CAPÍTULO XVII

MOSÉN ALBERTO, al igual que la madre de Marta, había envejecido un tanto. Bolsas en las ojeras y alguna arruga vertical. Sin embargo, acababa de cumplir los cincuenta años y no podía quejarse. Ninguna dolencia seria, excepto un bloqueo de rama derecha en el corazón, sin importancia, según los especialistas. Tenía mucha fuerza de voluntad y seguía los consejos de Moncho. Tomaba varias infusiones al día y en sus visitas a domicilio había disminuido el número de tazas de chocolate.

Trabajaba mucho, demasiado, en opinión de su sirvienta, Dolores. Él creía que era precisamente el trabajar lo que le mantenía en forma. El trabajar y el café-café. La única cosa que compraba en el mercado negro era el café-café y se lo procuraba el barman Rogelio. Fue uno de los primeros que advirtió que estaban en guerra los cinco continentes y ahora entendía que José Luis Martínez de Soria no andaba descaminado al afirmar que el Maligno tenía mucho poder en la tierra y una cierta libertad de acción. No lograba acostumbrarse a las cifras de muertos que daban las emisoras de radio y los periódicos; para él, el hombre era individual, único e irrepetible, y de ahí que, por lo común, impresionase más la muerte de un bebé que el descubrimiento de las fosas de Katyn.

Cada día se interesaba más por la historia, fuente, según él, de toda enseñanza. "Si Hitler hubiera sido historiador, se hubiera dado cuenta de que era insensato atacar en dos frentes a la vez". Continuaba teniendo en la mesa del despacho la calavera que le había regalado el comisario de excavaciones. Dicha calavera a veces le turbaba, a veces, no. En cualquier caso, era una lección de humildad. Por suerte, creía en la resurrección de la carne y en un tipo de inmortalidad que nada tenía en común con el preconizado por el doctor Chaos. No pocas veces había sentido la presencia muy cercana del Ángel de la Guarda, patrono, precisamente, del cuerpo de policía; sobre todo cuando, antes de la guerra civil, presumía de bien afeitado, de sotana sin mancha y de que la tonsura le otorgaba cierta superioridad sobre los demás. Sí, en efecto, a mosén Alberto la guerra lo había humanizado, paradoja que, a juicio del doctor Andújar, era mucho más frecuente de lo que la vox populi podía sospechar.

Estaba a punto de publicar, con Ángel, la monografía del arte románico en la provincia de Gerona. Habían reunido doscientas fotografías, fruto de excursiones domingueras que empezaban al amanecer. Apreciaba mucho a Ángel aunque no fuera el de la Guarda. Lo veía noble, sin doble intención. Excelente arquitecto, había descubierto que a la catedral de Gerona le faltaba un campanario que hiciera pendant con el ya existente; pero entendía que la bóveda, una de las más anchas de la cristiandad, tal vez no hubiera resistido el peso. Un tema concreto provocaba discusión permanente entre el sacerdote y el muchacho: la arquitectura moderna. Para Ángel, el futuro, los Estados Unidos; para mosén Alberto, lo clásico, Grecia y Roma, el gótico de Burgos, de Reims y de Colonia. Mosén Alberto entendía que la arquitectura moderna era esquizoide, que destrozaba el entorno, el paisaje y que llevaba camino de masificar a la gente. "Las grandes urbes sacrificarán al ser humano". Él era partidario de la vida rural, siempre y cuando se tecnificara y se higienizara. "De los Estados Unidos yo no me traería Nueva York o Chicago, sino las granjas". No podía olvidar que había nacido en un pueblo de apenas mil habitantes, Cistella, en pleno Ampurdán.

Lamentaba mucho que el gobernador, el padre de Ángel, fuera poco religioso, porque "la jerarquía debía dar ejemplo". También lamentaba que María Fernanda anduviera por ahí contando chismes del Vaticano, como, por ejemplo, que entre los guardas suizos abundaban los homosexuales. Ángel le decía: "Mi querido mosén Alberto, me parece que por ahí lleva las de perder. Mis padres tienen sus ideas y no creo que las cambien; y lo que es peor es que me han influido a mí".

Mosén Alberto, al oír esto último, sonreía. Estaba convencido de que Ángel un día u otro "volvería al redil".

– Si lo que os ha asustado es la basílica de San Pedro y las riquezas de la Iglesia, borradlas con el pensamiento y quedaos con el Cristo desnudo en la cruz o andando por Galilea con las sandalias desgastadas.

