CAPÍTULO XIV

UNA CIERTA EXCITACIÓN se apoderó de los partidarios del Eje, sobre todo de los que ocupaban algún cargo. El camarada Montaraz le decía a María Fernanda: "Son rachas malas. En todas las cosas de la vida ocurre así, incluido el matrimonio. Confiemos en que Hitler acabará enderezando la situación". María Fernanda, que continuaba quejándose de la columna vertebral y sintiendo una viva repugnancia por los reptiles, no veía posibilidad ninguna de que tal reacción favorable al Eje se produjera. Tampoco la veía Ángel, su hijo, quien había terminado el proyecto de chalet de Manolo y Esther en S'Agaró. Un chalet precioso, cuyos planos encantaron a todo el mundo, sin exceptuar al vejete que se sabía el Aranzadi de memoria.

Tocante a Mateo, su crispación se manifestaba en todas partes, excepto en el hogar. Tenía buen cuidado de no darle a Pilar más que buenas noticias, sobre todo desde que ésta le comunicó que volvía a estar encinta. Mateo la había cogido del cuello, había lanzado un alarido a lo Tarzán y la había estrechado entre sus brazos. Luego llamó por teléfono a Moncho, porque el pequeño César tenía un poco de fiebre y se pasaba muchos ratos llorando. Moncho le recetó unos vahos medicinales. Pilar temió que con ellos César se asfixiara. En cuestión de un par de días el niño se curó y volvió a ser la nota alegre de las vidas de Mateo y Pilar.

Mateo, en cuanto cruzaba la puerta de su casa y entraba en contacto con el exterior, fruncía el ceño. Y es que no podía soportar las sonrisitas de los que compraban las copias de los partes de la BBC. Leía en sus rostros las palabras Stalingrado y Afrika Korps. Especialmente le ponían furioso las sonrisitas de los cónsules mister Collins y mister John Stern, quienes parecían gozar del don de la ubicuidad. Se cruzaba con ellos por doquier, desde la cafetería España hasta las inmediaciones del Gobierno Civil, del que el hotel del Centro no quedaba muy lejos.

Mateo no quería admitir prematuramente ningún tipo de derrota. Había sobrevivido a tantas calamidades! Volvió a pensar en el hospital de Riga. Confiaba en el "arma secreta" anunciada por Goebbels y en unas palabras de Franco: "Los sistemas liberales son incapaces de ganar una guerra". Franco era un gran militar. Ahora bien, en la Unión Soviética no regía ningún sistema liberal…

Uno de los excesos de Mateo fue publicar en Amanecer la noticia "del gesto viril de los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico, quienes arrojaron por el balcón desde un tercer piso al profesor español Enjuto, al enterarse de que el citado profesor había formado parte del Tribunal Popular que condenó en Alicante a José Antonio". ' La Voz de Alerta' se indignó. Llamó por teléfono a Mateo y le cantó las cuarenta. Nadie podía ufanarse de lanzar a un ser humano por un balcón. En realidad, aquella gota había Jfe colmado el vaso. Mateo, en su cargo de censor, se mostraba muy arbitrario. Dependía del humor, de la buena o mala digestión, de los consejos de Paúl Günther, el cónsul alemán que había hecho cursillos en la Gestapo y con el que Mateo había entrado en relación. Paúl Günther era una especie de profesor Relken, quien había desaparecido del mapa. No llevaba monóculo! Era de agradecer; pero siempre iba acompañado de cuatro jóvenes tan altos como él y de dos perros de raza que tenían embobado al vecindario.

Por otra parte, Mateo tenía un poco las manos atadas, no sólo por el camarada Montaraz, sino por mosén Falcó, encargado de la censura eclesiástica. Éste le prohibió terminantemente que en Amanecer aparecieran palabras tales como braga, muslo, liguero, sostén, homosexual, etc. Tampoco se podía decir carnaval -los carnavales de antes estaban prohibidos- y debía decirse "carnestolendas". Por si fuera poco, el obispo doctor Gregorio Lascasas le hizo saber que estaba en contra del pantalón corto que usaban los muchachos del Frente de Juventudes y que a su entender podían inducir a pecado a las jovencitas de la Sección Femenina. Mateo estuvo a punto de explotar. Lo cual era tanto más lamentable cuanto que desde que estuvo en Rusia se había vuelto tibio, casi indiferente en materia religiosa, lo que dolía mucho a Pilar y, por supuesto, a Carmen Elgazu. Mateo se hundía siempre en el misterio del origen del universo. Si Dios lo era Todo, cómo pudo crear algo fuera de Él? Mosén Alberto se limitaba a aconsejarle que dedicara un poco menos de tiempo a estudiar la doctrina de José Antonio y un poco más a los principios elementales de la teología.

Mateo consiguió superar cualquier posible lipotimia y decidió actuar más que nunca. Organizó en Gerona un desfile espectacular: desfile de balülas, es decir, de muchachos hijos de italianos muertos en la guerra de España. Los balülas se llevarían a Italia puñados de tierra española, de la tierra que cubría los restos de sus padres. En el programa de su retorno constaba que serían recibidos por el Duce en persona, por lo que Mateo y Marta entregaron al jefe de la expedición hermosas piezas de cerámica de La Bisbal.

