15

Al día siguiente, antes del alba, Lo llevó a Hu-lan a la zona rural y la dejó a un lado de la carretera, donde encontró una piedra para sentarse a esperar. Antes de que los tintes rosados se convirtieran en la claridad del día, la familia que trabajaba esa parcela empezó el largo y lento proceso de regar el campo. La madre, con un sombrero de paja de ala ancha, cargaba sobre los hombros una vara con un cubo a cada lado. El padre y el hijo utilizaban un cazo para repartir el agua en las raíces de algunas plantas.

No corría la menor brisa y Hu-lan se sentía como si estuviera en una sauna. Pero la gente seguía con su rutina y cada vez iban apareciendo más campesinos por le horizonte de la carretera. Algunos empujaban carretillas cargadas con cereales. Otros pedaleaban con alforjas de productos agrícolas atadas a los lados de la bicicleta. Pero la mayoría llevaba su mercancía en grandes cesas amarradas a la espalda. Apenas se veían la cabeza y los pies de un hombre cargado con una montaña de heno que lo hacía tambalearse a cada paso.

A las seis y media, cuando pasó un grupo de hombres, Hu-lan se levantó y se unió al desfile. En unos minutos llegó al complejo Knight. Cada vez que estaba allí, le maravillaba cómo destacaba en el paisaje y se elevaba sobre la tierra roja, recortándose contra el cielo luminoso. En el exterior de la verja había un centenar de hombres apiñados. Igual que el día anterior, se escurrió entre la multitud.

Se abrieron las puertas y los hombres avanzaron con Hu-lan camuflada entre ellos. Una vez dentro del recinto, se mantuvo pegada a los hombres que se dirigían al almacén.


En el último momento se separó y se resguardó en las sombras del edificio de administración. Al contrario que el día anterior, esa mañana había mucha actividad en el patio. Algunos de los hombres que habían entrado en el almacén reaparecieron con postes que introdujeron en los agujeros previamente excavados en el suelo, mientras otros desplegaban lonas para montar la carpa donde se celebraría la ceremonia del traspaso de la propiedad.

A las siete menos cuarto, las mujeres empezaron a abandonar la cafetería. Al ver a Cacahuete, Hu-lan se unió al paso de la joven.

– Temía que no volvieras -le dijo. Le tendió una de las dos batas que llevaba dobladas debajo del brazo y añadió-: Póntela, rápido.

Las dos mujeres se abrocharon la bata rosa. Hu-lan se anudó el pañuelo a juego alrededor de la cabeza.

Mientras caminaban por el laberinto de pasillos de la nave de montaje, Hu-lan murmuró:

– ¿Puedo preguntarte algo sobre Miao-shan?

Cacahuete asintió.

– Dijiste que era una agitadora. ¿A qué te referías?

Cacahuete aflojó el paso y la miró fijamente.

– ¡Siempre con tus preguntas! ¿Qué hacen los hombres? ¿Cómo salís de aquí? Ahora me preguntas sobre alguien que no conocías. ¿Por qué? ¿Te han enviado los extranjeros a espiar? ¿Por eso pudiste salir anoche con tanta facilidad? ¿Voy a perder mi empleo por ayudarte?

– No, no.

Alguien gritó a sus espaldas:

– ¡Eh, vosotras! ¡Rápido! ¡Daos prisa, no caminéis tan despacio que si no empezaremos tarde!

Ambas apresuraron el paso. Hu-lan se inclinó sobre la joven y le habló en voz baja.

– ¿Recuerdas cuando dijiste que nadie quería mi litera porque la ocupaba su espíritu? Desde que dormí allí no puedo dejar de pensar en esa chica. Incluso ahora me inquieta.

– Su espíritu fantasmal es el mismo que cuando estaba viva. Miao-shan sólo trae problemas.

– ¿Informaba a la señora Leung de los fallos o quejas de las obreras?

– Te equivocas. Al revés. Se quejaba continuamente de las máquinas, de la jornada tan larga, de la comida. Nos decía que podíamos ir a la huelga. Que obligaríamos a la empresa a mejorar las condiciones de trabajo.

