CAPÍTULO XXXIV

"CACEROLA" ESTABA BIEN SITUADO para conocer intimidades del Opus Dei, puesto que tenía en la fonda Imperio a Agustín Lago, quien recibía constantemente la visita de Santiago Estrada y, a menudo, la de Carlos Andújar. Éste continuaba en Barcelona estudiando medicina -andaba por el cuarto curso- y vivía fascinado por la personalidad de monseñor Escrivá de Balaguer, hasta el punto de que hubiera deseado estar a su lado siempre, en calidad de monaguillo.

Tres cosas habían llamado la atención de Cacerola. La primera, que Agustín Lago tuviera en la habitación una figura de paja representando un burrito con albardas; la segunda, que tuviera en la mesilla de noche una rosa de madera; la tercera, que hubiera clavado en la pared una postal representando la ermita de Torreciudad, en la provincia de Huesca.

Tanto insistió Cacerola por conocer el origen de aquellos "amuletos", como él los llamaba, que una tarde, cuando todavía quedaban restos de la nieve en Gerona, Agustín Lago decidió confiarle su secreto. El burrito con albardas se debía a que, antes de la guerra, en una ocasión en que monseñor Escrivá esperaba el tranvía se le apareció Satanás en persona y le empujó con violencia hasta hacerle perder el equilibrio. El diablo le llamó: "Burro!". Y monseñor Escrivá contestó: "Burro, sí, pero burro de Dios". La rosa de madera se debía a que, al huir el monseñor de la España "roja", él y sus acompañantes se metieron en el bosque de Rialp y descansaron en una ermita destruida. El padre entró en la sacristía y al cabo de poco rato salió llevando en la mano una rosa de madera. Sus acompañantes se quedaron estupefactos. Nadie dijo nada, pero se interpretó como que se le había aparecido la Virgen y le había entregado la rosa. "El nombre de Rialb, desde entonces, está vinculado al Opus Dei". En cuanto a la ermita de Torreciudad, se trataba de un prodigio. De niño, monseñor Escrivá cayó enfermo de gravedad. Desahuciado por los doctores de Barbastro, de Fonz y de Huesca le llevaron a dicha ermita, en brazos, ante la Virgen. Al regreso, cuando el médico fue a la casa y preguntó: "Cuándo ha muerto el niño?", le contestaron: "Ahí lo tiene". El niño había curado completamente y estaba jugando con sus amiguitos.

Cacerola se quedó tan estupefacto como los acompañantes del padre ante la rosa de madera. No supo qué hacer ni qué decir. Lo más fácil hubiera sido reírse, mofarse; pero la figura de Agustín Lago le inspiraba respeto. Era modélico en todos sus actos. Puntual, jamás protestaba por la comida, saludaba al resto de los huéspedes con suma delicadeza. A Lourdes la trataba con un afecto especial y siempre le decía que fuera al "Lourdes francés", al santuario, en busca del milagro para sus ojos ciegos. Ahora la frontera estaba cerrada -gracias al ministro monsieur Bidault-, pero en cuanto se abriera otra vez, a peregrinar se ha dicho! Cacerola no estaba decidido, pero su mujer, ahora que tenían un hijo, sí. "Quién sabe! Cómo afirmar que no se producen milagros?". Agustín Lago estaba satisfecho de la marcha del Opus Dei. Santiago Estrada era un constante motivo de alegría y el primogénito de los Andújar y Carlos Godo le contaban siempre que en Barcelona, Madrid y Valencia la institución se abría paso día tras día. Dando ejemplo de trabajo y honestidad. "El Consejo Superior de Investigaciones Científicas, tan importante, puede decirse que nos pertenece, gracias a José María Albareda, su secretario general. Y el ministro de Educación y Ciencia, Ibáñez Martín, nos abre las puertas de las cátedras. El pronóstico es bueno, pues, como sabéis, los banqueros que habían ofrecido una ayuda están cumpliendo con su compromiso y pronto podremos formar, en Madrid, Colegios Mayores, que deben de ser las células de expansión".

