CAPÍTULO XXVI

EL 4 DE FEBRERO se celebró en Gerona el VI aniversario de la "liberación" de la ciudad. Como en los años precedentes, ésta se engalanó. Con dos novedades: primera actuación en público de la banda de cornetas y tambores del Frente de Juventudes -obra de Mateo-, en la que Eloy tocó el tambor con todas sus fuerzas y el Niño de Jaén el cornetín. Los dos chavales se entusiasmaron más aún que el público, que aplaudió a rabiar. El director fue Quintana, el compositor de sardanas, que consiguió sacar un brillante partido de aquellos novatos.

El segundo número consistió en la visita a Gerona de una "tuna universitaria" de Barcelona. Con sus capas, sus banderolas, sus panderetas y sus saltos se llevaron de calle a toda la población. Manolo y Esther, desde su balcón, aplaudieron también, mientras acariciaban las cabecitas de Jacinto y Clara. Clavelitos, Triste y sola, Cielito lindo, etc., iluminaron por unos momentos el cielo gris de Gerona. Matías, desde su casa, les saludó con el sombrero y Carmen Elgazu comentó: "Si hubiera habido tuna en Gerona, Ignacio hubiera sido el solista".

La familia Martínez de Soria se erigió en protagonista de aquelias jornadas. Por una parte, José Luis ascendió a capitán jurídico y decidió casarse, precisamente el día de su santo -19 de marzo-, fecha que la novia, Gracia Andújar, aprobó. Tenían previsto un viaje a Canarias de un mes de duración! Pero, de repente, antes de que febrero finalizara, la madre de Marta murió de un ataque cardíaco mientras ayudaba a servir la comida a los "desamparados" de Auxilio Social. La mujer preparaba el postre -manzanas- para los niños y de repente soltó los platos, se llevó la mano a la garganta y se desplomó. No dio tiempo a intervenir, sino a llorar. Cuando se arrodillaron a su lado tuvo unas 'contracciones y su corazón dejó de latir.

Sus hijos, José Luis y Marta, se quedaron anonadados. Comprendieron lo que significaba la palabra "huérfano". Había tantos en España! Marta se echó en brazos de Pilar y de Gracia Andújar, José Luis apretó a ésta contra sí como sellando la prolongación de la vida. Todas las jerarquías locales se movilizaron, empezando por el general Sánchez Bravo y el gobernador y terminando por el coronel Romero y el delegado de Sindicatos. Para el entierro no llegó nadie de Valladolid. Apenas si les quedaba familia a los Martínez de Soria. Una tía de José Luis y de Marta, inválida en un sillón de ruedas y un primo hermano que estaba cumpliendo el servicio militar en Ceuta. Fue una ceremonia triste, silenciosa, honda. El comandante había sido enterrado en una fosa común, de modo que estrenaron nicho. Al sepulturero y a los albañiles ni siquiera se les ocurrió fumar. Mosén Alberto hubiera rezado gustosamente el responso, pero se interpuso mosén Falcó, con su medalla militar en el pecho y cayó en la tentación de decir que "un día u otro se reunirían con la difunta en el cielo".

La perplejidad de Gracia Andújar era total. Y la de José Luis; y la de Marta. Qué debían hacer? Aplazar la boda? Decidieron que no. Era preciso reaccionar. La boda se celebraría el día de San José, tal y como estaba previsto, con la sola presencia de los íntimos, de las jerarquías y de un primo hermano de Gracia Andújar, que era sacerdote en Granada, precisamente en las cuevas del Albaicín. Éste bendeciría su unión y en vez del largo viaje proyectado a Canarias se irían sólo quince días a Córdoba y Granada, como era de rigor. Pasando antes por Madrid, para ver el Museo del Prado y visitar El Escorial.