“Siempre estaba fastidiando a la señora Leung, porque todo le parecía mal. Incluso los aseos. No lo comprendo, en mi pueblo nadie tiene un aseo dentro de casa. La verdad es que hasta que llegué aquí, nunca había visto uno así y tuve que preguntar cómo se utilizaba. Una de las mujeres me lo explicó.

Doblaron en una esquina y Hu-lan vio la entrada a la fábrica.

– Otra cosa -le dijo Cacahuete-: no se sabe cuántas personas trabajan aquí, pero todas son amables. Puedo decirte que todas, hasta las madres y las mujeres mayores, se alegraron de la muerte de Miao-shan, porque le tenían miedo. De haber hecho huelga, ¿qué habría sido de nosotras si perdíamos el empleo?

Al entrar en la fábrica Hu-lan vio a Tang Siang en su sitio, delante de la cinta transportadora. Estaba un poco ojerosa por la falta de sueño y no se había cepillado el pelo. No parecía contenta.

A las siete sonó la sirena y las máquinas se pusieron en marcha. Las tres mujeres trabajaban en silencio, codo con codo. Al estar tan cerca, en un lugar tan caluroso, Hu-lan notó el olor a sexo que despedía Siang, que no tenía ganas de hablar. Cacahuete se dio cuenta y se concentró en el trabajo: encajar mechones de pelo en las cabezas de los muñecos. Aunque Hu-lan tenía muchas preguntas, siguió el ejemplo de Cacahuete. Por suerte no tuvo que esperar mucho para que Siang rompiera el silencio.

– ¿Qué, Cacahuete? ¿No vas a preguntarme por el jefe cara Roja? -dijo con petulancia.

Cacahuete no contestó, agarró otra cabeza y empezó a remeterle el pelo.

– Una cosa está clara -continuó Siang-. Es como todos los hombres. Dice muy buenas palabras hasta que consigue lo que quiere, y después intenta convencerte de que hagas otras cosas. Le digo que no soy una puta, pero él se empeña: “Miao-shan me ha hecho esto, hazlo tú también”. ¡Estoy harta de oír el nombre de Miao-shan!

– Pero tú ya sabías que se acostaba con ella -dijo Cacahuete de forma tan realista que Hu-lan casi olvidó que era una chiquilla de catorce años.

– ¿Te crees que no sé que todos los penes que he tenido dentro ya habían estado dentro de Miao-shan? -repuso Siang con amargura-. Aún eres joven, Cacahuete, es mejor que te mantengas al margen y esperes a que tu padre te arregle un matrimonio.

– Me gustaría casarme por amor -contestó Cacahuete con voz apenas audible por el ruido de las máquinas.

– ¿Por amor? Mira alrededor y dime si hay una sola mujer que haya sentido verdadero amor.

– Yo. Y sé que tú también. Te vi con Bing -dijo Hu-lan.

– ¿Tsai Bing? Te diré algo sobre Tsai Bing. ¿Te acuerdas del día que nos viste en el campo de maíz?

Hu-lan asintió.

– Le preguntaste por el bebé y se ruborizó. Yo no lo sabía.

– ¿Lo del niño?

– No, que seguía acostándose con Miao-shan incluso después de jurarme que sólo me amaba a mí y que encontraríamos la manera de casarnos.

Hu-lan no estaba preparada par lo que siguió.

– Se acostaba con ella incluso después de que yo le dije que la había visto con mi padre.

Cacahuete soltó un silbido.

– Así que ahora te acuestas con el jefe para vengarte del hombre que amas. -Hu-lan procuró que su tono de voz no reflejase recriminación.

– No; dejo que el jefe me la meta para prosperar y ganar más dinero. La única forma de que Tsai Bing y yo podamos estar junto sería largarnos de Da Shui, y para eso se necesita dinero. Un par de noches con un extranjero es un precio bajo por toda una vida. -Siang se secó una lágrima. La dureza que quería mostrar era tan endeble como una lámina de oro. El precio parecía muy alto.