Cacerola discutía con Ignacio sobre el Opus. Ignacio, que al leer Camino se había horrorizado, los trataba de fanáticos, de sectarios, de reprimidos sexuales. "Si esto no es una secta, que venga Cristo y lo desmienta". Cacerola dudaba. "Si todo el mundo fuera como Agustín Lago y Santiago Estrada, viviríamos en paz y armonía". La última conquista del inspector de enseñanza había sido aumentar, a través del Ministerio, el sueldo de los maestros de la provincia y conseguir un suculento donativo para mejorar los edificios escolares, cuyas deficiencias la reciente nevada había puesto de relieve.

– Si todo el mundo fuera como Agustín Lago -le replicó Ignacio-, con su voto de castidad, ni tú serías padre, ni yo tampoco, se acabaría la especie humana y la Andaluza iría a verte a Sindicatos a pedirte un empleo…

– Esto es una broma de mal gusto, Ignacio.

– También es de mal gusto que en Camino a los seglares se nos trate de clase de tropa…


* * *

Marta no cabía en sí de gozo. Ángel Montaraz, el apetecible solterón, de treinta años de edad, hijo del gobernador y de María Fernanda, arquitecto de profesión, con un espléndido taller cercano a la Dehesa y dos delineantes y dos aparejadores trabajando para él, la pidió en matrimonio. Ella, sin dudarlo un instante, dijo sí, aceptó.

A decir verdad, no la pilló de sorpresa y de ahí que contestase con tanta prontitud. Ángel llevaba tiempo cortejándola y el día de Reyes le había mandado a su casa aquella reproducción que, utilizando exclusivamente palillos, el camarada Izquierdo había hecho de la catedral. Ángel le ofreció a éste una suma que le deslumbró y León Izquierdo se desprendió de algo que, en principio, quería conservar para siempre. Ángel le advirtió: "Prohibido hacer otra copia exacta!". León Izquierdo, sonriendo, juró por su honor. "No hay cuidado. Ahora ando trabajando en el convento de las Escolapias, cuya fachada es una maravilla".

Marta fue muy sincera. Lo fue desde el primer día. Marta había sufrido un desengaño amoroso que la llevó al borde de la neurosis -Ignacio Alvear-, y aunque pasaran los años no podría olvidarlo. Sin embargo, la herida había cicatrizado y la estima en que tenía a Ángel era suficiente para entregarse a él de por vida. Ángel conocía la historia. Pero no conocía los celos y le bastaba con un amor sereno, dignamente compartido.

– Sé que puedo hacerte feliz -dijo el muchacho-. Y me consta también que tú me serás fiel.

– Lo mismo te digo. Este pacto es formal ya desde ahora mismo, sin necesidad de que mosén Alberto nos dé la bendición.

La noticia corrió de boca en boca. Los maledicentes habían profetizado que la jefe de la Sección Femenina se quedaría para vestir santos. El chasco fue morrocotudo. Charo se alegró y el día que se celebrase la boda "la peinaría gratis". Se alegró Esther, que admiraba la reciedumbre de Marta. "Es consecuente con sus ideas y ello merece un respeto". Se alegró Carlota, se alegró Pilar! Pilar pegó un salto y abrazó a su amiga con tanta fuerza que Marta se conmovió. La familia Alvear entera festejó el acontecimiento, especialmente, por supuesto, Ignacio. A Ignacio aquel noviazgo le quitaba un peso de encima. "Por fin podré mirar a Marta a los ojos; hasta ahora no me atrevía a hacerlo". Mateo le preguntó a la muchacha: "Crees que podrás compaginar el matrimonio con tu tarea en la Falange?". Marta se mostró contundente: "No la compaginas tú? Pues cállate y saluda brazo en alto". Mateo se cuadró ante la chica y luego la besó en ambas mejillas.

Ángel tenía plena conciencia de que más de la mitad del corazón de Marta pertenecía a la Sección Femenina. Pero la quería y se arriesgó. La quería mucho. Era la mujer más digna que había conocido. Alguien le dijo que era el fiel retrato de su padre, el comandante Martínez de Soria, íntegro a carta cabal y que tantas veces había acompañado a su hija a montar a caballo -un caballo blanco- por las avenidas de la Dehesa. También había heredado de su madre aquel toque de elegancia y de seriedad que era sólo el patrimonio de unos cuantos elegidos.