A la hora de "desalquilar" el piso que a los novios les había procurado Agencia Gerunda, el acuerdo fue unánime. No iban a dejar sola a Marta en su casa de la calle Platería. Sobraba espacio y acondicionarían una habitación para los recién casados. La Torre de Babel asintió. "Comprendo, comprendo". Y el día 18 llegó el sacerdote Higinio Fuentes, de la misma edad que José Luis y se instaló en casa de los Andújar. Hombre totalmente opuesto al talante de mosén Falcó. En Granada él estaba muy cerca de las cuevas del Sacromonte y en contacto permanente con el mundo gitano. Detestaba el nacional-catolicismo y todo lo que oliera a pompa o boato. No sabía qué decirle a Gracia Andújar, que en cuestión de un mes habría vivido dos episodios decisivos: un entierro y su enlace -"hasta que la muerte os separe"- con José Luis Martínez de Soria.

Higinio, que hablaba con una rapidez vertiginosa, comiéndose las eses y alguna que otra vocal, advirtió en seguida que el doctor Andújar no estaba excesivamente satisfecho de la boda de su hija. "Primero un alférez, que acabó suicidándose; ahora un capitán, que parece muy sensato pero que lleva uniforme militar y que ha intervenido en innumerables sentencias. Yo hubiera preferido para Gracia un médico, como yo, un abogado, un ingeniero… La vida castrense es peligrosa y henchida siempre de grandes palabras".

Gracia Andújar estaba nerviosa. Todo aquello era excesivo para sus entendederas. La muerte de la madre de José Luis le había llenado de congoja el alma. Pero también estuvo de acuerdo en no amortajarse el corazón. Además, estaba enamorada. Su padre apenas conocía a José Luis. Éste era cariñoso, sensato, con cierta tendencia al pesimismo, por sus teorías sobre el Maligno, sobre Satanás, pero capaz también de soltar grandes carcajadas cuando la ocasión se lo merecía. "Tiene el corazón alegre, eso es". Mosén Higinio la felicitó. "Habrás tenido tiempo de pensártelo, digo". "Pues claro que sí!". "Entonces, mañana ha de ser un gran día, faltaría más!".

Y lo fue, por descontado, pese a que planeaba sobre los asistentes, casi los mismos que estuvieron presentes en el entierro, la sombra de la muerta. El rostro de ésta se embelleció con el traspaso definitivo. Había sufrido tanto! Irradiaba una gran paz. Marta le cerró los ojos y cruzó sus manos sobre el pecho. Y en el último momento colocó en el féretro todas las condecoraciones obtenidas por su padre, el comandante Martínez de Soria.

Todos los hermanos de Gracia Andújar estuvieron presentes en la ceremonia. Y la Voz de Alerta y Carlota. Y Manolo y Esther. Y Solita. Mosén Higinio dio con las palabras justas que las circunstancias requerían. Se refirió a la "ausente", pero sólo de pasada. Más bien hizo hincapié en que la pareja humana era una de las más admirables obras del Creador, lo mismo si daba frutos como si no. El amor era algo en sí mismo, al margen de la procreación. Ni que decir tiene que Carmen Elgazu se escandalizó al oír tales palabras. También se escandalizó Carlos Andújar, del Opus Dei, pues las enseñanzas de monseñor Escrivá iban en otra dirección.

No se celebró guateque alguno, ni hubo jolgorio ni baile, sólo una comida íntima en casa del doctor Andújar, quien no cesó un momento de observar a su yerno, el cual, sin saberlo, obtuvo una excelente calificación. Doña Elisa cuidó de todos los detalles del almuerzo, al que mosén Higinio, siempre hambriento, hizo los honores debidos. El momento del brindis fue particularmente dramático, porque Gracia Andújar estuvo a punto de echarse a llorar. José Luis la asió de la mano y la consoló. "Anda, mujer, que la vida sigue y mañana estaremos en Madrid".