La mañana fue pasando y la temperatura de la nave industrial muy pronto llegó a os cuarenta grados. Las conversaciones se iban apagando conforme el calor y la humedad consumían la última energía de mujeres que ha habían trabajado más de 56 horas durante la semana. Hu-lan agradeció el silencio de voces humanas. Había preguntado lo que había podido sin llamar demasiado la atención. Cacahuete estaba intrigada por su presencia en la fábrica, lo cual le advirtió que estaba a punto de delatarse. Tampoco podía continuar la conversación con Siang. La chica se había encerrado en sí misma, con la cabeza agachada y los hombros hundidos, excepto cuando Aarón Rodgers pasaba revista y ella le dedicaba una sonrisa falsa.

Hu-lan, con las manos vendadas, el estómago revuelto, dolor de espalda y la cabeza pesada por el calor y el ruido de las máquinas, se obligó a concentrarse en el enigma de Ling Miao-shan. La tarde anterior Guy In no había mencionado nada de una huelga.


¿Le habría ocultado esa información? ¿La idea había sido de ella sola? ¿Habría seguido adelante, organizando, engatusando, asustando a sus compañeras para que la siguieran sin ayuda del exterior? Y si alguien la había ayudado, ¿quién era y por qué? Tal vez ese alguien, que conociendo a Miao-shan tenía que ser un hombre, la había utilizado para provocar malestar por algún motivo.

Mientras Hu-lan iba dando vueltas a estos pensamientos, volvía una y otra vez a la promiscuidad de Miao-shan. Para utilizar las groseras palabras del capitán de la Seguridad Pública local, parecía cierto que la chica se hubiera abierto de piernas a cualquier hombre que se le cruzara. Desde tiempos inmemoriales existían mujeres que utilizaban el sexo como método de supervivencia, como instrumento para conseguir lo que querían, como medio par aun fin. Pero también desde tiempos inmemoriales existían mujeres a las que se utilizaba y se abandonaba cuando pedían la novedad, la salud o la juventud. ¿Miao-shan era la manipuladora o la manipulada?


La primera obligación de David era hablar con Randall Craig, de modo que a las siete llamó a la telefonista del hotel para que le pusiera con la habitación de Randall, pero ésta le contestó que el señor Craig se había registrado bien entrada la noche y había solicitado que no se le pasaran llamadas. A las ocho volvió a intentarlo, Randall descolgó al momento y David le propuso que desayunaran juntos. Al cabo de diez minutos estaba en la espaciosa suite de Randall con vistas a la carretera de Xinjian Sur. David tenía el deber de explicarle los problemas que pudieran afectar a Tartan Incorporated, pero al mismo tiempo debía proteger a su otro cliente, Sun Gao. Si creía que Sun era inocente -y por la simplicidad del código cabía esa posibilidad- tendría que intentar con todas sus fuerzas descubrir la verdad para ayudar al gobernador.

Cuando llegó el desayuno, David ya había expuesto su preocupación por la venta, subrayando los supuestos peligros en la fábrica, el trabajo infantil, y sin mencionar nombres, la posibilidad de que se hubieran producido sobornos.

Randall Craig le escuchó sin inmutarse, tomando sorbos de café y mordisqueando un cruasán.

– ¿Por qué no aparece en los informes? -preguntó Randall cuando David terminó.

– No lo sé.

– Verás, las diligencias previas las hizo tu antecesor. Voy a ajustarme a los informes de Keith.

– No son correctos. Si esta información, o parte de ella, sale a la luz, Tartan se verá expuesta a varias demandas, por no hablar de procedimientos penales.

– Vayamos primero al asunto del soborno. Supongo que piensas que el viejo Knight es el que paga. ¿A quién?

– No lo sé. -No era exactamente una mentira, pero bastaba para proteger a su cliente.

– ¿Hay algún peligro de que se sepa antes de la venta?

– Una periodista americana sigue la historia.

Randall suspiró.

– Pearl Jenner, supongo. ¿Has hablado con ella?

– Anoche.

– Cuando me registré, ya me había dejado una docena de mensajes. Hace tiempo que va husmeando pero todavía no ha encontrado nada concreto. ¿Qué te dijo? ¿Tiene algún nombre relacionado con el soborno?