Después de esto, Mateo organizó una peregrinación de "cadetes" a El Escorial, durante la cual rememoró aquellas jornadas del traslado del cadáver de José Antonio. Mateo invitó a la peregrinación a Eloy y al Niño de Jaén, pero no a Félix Reyes, quien perdió otra oportunidad de ver a su padre en el Valle de los Caídos. Eloy y el Niño de Jaén brincaron de alegría. El trayecto Madrid-Barcelona lo hicieron en avión! Avión de la compañía Iberia, un viejo trimotor Junker 52. Mucha gente consideraba héroes a los que se embarcaban. Los viajeros recibían multitud de obsequios durante el vuelo. Las azafatas les facilitaban algodones que les resguardaban los oídos -lo mismo que si se tratase del exiliado Antonio Casal- y todas las consumiciones eran gratuitas. Eloy y el Niño de Jaén pegaron la nariz en el ventanal y se impresionaron vivamente al comprobar que a partir de las tierras de Aragón el paisaje era inhóspito y estéril.

Ante la tumba de José Antonio los "cadetes" cantaron Cara al sol y lanzaron los gritos de rigor. A Mateo se le humedecieron los ojos. Debajo de aquella losa yacían los huesos del Fundador, cuya muerte originó que el programa de Falange se distorsionara peligrosamente. "Si José Antonio viviera, no estaríamos ahora coqueteando con los aliados, vendiéndoles wolframio porque pagan tres veces más y no nos hubiéramos negado a ocupar por sorpresa Gibraltar a fin de ayudar a Rommel". En un momento determinado, el Niño de Jaén se arrodilló. Mateo le ordenó que se levantara y revolviéndole el pelo le dijo: "Hala, ya está bien".

En Madrid, Mateo dejó instalados en un albergue a los "cadetes" y se fue al encuentro de Salazar, consejero nacional. Éste le abrazó calurosamente y luego encendió su famosa cachimba.

– Estamos cerca del Alto del León, donde tú y yo nos jugamos el pellejo, te acuerdas?

– Claro que me acuerdo! Jornadas históricas, que nos marcaron para siempre…

– Nos marcaron? -Salazar ladeó la cabeza-. Ha habido alguna deserción…

– Sí, ya lo sé. Te refieres a Núñez Maza… Me ha escrito un par de cartas desconcertantes, que no sé cómo interpretar.

Salazar se encogió de hombros.

– Yo estuve en Ronda a verle, la semana pasada -subió el tono de su voz-. Escribe a mucha gente, cartas, artículos, con una cabeza sorprendentemente clara… Y recibe muchas visitas. Gente de ideología dudosa, sobre todo, monárquicos. Pero también muchos falangistas que estiman que su postura es la correcta… -Salazar marcó una pausa-. Enfermo del pecho, casi tuberculoso, pero se está convirtiendo en el teórico de la Falange, en su depositario ortodoxo. A veces creo que habría que pararle los pies.

Mateo movió la cabeza.

– Eso es muy difícil. Ahí está su curriculum, que le salvó del juicio sumarísimo…

– Me dijo que se avergonzaba de su pasado, de muchas de las afirmaciones que había hecho con el micrófono en la mano. El microbio del pluralismo le ha penetrado hondo… -Salazar se dio un puñetazo en la frente-. No me extrañaría que pronto empezara a estudiar inglés.

Mateo cabeceó repetidamente. Qué podía haberle ocurrido? En Riga habló con él horas y horas. Fue al llegar a España cuando se produjo la decepción.

Dieron carpetazo al asunto y Mateo se prometió a sí mismo visitar personalmente a Núñez Maza en su lugar de destierro. Hablaron de Franco, del Pardo, del Pazo de Meirás… No habría caído el Caudillo en la tentación de la soberbia?

Salazar lo negó. Dijo que lo que el pueblo deseaba de él era precisamente esto. Por lo menos, mientras durara la guerra mundial. En el palacio del Pardo se guardaban infinidad de recuerdos de los Borbones, de los soberanos y príncipes que a lo largo de cuatro siglos presidieron los destinos de la nación. Con la fantasmal presencia de Goya en sus tapices… El Pazo de Meirás, que había pertenecido a la condesa Pardo Bazán, se lo había regalado el ayuntamiento de La Coruña, previa suscripción popular. Tal vez lo único que pudiera achacársele fuera haber comprado a precio de saldo una gran finca en Valdefuentes y que ahora la estuviese modernizando con la ayuda de los tractores del Instituto de Colonización…

Mateo se quedó boquiabierto. Salazar añadió que Franco, personalmente, era austero, sin vicios, casi franciscano en su vida íntima. Había matado mucho, pero sin rabia, con frialdad, porque consideraba que era su deber, como ocurrió con su primo Ricardo al que hizo fusilar porque cuando el Alzamiento destruyó todos los aviones del puerto de Ceuta. Lo sorprendente era que lloraba con frecuencia. No de arrepentimiento, sino porque se enternecía a la vista de los niños, al oír los himnos. Se le empañaban los ojos y empezaba a llorar. Tal vez la vanidosa del clan fuera su mujer, doña Carmen Polo, que no podía olvidar que de niño Franco era tan delgadito y poca cosa que le llamaban Cerillita. Otro miembro discutible de la familia era su hermano Nicolás, que antes de la guerra fue presidente del Rotary Club de Valencia y que fue su secretario particular durante algún tiempo.