Y en efecto, así fue. Al día siguiente estaban en Madrid, en el hotel Bristol, que íes recomendaron Ignacio y Ana María. Visitaron el Prado y El Escorial y dieron un paseo montados en un faetón. Y vieron toda clase de uniformes y toda clase de vendedores ambulantes. "Franco ha prometido hacer navegable el Manzanares". "Ahí apuesto a su favor. En cambió, se muestra incapaz de facilitar alimento al pueblo, y creo que esto es prioritario".

Córdoba les encantó. Sobre todo la mezquita, una de las maravillas del Islam. Por cierto, que Ignacio hablaba siempre de las religiones orientales y no mencionaba para nada el islam. "Debería visitar esta mezquita y tal vez se lo tomara más en serio". El Cristo de los Faroles lo visitaron de noche. Era una noche sin luna, lo cual les traicionó. Recorrieron a pie largos trechos, pareciéndoles que se sumergían en la Edad Media. José Luis era noctámbulo, Gracia Andújar, diurna. A él le atraía el misterio, a ella, la luz del sol. "Si no nos ponemos de acuerdo sólo podremos estar juntos al alba y al anochecer, y la gente nos tachará de crepusculares".

Granada les hipnotizó. Su guía y mentor fue mosén Higinio. Sacerdote del Albaicín, del Sacromonte! Era su gran condecoración. Mosén Higinio era un admirador de lo árabe, los únicos que habían entendido el significado del agua. Su libro de cabecera era la Biblia, pero también el Corán. Los llevó a las "cavas", como él las llamaba, para que Gracia Andújar, directora de ballet, se extasiase con el flamenco, con las zambras, con las sevillanas y demás.

En aquel ambiente -horadadas las rocas, todo encalado-, la muchacha se entregó. Dejó de pensar en la muerte, pese a los "quejíos" y al texto de las canciones. No era lo mismo ver bailar a las "faraonas" en su salsa que, solitariamente, al Niño de Jaén. Aquello formaba parte de un todo, empezando por el fulgor de las estrellas y terminando en las vasijas de barro. Allí había muerto García Lorca, quien habló mejor que nadie de aquella tierra y de los calamares borrachos. Mosén Higinio tuteaba a aquellas gitanas, que no tenían nada que ver con las que habían emigrado a Gerona. Éstas vivían del arte y algún día, cuando desaparecieran las guerras, sus ritmos serían escuchados en todo el planeta.

Una gitana, a la que llamaban Rafaela, les leyó la buenaventura. Era una mujer gorda, que nunca tuvo hijos pero que siempre parecía estar encinta. Repitió por tres veces "ay, ay, ay…", sobre todo al leer las rayas de la mano de José Luis. Vio espadas a mitad de camino. Vio la vida corta. En cambio, la mano de Gracia Andújar hizo que pidiera a los gitanos que tocaran la guitarra y bailaran un zapateado. "Hija, que veo aquí mucho deleite y mucho amor…" Gracia Andújar se rió. "Deleite", y dónde estaba el amor si la vida de José Luis fuera corta? Mosén Higinio le dijo: "Rafaela, anda, ahí tienes un duro, uno solamente, que me huele que hoy no estás en contacto con el más allá".

Estas palabras fueron claves para lo que aconteció después. De regreso a la casa del sacerdote, éste, achuchado por José Luis, se despachó a gusto sobre el tema del Maligno, de Satanás. José Luis veía su huella en todas partes, en la muerte y en la vida, en los reyes y en los gitanos, en las putas y en las mujeres que despiojaban a sus hijos en la calle de la Barca y en aquel barrio de Granada. Y, naturalmente, en la guerra. El propio Hitler había dicho: "Si mis enemigos fueran demonios, también los vencería". Satán, en hebreo, significaba el Adversario, el Enemigo; en griego, el Diablo, es decir, el Acusador, el Calumniador. Le era lícito a un cristiano odiar al enemigo? Les era lícito, a los hombres honestos, calumniar al calumniador? Cristo, ejemplar divino del cristiano, habló con Satanás durante cuarenta días y recibió el beso de aquel en quien Satanás se había encarnado para llevarlo a la muerte.