David se dio cuenta de que a Randall se le había escapado una información importante: incluso antes de que entrara en la habitación, Craig ya estaba al corriente de que había problemas y sabía que una periodista estaba en Taiyuan para cubrir la información de la venta. David, cuya intuición ya estaba funcionando a toda máquina, dio un respingo.

– No tiene ningún nombre, es posible que ni siquiera sepa nada del soborno, pero se ha enterado de algunos problemas…

– Tal como lo explicaba Keith, no seríamos responsables de ninguna irregularidad anterior, sino sólo de las que se produjeran de ahora en adelante.

David se inclinó.

– Creo que los Knight mintieron en las declaraciones -dijo con tono confidencial.

– ¿Sobre el soborno?

– Sobre el trabajo infantil, las condiciones laborales…

– Mi postura es que no sé nada de todo eso.

– Pero lo sabes.

– ¿Y cómo va a saberlo el gobierno?

– Tengo que denunciarlo a la Comisión de Valores y Cambios.

– Podrías hacerlo -reconoció Randall-, pero ¿qué sentido tiene? Es mejor dejar que la venta se realice tal como está. Los accionistas de Tartan estarán contentos. Los accionistas de Knight también deberían estarlo. Lo hecho, hecho está. Dejemos que el viejo se jubile con elegancia.

– Creo que hay que denunciarlo.

– ¿Sabes lo que le pasaría a un tipo como Henry Knight? Tal vez pagaría una multa, pero también podría ser que los federales le enviaran a una prisión de lujo. Estaría en buena compañía durante unos meses y después volvería a ser un jubilado. Pero, entretanto, le habrías hecho daño a su hijo, y contamos con Doug para la continuidad.

– ¿Y yo qué?

– ¿A qué te refieres?

– Tengo la obligación legal de cumplimentar los documentos correctamente. Si no lo hago, estoy dejando que mi bufete pueda ser demandado.

– Haz lo que tengas que hacer, pero piensa una cosa: te quedarás con la conciencia tranquila a expensas de causar estragos en la vida de muchas personas. ¿Y para qué? Cuando el viejo Knight esté fuera de juego, nos ocuparemos de los problemas internos de la empresa,.

El tono de Randall sonaba sospechosamente práctico. David sintió la necesidad de recordarle que los delitos de Knight podrían resucitar para perseguir a Tartan.

– Mi tarea es realizar las diligencias pertinentes para…

– No, eso era asunto de Keith Baxter y lo hizo exactamente como queríamos. Tu tarea es asegurar que el contrato de compra se firme el domingo. No hay más que decir.

– ¿Y si las mujeres heridas lo denuncian?

Randall Craig se encogió de hombros.

– A veces hay puntitos en la pantalla del radar, pero nunca llegan a nada. Dicho de otra forma, tenemos cinco fábricas en Shenzhen y alrededores y nunca ha habido problemas.

– Las leyes chinas están cambiando.

– No lo bastante rápido. Además ¿a quién iba a creer un juez chino? ¿A un par de campesinas o a una gran empresa americana queda trabajo a miles de hombres y mujeres, que ha sido la artífice de la prosperidad de varias provincias y que cuenta con el apoyo de altos cargos del gobierno?

– Un tribunal podría tener otra opinión si existen documentos que confirman lo que dicen las mujeres.

Randall pestañeó.

– ¿Qué documentos?

– Una obrera los sacó de contrabando. Tenía planeado entregárselos a Pearl Jenner.

– ¿Pero no lo hizo?

– No; está muerta. Asesinada, según parece.

– ¿Se está investigando su muerte? ¿Hay algo que pueda relacionarla con nosotros?

– Respuesta a la primera pregunta;: oficialmente no. A la segunda, creo que no.

– Entonces no tenemos por qué preocuparnos.

– ¿Qué me dices de la muerte de Keith?

– Tenía entendido que iban por ti.

– Tengo motivos para creer que no.

Randall suspiró profundamente.

– Miles pensaba que podía ocurrir algo así… una especie de estrés postraumático. Escucha, me encantaría ayudarte a superarlo pero no estoy preparado. Miles estará mañana en Pekín, ve a llorar sobre su hombro. -Randall consultó el rejo. Se suponía que David tenía que captar la indirecta y marcharse, pero como no lo hizo, añadió-: ¿Algo más?