Mateo se bebía las palabras de su interlocutor. Éste hablaba sin pasión, como si recitara una historia ya sabida y que para nada podía influir en su esquema ideológico. Salazar continuaba venerando al Caudillo, gracia al cual se había ganado la guerra civil y se había salvaguardado la neutralidad.

– Ahora mismo, tiene que luchar en varios frentes a la vez, en el campo diplomático, por supuesto. Por un lado, tener contentos al embajador alemán, Von Sthorer, al italiano y al japonés. Por otro, tener contentos a mister Hayes, embajador americano, muy pro español y a mister Samuel Hoare, inglés y antifranquista hasta la médula. No es una papeleta fácil… La última jugada de póquer del Caudillo ha sido adquirir treinta Packards para él y sus ministros, lo que ha satisfecho mucho a mister Hayes, al comprobar que Franco y sus ministros irían en automóviles americanos y no alemanes.

Mateo se sentía desbordado.

– Y eso de los Packards -insinuó, con voz dubitativa- te satisface a ti?

Salazar se levantó y le puso una mano en el hombro.

– Te digo que es un gesto diplomático… -Sonrió-: De una vez para siempre convéncete de que las cosas desde Madrid se ven de muy distinta manera que desde Gerona.

Esto último sublevó a Mateo.

– De modo que los de provincias somos unos palurdos, verdad?

El gigante Salazar posó su cachimba en el cenicero y levantó los brazos.

– Yo no he dicho eso! Es nuestro lenguaje, no? Desde cuándo los falangistas hemos de andarnos con tapujos? No tomas tú, en tu casa, decisiones que ni siquiera entiende tu mujer…? Pues aplícate el cuento.

Mateo salió de la Delegación Nacional de FET y de las JONS hecho un lío. Le dolió no llevar consigo la bala que le lesionó la cadera. La había escondido en lo alto del depósito del agua para que Pilar no la encontrara jamás.


* * *

Entre los exiliados españoles empezó a notarse una cierta euforia. La guerra había cambiado de signo y aunque Alemania y el Japón eran muy fuertes aún, daba la impresión de que el Pacto Tripartito empezaba a desmoronarse. Incluso el Japón, que se había desparramado por Asia como una ola gigantesca, comenzaba a tener problemas. Chiang Kai-shek reaccionaba en China y se Jfe daba por seguro que admitiría la ayuda de los comunistas, éstos capitaneados por Mao Tsé-tung.

En Ufa, el estado de ánimo de los españoles instalados allí era complejo. Alegría por la trayectoria bélica, dolor por la muerte de Rubén, el hijo de la Pasionaria. Rubén, herido anteriormente, ahora había encontrado la muerte en Stalingrado. El propio Nikita Kruschev fue quien comunicó a la Pasionaria la noticia, intentando consolarla diciéndole que él también había dado un hijo en el frente… ' La Pasionaria' lloró amargamente. De los seis hijos que había traído al mundo sólo le quedaba una hija, Amaya. La habían nombrado secretaria general del Partido, en detrimento de Jesús Hernández, quien, desde Méjico, aspiraba a dicho cargo. Jesús Hernández, el de la famosa alocución en el barco en que Cosme Vila se trasladó del Havre a Leningrado al terminar la guerra civil, se indignó con la Pasionaria y se enemistó con el Partido. David y Olga, que en Méjico habían entrado en contacto con él, le afearon su conducta. "'La Pasionaria' es un mito auténtico, un caso único entre todos los amigos de la URSS. Deberías enviarle un telegrama de felicitación".

Cosme Vila, que cumplía a la perfección en Radio Moscú, al igual que la maestra Regina Suárez, estaba a punto de ser padre por segunda vez. Como si quisiera seguir las huellas de Mateo, preñó de nuevo a su mujer, la cual estuvo, al fin!, contenta, puesto que un segundo hijo colmaba sus ilusiones domésticas. Ella seguía sin comprender el porqué de las guerras y le había dicho a la Pasionaria: "De qué te van a servir todos los honores del Kremlin si has perdido a Rubén?". La compañera de Cosme Vila no se habituaría jamás a la URSS. El resto del "grupo" hablaba ya ruso, y sobre todo lo leía, con pasmosa facilidad; ella continuaba viendo únicamente patitas de mosca. "Qué nombre le pondremos al bebé?", preguntó Cosme Vila. "Si es varón -dijo Regina Suárez-, Nikita, en honor de Kruschev; si es hembra, Dolores, en honor de la Pasionaria ". Ésta sonrió. "Muchas gracias", dijo. Sonrió porque en toda la URSS había clubes internacionales, brigadas de trabajo y escuelas que empezaban a llevar el nombre de Rubén Ibárruri, y ello le daba ánimo para seguir en su puesto. "Lástima -comentó- que el hijo de Stalin no haya podido ser rescatado aún de la barbarie alemana. Seguramente lo guardan como rehén, para cuando logremos hacer prisioneros a Himmler y a Goebbels".

