10

Dos horas después de que Hu-lan ocupara su puesto en la cadena de montaje en su primer día completo de trabajo, el inspector Lo dejaba a David delante del edifico de administración. Sandy Newheart, como en la primera visita de Hu-lan, lo esperaba en la escalinata para recibirlo. Los dos hombres se estrecharon la mano y entraron en el edificio para dirigirse por un pasillo a la sala de reuniones donde los esperaban Henry y Douglas Knight. No había ningún otro abogado presente.

El apretón de manos de Henry Knight fue franco y firme. Era un hombre delgado de estatura media. El pelo canoso y rizado le llegaba al cuello de la camisa.

– Me alegro de tenerlo aquí -dijo-. Randall Craig y Miles Stout me dijeron que mandarían a alguien familiarizado con China y nuestra compañía, y de reflejos rápidos. Me han dicho que usted reúne todos esos requisitos. -Miró hacia su hijo-. Éste es Doug, mi muchacho.

Doug levantó la mano y saludó. Parecía de unos cuarenta y cinco años y era delgado como su padre. Pero mientras este último exudaba dinamismo y vigor, el hijo parecía aletargado y apático.

– ¿Alguien quiere café? -pregunto Sandy.

– No, gracias -dijo Henry-. No quiero que ninguna maldita chica venga a interrumpirnos. Más tarde haremos una pausa. ¿Le parece bien, Stark?

– Perfecto.

Los cuatro se sentaron en un extremo de la mesa y dejaron el resto de las sillas vacías.

– Vamos bastante apretados de tiempo y me gustaría que empezáramos por hacer un repaso rápido. -Henry abrió la carpeta que tenía delante, esperó a que los demás hicieran lo mismo y dijo con una sonrisa-: Siempre me ha gustado la oferta de Tartan. Compran la empresa directamente. Doug mantiene su puesto de director financiero durante cinco años yo me retiro tranquilamente y disfruto de la jubilación. Tartan pidió y accedimos a una cláusula de no competencia, de modo que si se me ocurre cualquier idea nueva se acogerán directamente a ella, como siempre han hecho. -Henry miró a los demás y continuó-: Pero no pienso dedicarme a crear nada nuevo. Quiero disfrutar… viajar un poco, visitar mis sitios favoritos. Doug, por otra parte, todavía es joven. Yo fundé esta empresa y la hice crecer y llegar adonde está hoy en día. Tenemos mucha tecnología nueva y quién sabe la que aún llegará. -Volvió su fría mirada gris sobre David-. Quiero que mi hijo esté presente en lo que suceda en el futuro.

– Por lo que veo, todo lo que ha pedido está aquí -lo tranquilizó David-. Pero no sería completamente sincero si no le dijera que cuando un conglomerado como Tartan compra una compañía como ésta, hace o que quiere. A veces la gente que queda atrás se siente desplazada o incómoda con los cambios. A veces funciona perfectamente. No hay garantías.

– ¿Eso es lo que Miles le dijo que me dijera? -preguntó Henry con una sonrisa.

– No, seguramente no le habría gustado que se lo dijera -respondió David.

– Un abogado honesto -dijo Henry-. Supongo que por eso le pagan una fortuna.

Todos se echaron a reír, como se esperaba. David también, y se dio cuenta de que Henry, a pesar de su mirada fría y de sus años en el mundo de los negocios, tenía veleidades de comediante.

– Muy bien -dijo David tratando de adoptar el tono serio de abogado-. Por lo que tengo entendido, Miles Stout y Keith Baxter ya han repasado todo esto veinte veces, por lo tanto sé que están satisfechos. Y supongo que ni ustedes ni sus abogados tienen objeciones sobre lo fundamental del acuerdo…

– Sí, lo he hecho revisar por abogados, pero la última palabra la tengo yo -dijo Henry-. Yo soy el que toma las decisiones.

– ¿Está seguro de que no quiere que estén presentes sus abogados? -preguntó David-. Sólo un tonto se enfrentaría a una transacción de este tipo sin representación legal.

– He llegado bastante lejos, sin necesidad de abogados. Ya lo he hecho examinar todo y les ha parecido bien. Así que para qué los voy a hacer venir en primera, pagarles un hotel y amiguitas para pasar la noche si yo conozco mi empresa mejor que ellos. Dígalo de otra manera si quiere, es mi dinero el que está en juego, y a mí me parece bien.

