry Knight, pero siempre lo cancelaba. Después, cuando me enteré de que Tartan iba a comprar Knight, probé con Randall Craig y después con Miles Stout. Fueron muy agradables pero, por supuesto, no me dijeron nada. Hace tres meses llamé a Keith Baxter. Negó cualquier acto ilícito de Knight y su cliente Tartan. Pero seguí llamándolo y dándole retazos de información que sólo alguien de dentro, alguien como Guy, podía saber. Cuanto más presionaba a Keith con esos “chismes” por llamarlos de alguna manera, más sentía que se ablandaba. ¿Sabía que Keith venía mucho por aquí?

David asintió. Miles le había dicho que Keith había estado por lo menos una vez por mes durante el último año, y a veces se quedaba una o dos semanas.

– Sabía que lo que le decía era verdad -continuó Pearl-, porque él mismo lo había visto. Creo que al final estaba dispuesto a darme una prueba, una evidencia tangible de las actividades de Knight en China.

– ¿De qué? -preguntó David-. Me está diciendo que Knight tiene una fábrica en China en la que hay malas condiciones de trabajo. Pero Tartan está a punto de comprarla. O sea, una vez que eso suceda cualquier irregularidad que exista, y no estoy diciendo que las haya, será remediada de inmediato.

– a menos que Henry Knight le oculte la verdad a Tartan para que las acciones no bajen de precio. Eso sería de gran interés para usted y su cliente.

David ya estaba harto de las insinuaciones de Pearl. Los papeles que había visto en casa de Su-chee ya lo habían alterado bastante. Necesitaba subir a su habitación y ver qué reacción tenían con los de Sun lo corroía la idea de estar representando a un cliente metido hasta la coronilla en actos ilegales. Si así era, estaba atrapado en un código ético que le decía que debía seguir representando a Sun. Al mismo tiempo, tenía la responsabilidad hacia Tartan de garantizar que la venta se desarrollara sin contratiempos ni chanchullos. Lo que Pearl sugería sobre Knight International era un fraude, puro y simple. No podía dejar que Tartan se viera arrastrado a toda esa porquería. Tenía que averiguar si tenía alguna información auténtica.

– ¿Está diciendo que la Comisión de Valores y Cambio está investigando al venta?

– No -respondió Pearl.

– ¿Le dio Keith alguna prueba de que hubiera una violación del Acta de Prácticas Corruptas en el Extranjero?

– Por supuesto que no.

– ¿Le dio Keith algún indicio de que hubiera alguna investigación federal en curso?

– No.

– Y sin embargo usted escribió…

– Tenía que presionarlo de alguna manera.

– ¡Se lo inventó todo! -espetó David.

– Siempre dije que era una presunción -repuso ella a la defensiva.

– ¿Una presunción? ¿Una presunción de quién? Hizo que pareciera que era el blanco de una investigación penal. ¿Tiene idea del daño que le causó?

– Bueno, tenía que seguir presionándolo -repitió sin convicción-. Tenía que hacerle creer que había una investigación en curso para que me diera los papeles. Ya sabe, llevar el caso a la prensa…

– ¿Tiene idea de cómo sus mentiras hicieron sentir a su familia tras su muerte?

– Por eso escribí que el caso se había cerrado. Por eso preparé la cita de Henry Knight. No era acierto, pero no soy el primero periodista que hace algo así.

– ¡Pero si nunca hubo ningún caso! -David apretó los puños. Nunca había sentido tantas ganas de pegar a alguien, y menos a una mujer.

Pearl lo miró fríamente.

– ¿Se le ha ocurrido que Keith a lo mejor agradeció mi artículo? -preguntó-. ¿Quizá le brindó una buena cobertura, especialmente si pensaba denunciar las prácticas ilegales?

– eso nunca lo sabremos ¿no cree? -respondió él con los dientes apretados.

La ira de David se incrementó al darse cuenta de la indiferencia de Pearl ante el dolor que había causado. Guy seguía sentado allí, patéticamente triste, mi entras los ejecutivos que había en el bar se acababan la última cerveza o el último whisky antes de retirarse.

– ¿Qué está haciendo en mi país? -preguntó Hu-lan con voz gélida de ira.


David miró a Hu-lan y vio en su cara lo mismo que él sentía: un profundo odio hacia esa mujer. Pero Pearl parecía indiferente.