– Lo que acabas de decir está tan fuera de lugar que me he quedado sin palabras.

– David, me representas a mí y a mi empresa. Concéntrate en eso. Si hay otro asunto que yo debiera saber… -Lo miró sopesándolo-. ¿Has visto los documentos que mencionaste? ¿Hay algo en ellos que deba preocuparme? Si Pearl Jenner no los tiene, ¿donde están? ¿Pueden hacernos chantaje?

Si contestaba a todas las preguntas, comprometía a Su-chee, así que optó por decir:

– No creo que nadie intente un chantaje. En cuanto a los papeles, demuestran que el edifico de la fábrica no sería seguro en caso de incendio. No hay suficientes salidas y…

– Randall volvió a sonreír aliviado.

– Eso no es nada. Pondremos más puertas. Ningún problema.

David no creía lo que estaba oyendo.

– ¿Y el trabajo infantil y todo lo demás?

– Te hablaré con franqueza. Tartan lo sabe. ¿Mujeres que tienen accidentes laborales? ¿Productos químicos? ¿Por qué crees que estamos en China desde hace veinte años? Aquí se pueden hacer muchas cosas. -Randall se levantó para indicar el fin de la reunión.

Abrió la puerta y al ver el aspecto abatido de David dijo-: NO estés tan apenado. China ha contribuido a que Tartan sea lo que es hoy en día: una empresa de mil millones de dólares. No pierdas de vista eso ni un posible lugar para ti en ella. -Palmeó el hombro de David y lo hizo salir-. Perdona, pero tengo que ir a Knight. Hoy tenemos un día muy ajetreado. -Y le cerró la puerta en las narices.

David, furioso, estupefacto y ofendido, volvió a su habitación. Todo lo que había dicho Randall era cierto. Aunque denunciara los hechos -y sabia los problemas personales que le ocasionaría- sería como una pulga contra el elefante Tartan. Pero no podía permitir que la venta e hiciera como estaba estipulada.

De nuevo en la habitación, pidió a la telefonista que le pasara con la suite de Henry. Nadie contestó y entonces llamó a Knight International. Una vocecilla le informó que el señor Knight no estaba en el edificio ni se le esperaba hasta las once, cuando empezara la celebración.

– ¿Y Douglas Knight?

– Tampoco está aquí. Inténtelo en el hotel.

David solicitó la comunicación con la habitación de Doug. Tampoco estaba allí. Bajó al salón, confiando en que los Knight estuvieran desayunando. No estaban. Volvió a su habitación.

Esperó media hora, volvió a telefonear a la empresa y al hotel en busca de padre o hijo, pero no había forma de dar con ellos. Empezó a pasearse y consultar el reloj, hasta que se sentó y marcó un número. Si eran las nueve de la mañana, serían las cinco de la tarde del día anterior en Los Ángeles. La secretaria de Miles Stout contestó al teléfono y confirmó que Miles había salido.

– Llegará a Pekín esta noche y se alojará en el hotel Kempiski.

David pidió que le pusiera con la centralita de buzón de voz. Marcó el código y esperó. Tenía seis mensajes nuevos.

El primero era de Miles, que repetía casi palabra por palabra lo que le había dicho la secretaria, añadiendo: “Estaré hecho polvo cuando llegue al hotel, pero podríamos desayunar juntos. Me gustaría que nos pusiéramos de acuerdo para cuando nos reunamos con Randall y su gente”.

A continuación escuchó la voz de Rob Butler preguntando cómo iban las cosas en la práctica privada, haciéndole saber que no había adelantado nada en la investigación del Ave Fénix, y recordándole que si necesitaba algo, le llamara.


“Carla se muere de ganas de ver la Gran Muralla. Tal vez aprovechemos las vacaciones y te contratemos como guía. Por cierto, sería genial jugar un par de partidos de tenis. ¿Tienen pistas de tenis ahí? Mándame un e-mail si puedes”

Eddie Wiley dejó un mensaje diciendo que el aseo de la planta baja se había atascado y si conocía a algún fontanero.