David miró a Sandy y a Doug para ver cómo reaccionaban ante semejante arrebato. Sandy golpeteaba los papeles con la pluma; Doug parecía ausente. Eran las mismas reacciones que David había tenido en ocasiones con su propio padre. No, Henry Knight no era el primer empresario un poco excéntrico. Si quería hacerlo de esa manera, él no pondría objeciones.

– Está previsto que el acuerdo final se firme en Pekín el 21 de julio, y que ese día se haga la transferencia de dinero y poderes -continuó David-. Sé que Miles y Keith ya se han ocupado de todo esto, pero como mi especialidad es el derecho procesal, me gusta volver a repasar los posibles puntos conflictivos. N o me refiero a las cláusulas en que una parte está tratando de colarle algo a la otra. Por lo que he leído y por o que me ha dicho Miles, todo eso ya se ha revisado satisfactoriamente por las dos partes. Me refiero a los lugares en que Tartan podría quedar expuesto a futuros pleitos.

– ¿Me está preguntando si tengo algo que ocultar? -inquirió Henry amistosamente.

– Puede decirlo así, si lo prefiere -respondió David también con buen tono.

– Pues no. Keith se aseguró muy bien de ello.

– Está bien, porque éste es un buen negocio. Setecientos millones de dólares es mucho dinero. Estoy seguro que no tiene ningún interés en que dentro de tres años se destape alguna cosa que perjudique a Tartan, porque le aseguro que iremos por usted con toda nuestra fuerza.

Henry se echó hacia atrás y lanzó una carcajada.

– Miles me dijo que era usted una persona muy ácida. Y me gusta.

– Entonces -continuó David-, espero que pueda contestar algunas preguntas, aunque sean sólo para mi información.

– Dispare.

– ¿Tiene alguna demanda pendiente o alguna amenaza de demanda en alguna parte?

Henry miró a su hijo y respondió:

– Ninguna. Siempre he dirigido un negocio limpio. Hemos pagado las deudas y no hemos tenido problemas con los sindicatos.

– ¿Algún problema de responsabilidad civil con los productos?

– Ninguno.

– Usted fabrica juguetes -insistió David-. Creo haber leído de casos en que un niño se traga un trozo del juguete o le muerde una muñeca o alguna de esas cosas absurdas.

– Nunca ha sucedido con mis productos -respondió el anciano.

– está seguro de que…

– Ya se lo he dicho, dos veces.

David se reclinó en la silla y evaluó la reunión. En la fiscalía hacía preguntas y la gente, en general, debía responderlas. Ahora estaba otra vez en el sector privado, donde tenía clientes. Estaba allí porque lo había contratado Tartan por sus conocimientos y su asesoramiento. Pero como todo el mundo no paraba de recordarle, los trámites ya estaban hechos, y el trato también. Su papel en esos últimos días se reducía al director de crucero: mantener feliz a todo el mundo, hacer que el acuerdo siguiera su curso y evitar posibles meteduras de pata diplomáticas. El problema era que David no conocía a los Knight y éstos no lo conocían a él. Trabajaban todos contrarreloj, pero aun así tenían que establecer una mínima confianza mutua.

– ¿Hace cuánto que es empresario? -le preguntó David cambiando de estrategia, buscando conocer al hombre más allá de la empresa.

Henry pensó durante un rato sin apartar la mirada de David y asintió como si dijera que comprendía lo que el joven abogado trataba de hacer.

– Mis abuelos emigraron de Polonia en 1910, cuando mi padre tenía diez años -empezó-. Mi padre se suponía que asistía a la escuela, pero en cambio se iba a trabajar de lustrabotas. A los quince años vendía chucherías por la calle y a los veinte ya tenía su propio negocio de artículos escolares. Irónico, ¿no? Un hombre que no había terminado la escuela pero que se ganaba la vida vendiendo lápices, pizarras, libretas, tiza… -Henry miró a David-, Knight International. Vaya nombre grandioso para una firma de una persona, pero a mi padre le gustaba. Evidentemente, por aquel entonces nuestro apellido no era Knight. Cualquiera pensaría que se puso el nombre porque era más estadounidense, pero en realidad le encantaba la idea de los caballeros (Knight, caballero en inglés), el boato, las justas a caballo, la galantería.

– ¿Fabricaba juegos de ajedrez?

Henry meneó la cabeza.