– Como ya sabe -dijo-, estaba al tanto de la existencia de Miao-shan. Una semana antes de su muerte, Guy dijo que había sacado a escondidas los papeles de la fábrica y que me los mandaría en cuanto pudiera hacerles una copia. Al día siguiente de dárselos a él, se suicidó. -Pearl miró alrededor-. Pero ninguno de los que estamos aquí lo creemos, ¿no? Por eso pensé que estaría bien venirlos a buscar en persona.

David buscó al mirada de Hu-lan.

– Dices que tienes los papeles -le comentó Hu-lan a Guy en un tono que sólo indicaba un interés general-. ¿Y qué papeles son?

– Miao-shan nunca me lo dijo -respondió el chico-, pero me explicó que demostraban muchas cosas.

– ¿A qué se refería?

– Miao-shan siempre hablaba a muchos niveles -dijo-. Era muy lista. Yo fui a la universidad, pero ella era mucho más inteligente. -Guy sacó un fajo de papeles de su cartera-. Estos planos muestran la planta de la fábrica. No hay muchas puertas y muy pocas ventanas. Si hubiera un incendio, moriría mucha gente. -David había pensado lo mismo al ver los planos en casa de Su-chee, pero no dijo nada-. Pero además, si se usan productos químicos no hay una buena ventilación.

Los pensamientos de David se dirigieron al bebé. Cogió a Hu-lan de la mano y dijo:

– Yo no olí nada cuando estuve allí.

– No sé si los usan -admitió Guy-, sólo digo que si lo hicieran sería muy peligroso.

– ¿Había algo más? -preguntó David aliviado.

Guy rebuscó en la cartera y sacó unas fotocopias, pero antes de que David y Hu-lan les echaran un vistazo para comprobar si era lo mismo que habían visto en casa de Su-chee, Pearl Jenner las cogió.

– No creo que sea necesario que las vena ahora -dijo con una sonrisa-. Pero si están dispuestos a colaborar conmigo, estaré encantada de enseñárselas.

– Por o menos díganos que son -pidió David.

– No hace falta -respondió Pearl.

Hu-lan les interrumpió dirigiéndose a Guy en mandarín.

– ¿Cómo consiguió Miao-shan esos papeles?

– Ya se lo dije. Había un hombre en la fábrica, un estadounidense que la ayudó- respondió él también en mandarín.

– ¡Eh! ¡en inglés! -pidió Pearl.

– ¿Aarón Rodgers? ¿Sandy Newheart?

– Un hombre, es lo único que sé. -El dolor de Guy era evidente-. Miao-shan iba a verlo por la noche. A él le gustaba hablar y ella escuchaba. Le dije que parara, me daba miedo. ¿Y si el hombre dejaba de hablar? ¿Y si quería acostarse con ella? Estaban a solas. Yo estaba preocupado por ella y el niño.

Hu-lan apretó la mano de David y volvió a hablar en mandarín.

– ¿Miao-shan estaba embarazada de ti?

Los ojos de Guy se humedecieron y asintió.

– La quería -dijo en mandarín-. Pensaba que teníamos futuro. Pero la presionaba demasiado. Quería triunfar, y en un instante, perdí mi familia y mi futuro.

– ¿Qué dicen? -preguntó Pearl.

Al ver que ni Hu-lan ni Guy se lo traducían, miró a David. Cuando vio que éste tampoco iba a ayudarla, esbozó otra vez su sonrisa dura. Se puso de pie y le hizo señas a Guy de que la siguiera. Se alejaron unos pasos, y Pearl se dio la vuelta y volvió a la mesa.

– No puede ocultarme la verdad -dijo a David-. Como usted ha dicho, puede que lo que haga Knight no vaya contra la ley, pero va contra la ley humana. -Nadie le respondió, y añadió-: Me da igual de qué lado se ponga Tartan, porque escribiré mi artículo con o sin usted.

– De momento, Tartan Incorporated no va a hacer declaraciones -dijo David con toda la autoridad legal que pudo reunir.

Pearl Jenner se echó la coleta hacia tras, Parecía muy divertida.

– Tiene usted una reputación muy buena en Los Ángeles. Lo respetan, la gente lo considera un abogado honesto. Me lo voy a pasar muy bien demostrando que están equivocados.

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