Ángel no sentía ningún entusiasmo por la Falange, pero tampoco estaba en contra. "Es como pertenecer a un club. Qué puede pasar? Nada. Ya no hay banderines de enganche ni nada que se le parezca. Además, el ajedrez me ha enseñado a mover las piezas y puedo jurar que esta partida no la jugaré a ciegas".

Alegría del camarada Montaraz! Su hijo no podía elegir mejor. "Te felicito, muchacho. Conozco bien a Marta… Es un diaman" te pulido y me garantiza que mis nietos cantarán Cara al sol". Ángel sonrió y negó con la cabeza. "Esto, ni pensarlo. Pero qué más da! Que canten lo que quieran, mientras no hieran tus sentimientos". El gobernador asintió. "Así se habla, hijo. Pero ahora falta convencer a tu madre".

En efecto, éste era el único obstáculo para que el gozo fuera generalizado. María Fernanda, politizada en extremo, hubiera deseado que su nuera no vistiera camisa azul. "Esto no me lo esperaba yo. No, no me lo esperaba… Pero, si la amas, bendito seas. Y conste que las virtudes de Marta me las sé de memoria".

No precisaron la fecha de la boda. Ni pensaban hacerlo, de momento. Tal vez en verano, tal vez en otoño. José Luis, flamante alcalde, le decía a su hermana: "Cuanto antes, mejor. Mira por dónde tendré un cuñado arquitecto! Yo siempre me había figurado que sería algún militar". Gracia Andújar, futura cuñada, que continuaba circulando por Gerona sobre la moto Soriano, le dijo a Marta: "Escucha lo que voy a decirte: la jugada es perfecta. Fui enfermera de mi padre y se me pegó algo de psiquiatría. Unión perfecta, ya lo verás".

En el fondo, Ángel no comprendía por qué todo el mundo se empeñaba en darle su opinión. "Soy mayorcito, no creéis? Y he elegido libremente. Si me pego un topetazo no culparé a nadie más que a mí".

Ángel, en Gerona, profesionalmente había triunfado de lleno. Cierto que el apellido Montaraz le había ayudado; pero también su competencia. Con sólo ocuparse de Regiones Devastadas -conquista del Régimen-, le hubiera bastado para vivir. Era una institución modélica, que hizo milagros desde la terminación de la guerra. Ahora andaba proyectando, para la zona de Sarria, un monumental edificio con destino al Seguro de Enfermedad. Ahí no podría lucirse porque el presupuesto era menguado. Pero sí que tal vez pudiera hacerlo en la montaña de Montjuich, la cual, aprovechando que los gitanos se habían marchado, fue adquirida por los hermanos Costa pensando en convertirla en zona residencial. Ello satisfacía plenamente las ambiciones de Ángel, quien continuaba diciendo: "No soy arquitecto, soy urbanista". La palabra no cuajaba, no conseguía penetrar en los cerebros gerundenses; pero los hermanos Costa le otorgaron su confianza y, de momento, Ángel hizo una maqueta de esa zona residencial, cruzada por varios caminos asfaltados y plagada de chalets que conformaran una unidad. Al cabo de un mes habían vendido ya tres parcelas: una a Gaspar Ley y a Charo, otra al perfumista Dámaso, otra a Moncho y Eva. Desde allá arriba se divisaba en espléndida panorámica toda la ciudad, el meandro del Ter y la explanada de Gerona hasta Rocacorba. El aire era puro, de modo que, tarde o temprano, aquello se poblaría. La única dificultad estribaba en llevar allá arriba los servicios necesarios: electricidad, agua, líneas telefónicas, etc. "Pero en eso José Luis y mi padre pueden echarme una mano".

José Luis estaba dispuesto a "echar una mano" siempre y cuando no se tratase de un privilegio. Por ello rechazó de plano un proyecto en el que Ángel había depositado muchas esperanzas: el famoso paseo Arqueológico de Gerona, ideado por mosén Alberto. Se trataba de adecentar el cinturón en torno a la parte trasera de la catedral y de las murallas, plagándola de miradores, plantando cipreses, de suerte que pudieran contemplarse a placer el valle de San Daniel y las antigüedades de la ciudad. "Nada de eso -cortó José Luis-. Eso es un lujo. Tiene prioridad el edificio del Seguro de Enfermedad".