– A veces pienso, mosén Higinio, que las verdaderas causas de la rebelión de Lucifer no son las que comúnmente se cree y que las verdaderas relaciones entre Dios y el Diablo son mucho más cordiales de lo que suele imaginarse.

Gracia Andújar se llevó las manos a la cabeza, pero, ante su estupor, vio que mosén Higinio sonreía.

– Más de una vez he pensado en eso, José Luis… Por desgracia, sólo vivimos de palabras y de traducciones de traducciones. Yo también creo que el Maligno existe, incluso que lo llevamos dentro y que pulula por ahí, en la actitud de los ricos, de los terratenientes y también en la actitud de un pueblo cansado e indolente. Estoy de acuerdo contigo y no me siento capaz de discutir. Ni quiero hacerlo. Mañana he de decir misa, he de decir "éste es mi cuerpo", "ésta es mi sangre" y no quiero que mis pensamientos sean impuros…

– Quién lanzó la primera bomba, mosén Higinio? -continuó José Luis-. Satanás. Quién ha lanzado, desde entonces, millones de bombas? Satanás. Cómo es posible, si Dios todo lo puede, que no impida esa hecatombe? El Mal y el Bien coexisten y no aceptarlo es andar a tientas por el mundo…

Mosén Higinio asintió.

– Pero yo no quiero creer en el infierno, aun a sabiendas de que si me oye el cardenal Segura me va a excomulgar.

– Si admitimos que Satán es la sombra de Dios, el infierno desaparece -agregó José Luis-. Si Dios es el Todo y Satán es lo contrario, Satán sería la Nada. Pero puesto que actúa sobre los vivos y sobre los muertos, resulta que la Nada debe de ser también algo…

Llegados aquí, Gracia Andújar intervino. El tema la crispaba. No se sentía capaz de meter baza, pero intuía que aquello no era un problema dialéctico y que podía dársele vueltas y más vueltas sin parar. Además, no era una cuestión demasiado adecuada para una luna de miel. Sería mejor que mosén Higinio les hablara del pequeño, o grande, mundo de los gitanos…

El sacerdote y José Luis sonrieron. Admitieron que Gracia Andújar tenía razón. Entonces mosén Higinio se despachó nuevamente a su gusto. Dijo que los gitanos constituían una comunidad difícil, que tampoco podía despacharse en términos dialécticos. La sociedad los marginaba, pero también se marginaban ellos de la sociedad. En términos universitarios eran analfabetos, pero poseían una sabiduría antigua, sin duda milenaria, que se remontaba a los egipcios y posiblemente al norte de la India. Su lenguaje, el caló, era muy hermoso y evidenciaba un arte muy desarrollado para ganarse la voluntad de los demás, para convencerles. Eran capaces de llorar por fuera y reír por dentro. Claro que los había de muchas clases. En realidad, su razón de ser era el nomadismo, el vagabundeo, de modo que aquellos que, como Rafaela, tenían domicilio fijo, aunque fuera una cueva, en cierto modo eran desertores. El olor de los gitanos era distinto del olor del "payo", del hombre mediterráneo. Sus leyes nunca fueron escritas, se basaban en la fidelidad al clan, al jefe, al esposo, a la palabra dada a otro gitano… En sus creencias se advertían ciertas pervivencias de adivinación y culto a las divinidades femeninas, por lo que, los convertidos al cristianismo, veneraban sobre todo a la Virgen. Sus santuarios lo indicaban así, e incluso en Polonia existía la "Virgen del Rocío". Siempre fue un pueblo perseguido; y lo era ahora mismo, en la Alemania nazi. Hitler se había decidido a exterminarlos y Dios sabía lo que habría hecho con ellos en centroeuropa. De mentalidad impenetrable, el adulterio se castigaba con la pena de muerte. En fin, el tema daría también para hablar de él hasta el final de los tiempos…