– No; sólo artículos escolares. No empezamos con los juegos de ajedrez hasta mucho más tarde. Fuimos los primeros en hacer las piezas de plástico, pero eso es adelantarnos mucho. Mi padre se casó con la hija de uno de sus clientes. Y yo llegué muy rápido. Tenía cinco años cuando comenzó la Depresión. Las escuelas, por suerte, siguieron abiertas, pero la gente no podía permitirse ni un extra. Eran tiempos difíciles, sí señor. Pero mi padre también dejaba que la gente se aprovechara de él. Porque decía que si alguien estaba tan desesperado era porque seguramente necesitaba aquello más que él. Un buen día, un abogado le buscó las pulgas y mi padre acabó casi arruinado.

– Es por eso que no le gustan los abogados.

– Me gusta tomar mis propias decisiones. Mi padre estuvo a punto de perder Knight, la empresa por la que había luchado toda su vida. Yo era sólo un niño, pero nunca lo olvidaré.

– Cosas así lo vuelven a uno muy duro -comentó David-. Mi padre y mi madre también eran niños durante la Depresión. Los dos se criaron en familias muy luchadoras. Miro ahora a mis padres y pienso que ese período, esos años de formación, fueron los que los definieron para toda la vida. -David arrugó la frente y añadió-: Eso y la guerra.

Henry asintió.

– ¿Dónde estuvo su padre en la guerra?

– En el ejército destinado en Londres.

– No era un mal destino, si uno podía conseguirlo.

– En muchos aspectos fue lo más divertido que le pasó en su vida -respondió David.

– ¿Y en otros?

– La guerra es un infierno. Es lo que siempre dice.

– Es lógico, tiene razón en los dos sentidos.

David se encogió de hombros. Raramente hablaba de su familia con desconocidos, pero con Henry era fácil.

– Yo estuve destinado en China -dijo Henry-, primero en Kunming, después… bueno, pro ahí, especialmente los meses siguientes a la rendición japonesa.

– ¿Y qué hacía?

Henry no contestó la pregunta.

– Yo también, como su padre -dijo en cambio-, me lo pasé en grande. No puede ni imaginarse cómo era Shanghai, por entonces. Todas las noches salíamos a bailar, beber y ligar. Era vertiginoso, exótico. Es una palabra que hoy en día tiene muy mala prensa. Pero en aquellos tiempos Shanghai era exótico.

– ¿Y usted qué hacía? -repitió David.

Peor antes de que Henry respondiera, su hijo le preguntó:

– Papá, ¿no tenemos que ponernos a trabajar?

Era la primera vez que Doug abría la boca y los pilló a todos por sorpresa. Henry echó un vistazo a su reloj.

– Dame unos minutos, después haremos una pausa breve para tomarnos ese café que Sandy está preparando en alguna parte, volvemos y nos ponemos a trabajar. ¿De acuerdo?

Doug apartó la mirada. David se preguntó si Henry siempre rechazaba las sugerencias de su hijo con tanta indiferencia.

Pero ya había perdido el hilo, por lo que terminó deprisa.

– Pensaba que me quedaría aquí después de la guerra. Había conocido alguna gente y, mirando atrás, tenía ideas bastante buenas. Pero después China se cerró y ahí se acabó. Volví a casa, a Nueva Jersey y empecé a trabajar para mi padre. Hubo un aumento grande de la natalidad, pero en nuestra empresa no se iba a notar hasta que esos niños llegaran al parvulario. Por eso empecé a pensar en maneras de acceder a ellos más pronto.

– El señor Knight prácticamente inventó el mercado preescolar -intervino Sandy-. Por esa razón está en el Museo del Juguete de Nueva York.

– No puedo decir que haya sido mérito mío -comentó Henry con modestia-. Ruth y yo queríamos tener hijos, y queríamos que tuvieran algo divertido y educativo para jugar. Eso es todo.

Sonó el teléfono y lo atendió Sandy, que tras unas pocas palabras colgó y anunció:

– Tengo que ocuparme de algo que ha surgido en la sala de montaje, así que éste es el momento de hacer esa pausa.

Salieron de la habitación y se dirigieron juntos a lo que Henry Knight le explicó a David era el alma de la empresa. Después, los tres acompañantes lo dejaron para que examinara la pared de la gloria de Knight. Al cabo de diez minutos, cuando David consideró que hay había visto bastante, fue a ver si encontraba a los otros.


Salió al calor del exterior y vio a Henry y otros hombres apiñados alrededor de algo, delante del edificio que había a la izquierda,. Se encaminó hacia allí mientras se quitaba la chaqueta y aflojaba la corbata.

– No sé cómo ha podido suceder -oyó decir a Henry con voz trémula.