Ángel lo comprendió. Y también Marta.

– Prohibidas las patentes de corso… -dijo la chica.

– No del todo -replicó Ángel-. Yo querría una patente de corso para amarte a ti.

– En ese terreno, todo lo que quieras.


* * *

Primero fue un corte en un dedo con un cuchillo de la cocina. No había forma de contener la hemorragia. Luego, picores en todo el cuerpo. Luego, ciertos trastornos visuales. Luego, la gordura.

Carmen Elgazu experimentó esas anomalías. El diagnóstico de Moncho, previo análisis, fue fulminante: diabetes. No muy acusada, de momento, pero diabetes. Serían necesarias la dieta y la insulina. Nada de azúcar -con lo golosa que era Carmen Elgazu-, nada de farináceas -con lo que le gustaba el pan-, nada de alcohol. E inyecciones de insulina dos veces al día. Lo que mayormente preocupaba a los diabéticos eran la vista y el corazón.

Alarma en el piso de la Rambla. Qué le ocurría a la mujer de Matías? Apenas curado su metatarso, diabetes y peligro para sus ojos y para su corazón. Esta última palabra sonaba fuerte, sonaba como un toque de tambor. Moncho procuró quitarle hierro al hecho, pero el hecho estaba ahí. "A partir de ahora, tendrá que cuidarse mucho. Claro que depende de la evolución de la enfermedad".

– Es el antes y después?

– Exactamente…

– Y eso no se cura?

– En principio, no. Pero, siguiendo el tratamiento, tampoco mata y acaba uno acostumbrándose.

Carmen Elgazu se echó a llorar. Todo el mundo la rodeó intentando consolarla. La excepción, como siempre, Ana María, a la que las muestras de conmiseración le parecieron exageradas.

– Por lo visto en vuestra familia no ha habido nunca enfermos…

– Afortunadamente, no -ronzó Ignacio-. Excepta yo, que de chaval contraje una enfermedad venérea.

– Cómo? Qué estás diciendo?

– Lo que oyes. La mujer se llamaba Canela. Era una prostituta.

Ana María se quedó con la duda de si Ignacio hablaba en serio o había tenido un exabrupto. Efectivamente, lo había tenido, porque Ignacio, al igual que los demás, sabía que la diabetes solía ser hereditaria. Pilar había recibido también el impacto y Matías se pasó dos semanas sin acudir al café Nacional. El padre de Carmen Elgazu fue diabético, de manera que Pilar podía serlo algún día, o podía serlo Ignacio, o podían serlo los dos. Lo consultaron con Moncho y éste se lo confirmó. "Claro que hay muchas clases y grados de diabetes, pero lo más probable es que en cualquier momento se manifieste en cualquiera de vosotros".

– Y en nuestros hijos, naturalmente… -sugirió Ignacio.

– Así es.

En el momento en que el pequeño César estaba radiante y en que Ana María esperaba un bebé! La familia se conmovió más de lo debido, hasta que Matías e Ignacio se enfrentaron con la realidad y dijeron en voz alta que con ello no se hundía el mundo. "Hay millones de diabéticos que conviven con su dolencia -comentó Matías-. Si no me equivoco, el notario Noguer lo es y no por ello la familia se pasa el día llorando". Moncho reforzó tal argumento diciendo que con la insulina se conseguía casi siempre la necesaria compensación. "Lo más necesario es ir controlándola, hacerse periódicamente los debidos análisis. Y aquí me tenéis".

La crisis fue remitiendo y volvió la calma en el clan Alvear. La más preocupada, Carmen Elgazu, no por haber sido ella la elegida, sino por la calamidad que suponía trasmitirla a su vez a alguno de sus hijos. "Dios mío! Es que he cometido algún pecado grave?". Mateo miraba a Pilar pensando: "Vaya! La que faltaba…" La muchacha e Ignacio competían en generosidad. "Prefiero que me toque a mí", pensaba Ignacio. "Prefiero que me toque a mí", pensaba Pilar. De haberlo sabido, Matías se hubiera sentido orgulloso. Otra novena a santa Teresita del Niño Jesús. Aunque, en esta ocasión, Matías rezó en serio y cada día cuidaba de encenderle a la santa un nuevo cirio.