Al otro lado del mapamundi brindaron por Stalingrado y el Afrika Korps nada menos que Julio García, David y Olga. Los tres se habían reunido en Washington, a invitación de Julio. "Los tres grandes", bromearon, mientras un negrito le limpiaba las botas a Julio, en el vestíbulo del Imperial Hotel.

Olga estaba exultante de belleza y felicidad; David había envejecido, al igual que Julio y Amparo. Ésta, por supuesto, había probado todos los cosméticos del mercado; Julio se había limitado a vestirse un poco a lo yanqui, con camisas de muchos colores y tirantes a lo Fred Astaire. Olga se había alisado de nuevo el cabello y su acento al hablar hubiera sin duda fascinado a Ignacio, como lo fascinó aquel verano al bañarse desnuda, de noche, en la playa de San Feliu de Guíxols. Por cierto, que los tres habían leído en Amanecer que San Feliu de Guíxols había sido adoptado por el Caudillo, junto a otros muchos pueblos catalanes. David comentó: "No me extrañaría que al regresar a Cataluña nos encontremos con que la mitad de la población habla con acento gallego".

La alegría les salía por los poros. Sabían cuál era la producción diaria de material bélico de los Estados Unidos: diríase que pretendían invadir el planeta Marte. "Creo que voy a pedir la nacionalidad americana -dijo Julio-. No hay ningún pueblo en la tierra que se les pueda comparar. Individualmente, son como cualquiera de los cuatro; pero, considerados en bloque, no tienen rival". La última "buena" noticia que les había llegado era que el conde Ciano había discutido violentamente con el Duce y que éste decidió enviarlo de embajador en la Santa Sede. "Al parecer, Ciano visitó a Hitler intentando convencerle de que abandonara el ataque a Rusia y concentrara todas sus fuerzas en Occidente, en el Mediterráneo; pero Hitler, indignado, lo mandó con la música a otra parte, música que resultó ser la embajada en el Vaticano".

– Sin la imaginación latina, ya me explicaréis -comentó Julio-. Los alemanes, por sí solos, son unos bárbaros.

Discutieron un poco sobre la discriminación racial en los Estados Unidos. "Una cosa es -terció Amparo- defender a distancia, desde Europa, los derechos de los negros, y otra cosa es convivir con ellos, tenerlos al lado, verlos cocinar, comer e ir al lavabo. Apestan, ésta es la palabra. Yo no les podría soportar… Por eso, Julio tuvo la delicadeza de ganar el dinero suficiente para poder estar en un hotel de lujo".

Olga refunfuñó. En nombre del socialismo, no lo veía claro. Pero se calló al oír que Julio decía:

– Amparo tiene razón.

No podía faltar una carta firmada por los cuatro y dirigida a los Alvear. Los cuatro sabían ya que Ignacio ejercía de abogado y que Mateo había regresado de Rusia con una herida "un poco grave". Un poco grave? Qué podía ser? Afectaría a algún órgano vital?

– Claro, claro… -sugirió David-. Una cosa es jugar con yugos y flechas y otra cosa es ponerse a tiro de los tanques soviéticos.

Julio intentó convencer a David para que ingresara en la masonería. "No corres ningún riesgo y las ventajas son innumerables, como personalmente he tenido ocasión de comprobar". David se negó. Quería conservar su independencia. Incluso a veces se arrepentía de haberse casado con Olga, porque ello le restaba un cincuenta por ciento de libertad individual.

– Cometes un error… -le dijo Julio, con un vaso de whisky en la mano-. Sabes quién está llevando las riendas y ganando esta guerra? Los masones. Hay que mirar siempre detrás del telón. No pienses que la ganan los militares, sino, desde un despacho, los masones -marcó una pausa-. De modo que los curas tenían razón…

Los cuatro salieron y se fueron a dar un paseo. Al llegar frente a la Casa Blanca, Julio se quitó el sombrero y murmuró: chapean… David y Olga levantaron el puño izquierdo y dijeron: "Salud".


* * *

José Alvear mantenía otro tipo de diálogo. Había abandonado París, aunque no a su hermosa Nati y se encontraba de nuevo en Perpiñán. En las cercanías de la capital francesa había hecho volar, junto con un grupo de selectos anarquistas, un convoy ferroviario alemán y un par de puentes estratégicos. Las SS no pudieron con él. Se escondía en lugares inverosímiles, como la tortuga Berta de Julio en el piso de éste en Gerona. Ahora preparaba un golpe de mano "en algún lugar del Pirineo español". No se trataba de declarar la guerra a Franco, pero sí de alertarle de que el enemigo no había muerto.