Cuando llegó, los demás se apartaron y David vio a una mujer con una bata rosa tendida inerte en el suelo de tierra. La bata estaba manchada de sangre. Tenía el brazo destrozado, pero no era nada comparado con lo que le había pasado en la cabeza, que estaba aplastada y abierta. Los ojos negros miraban al cielo. Las heridas y el aspecto de las extremidades, que parecían las de una muñeca de trapo, hicieron que David se acordara de Keith, pero la familiaridad de la pesadilla no la hizo más suave ni más fácil.

– Vamos, papá -rogó Doug-, deja que los demás se ocupen del problema.

– ¡No! -Henry se separó de un tirón de la mano que su hijo le apoyaba en el hombro-. Sandy, se lo pregunto otra vez: ¿cómo ha podido pasar algo así?

Pero Sandy no contestó, sino que salió disparado, se agachó y empezó a vomitar.

– Señor… -se oyó la voz temblorosa de uno de los hombres del grupo. Era un joven con el semblante pálido-. Señor -repitió mientras tragaba un par de veces y apartaba la mirada de la sanguinolenta masa de carne que tenía a sus pies-. Es culpa mía. No debía dejarla sola.

– ¿Quién es usted?

– Aarón Rodgers, señor. Soy el jefe de la planta de montaje. Ha sido un accidente. La chica… ¿Alguien sabe el nombre?… -Al ver que nadie respondía el joven tragó y siguió-. La trituradora le cogió el brazo. Una herida grave, pero no tanto como esto.

Aarón empezó a tambalearse. David se acercó, lo sostuvo y lo llevó hasta la escalinata del edificio de montaje.

– Agache la cabeza un minuto -le dijo y miró alrededor-. ¿Alguien puede traer un poco de agua?

Un grandullón rubio que David no conocía aún, asintió con precisión militar, entró en el edificio y volvió hachón un par de vasos de agua que le pasó a David. Después se acercó al cadáver y la cubrió con un trozo de tela. Por último se dirigió hacia Sandy y lo acompañó para que se sentara en la escalinata, al lado de Aarón.

– Tome un poco de agua -le dijo con un fuerte acento australiano. Al ver que Sandy miraba fijamente el cuerpo, añadió-. Haré que limpien todo esto antes de que las mujeres paren para almorzar.

– Sí, Jimmy, adelante -dijo Sandy.

– ¿No cree que habría que esperar al a policía?

Jimmy entrecerró los ojos y miró a David.

– Estamos exactamente en el quinto coño. ¿Quiere esperar a la policía y ver cómo mil mujeres se ponen histéricas cuando salgan a almorzar y vean a su amiga o lo que sea hecha papilla? -preguntó con sarcasmo-. O mejor aún, ¿quiere sentarse y esperar cinco horas hasta que llegue la policía local y que el cuerpo empiece a apestar por el calor?

– Lo único que digo es que no sabemos lo que pasó -respondió David.

Ésa fue al entrada que esperaba Aarón para seguir con su historia.

– La llevé arriba a mi oficina -dijo-. Ya sabe, tenemos catres ahí arriba. -David no lo sabía, pero asintió-. La dejé acostada. Estaba muy alterada. Gritaba que no quería morir. ¿Por qué habré ido a la oficina de al lado a llamar? ¿Por qué no la llevé directamente a la enfermería? -Se sacudía como si tratase de quitarse de encima la culpabilidad-. No sé en qué estaría pensando. Llamé a Sandy. Sabía que el señor Knight iba a estar hoy aquí y quería decirle lo del accidente en persona. Después llamé a la señora Leung. Como no estaba en su despacho, llamé directamente a la enfermera.

– ¿Directamente?, pensó David, debieron de pasar por lo menos cinco minutos.

– Entonces fui a buscar a la señora Leung. Quería que se quedase con… con… la chica herida. Pensé que querría que la acompañara una mujer. La señora Leung estaba en la zona de vigilancia hablando a las trabajadoras del a planta por los altavoces. Era importante mantenerlas tranquilas, ¿no cree? -el joven miró a David ansiosamente-. Pero cuando volvimos a la oficina, la chica ya no estaba. -Aarón palideció repentinamente y David le apoyó la mano en la nuca y le empujó la cabeza hasta dejársela entre las rodillas.

– Debió de saltar por su ventana -dijo Doug Knight.

– No -murmuró Aarón-. Mi oficina no está de este lado, está detrás y da a un muro.

David miró el edificio. No había ventanas de ese lado.

– Bueno -dijo Doug sin darle mayor importancia-, entonces debió de subir al tejado.