* * *

Cosme Vila estimó que su labor en Moscú había terminado y, de acuerdo con la Pasionaria y Regina Suárez, decidió trasladarse a Francia, concretamente a Toulouse y reforzar la emisora Radio Pirenaica que allí funcionaba. Se llevó consigo a Leonor, su amante, hija de un coronel republicano que voló por los aires en el frente de Madrid. También, naturalmente, le acompañó su hijo, que contaba ya diez años de edad y que en Ufa le rebautizaron con el nombre de Wladimir. Wladimir hubiera querido quedarse en Rusia. Hablaba el ruso perfectamente y le gustaba el país, su inmensidad, sobre todo desde que había terminado la guerra y podían circular libremente. Habían hecho una excursión con el Transiberiano hasta casi el otro confín y entendió que la riqueza que contenía aquel subsuelo podía diseñar el futuro del mundo. Pero quería mucho a su padre, no dijo ni pío y se aprestó a ir a Toulouse, pese a que consideraba que los franceses habían sido unos cobardes.

' La Pasionaria' le dio a Cosme Vila las últimas instrucciones. Ella permanecería una temporada en una dacha que le habían asignado en las afueras de Moscú, en compañía de la maestra Regina Suárez. En cuanto al madrileño Ruano, se quedó en la capital soviética, porque en Ufa se había enamorado de una rusa, Tatiana de nombre, que le había ofrecido hospitalidad y la posibilidad de especializarse en lenguas orientales.

Cosme Vila, pues, junto con Leonor y Wladimir atravesó toda Europa en ferrocarril -Dios, cuánta destrucción!-, y al llegar a París se detuvo. No conocía la capital francesa y era la ocasión. Allí, en el local del SERÉ, se encontró con Antonio Casal y familia: la mujer y los cuatro hijos. Los dos hombres se abrazaron -no se veían desde 1939- y se contaron las respectivas odiseas. A Antonio Casal, que todavía llevaba el algodón en la oreja, todo lo que Cosme Vila le contó de la URSS lo puso en cuarentena. Él era anticomunista, porque el comunismo le parecía de un fanatismo dogmático que a la larga haría desgraciados a quienes vivieran bajo sus garras. Antonio Casal, tipógrafo, continuaba creyendo en el socialismo como cuando era su máximo representante en Gerona. No sólo había encontrado empleo en París sino que estaba en contacto, por fin!, con Julio García y los arquitectos Ribas y Massana, miembros todos, como el mismo, de la logia Ovidio, que a lo mejor resucitaría de sus cenizas.

Antonio Casal, en efecto, cayó prisionero de los alemanes y cavó muchas trincheras en el Muro del Atlántico, proyectado para contener el desembarco aliado en Europa. La victoria aliada había transformado a Casal. Ya no era el hombre pesimista, quejumbroso, de siempre. Su mujer no se explicaba 'el cambio; él, sí. "Entreveo la posibilidad de regresar a Gerona y organizar aquello a nuestro gusto. Naturalmente, contando ahora con la experiencia acumulada en estos años". Cosme Vila no veía tan claro el porvenir. "Vengo de Rusia. Desde allí todo se ve de otro modo. No creo que arriesguen ni un pelín para cambiar el régimen de ese pequeño país que figura en el mapa en el sudoeste de Europa". Antonio Casal quedó clavado. "No es ésta la opinión de Julio García. En su última carta…" Cosme Vila cortó: "Je, Julio García! Querrá levantarte la moral, que habitualmente la tenías por los suelos".