Intercaladas había tres llamadas de Anne Baxter Hooper. Al oír su voz, David recordó el rostro dolorido de Anne. “La telefonista de la oficina del fiscal me dijo que le encontraría aquí. Me sorprende saber que se ha trasladado. Bueno, llámeme”, daba el número y añadía que la llamara a cobro revertido porque era ella la que deseaba hablar con él.

En el segundo mensaje decía que era la hermana de Keith y que la llamara. En el tercero, que era de esa misma mañana, parecía impaciente. “Desde la muerte de mi hermano le he dejado varios mensajes. Llámeme, por favor”.

David borró los mensajes y colgó. Pensó en el día del funeral y en la mirada acusadora de Anne. En aquellos días se creía culpable de la muerte de Keith, pero las circunstancias habían cambiado. ¿Qué podía decirle sobre su hermano? ¿Era mejor que supiera la verdad o que continuara creyendo que su hermano había sido una víctima inocente? ¿Y cuál era la verdad?

David marcó el número de Anne en Russell. Sonó cuatro veces y después se disparó el contestador automático. Los dos hijos de Anne hablaban al unísono: “ésta es la casa de los Hooper, ahora no estamos pero deje su mensaje y le llamaremos”.

Después del pitido, David dijo:

– Anne, soy David Stark. No he recibido sus mensajes hasta ahora mismo. Estoy en China y son poco más de las nueve de la mañana. Me dispongo a salir del hotel, pero esta noche volveré a Pekín. La llamaré tan pronto pueda.

Colgó y empezó a pasearse de nuevo, lo cual aumentaba su sensación de estar enjaulado. Se detuvo, rebuscó en los papeles, encontró el número del despacho de Sun y lo marcó. La mujer que contestó no hablaba inglés. Después de repetir el nombre de Sun varias veces, se encontró hablando con Amy Gao, su secretaria personal. Cuando David le dijo que necesitaba hablar con Sun urgentemente, Amy contestó que era mejor que se desplazara hasta allí.

– El gobernador Sun tiene varias citas esta mañana y luego irá a la fábrica. Después volvemos a Pekín. Pero seguro que le encontrará un hueco.

David metió los documentos de Sun en el maletín, bajó y encontró al inspector Lo en el coche. Después de un corto recorrido por la avenida Yingze se detuvieron en la garita de un conjunto de edificios de aspecto oficial. En la puerta había una placa con caracteres chinos rojos y dorados que anunciaba la sede del gobierno provincial. En el tejado ondeaba una bandera china. El guardia, armado con metralleta, llevaba el monótono uniforme verde del Ejército Popular. Echó un vistazo a David, que iba en el asiento trasero, mientras llamaba por teléfono al edifico principal. Cuando recibió al conformidad, hizo que Lo firmara la hoja de admisión y los dejó pasar.

En el interior, las paredes eran de un color terroso y el suelo de piedra gris. Lo se acercó a recepción y explicó que David iba a ver al gobernador Sun. La mujer hizo una llamada, dijo algunas frases con voz chillona y le indicó las sillas que se alineaban en la pared contigua.

– Dice que usted espere aquí y yo fuera. Alguien vendrá a buscarlo en cinco minutos -explicó Lo, y salió del edificio.

David siguió sus instrucciones. Los cinco minutos se convirtieron en un cuarto de hora. Aunque las ventanas estaban abiertas de par en par y el ventilador de techo giraba a la máxima velocidad, hacía un calor insoportable. De vez en cuando se abría una puerta, se asomaba alguien, miraba a David y volvía a cerrarla.

Por fin salió la señorita Gao, con unos tacones de aguja que resonaban en el suelo y un discreto traje chaqueta.

– Perdone que le haya hecho esperar, señor Stark. No me han avisado de su llegada hasta ahora mismo.

David no se lo creyó.

– Haga el favor de acompañarme.

David la siguió. En vez de al despacho del gobernador Sun, fue conducido al de la secretaria.

– Por favor, tome asiento -dijo Gao.

Ella se sentó al otro lado del a mesa, pulsó el intercomunicador y dijo algo. Al cabo de un minuto entró una hermosa joven con un termo y tazas, sirvió el té y se marchó.