– ¡Dios santo, eres un cabrón desalmado! -exclamó Henry mirando a su hijo con los puños apretados-. Acaba de morir una mujer. Hace más de setenta años que la familia está en este negocio y nunca habíamos perdido un empleado.

– Lo único que digo, papá, es que se suicidó -continuó Doug con tranquilidad-. No es culpa tuya.

El anciano, ante el tono tranquilizador de su hijo, recuperó al compostura. Después se dio la vuelta, se acercó al cadáver y se arrodilló.

– Está viejo -dijo Doug a nadie en particular-. Espero que no le falten fuerzas para afrontar esto.

Se acercó a su padre, le puso la mano en el hombro y le dijo algo en voz baja.


Retiraron el cuerpo deprisa y limpiaron la sangre. Doug le rogó varias veces a su padre que volvieran a la sala de reuniones, pero el anciano no parecía querer irse de allí y como no se marchaba, los otros tampoco lo hacían. De repente, sonó un timbre y cientos de mujeres empezaron a salir de la planta de montaje. Al cabo de un momento, el patio se convirtió en un mar de mujeres con bata y pañuelo rosa. Muchas caminaban del brazo charlando y riendo. Un par de jóvenes, posiblemente por una apuesta de sus amigas, saludaron con la mano y sonrieron a los extranjeros y empezaron a saludar en chino. David no entendía qué decían, pero por la actitud y las risitas contagiosas se dio cuenta de que eran gestos amistosos. Mientras las mujeres se arremolinaban alrededor, buscó la cara de Hu-lan, pero ¿cómo iba a encontrarla en medio de un gentío básicamente sin rostro? Cuando acabaron de pasar, echó un vistazo y se alivió al ver que el color había vuelto al as mejillas de Aarón Rodgers.

Al final, Henry se volvió y enfiló rumbo al edificio de la administración, con los demás detrás. De vuelta en la sala de reuniones, seguía nervioso pero su hijo se cambió de sitio y se sentó a su lado, lo que pareció aliviar un poco al anciano. David propuso interrumpir la reunión y seguir al día siguiente, pero Henry desechó la idea.

– Ya no podemos hacer nada más por esa pobre mujer. Sigamos -dijo y dirigiéndose a Sandy añadió-: Pero quiero saber quién era y garantizar que la familia tenga los medios para un entierro digno. Los chinos le dan mucho valor a esas cosas. Páguele una indemnización a la familia. El dinero siempre ayuda. Y si tenía niños…

– Me ocuparé de todo -dijo Sandy.

– Gracias. -Henry volvió sus ojos grises hacia David-. Creo que me apresuré al hablar de la responsabilidad civil.

– Un suicidio difícilmente sea responsabilidad de Knight International -señaló David.

– ¿Y la herida que se hizo en la planta de la fábrica?

– Tendremos que examinarlo. ¿Ha habido otros accidentes?

– Ninguno -respondió Henry.

David echó una mirada interrogativa a Sandy.

– Es el primero -respondió éste-. Sí, hemos tenido algunos problemas, pero ninguno que no se pudiera arreglar con una tirita y agua oxigenada.

Una semana tras, David habría exigido respuestas, pero ahora estaba otra vez en el ámbito privado. Lo más importante para su cliente, así como para los Knight, era la finalización del acuerdo, de modo que no se podía dar el lujo de acosar a esa gente. Además, seguramente Keith había repasado todo eso cientos de veces. Por lo que David volvió al asunto principal. ¿Tenía Knight algún proceso pendiente? Henry le contestó que no.

– ¿Y prevé algún proceso en el futuro?

– Como no me demande la familia de esa mujer… -respondió.

David meneó la cabeza.

– Creo que podrá ocuparse de eso. Como ha dicho, garantizará el bienestar de la familia aunque haya sido un suicidio. Su generosidad dejará una huella muy profunda en una familia campesina. Pero no estoy hablando sobre lo ocurrido hoy. Lo que le preocupa a Tartan son las eventuales responsabilidades cuando adquiera la empresa. Así que me gustaría que piense en cosas como violación de copyrights, defectos de fabricación, patentes, concesiones de licencias.

Pasaron las siguientes horas repasando cada tema. Henry dejó que Doug y Sandy se ocuparan de casi todo, como era lógico. Poco después de que Henry decidiera trasladar las operaciones a China, había tenido el primer ataque de corazón, de modo que la responsabilidad de construir esa planta había recaído sobre Doug y, en menor medida sobre Sandy, que habían trabajado muy bien en beneficio de la compañía.