– Nuestro objetivo va a ser doble, y de acuerdo con nuestra psique, palabreja que gracias a Nati tampoco sé lo que significa… Vamos a penetrar en España por la zona de Banyuls-sur-mer y matar en Agullana al cura y a la guarnición de la guardia civil -Desplegó un papel y continuó-: Aquí están todos los detalles del golpe, que sin duda saldrá bien porque el barrigudo Gorki no intervendrá en él para nada…

El golpe salió regular. Doce hombres en total penetraron, en efecto, hasta el pueblo de Agullana y mataron por sorpresa al cura y a tres números de la guardia civil. Pero, como por encanto, en el acto los alrededores del pueblo se poblaron de tricornios y de algunos miembros de la brigadilla Diéguez que se encontraban concentrados en Figueras. También intervino el sustituto del coronel Triguero, es decir, el coronel Bermúdez. Bloquearon casi todos los pasos y sólo pudieron salvarse y regresar a Francia, José Alvear y dos de sus acompañantes. Los demás murieron en la refriega, excepto un tal Melitón, que cayó prisionero. El comisario Diéguez había dado la orden. "A ser posible, un prisionero vivo y coleando".

Antes de que don Eusebio Ferrándiz, el solitario jefe de policía que tantos escrúpulos sentía en el ejercicio de su profesión, se enterara con exactitud de lo que había sucedido, el comisario Diéguez había obrado ya por su cuenta. Sometió a Melitón a un despiadado interrogatorio en la comisaría de Figueras, pegándole con una porra de goma. Melitón, bajito y fibroso como un insecto, se mantenía en sus trece: fue un golpe de mano aislado, concebido por un piquete autónomo, cuyo cabecilla se llamaba José Alvear. Todos eran anarquistas, es decir, contrarios a cualquier régimen establecido. José Alvear les hablaba siempre de la "revolución universal" y debía de ser conocido en Gerona, donde tenía familia y donde estuvo poco antes de la guerra civil.

Melitón, exhausto y con los labios ensangrentados, no pudo pronunciar una palabra más. Se desmayó, se cayó redondo al suelo. Al verlo, el comisario Diéguez se sacó la pistola y la hizo voltear entre sus dedos. Su intención hubiera sido rematar al detenido, sin más. Pero acto seguido tuvo presente que aquello no era de su incumbencia. Sería un delito grave, de consecuencias imprevisibles para él. Decidió poner todo aquello en conocimiento de don Eusebio Ferrándiz, jefe de policía y del camarada Montaraz, quienes se personaron sin tardanza en Figueras para hacerse cargo de la situación.

Ambos felicitaron al comisario, que por una vez no llevaba el clavel blanco en la solapa. "Misión cumplida", dijo él, saludando. Se acordó dar sepultura en la propia Agullana al cura y a los tres guardia civiles, ya que trasladarlos a sus puestos de origen hubiese provocado demasiado revuelo entre la población. Los cuerpos de los ocho anarquistas muertos fueron enterrados en una fosa anexa al cementerio, previo registro que resultó inútil, puesto que no encontraron en ellos ningún papel, a no ser un retrato de mujer en el bolsillo del más joven. Se levantó acta de todo lo acontecido. Y en cuanto a Melitón, el detenido, fue trasladado a la cárcel de Gerona, a la enfermería, con la intención de sonsacarle algo más de lo que entonces había declarado.

El camarada Montaraz presidió los dos entierros y se sorprendió a sí mismo al no experimentar ninguna emoción especial. Por lo visto en la guerra y en la inmediata posguerra se había familiarizado con la muerte. En cambio, don Eusebio Ferrándiz, ante aquellos cuerpos yertos -de un lado y del otro-, no pudo menos que recordar el cadáver de su hija y preguntarse por qué en el mundo las cosas ocurrían así y no de otro modo.

De regreso a Gerona, con Melitón, maltrecho, en una furgoneta, contemplaron el precioso paisaje del Alto Ampurdán. La gran llanura entre el Pirineo y la Costa Brava. Mes de marzo. El cielo estaba despejado. El viento soplaba fuerte e inclinaba los cañaverales. Era el atardecer. Se veían campesinos volviendo a sus masías y pueblos, con aspecto relajado. Una vez más el camarada Montaraz lamentó no tener tiempo para salir de caza por ahí, por los montes, a través de los cuales se había infiltrado el comando anarquista.

En Gerona el detenido fue alojado en la enfermería de la cárcel, ante la curiosidad de los demás detenidos. Había conservado la boina! Debía de ser un amuleto para él. Fue llamado un capitán médico para que hiciera su diagnóstico. Magulladuras, ninguna grave. Entonces el camarada Montaraz dejó pasar veinticuatro horas, dándole a Mateo la orden de no publicar nada en Amanecer. Se alertó al general, quien encendió su cachimba y contempló el mapa de la provincia. "Agullana…", murmuró, y clavó una banderita. "A qué viene esto?", le preguntó doña Cecilia… "No me lo preguntes. Ojalá sea la última banderita que tenga que clavar".