Mosén Higinio concluyó:

– No me gusta tratar esto a la ligera, establecer síntesis, que siempre son erróneas si se confrontan con la realidad… Si verdaderamente el tema os interesa alquiláis un piso en Granada, os quedáis aquí un par de años y me acompañáis cada mañana al Albaicín. Yo hubiera querido convivir con ellos, pero el señor obispo me lo prohibió. Por lo visto la fruta no está madura todavía… La Iglesia debe procurar no contaminarse. De eso al suicidio hay un paso.

La pareja de recién casados agradeció a mosén Higinio la lección -"por Dios, eso lo encontráis en cualquier enciclopedia"-, y distendieron la charla hablando de la situación de Andalucía en general, región que por lo prolífera a no tardar sumaría, junto con las de Extremadura y Galicia, casi la mitad de la población española…

– Ya me explicaréis si el panorama es optimista o no. La demografía cuenta mucho, pesa lo suyo. Dentro de unos años el peso de Andalucía se hará sentir como la climatología o como las conquistas del Gran Capitán…

Aquí terminó la charla, y Gracia y José Luis se retiraron a su improvisada alcoba experimentando un agotamiento que no acertaban a explicarse.


* * *

La pareja regresó a Gerona. Y encontraron a Marta presa de una pena honda. Y de una honda soledad. Ellos procurarían aliviarla, pero no iba a ser fácil. La madre de Marta, pese a sus largos silencios, había dejado un hueco imposible de llenar. Madre e hija se complementaban al máximo, sin fisuras. La madre se llamaba Inmaculada Concepción; ahora se la comerían los gusanos.

Marta se pasaría un tiempo ordenando los recuerdos de su madre en aquel piso que, en tiempos, oyó resonar la voz del comandante Martínez de Soria, con el que la muchacha había cabalgado -caballo blanco- por la Dehesa. Encontró cartas de amor fechadas en Valladolid en los años 1920, 1921, 1922. Vivían en la misma ciudad y a pesar de ello se escribían. Él firmaba con letra gótica, ella con letra redondilla. Se decían lo de siempre, lo eterno: "Mi corazón está a tu lado". "Te mando mil besos". "Sólo pienso en ti". Con frecuencia aludían a "los hijos que llegarían -milagrosamente- debido a su unión", Los hijos habían llegado y ahora uno de ellos, Marta, leía aquellas cartas arrugadas y apergaminadas por el tiempo, pero que conservaban la recia grafía de los dos.

Marta se formulaba pensamientos absurdos. Por ejemplo, si muerta su madre ella tenía derecho a proseguir coleccionando muñecas. José Luis y Gracia sacudían la cabeza. Precisamente le habían traído de Andalucía varios ejemplares con que enriquecer su colección, que empezaba a ser impresionante, pues las tías de Pilar y de Ignacio -Josefa y Mirentxu, de Bilbao-, cada año por Santa Marta, patrona de las amas de casa, de los bodegueros y de los taberneros, le enviaban un lote con "las últimas novedades". Marta también se preguntaba si debía guardar en los armarios de la alcoba los trajes de su madre o entregarlos a Auxilio Social. Decidió guardarlos, puesto que los uniformes de su padre estaban todavía allí, firmes, prestos a presentar armas. "Sí, sí, ya lo sé, es una tontería -le decía a su hermano, partidario de traer a la casa aire fresco-. Pero así me parece que en cierto modo ella está todavía conmigo". José Luis, sin pedir permiso, procedió a desinfectar la habitación en la que su madre estuvo de cuerpo presente una noche y una mañana enteras. "Aire fresco, Marta. La vida debe continuar".