Si Henry no hubiera estado en casa recuperándose, nunca se habría quedado lo suficiente para inventar no sólo la idea de Sam y sus amigos, sino también la tecnología. Durante los meses que pasó sin salir de casa, llevó allí a diversos diseñadores de juguetes y programas informáticos para que lo ayudaran a convertir sus ideas en realidad. Todo el proceso, incluidas las cosas inventadas por otros, era propiedad de Knight International.

Incluso ante el peor de los panoramas, Knight parecía una empresa rentable. Tenía las patentes pendientes de algunas de las nuevas tecnologías y los materiales que se usaban en la línea de San y sus amigos. Los Knight insistieron en que no había ningún defecto de fabricación y reiteraron lo que David ya sabía: Knight International tenía buena fama entre los trabajadores. Sin embargo, se había trasladado a China, en parte, para no tener que negociar con los sindicatos estadounidenses.

– Nuestros trabajadores chinos tienen una especie de sindicato -explicó Sandy-. La delegada sindical electa también es la secretaria del Partido en la fábrica. La señora Leung es una mujer de trato muy fácil. En realidad, no podríamos funcionar sin ella. Es una especie de madre, mediadora y persona que resuelve problemas, todo en uno. Las trabajadoras van a verla cuando tienen algún problema en el trabajo, pero también cuando tienen problemas en casa. Como la mayoría vive aquí en los dormitorios, ya se imagina el tipo de conflictos que hay. Pero -añadió-, muchas mujeres se sienten solas sin marido ni hijos. También hemos tenido algunos casos de aventuras amorosas.

– No he visto muchos hombres -señaló David-. En realidad, no he visto mucha gente en general, salvo en el momento de la pausa para el almuerzo.

– Tratamos de separar a hombres y mujeres lo máximo posible -dijo Sandy-. Todos los hombres son de la región. Embalan los productos para enviarlos, cargan los camiones, se ocupan de los residuos. Les hemos enseñado a usar carretillas elevadoras y… -Sonrió tímidamente-. Bueno, ese tipo de cosas. Están siempre en el almacén o en expedición. Almuerzan a diferente hora que las mujeres. El único momento en que se ven es al final de la jornada, cuando los hombres vuelven a casa y ellas a los dormitorios.

– ¿Todo eso para que no confraternicen?

– La señora Leung cree que es mejor. Estoy seguro de que ha oído hablar de lo reprimidos que son los chinos con respecto al sexo. Y son especialmente puritanos con el sexo extramatrimonial. Y hablo de castigos durísimos por echar un polvo por ahí. ¿Sabía que en una época a uno podían mandarlo a un campo de trabajo forzados sólo por tener una aventura con una mujer casada? Las cosas son un poco más relajadas en el campo, donde el gobierno no vigila tan de cerca y las actitudes son, por así decirlo, más toscas. Sin embargo, empleamos mujeres casadas y solteras. Muchas de ellas están solas y lejos de casa. Aunque los hombres y las mujeres tienen pocas oportunidades de reunirse, éste es un sitio grande y, a fin de cuentas, sólo hacen falta unos minutos. Hacemos todo lo posible por evitar corazones rotos y embarazos no deseados.

David pasó a los usos de las licencias. Como Sam y sus amigos, otros productos más antiguos también habían surgido de personajes del cine o la televisión, pero esas licencias estaban en manos de la empresa desde hacía años. De hecho, la relación de Knight con diferentes estudios no había hecho más que mejorar con el impresionante éxito de Sam y sus amigos. David, al fin, no pudo evitar hacer la pregunta que le corroía desde que había leído sobre la venta de la empresa en el funeral de Keith.

– ¿Por qué razón, con todas las oportunidades que hay y con el amor que le tiene a su empresa, la vende?

– ¿No lo sabe? Soy un moribundo.

David miró al anciano. Todavía estaba conmocionado por el espectáculo de la chica muerta, pero la muerte en sí parecía muy lejos de él. Se lo veía fuerte y en buenas condiciones para un hombre de su edad.

– Enfermo o no ¿cómo puede abandonar algo que quiere tanto?

– El mundo ha cambiado. Me he pasado la vida en el negocio de los juguetes. He hecho, sí señor, mis incursiones en Hollywood, y me han salido muy rentables. Pero no quiero pasar los años que me quedan en Nueva York y Los Ángeles, comiendo en restaurantes de lujo, hablando con la gente de marketing o de licencias de los estudios.

– Puede dejar que alguien lo haga por usted -sugirió David.

– Pero es mi empresa. Me gusta estar al mando. No de todo, por supuesto. Nunca me ha importado mucho la gestión del día a día.