Cuando, al día siguiente, don Eusebio Ferrándiz y el camarada Montaraz se convencieron de que Melitón era un infeliz, la cola del comando y que no se podría sonsacar nada más de él, obtuvieron el permiso para fusilarle después de brevísimos trámites. Mosén Falcó acudió a la cabecera de Melitón por si éste deseaba auxilios espirituales. Melitón, con mucho esparadrapo en la boca, barbotó: "Dejadme en paz". Listo, pues, la ejecución tuvo lugar al alba en el cementerio. La luz era incierta, como la conciencia de don Eusebio Ferrándiz, enemigo acérrimo de cualquier tipo de tortura para hacer "cantar". El pelotón estaba formado por soldados, todos voluntarios excepto uno al que le tocó por sorteo.

Éste disparó al aire. Era un muchacho de la provincia de Segovia, que lo que quería era echarse novia y casarse.

La masa de la población no se enteró siquiera de lo que acababa de ocurrir, excepto en la comarca del Alto Ampurdán. En Gerona, sólo unos cuantos, entre los que figuraban Mateo, Manolo y Esther, Ignacio y los reclutas cuarteleros, lo que significaba que se enteró también la Andaluza.

Manolo y Esther concedieron suma importancia al hecho. Sin duda, y a semejanza del general, comprendieron que aquélla era la primera gota de un grifo que acaso empezara a chorrear. En resumidas cuentas, se había cumplido el objetivo de José Alvear: advertir que "el enemigo continuaba vivo y en estado de vigilia". Cuanto más avanzara la guerra -si se confirmaba que los aliados desembarcarían en Sicilia-, más "partisanos" harían su aparición. Nadie, excepto, quizá, Julio, se conformaba con el destierro perpetuo. Millares y millares de exiliados aguardaban el momento de regresar. El año 1939 habían perdido toda esperanza; ahora la contienda mundial había dado un vuelco y pocos eran los que suponían que al término de la misma Franco podría mantenerse en el poder. "Lo normal es que a él y a los suyos les den una patada y se vayan a hacer gárgaras".

Ignacio se enteró de que el jefe del comando se llamaba José Alvear. No pudo reprimir un sentimiento casi de admiración, al que pronto siguió otro de repugnancia. En cuanto a Matías, comentó en el Nacional: "Mi sobrino es un loco, pero por lo visto son los locos quienes hacen la historia".


* * *

Francia, 8 de abril de 1943.

Querida familia: Estuve muy cerca de donde vosotros os encontráis y me hubiera gustado pasar a daros un golpecito en la espaldas. Pero unos aficionados al tiro al blanco me lo impidieron y tuve que regresar a casa con el falo entre las piernas. Yo estoy bien, sin un rasguño y Nati mirándome como si menda fuera Napoleón. Nos quedaremos por esta zona marítima, aprovechando que la primavera está cerca. A menudo saldremos a pescar. Mi propósito es pescar un tiburón y luego irme con Nati a Montecarlo a comerme la ruleta. No puedo daros señas concretas, porque no las tengo. Pero en fin, la cosa se ha animado, y se animará todavía mucho más. Contad conmigo ahora y siempre que os haga falta.

JOSÉ ALVEAR


* * *

Ezequiel, el del Fotomatón barcelonés que escondió en su domicilio a mosén Francisco y a Marta, y que saludaba siempre con nombres de películas -últimamente, Loca por la música, de Diana Durbin-, pasó unos días en Gerona, en casa de sus amigos Charo y Gaspar Ley, quienes le colmaron de atenciones. Ezequiel era también caricaturista y los caricaturistas le sacaban siempre punta a cualquier situación.

Ignacio, al enterarse, fue inmediatamente a verle.

– Ezequiel…!

– Ignacio!

– Cuántos días vas a estar aquí?

– Hasta que me echen…

Charo intervino, sonriendo:

– Pues, hasta que termine la guerra mundial…

Entonces Ignacio tuvo un ademán entusiasta.

– Pues vendrás a almorzar a casa. Quiero que conozcas a mi familia.

Ezequiel estaba al corriente de la ejecutoria de Ignacio, a través de Ana María. Le felicitó. Lo único que le echó en cara -él era hombre de lenguaje directo-, que no hiciera las paces con Marta.

– Te casarás con Ana María, de acuerdo Pero no es motivo para que tú y Marta no os saludéis siquiera. En una ciudad pequeña como Gerona ello debe ser una tortura.

– Lo es -admitió Ignacio, mudando de expresión-. Pero qué hacer? Quién le pone el cascabel al gato?

Ezequiel, como siempre, hizo con dos dedos la V de la victoria.

– Descuida… Yo me encargo de eso.