Ángel le impugnaba:

– Y cómo establecer esa dicotomía? A ese Cristo yo no le he visto más que en los templos y en su Museo Diocesano; en cambio, el Papa actual ha aceptado la palabra Cruzada aplicada a la guerra española y ahora está jugando papel doble en la guerra mundial…

Por lo demás, María Fernanda le tenía viva simpatía al sacerdote y devoraba en Amanecer sus "Alabanzas al Creador". Decía de él que era un hombre culto y que había que cuidarlo y mimarlo con sumo cuidado. María Fernanda había visitado en varias ocasiones el museo, en compañía de Esther; el camarada Montaraz, nunca. Lo que le reprochaba María Fernanda a mosén Alberto era su exceso de catalanismo. Ahora mismo estaba entusiasmado porque se había publicado el primer libro en catalán desde la guerra civil: Rosa mística, del reverendo Camil Geis. "Debería conocer usted mejor España, mosén Alberto. Da sorpresas… Seguro que cuando oye usted el nombre de Albacete en lo único que piensa es en las navajas cabriteras. Dése un garbeo por allá, por la provincia y ya me dirá!". Mosén Alberto asentía. "Le doy la razón. Y me arrepiento de ello. Me doy cuenta de que mi catalanismo es alicorto, bajo de techo y que probablemente me impide tener de España una visión más realista; pero no puedo luchar contra esto. Cataluña, para mí, es el café-café. Me basta y me sobra para llenar mi vida, aparte, claro está, mi labor sacerdotal".

Mosén Alberto estaba contento porque acababan de nombrarle presidente de la Comisión de Monumentos Históricos de la provincia. "Estoy harto de que sólo se hable de Ampurias". Dolores le decía: "La calavera es de allí, verdad?". "Sí, claro, de Ampurias… Pero también se ha muerto gente en otros lugares". Mosén Alberto no pararía hasta disponer de una calavera de la antigua Rodas, ilocalizable por el momento, y del poblado ibérico de Ullastret.

Continuaba ejerciendo de abogado del diablo en el proceso de beatificación de César, en dura pugna con el padre Forteza, que hacía de vicepostulador. Había momentos en que mosén Alberto se daba por vencido. No encontraba en el "místico" César ningún fallo. Ni un acto de vanidad, ni una mentira, ni una omisión. Y por si algo faltaba, Dolores le contaba que muchas veces había encontrado a César en el museo, brazos en cruz y que se dio cuenta de que las propinas que le daban los visitantes iba a depositarlas en los cepillos de la iglesia. Por cierto, que Carmen Elgazu, a este respecto, no le dejaba en paz. Sobre todo desde que los Alvear tenían teléfono, Carmen Elgazu le llamaba un día sí y otro también. "Qué? Ya le ha encontrado algún pecadillo a mi hijo?". Mosén Alberto sonreía. "De momento, no. Pero todo se andará". Carmen Elgazu bombardeaba igualmente al padre Forteza. "Qué? Ya se ha enterado usted de que mi hijo iba al hospital a dar sangre? Pues pregunte y verá!".

Las monjas adoratrices no querían más sacerdote que mosén Alberto. Lo preferían al padre Forteza, no sabían por qué. Las confesaba, les decía misa y se ocupaba de que tuvieran lo necesario para dedicarse sin más a la vida contemplativa. Mosén Alberto era hombre de acción y admiraba a aquellas mujercitas que se pasaban la vida ante el crucifijo y el Santísimo Sacramento, turnándose día y noche.

Por otro lado, seguía con atención el estudio antropométrico del Santo Sudario de Jesucristo, que tenía lugar en Turín, a cargo del profesor Viola, de la Universidad de Bolonia. Mosén Alberto era más bien escéptico en cuanto a los resultados. También ponía en cuarentena que san Pedro de Mezonzo, gallego, obispo de Iria Flavia en tiempos de Almanzor, compusiera la Salve. Él estaba convencido de que la compuso san Agustín.

Un fallo en su haber: mosén Falcó le destrozaba los nervios.