Era fácil hablar de esta guisa. José Luis tenía a su mujer, Gracia y políticamente no era, ni mucho menos, un obcecado. Cumplía con su deber, había deseado el triunfo del Eje, pero no por ello se hacía mala sangre. Marta, sí. Era como Mateo, tal vez más fanática aún. Los aliados habían ocupado Colonia y Bonn, las dos hermosas ciudades alemanas y todas las noticias que llegaban coincidían en que el fin de la guerra en Europa se acercaba. Las armas secretas anunciadas por Hitler y Goebbels no habían sido suficientes para darle un vuelco a la situación. Ni siquiera la súbita muerte de Roosevelt, por hemorragia cerebral, había frenado el incontenible avance de las democracias. Le sustituyó en el acto el oscuro Harry Truman, al que la prensa llamaba "el hombre que no quería ser presidente". Gracia Andújar le dijo a su cuñada: "Tal vez la ventaja de las democracias sea ésta: la continuidad. Aquí, si muriera Franco, qué ocurriría?". Marta no quería ni pensar en tal posibilidad. Y se agarraba a noticias mínimas para mantener alta su moral y dar órdenes a "sus muchachas" repartidas por Gerona y la provincia. Por ejemplo, que De Gaulle acababa de ordenar a los maquis españoles que evacuaran los consulados que habían ocupado en el sur de Francia. Y que pronto habría una concentración de la Sección Femenina en Madrid y que el jefe nacional del SEU había lanzado la iniciativa de costear y reconstruir la Universidad de Manila, destruida por los japoneses, y que en Valencia se había botado un nuevo petrolero español, bautizado Campeón. Y que en la catedral se había celebrado un Te Deum el día del Papa, quien acababa de recibir al antiguo rabino de Roma, Eugenio Poli, que se había convertido al catolicismo.

Era el pro y el contra, la partida de ping-pong que la vida jugaba con los seres. A Marta no le gustaba nada que en Nueva York empezara a publicarse un periódico titulado España Libre, del que, a través del gobernador, le había llegado un ejemplar. Periódico espléndidamente confeccionado y con artículos insultantes pero espléndidamente escritos. Oh, claro, no todos "los que se fueron" eran tontos de capirote. Había muchos intelectuales que preparaban el retorno, con la solapada ayuda de personas como Núñez Maza.

Marta se esforzaba en no ser el aguafiestas de José Luis y Gracia. No tenía ningún derecho a ello. De modo que procuraba estar en casa lo menos posible y, al estar en ella, sonreír. La pareja advertía el esfuerzo de la muchacha y se lo agradecía teniendo para con ella toda clase de atenciones e infundiéndole ánimo. "Que el Eje pierda la guerra no significa que los que editan Espa'ña Libre vayan a plantarse aquí. Va a resultar que nosotros confiamos en Franco más que tú misma…" Marta se apartaba el flequillo de la frente. "No es que no tenga confianza. Pero ayer mismo el Caudillo rompió las relaciones con el Japón". "Y eso qué tiene que ver? Es la respuesta a las salvajadas que los japoneses cometieron contra España en Filipinas…"

A todo esto, Ignacio había ido a casa de Marta a darle el pésame, mientras José Luis y Gracia estaban en Andalucía. Al encontrarse los dos solos, mil sentimientos les invadieron. Marta llevaba en las ojeras la huella del luto y fue tal su sobresalto que apenas si le salían las palabras. Ignacio estuvo perfecto. El peligro radicaba en que se le notara aire de vencedor… Nada de eso. Ignació había admirado siempre mucho a la madre de Marta y comprendía la situación de la muchacha. Fue una escena penosa, por descontado, pues no podían hablar del pasado, ni del presente, ni del porvenir. Ignacio había dudado entre llevar o no consigo a Ana María. Ésta se puso en contra. "Parecería un desafío". Pero he ahí que Ignacio, solo, se sentía incapaz de resolver la papeleta. Finalmente hablaron de la boda de José Luis y Gracia, y Marta de pronto se levantó y le invitó a admirar la colección de muñecas… Ignacio se impresionó. Parecían seres humanos que sólo esperaban el aviso, el soplo, para lanzarse a vivir. El muchacho la felicitó. "Yo sólo colecciono libros, presididos por un precioso icono que Mateo nos trajo de Rusia y nos regaló".