Ezequiel les trajo muchas noticias de Barcelona, que desde Gerona -y con sólo La Vanguardia como enlace- no se podían siquiera imaginar. Había miseria hasta en los tejados y de ahí que hubieran detenido a dos chavales por matar palomas con tiradores de goma. Habían reaparecido los viejos coches de caballos, porque faltaban taxis y el gasógeno -Matías llamaba gasógenos a las mujeres gordas-, no era ninguna solución. "El ayuntamiento ha fijado tarifas para los faetones a tracción animal, y también para los taxi-ciclo, que funcionan a pedales arrastrando una especie de bañera con cabida para dos personas. Los novios se han habituado a estos medios de transporte y lo pasan bárbaro viendo como sudan los demás". Había muchos meublés y los delincuentes comunes descubrieron un filón: atracarlos, aprovechándose del pánico que se apoderaba de las parejas, las cuales preferían darlo todo antes que salir en los periódicos. Muchas mujeres tenían hijos contra su voluntad y los abandonaban. "Reserva espiritual de Occidente! La policía hace gigantescas redadas de menesterosos y niños abandonados". Por lo demás, era la época del sobre. Con el sobre se conseguían muchas cosas. Los más fácilmente sobornables, al parecer, eran los inspectores de Hacienda, entre los que había muchos mutilados de guerra. En las esquinas se oía el sonsonete de los estraperlistas callejeros: "Vendo tabaco rubio con pena de muerte". "Vendo pan blanco con reclusión perpetua". Y a todo esto, el gobernador, camarada Correa Veglison, había decretado una semana "a la exaltación del boniato". Los viajantes y los comisionistas, si iban vestidos de Falange con el uniforme de gala impresionaban mucho a los comerciantes y tenían el pedido asegurado. Etcétera.

– Y los vieneses? -le preguntó Charo, quien ahora echaba de menos la vida de Barcelona.

– Oh, triunfo, triunfo! Melodías del Danubio, Sueños de Viena, Todo por el corazón… Se van renovando. Las vicetiples españolas nunca se ponen de acuerdo a la hora de levantar las piernas; las de los vieneses, sí. Además de la luminotecnia, hay incluso cuadros en los que se patina sobre hielo… Triunfo, triunfo! A esto le llamo yo una revolución…

Ignacio le dijo a Ezequiel que el gobernador de Gerona, camarada Montaraz, había ido a Barcelona a ver una comedia de Tono y Mihura, Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario, y que manifestó haber salido del teatro oxigenado, rejuvenecido. "Ah, claro! -comentó Ezequiel-. Son dos humoristas de primera línea. Cataluña, y lamento decirlo, no ha tenido jamás humoristas de tanta calidad".

Noticia positiva: empezaba a haber mujeres en las universidades. La mayoría, filosofía y letras; pero también había surgido una notaría, algunos médicos y alguna dentista.

Ignacio sonrió.

– No me imagino yo a Ana María, casada y con un par de hijos, haciéndole la competencia a la Voz de Alerta…

– Ah, son los tiempos! -exclamó Ezequiel, jugueteando con un lápiz en la mano-. Tampoco podías imaginar que en Sevilla pudiera ocurrir lo que ha ocurrido: que han ofrendado a Franco el alma de Andalucía…

Gaspar Ley quedó boquiabierto. Le gustaba tener a Ezequiel, pues a solas con Charo discutían siempre. El matrimonio no se llevaba bien. Charo era extravertida, quería bailar al son de Esther, de María Fernanda, de la condesa de Rubí; y Gaspar Ley parecía contentarse con ganar dinero a través de los hermanos Costa y de don Rosendo Sarro. "Cómo se me ocurriría casarme con un banquero?". Ezequiel, lo mismo que Ignacio, estaba al corriente de esa desavenencia conyugal y ambos iban a procurar, mientras durara la estancia de aquél en Gerona, distender la situación de la pareja.

El dueño del Fotomatón fue invitado a casa de los Alvear y Carmen Elgazu quedó encantada con él. Ezequiel, acordándose de que Matías trabajaba en Telégrafos, le dijo: "Pues esté usted al aparato, que pronto le llegará la noticia de que la aviación aliada ha bombardeado Roma". Carmen Elgazu se llevó las manos a la cabeza y tuvo un acceso de tos. "Pero, y el Vaticano? Qué puede ocurrir?". "Pues, ya se lo puede usted figurar…" Luego, al enterarse de que Eloy se pirraba por el fútbol le comunicó que por primera vez en la historia se había jugado un partido de noche, con luz artificial: en el estadio del Atlético Aviación, en el encuentro de éste contra el Valencia. Eloy se mordió las uñas. "De modo que…! Con luz artificial! Eso debe ser la repanocha".

En la noche del sábado fueron todos al Teatro Municipal, a ver la obra de Pemán, El divino impaciente: la vida de san Francisco Javier. Carmen Elgazu lloró a moco tendido y también, un poco, Pilar. El domingo por la tarde, volvieron todos al mismo sitio a oír al famoso charlista García Sanchiz, el de la cabeza leonina. El teatro estaba lleno a reventar. El tema: Viaje hacia el Imperio. Habló de todas las rutas de todos los mares. Todos confluían en España. Habló de la Hispanidad. España se autollamaba Madre Patria, y a mucha honra. Exportaría a los países de América Hispana sus ideas, su concepción del Estado. Refiriéndose a Franco dijo que era "la mejor estilográfica de Dios".