Cosme Vila y los suyos se trasladaron a Toulouse, donde aquél se enteró de la muerte de Gorki, el perfumista, y del fusilamiento, en Gerona, de José Alvear. Se adueñó de Radio Pirenaica, en contacto con el Buró Político. Le parecía bien lo de los maquis, que al menos les causaban trastornos intestinales a los franquistas. Leonor estaba eufórica. Tenía una hermosa voz de locutora y se dispuso a leer los partes diarios, al mediodía y por la noche. Leía mucha prensa y recortaba las noticias que pudieran interesar. Recibían Amanecer, aunque con ocho días de retraso! Cosme Vila, ante el primer ejemplar que vio, se agarró la cabeza entre las manos como si hubiera descubierto un tesoro arqueológico. "Director, Mateo Santos". Por las cachas de Lenin! Se acordó de aquel muchacho de camisa azul al que tanto había subestimado. Leyó algunos artículos de mosén Alberto. El muy canalla! Siempre tan bien afeitado… Se alegró de no topar nunca con la firma de Ignacio Alvear.

Los comunistas franceses se le antojaron a Cosme Vila como pasados por mantequilla. Hablaban de Rusia con un descarado irrealismo. "El paraíso…" Nada de eso. Millones de muertos, destrucción, etnias combativas, etnias indolentes y allá a lo lejos la fascinación de la conquista universal para el auténtico socialismo, que no era precisamente el de Antonio Casal.

Y he aquí que, a primeros de marzo, recibió en Radio Pirenaica una visita inesperada: el Responsable y su sobrino, el Cojo.

– Pero… Responsable! El Cojo! De dónde salís?

Se abrazaron y se miraron como dos gallos de pelea dispuestos a iniciar su danza.

– Estábamos en Venezuela, entre rejas. Pero nos fugamos y aquí nos tienes, dispuestos a abrir la boca y a comernos España con sólo los colmillos…

– Y tus hijas?

– Nada! Se liaron con un par de anarquistas de Caracas y se han quedado allí, pegándose la gran vida.

El Responsable continuaba con la gorra clavada hasta las cejas y con una banda roja que inspiraba respeto. Había envejecido, pero daba la misma impresión de indomable fuerza. El Cojo, su sobrino, continuaba sonriendo, lleno de pecas y con las manos apoyadas en las nalgas.

– Cómo se llama esta gachí?

– Se llama Leonor.

El Responsable le hizo un saludo versallesco y el Cojo le dijo: "Tanto gusto, cachonda".

Cosme Vila le preguntó al Responsable:

– Qué se dice por América?

El Responsable matizó:

– No te referirás a la América del Norte?

– No, claro que no.

– Pues…, en la América que yo conozco, que no es sólo Venezuela, pues he hecho muchos viajes por las naciones vecinas, la cosa está que arde. Ríete de las diferencias de clase que pueda haber en Gerona. Aquello es el no va más. Desde Méjico hasta la Tierra de Fuego… Sí, sí, no pongas esa cara! Los que poseen mucha plata, al cielo; los demás, sobre todo los niños, se comen entre sí.

Cosme Vila se acarició la calva.

– Y qué solución le ves al asunto?

– La nuestra. Cuál va a ser! La revolución…

– En España la ensayasteis, y salió fatal.

– Porque en España los anarquistas éramos pocos… Y porque vosotros, los de Moscú, nos aplastasteis la cabeza. Pero en Centro y Sudamérica hay guerrilleros natos. Comprendes lo que quiero decir? Nacieron para hacer saltar la Banca… Como José Alvear, como Porvenir… Lee los periódicos y verás lo que ocurre antes de nada en Cuba, Guatemala, Bolivia, Chile, en la propia Venezuela! El despipórrense, vamos.

Cosme Vila sonrió… a medias. Oyendo al Responsable y viendo al Cojo a su lado, sonriendo como siempre, reencontró el léxico que a veces echaba de menos. El Responsable estaba en plena forma, no cabía duda. Por lo visto la cárcel venezolana le había sentado bien. "Estuvisteis juntos entre rejas?". "Sí… No faltaría más! Mi sobrino es mi sombra".

Después de un leve escarceo, durante el cual el Responsable censuró duramente a la URSS, que les traicionó durante la guerra civil, que primero firmó un pacto de amistad con Hitler y luego la combatió y que ahora se había quedado con la tajada del león -objeciones que Cosme Vila no se atrevió a impugnar-, soltó una parrafada sobre lo que le hervía en la mollera: la posibilidad de que la tesis anarquista se extendiera por todo el "coloso iberoamericano", empezando por el Brasil.