Su fanatismo iba más allá de toda medida. "Es la viva encarnación del nacional-catolicismo de muchos obispos españoles, que puede compararse a una epidemia". Y al decir esto se acordaba de que el obispo doctor Gregorio Lascasas había ordenado preces a santa Teresa, patrona de Intendencia, para acabar con la escasez de alimentos; de que en Ciudad Rodrigo acababan de encontrar, dentro de una arqueta, nada menos que un eslabón de la cadena de san Pedro; y que cinco prelados acababan de prestar juramento de fidelidad a Franco: los de Salamanca, Barcelona, Jaén, Urgel y Ciudad Real…

En cambio, aplaudió la iniciativa del padre Forteza de inaugurar en la Biblioteca Municipal una exposición de fotografías de los Santos Lugares, cedidas por los franciscanos. Puede decirse que desfiló toda la población, incluidos los seminaristas, pelados al rape: la Vía Dolorosa, el Santo Sepulcro, Getsemaní, el Tabor, Nazaret, etc., se hicieron carne viva en Gerona. Incluso María Fernanda se emocionó y entonces mosén Alberto le dijo a Ángel: "Te, das cuenta?". "Claro! -contestó Ángel-. Si existe alguna verdad, cosa que ignoro, no está en Roma, ni en el palacio episcopal de Gerona: está en Jerusalén".


* * *

La guerra en Italia parecía decidida a favor de los aliados. Montgomery había cruzado el estrecho de Messina sin encontrar resistencia. Poco después, los americanos y los ingleses ocuparon Napóles. La situación de la ciudad era espantosa. Los alemanes, antes de huir, habían saboteado el puerto, incendiado los barrios bajos, haciendo saltar las canalizaciones de agua y electricidad, destruyendo hasta las fábricas de spagheíti.

Entonces se produjo la reacción de los napolitanos, siempre imprevisibles. Especialmente los jóvenes, recibieron a los aliados como a "liberadores", se olvidaron de cantar Giovinezza y vitorearon a las tropas, que les repartían cuanto llevaban. Aquello era un jolgorio, una fiesta. Mediante toda suerte de argucias los chavales robaban cuanto podían y, sobre todo a los ingenuos soldados norteamericanos, les desvalijaban o les armaban un lío tremendo con los cambios de moneda. Cada combatiente aliado tenía cuatro rapaces napolitanos alrededor. Empezaron a venderles reliquias, antigüedades. Uno de ellos, a un sargento negro gigantón le vendió las tibias de san Pedro; otro, una imagen de la Virgen de cuatro siglos antes de Cristo.

El día 3 de septiembre los generales Castellano y Zanuzzí habían obtenido la autorización para capitular, cuatro años después, casi día por día, del primer toque de guerra. La noticia, de momento, permaneció en secreto. En Roma, el gobierno real había vivido con inmensa angustia el extraño período de la capitulación secreta, lo mismo que Badoglio. Ya no les quedaba a los autores de ese golpe de escena más que salvar la pelleja. El rey, la reina, la familia real y el mariscal Badoglio y ministros y millonarios abandonaron precipitadamente sus palacios. El destino de la monarquía de Saboya era sombrío. El rey no tenía más que el uniforme que llevaba puesto y la reina estaba privada de cualquier bebida fresca.

Simultáneamente, continuaban los bombardeos sobre Roma. El Papa, rodeado y seguido por una fervorosa multitud, visitaba los lugares siniestrados y de rodillas en el suelo rezaba el Padrenuestro y el De Profundis. Hasta que, confirmándose los temores de Carmen Elgazu, una bomba cayó sobre el propio Vaticano, causando daños en el taller de mosaicos, en el jardín, en la estación de radio y en algunas vidrieras de la basílica. La emisora se dedicaba a dar referencias de los prisioneros de uno y otro lado. Válgame Dios! Otra vez incontables telegramas del mundo entero, entre ellos uno del Caudillo al cardenal Segura: "Besóle la Sagrada Púrpura ", que el camarada Montaraz no supo cómo interpretar.

El día 9 de septiembre, Italia capituló incondicionalmente. Eisenhower y Badoglio firmaron el armisticio. Se constituyó en la frontera alemana, donde se encontraba Mussolini, un "Gobierno Nacional Fascista" que proseguiría la lucha al lado de Alemania. Nadie se tomó en serio esta tentativa y Manolo comentó: "Son los últimos coletazos".