Ignacio se despidió a tiempo y Marta se quedó más meditabunda aún. Le saltaron las lágrimas. Había amado a Ignacio con toda el alma y ahora, en secreto, envidiaba a Ana María. Sólo un consuelo lejano, brumoso, en el horizonte: Ángel, el arquitecto, rondaba por Falange cada dos por tres y trataba a Marta con indisimulable delicadeza… Qué pretendía? No se sabía. El muchacho tenía fama de solterón Y además era ajedrecista… a ciegas. Imposible adivinar cómo y en qué momento movería las piezas; pero, entretanto, en los momentos de angustia, Marta también se agarraba a esta posibilidad. Ella misma se sorprendió de su propia reacción. Durante mucho tiempo creyó que la Sección Femenina se bastaría para llenar su vida; ahora se daba cuenta de que no era así. Todo el mundo formaba un hogar: Ignacio y Ana María, Alfonso Estrada y Asunción, Jorge de Batlle y Chelo Rosselló, Paz Alvear y la Torre de Babeü, José Luis y Gracia Andújar… La camisa azul no estaba reñida con el matrimonio. La propia María Victoria, en Madrid, se había casado con el capitán Sandoval. Como ejemplo estaba sólo Pilar Primo de Rivera, pero ésta pertenecía a una dinastía que no era propiamente la suya…

Manolo le preguntó a Ignacio:

– Qué pensáis hacer con la herencia que os ha llovido del cielo? El chalet de San Feliu de Guíxols y el yate Ana María… Si pertenecierais al Opus, la solución sería" fácil.

La pregunta dio en el clavo. Ignacio y Ana María se la habían formulado desde la marcha de don Rosendo Sarro y sobre todo desde la marcha de doña Leocadia. Ambos se sentían incapaces de habitar los veranos en un chalet tan enorme y pretencioso como el de don Rosendo; y en cuanto al yate, casi les parecía una agresión.

Sopesaron el pro y el contra y, finalmente, entendieron que lo que debían hacer era venderlo todo y alquilar una casa en San Feliu de Guíxols, bien situada, tal vez en la montaña de San Telmo, que dominaba el puerto, la playa y el pueblo.

Así lo acordaron, en fecha muy próxima a la Semana Santa, que aquel año -año tal vez último de la guerra- se presentaba con carácter muy particular. Ignacio fue a la Agencia Gerunda y la Torre de Babel y Padrosa le recibieron con todos los honores. Vieron la escritura, así como fotografías del chalet y del yate. "Esto es pan comido. Esto se va a vender en quince días… Tal vez tardemos un mes".

Se pusieron de acuerdo en el precio -por aquel entonces, una pequeña fortuna-, y la Torre de Babel y Padrosa empezaron a marcar números de teléfono.

Antes de ocho días el asunto quedó resuelto. Compradores: los hermanos Costa. Sin regatear. En el chalet cabían los dos matrimonios y el yate colmaba sus ambiciones, siempre y cuando recibieran permiso de don Eusebio Ferrándiz para hacerse a la mar…

La transacción se hizo en el despacho del notario Noguer, quien continuaba con su ex libris en forma de serpiente. Los fondos fueron depositados en el Banco Arús, ante el regocijo de Gaspar Ley. Ignacio no había estrechado nunca las manos de los hermanos Costa. Al hacerlo, se le antojó que estaban húmedas. Luego pensó que acaso estuviera húmeda la suya propia. Los Costa no cometieron la torpeza de invitarlo a brindar, tal vez porque Ana María estaba presente. Pero se advertía su euforia y como si hubiesen olvidado por completo aquel pleito en el que Ignacio debutó y derrotó a su competidor, el abogado Mijares.