– Quiere decir -aclaró Sandy- que le gusta sentarse en el suelo e inventar juguetes. Le gusta trabajar con los grupos de pruebas: niños y madres. Le gusta ir a las ferias de juguetes y poner nuestros productos en las manos de la gente que los vende. No hay otra empresa en que el inventor esté tan estrechamente ligado con el consumidor final. Es el secreto del éxito de Knight.

– ¿Entonces por qué vende? -insistió David.

– Porque hemos llegado a una encrucijada -dijo Henry-. Simplemente no me gustan las exigencias y presiones de tiempo. -Adoptó una expresión soñadora-. Pienso viajar, encontrar una isla o algún otro lugar donde montar un pequeño taller…

Mientras hablaba, David comprendió por qué era tan buen negocio para Tartan. A Knight International le había ido increíblemente bien a lo largo de los años y Henry era un genio, pero su férreo control sobre la compañía y el casi inexistente consejo de administración habían impedido que la empresa se expandiera. Con la legión de ejecutivos, abogados, contables y diseñadores que entrarían y el compromiso de Henry de llevar su productos a “casa”, las marcas Knight, bajo el paraguas de Tartan, se dispararían.

Y el conglomerado no sólo compraba una empresa con grandes posibilidades, sino que además seguiría aprovechando los servicios y conexiones de Phillips, MacKenzie amp; Stout, en particular de Miles Stout. Henry Knight tenía relaciones en Hollywood, pero hacía años que estaba aislado en Nueva Jersey, y últimamente más aislado aún por cuestiones de salud. Tartan estaba en Los Ángeles, como Phillips, MacKenzie amp; Stout. Miles, recordó David, había gastado un montón de dinero del bufete para divertir a los peces gordos de la industria del cine. Como además mandaba a sus hijos a los colegios adecuados, también había establecido relaciones personales con los jefazos de los grandes estudios. Entrenaba al hijo de Michael Ovitz para la temporada de fútbol. Su mujer llevaba a los partidos a los hijos de los Roth. Había ayudado para que admitieran al nieto de Lew Wasserman en la escuela Brentwood. Estos gigantes mediáticos, a su vez, invitaban a Miles a jugar dobles de tenis, o al golf del Riviera Country Club, a que contribuyera con sus obras de caridad favoritas, a los preestrenos de las películas y a las fiestas de los Oscar. David se acordó de las noches en que Miles y Elisabeth pasaban zumbando en limusina de fiesta en fiesta, de los estudios Universal a la soireée de la Paramount y de allí a la juerga de la Sonny.

Esas relaciones con los estudios, aunque no eran los ladrillos con que se edificaban los contratos, hacían de cemento, y a eso se le añadía el extra de un contratista independiente, en este caso un inventor de juguetes excéntrico que salía de su escondite en una isla con productos nuevos.

De modo que si la información que Sandy Newheart y los Knight le daban era correcta -y David debía ocuparse de comprobar que lo fuera-, entonces podía estar seguro de que este aspecto del trato era adecuado. No obstante, aún quedaba lo que Tartan y Knight en calidad de empresas que cotizaban en bolsa debían revelar al gobierno: los detalles financieros sobre los ejercicios pasados así como el capital que tendría la nueva compañía consolidada: lo que recibirían los accionistas y si era justo, los documentos que se ocupaban de la cuestión antimonopolio, ya que ambas empresas originales eran de la industria del juguete, y las declaraciones juradas que establecían que los consejeros y directivos cumplían con el código de conducta de las respectivas compañías, a saber: nada de sobornos, transacciones secretas con vendedores o violaciones de las leyes de los países en que operaban.

– Veo que Keith y su gente ya han suministrado toda la información a la Comisión de Valores y Cambio -dijo David mientras hojeaba los papeles.

– Así es, y todo cuadra -dijo Henry-. Tiene las pruebas ahí delante.

Y así siguieron.


A las cuatro, una chica acompañó al gobernador Sun Gao y a la secretaria Amy Gao a la sala de reuniones. A diferencia de la última vez que David había visto a Sun en Pekín, esta vez llevaba ropa bastante informal: unos pantalones amplios y una camisa blanca de manga corta que acentuaba su buen físico. David vio el increíble carisma que emanaba Sun mientras rodeaba la mesa saludando uno por uno a todos los asistentes. David supuso que su capacidad para hacer sentir a cada uno especial era lo que lo convertía en tan buen político.