– Aquello no es Europa, compañero… No, no, tu camarada lo será Lenin! Tú eres mi compañero, como lo son mis hijas, mis yernos y Santi, que también se ha quedado allí -el Responsable encendió un pitillo Gauloise, que le sentó fatal-. Te he dicho, y te lo repito, que aquello está que hierve. Patrullas por todas partes, que se están adiestrando para entrar en acción. Faltan armas, ya lo sé. Pero se sacarán de los cuarteles. Desde aquí no podéis saber lo que son los indios, los mestizos, los criollos, los negros, los cuarterones. Llevan en la sangre algo que yo no sé lo que es. Y tienen tantos hijos que les permitirá dar carne a la fiera. Aquello es un volcán, como lo es el África negra y como lo son todas las colonias repartidas por el mundo… Cosme, compañero, no te repantigues en tu sillón. Aquella gente me entendía. A ti, a los diez minutos de oírte te dejarían con el rabo entre las piernas! Primero hay que arrasarlo todo, comprendes? Quiero decir que no hay que arrasar nada, porque esto ya lo hicimos en España y, como muy bien has dicho, salió mal. Consignas de Bakunin, no de Lenin, ni de Trotsky, ni de Stalin… He leído, sabes? Tanto calor! Mucha hamaca y me entraron ganas de que me abanicasen y de leer. Ahora no permitiría que el alcalde de Gerona fuera Gorki; ahora sería yo. Y si me pusierais obstáculos, sé cómo emplear la dinamita. Ay, Europa, con tanta catedral y tanto Vaticano! Aquí no hay nada que hacer. Sales a la calle y echas un vistazo: camenibert, baguette, restaurantes, "s'il vous plalt". Y dentro de cuatro días, Alemania otra vez. No pongas esa cara, que me despistas! Alemania otra vez, ya lo verás. Cojo! Tengo razón o no la tengo? Lo ves…? Allí sales a la calle y venga niños desnudos, que se dedican a limpiarte las alpargatas. Pirámides, supersticiones, petróleo, Dios es el sol, jeroglíficos en la jungla. Y bichos. Alacranes, loritos, serpientes, los Andes y tal. El comunismo no tiene nada que hacer allí; el anarquismo, la guerrilla, sí… No, no, no me interrumpas! Me sé de memoria lo de los maquis. Estáis haciendo el ridículo y Franco los va matando uno tras otro. Mira que José Alvear metiéndose en la boca del lobo! Se lo tenía pronosticado y no me hizo caso. Y tú ahora andarás pensando: el Responsable está tan loco como antes… Te equivocas! Sé controlarme. Tengo mis planes. Aunque, de momento, me pongo a tus órdenes, para lo que gustes mandar…

Ante aquel torrente de palabras Cosme Vila no supo cómo reaccionar, porque advirtió que Leonor, que tenía mucho sentido común, escuchaba con suma atención al Responsable… Sin duda había algo en él recio, fortachón, aunque con sólo guerrillas no veía la menor posibilidad de éxito. Los cascarían uno a uno como en el tiro de pichón. Claro que la demografía contaba. "Y tienen tantos hijos que les permitirá dar carne a la fiera". Y algo había que hacer. Pero, en los años pasados en Moscú, apenas si había oído hablar de Iberoamérica. Por lo visto era un plan a más largo plazo y ello podía ser un peligro. Y cuáles serían los planes que podía tener el Responsable?

– Responsable…, cuáles son tus planes, vamos a ver? Has dicho que estás a mis órdenes. Pues yo te ordeno que no tengas ningún plan.

– Y yo me cago en la madre que te parió -y el Responsable se encasquetó la gorra hasta las cejas, le dijo au revoir a Leonor y salió zumbando, acompañado del Cojo, éste frotándose las nalgas y escupiendo de vez en cuando.