Matías consiguió a duras penas contener la carcajada; en cambio, en los palcos del proscenio vio, aplaudiendo a rabiar, al camarada Montaraz, a la Voz de Alerta y sus respectivas mujeres, y a mosén Falcó, quien fue el primero en gritar: "Bravo!". A la salida, Ignacio comentó que esta clase de delito debía de estar tipificado en el Código Penal.

Un minuto después se produjo lo inesperado. Entre el batiburrillo de gente que se agolpó, Ezequiel y Marta quedaron codo con codo. "Marta! Ezequiel…!". Éste besó a la chica en ambas mejillas y le dijo: "Sigúeme…"; e intentó conducirla hasta el lugar en que se encontraba Ignacio.

Marta, que iba acompañada de Gracia Andújar -la que iba camino de convertirse en su cuñada-, al advertir la presencia de Ignacio mudó la expresión. No dio tiempo a ningún tipo de insistencia. "Adiós, Ezequiel…! Ven a verme cuando quieras! -y se escabulló entre el gentío.

Ezequiel se quedó de una pieza. Ignacio no se había percatado de lo ocurrido, pues estaba hablando con Gaspar Ley, quien no cesaba de poner por las nubes a García Sanchiz, que era de verdad "un pico de oro". Qué podía hacer el dueño del Fotomatón? Nada, absolutamente nada. Pese a estar convencido de que, por parte de Ignacio, el enfrentamiento no hubiera durado más de dos minutos.

Todo el mundo, terminado el Viaje hacia el Imperio, se fue a su casa. Los últimos personajes que Ignacio vio salir, con cara feliz, fueron los hermanos Costa.


* * *

Pero estaba escrito que los deseos de Ezequiel se verían satisfechos. En la mañana del miércoles, Marta, como cada semana, acudió a despachar con Mateo los asuntos de la Sección Femenina. Mateo estaba en su despacho y prestaba mucha atención a lo que le contaba la chica, que estaba contentísima porque el mismísimo Arrese le había escrito una carta felicitándola por su labor en la provincia.

Y he aquí que, poco después, llamaron con los nudillos a la puerta, ésta se abrió y apareció Ignacio.

Marta se levantó y se quedó rígida. Ignacio estuvo a punto dé retroceder y volver en otra ocasión. Pero entonces pensó en Ezequiel -quién le pone el cascabel al gato?- y en sus propias ansias de reanudar la amistad con Marta.

– Perdonad si os interrumpo… -dijo. Y entró en el despacho y cerró la puerta por dentro.

Mateo se situó en el acto. Recordó hasta qué punto Pilar deseaba que aquel "equívoco" se terminara de una vez para siempre. Cada vez que Marta deseaba visitar a Pilar en su domicilio y pasar un rato con ella y con el pequeño César, antes tenía que cerciorarse de que no coincidiría con Ignacio. Y he aquí que ahora estaban los dos frente a frente, con los retratos de Franco y de José Antonio en la pared, pues Hitler y Mussolini habían desaparecido…

Marta tampoco obedeció a su primer impulso, que fue huir, y se quedó clavada en su sitio. Y Mateo condujo la escena con mano maestra. No les echó ningún sermón. Sólo les dijo:

– No os parece que, entre todos, debemos aprovechar esta oportunidad…?

Ignacio rompió el silencio que se produjo tras estas palabras.

– Dios es testigo -habló- de que docenas de veces he intentado reconciliarme con Marta, pero ella ha rehuido siempre el encuentro… -Marcó una pausa y miró con fijeza a la chica-. Marta, sé que soy culpable, pero no veo ninguna razón para que la enemistad se interponga entre los dos.

Mateo pegó una palmada a la mesa.

– Marta, qué dices a esto? Ignacio te pide perdón y está en lo cierto. Hasta cuándo deberéis doblar las esquinas para no coincidir? Ha de durar toda la vida? Tener un amigo más es muy importante…

Marta tenía los ojos húmedos. Su flequillo estaba rígido, ocultándole la frente. No sabía qué hacer. No acertaba tampoco a pronunciar una palabra.

– Marta, mujer… -continuó Ignacio-. No eres capaz de consentir que te estreche la mano?

Mil recuerdos se agolparon en la mente de Marta. Entretanto, Ignacio se había acercado a la chica. Al llegar a su lado le cogió ambas manos y se las estrechó con fuerza.

– Anda, Marta. Yo ya he dado el primer paso…

Marta suspiró hondo… Por un momento cerró los ojos; luego, los volvió a abrir. Y por fin correspondió al estrechón de manos de Ignacio.

– Eureka! -gritó Mateo, desde el otro lado de la mesa-. Los tres nos declaramos amigos hasta que la muerte nos separe…

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