Amy Gao permaneció con la espalda pegada a la pared y sus impenetrables ojos castaños contemplando fríamente toda la escena. David sabía que en China uno nunca se dirigía ni mencionaba a un subordinado, y desde luego éste jamás tendría la impertinencia de dar un paso al frente y presentarse.


De modo que David decidió acercarse a Amy por la sencilla razón de que si iba a representar a Sun necesitaría tener una buena relación con la mujer que ejercía de mano derecha del gobernador. Era muy probable que Amy Gao pudiera proporcionarle más detalles sobre una cuestión en particular o reunir determinada información más deprisa que el gobernador en sí. Pero así como Sun proyectaba una imagen campechana, su ayudante, aunque guapa, era rígida y formal. Su respuesta a la autopresentación de David, fue un breve apretón de manos y un cortante “Mucho gusto”.

Una vez todos se sentaron en los asientos, y Amy en una silla contra la pared detrás de su jefe, Sun se dirigió a Henry:

– Sé que todos ustedes están muy ocupados con la venta, pero quería pasar a ver si puedo hacer alguna cosa para facilitar la operación.

– Siempre agradezco cualquier ayuda que pueda dar el gobernador -dijo Henry-, pero en este caso las cosas marchan perfectamente. No hay ningún nubarrón ante nosotros.

– Eso sí está bien -respondió Sun, sin abandonar su tono oficial. Se volvió hacia David y agregó-: Quizá no lo sepa, pero Henry Knight fue el primero en reconocer las posibilidades de la provincia de Shanxi.

– Vamos, Sun -lo interrumpió Henry-. Aquí somos todos amigos. No hace falta que trates a David con tanta formalidad.

Los dos hombres se echaron a reír y los demás les imitaron rápidamente.

– Nos conocemos desde la guerra -le explicó Henry todavía riendo-. Vaya, éramos unos críos, pero menudas juegas que nos corrimos, ¿no es así, Sun? Cuando volví a China sabía a quién tenía que ver, pero no sabía con quién me iba a encontrar. No sabía si era un campesino arruinado, o si estaba muerto. Pero resulta que llego y me encuentro prácticamente con el director de toda la orquesta. No imagina cómo nos facilitó las cosas. Nos encontró este solar. Cuando estábamos construyendo la planta y yo estaba en el hospital, se ocupó de traer a l os obreros de la construcción, que la obra se acabara a tiempo y de tratar con toda la burocracia roja. De no haber sido por él, jamás habríamos empezado a funcionar.

Sun agradeció el cumplido con una ligera inclinación de la cabeza.

– Soy yo el que estoy en deuda -dijo al fin-. Tenía un sueño para mi provincia y tú fuiste el primero en hacerlo realidad. Ahora tenemos otras empresas de Francia, Inglaterra, Australia, Alemania y, por supuesto, de Estados Unidos. Quizá aún no tengamos Nike, Mattel o Boeing, pero cuando vean lo que hemos hecho, vendrán. ¿Por qué? Porque los precios de mano de obra y terreno son más bajos que en la costa. Pero el auténtico regalo es lo que podemos darles. Es lo que nos han dado ustedes. ¿Recuerdas, Henry, cómo era esto hace cincuenta años? Una pobreza terrible. Hambrunas, sequías, inundaciones, y encima la guerra… Espantoso. Incluso la primera vez que viniste de visita, en 1990, la vida de la gente corriente no había cambiado mucho. Pero hoy se puede ver cómo la prosperidad ha cambiado no sólo las grandes ciudades de la provincia, Taiyan y Datong, sino también nuestros pueblos.

David miró alrededor y vio aburrimiento en la cara de los demás ante el interminable derroche de mutua admiración. A lo mejor los habían escuchado tantas veces que ya no prestaban atención al auténtico significado de las palabras, pero David sí lo hacía. Era evidente que Sun había hecho mucho para facilitarle las cosas a su viejo amigo. En Occidente quizá eso habría significado un par de llamadas telefónicas, pero en China era cualquier cosa, desde llamadas telefónicas hasta extorsión, chanchullos y sobornos. A pesar de esas banderas rojas, David no se imaginaba que el gobernador -con sus modales francos, su facilidad de trato, el evidente amor hacia su provincia y su rápido ascenso en el poder- no estuviera personalmente implicado en esas prácticas comerciales tan poco limpias. Y, para el caso, lo mismo era válido para Henry Knight. Al contemplarlos, David vio a dos caballeros muy educados unidos por los buenos momentos compartidos en el pasado. Aunque provenían de diferentes continentes y culturas, los dos habían descollado. Habían hecho dinero y conseguido el éxito.

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