– Usted dirá -dijo Gao.

– Necesito hablar con el gobernador Sun.

– ¿Referente a qué?

– Me pidió que fuera su abogado en algunos asuntos. He venido para hablar de ello.

– Estoy al corriente de todos los asuntos del gobernador. Dispone de la mayor libertad para hablar conmigo.

Hu-lan le había hablado a menudo del a burocracia china y del sistema especialmente diseñado para avanzar a paso de tortuga, crear el máximo papeleo y sacar de quicio y, por lo tanto, controlar al solicitante. Por eso las guan xi -relaciones- eran tan importantes. La gente hacía cualquier cosa por saltarse las capas inferiores y acudir directamente a la cima, ya fuera en una urgencia médica o en una situación de negocios.

– Con todo mi respeto, señorita, creo que sería más producente tratarlo con el gobernador.

– Tengo entendido que él mismo le dijo que si tenía algún problema hablara conmigo. Es mi trabajo y estoy aquí para ayudar.

Era tentador abrir el maletín, lanzar los documentos de Sun sobre la mes ay preguntarle qué significaban. La chica era inteligente y, como la mayoría de mujeres en posiciones similares, era probable que hiciera más trabajo y estuviera más al corriente de los asuntos de Sun que él mismo. Pero si Sun había cometido un delito, David violaría el código judicial chino hablando de ese tema con la secretaria.

– Prefiero esperar al gobernador.

– Pues tendrá que esperar mucho. Va camino de Knight Internacional.

– Pero si usted me dijo que viniera enseguida y podría verle.

– Le ha sido imposible retrasar la salida. El señor Knight quería verle antes del inicio de la ceremonia. Si hubiera llegado antes, tal vez habría tenido tiempo de verle. -Amy Gao consultó el reloj y añadió-: Si no se da prisa, va a llegar tarde. Seguro que no querrá perderse ningún detalle.

– He estado sentado en el vestíbulo durante casi una hora -contestó David con voz gélida.

– Es una pena, pero como ya le he dicho, no sabía que estaba aquí.

Con las dos llamadas telefónicas anunciando su llegada, y las diversas personas que habían salido a echarle una ojeada, la excusa era poco creíble.

– Y podría añadir que mientras estaba esperando no he visto salir al gobernador Sun.

Amy sonrió con aire de suficiencia.

– Señor Stark, no pensará que un edifico como éste tiene una única salida. Bien, si vuelve el lunes o el martes, estoy segura de que el gobernador lo recibirá. -Abrió el cajón superior de la mesa, sacó una agenda y miró a David,.


El sistema de marear la perdiz era normal en China, pero no para David. Además de estar acostumbrado a que las citas se respetaran, se sentía demasiado a merced de las circunstancias. Así que hizo lo único que no debía, montar en cólera.

Se levantó, se inclinó sobre la mesa de la secretaria y vociferó:

– Dígale a su jefe que ya le veré después. Dígale que no le será tan fácil esquivarme. Dígale…

Amy Gao parecía asustada y David se preguntó hasta dónde podía o debía llegar. Quería subrayar la importancia de su mensaje y garantizarse una respuesta inmediata. La única forma de conseguirlo era disfrazando la verdad.

– Dígale que sé lo que ha estado haciendo y que tengo otros documentos que le interesan mucho.

No esperó una respuesta, pensando que el impacto de sus palabras sería mayor si se marchaba enfadado. Sin embargo, una vez fuera, sintió de nuevo el burbujeo de la ansiedad. Gao era joven y, por lo que sabía, inexperta. ¿Y si no había entendido la gravedad de sus palabras? ¿Y si lo había tomado por otro americano maleducado? Al salir de nuevo al sol abrasador, sabía que había obrado lo mejor que podía dadas las circunstancias. Pero después de las revelaciones de la noche anterior, confiaba en atar los cabos sueltos, examinarlos y resolverlos. En cambio, eran las doce menos cuarto, sudaba como un cerdo en el patio de un edificio oficial y lo único que había conseguido era una conversación que, bajo el modelo chino, sólo podía considerarse grosera y carente de delicadeza.

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