Ignacio y Ana María estaban perplejos. Una pequeña fortuna! Había tanta hambre en el mundo, había tanta hambre en Gerona… De acuerdo con el gobernador hicieron un donativo para que la gente pudiera -había un precedente- recuperar las ropas empeñadas en el Monte de Piedad. Conservando el anonimato. Carmen Elgazu les dio también un pellizco para el ropero parroquial y Matías le pidió a su hijo: "Anda, Ignacio. Ayúdanos a modernizar la cocina y a empapelar la casa que, como ves, lo necesita. Y cómprale a Eloy un equipo completo para jugar al fútbol, puesto que el renacuajo empieza a entrenar con los juveniles y va para fenómeno".

Igualmente modernizaron la casa que Agencia Gerunda les proporcionó entre San Feliu de Guíxols y S'Agaró, no muy lejos de la vde Manolo y Esther. Ahí intervino Ángel, "demasiado vanguardista", a juicio de Ana María. Hecho esto, la pareja brindó en su casa con champán, mientras Ignacio entregaba a Pilar una discreta suma "para gastos" extra, sin que Mateo se enterase.

En resumen, tal y como Manolo había previsto, Ignacio estaba un poco endiosado. Todo le salía a pedir de boca, empezando por sus relaciones con Ana María, quien, pese a ello, echaba un poco de menos la vida barcelonesa, al igual que, según la última carta recibida, le ocurría a doña Leocadia en el Brasil. Ignacio en el bufete de Manolo iba de éxito en éxito, hasta el punto de que Manolo le advirtió: "Esta racha no puede durar. Esta profesión es muy dura y cuando menos lo esperas en la Audiencia te das el gran topetazo".

Así ocurrió. Antes de finalizar el mes de marzo Ignacio perdió su primer pleito, y ello por no hacerle caso a Manolo, quien le había dicho: "Rechaza este asunto… Lo perderás". Se trataba del despido de unos colonos de Jorge de Batlle. Éste, que había heredado un enorme patrimonio en masías de toda la provincia, había despedido "por rojos" a una familia de Vilajuiga, en su época de persecución. Al principio, la "denuncia" fue suficiente y los colonos malvivieron una temporada en una casucha del pueblo. Pero las leyes se habían suavizado al respecto, gracias a la Delegación Provincial de Sindicatos, y los colonos impugnaron la sentencia. Y ganaron, ante el asombro de Ignacio. A éste le pareció que se le hundía el mundo, y ni siquiera acertaba a explicarse por qué dramatizaba tanto la situación, y menos aún qué interés podía tener él en perjudicar a los colonos. Jorge de Batlle tenía un fortunen! Era el amor propio. No estaba acostumbrado a la derrota. Llegó a casa desencajado y tiró la toga sobre el diván.

Ana María comprendió. Fue la primera escena que enfrentó a la pareja. Ana María prestaba ya atención al endiosamiento de Ignacio, que no le gustaba ni pizca y creyó para sus adentros que aquella lección le convenía… Ignacio la regañó porque no parecía que el fiasco la hubiera afectado. "Te das cuenta? El primer pleito perdido". Ana María no dio su brazo a torcer. "Te convenía, Ignacio… Piensa lo que quieras, pero te convenía. La soberbia es mala consejera y tú ibas por ese camino. Mejor que tropieces ahora en una nadería que no que tropieces más tarde, cuando ya tengas bufete propio y te caiga un asunto de gran responsabilidad".

Fue la primera vez que Ignacio se marchó dando un portazo. Ana María, sorprendentemente, le pidió a Mari-Luz que le sirviera el té y se puso a silbar. Claro que le dolió el portazo, muestra inequívoca de mala educación. Pero estaba segura de que Ignacio se arrepentiría y le pediría excusas. Y había oído decir que lo mejor de los matrimonios era la reconciliación…

Загрузка...