* * *

Si Núñez Maza hubiera asistido a esta escena se hubiera desmoralizado. Ésos eran los que tenían que rescatar España y convertirla en un país libre? Naturalmente, sabía que Cosme Vila, el Responsable, Leonor y el Cojo no eran los jerifaltes de los planes que trazaban los exiliados en Méjico y en Nueva York. Pero, salvando las distancias, sobre todo de lenguaje, se le parecían mucho. Los "rojos" de Méjico acababan también de lanzar un manifiesto: alianza con Rusia, eliminación de la religión, la propiedad, el ejército y los tribunales especiales. Y tomar represalias y venganza. Todo un programa de fiesta mayor, que había rechazado el mismísimo Indalecio Prieto. Con eso querían encandilar al pueblo español? En un momento en que Ortega y Gasset había dictado en el Ateneo de Madrid una conferencia en la que afirmó: "Entre una gran multitud de países enfermos España goza de una salud magnífica, casi podríamos decir que de una salud indecente". En el momento en que el general Perón había ganado las elecciones en Argentina y le había concedido a España un fabuloso crédito destinado a comprar cereales y trigo. En el momento en que los expedientes contra el estraperlo se elevaban a 700000 y cuarenta niños refugiados polacos habían encontrado en Barcelona familias dispuestas a adoptarlos.

Núñez Maza se había recuperado espectacularmente. Jugaba a los bolos con los pescadores y algunas noches los acompañaba en sus faenas de alta mar. Noches de luna llena. Entonces todo le parecía mágico y olvidaba sus sonetos y los libros de formación política que estaba leyendo.

– Me he recuperado gracias a ti… -le decía a Purita de Semir.

– No seas tontaina. Te has recuperado gracias al doctor Chaos.

El idilio entre ambos estaba a punto de convertirse en noviazgo formal. Pero Núñez Maza no quería comprometerse en tanto él fuera un desterrado. "Cuando me devuelvan el pasaporte hablaremos de esta cuestión". Dijo esto porque se rumoreaba un próximo indulto muy generalizado, "para salvar la fachada". De momento, se había indultado a todos los condenados por delitos de rebelión militar cometidos hasta el 1 de abril de 1939, es decir, hasta el día de la victoria.

Núñez Maza continuaba leyendo mucho y recibiendo a mucha gente. Entre los más asiduos figuraba el camarada Salazar, el cual en la última visita le trajo la lista de autores "importantes" que estaban proscritos: Kant, Nietzsche, Marx, Freud, Proust, Gide, Hesse, Anatole France, Joyce, Huxley, Steinbeck, Madariaga, Sender, Cernuda, Sánchez Albornoz y un largo etcétera.

– Si quieres leer novela, tienes que contentarte con Cecil Roberts, Maurice Bering, Lajos Zilay y Daphne du Maurier. O con El Coyote.

Salazar le había hablado también de la censura de películas. La cosa funcionaba más o menos así: Suprimir los planos en que la chica se pone las medias sujetándolas con el portaligas. Suprimir los planos en que la chica empieza a desabrocharse el corpino. Los amantes tienen que pasar por novios; las prostitutas, por actrices; los casados, por hermanos; los besos, reducidos a unas décimas de segundo, recortando las imágenes… Etcétera. Siendo lo más curioso que Manuel Machado había formado parte de la censura, aunque al final dimitió. Pero el hombre había dedicado muchos versos a ensalzar la Cruzada y a Franco. Salazar se carcajeó al contarle a Núñez Maza lo ocurrido en Madrid con el anuncio-cartelera de la película Arroz amargo, de Silvana Mangano. "Para tapar los muslos de la actriz se hizo crecer el arroz sobre el que aparecía Silvana hasta convertirlo en trigo…" También le contó la prohibición de celebrar concursos de belleza. El decreto provino de la Iglesia y el argumento era el siguiente: "En los concursos de ganado se atiende sólo al cuerpo de los animales, que carecen de alma racional, pero en los concursos de hombres o de mujeres, por ser personas humanas, hay que atender a algo más que al cuerpo".

Salazar estaba también decepcionado. Tanto como lo estaba su cachimba. Él no había combatido para llegar a esta represión. Tampoco había ido a Rusia para que Stalin llegara hasta Berlín. Y si se hubiera olido lo de los "campos de exterminio" se hubiera quedado en casa.

– Hay que ver qué poca historia sabemos los que formamos parte de ella o estamos forjándola…

– A mi entender -comentó Núñez Maza-, no podremos juzgar la época hasta dentro de veinticinco años.

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