Todo aquello repercutió en Gerona de una manera directa. Mosén Alberto, en el fondo, respiró. En un momento determinado temió que toda Italia, con sus innumerables obras de arte y arqueológicas, fuera coventryzada, que no quedara piedra sobre piedra. Si la rendición era un hecho real y Mussolini no se empeñaba en hostigar al enemigo, podían salvarse Bernini, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y tantos y tantos genios. Al padre Forteza le hubiera dolido especialmente Venecia. Estimaba que Veneeia era la alegría de vivir, lo romántico a flor de piel, muestra única de la fantasía de los hombres. El padre Forteza continuaba fiel a su temperamento. Por eso no le gustaba Camino, el librito del Opus Dei, y así se lo decía a Sebastián Estrada:

"Camino es un libro apocalíptico y a mi juicio la religión debe de ser alegre".

Los pro aliados, en Gerona, no podían ocultar su satisfacción y el camarada Montaraz se sentía impotente. "No puedo arrestar a la gente porque sonrían al saludarse". Mala racha la del gobernador y muchas preocupaciones en Madrid, corroboradas por el ministro Girón. "El cachalote monárquico se mueve más que nunca". Era verdad. Veintiséis procuradores, encabezados por el duque de Alba, escribieron al Caudillo exigiendo la restauración monárquica. Franco los destituyó de manera fulminante. Poco después, la misma petición fue formulada por varias de las máximas jerarquías castrenses y esto parecía todavía más serio: los generales Várela, Ponte, Orgaz, Kindelán, Monasterio, Dávila, Solchaga y Saliquet… Es decir, casi los mismos que dieron a Franco el mando político en el aeródromo de Salamanca en septiembre de 1936. Qué ocurriría? No ocurrió absolutamente nada. Franco fue llamándolos uno por uno y convenciéndoles de que no era todavía el momento adecuado para una sustitución en la cumbre. "Cuando el momento llegue llevaré a cabo la restauración".

El camarada Montaraz había roto docenas de cacahuetes discutiendo con su propia esposa, María Fernanda, con la Voz de Alerta y la condesa de Rubí, con Manolo y Esther, con el notario Noguer, con el profesor Civil… Lo malo era que a ninguno de ellos podía declararlos "desafectos". Simplemente, estuvieron al, lado de Franco, incondicionalmente, mientras duró la guerra, pero entendían que ahora debía dejar paso a un sistema político que no se hubiera comprometido nunca con el Eje. El fantasma de la División Azul -los divisionarios de la segunda ola también estaban a punto de regresar-, continuaba flotando en las mentes de los jefes aliados, especialmente en la de Stalin, que se estaba perfilando como el amo del cotarro.

– Mateo, tú te esperabas esto? El Caudillo! Quién es el guapo que se atreve a darle consejos?

– Pues, ya lo ves… Veintiséis procuradores, ocho, generales y buena parte de la población.

– Eso es una traición en toda regla -el camarada Montaraz se acariciaba la cicatriz del rostro-. Precisamente en el momento en que se conocen algunas cifras exactas: trece millones de rusos muertos o heridos, cinco millones de prisioneros, cuarenta mil cañones y treinta y cuatro mil carros blindados… Además, grandes obras en toda España e incluso la promesa de hacer navegable el ' Manzanares.

Mateo no podía con su alma, y advertía reticencias no sólo en la actitud de Ignacio y Ana María, sino en la propia Pilar.

– Sí, es una traición… -le decía al gobernador-. Pero yo sigo a tu lado, confiando. Y somos varios millones los que no hemos bajado la guardia. El prestigio de Franco es internacional. Ayer nos llegó en Amanecer la noticia de que él y el conde de Jordana han iniciado gestiones para que los aliados hagan las paces con Alemania y que todos juntos se lancen contra el bolchevismo… Porque, una cosa es segura: destruir el nazismo es dar las llaves de Europa al oso moscovita. Y digo oso porque a ti, en Albacete, te gustaba cazarlos…

Mateo era el gran consuelo del gobernador. Qué entereza la suya! Y cuánta fidelidad! Lo mismo que Marta. Marta había manifestado muchas veces sus recelos contra don Juan, cadete que fue de la Marina británica! Marta era también un apoyo moral valioso para aquellos hombres convencidos de que la camisa azul duraría toda la vida, para el bien de España.

Sí, el momento era malo, pero estaban acostumbrados a la lucha.

– Te acuerdas del Alzamiento? Casi toda España estaba en poder de los rojos y conseguimos dar el vuelco a la situación.

Los tres ex divisionarios, Pedro Ibáñez, León Izquierdo y Evaristo Rojas habían acudido al Gobierno Civil "a recibir instrucciones".

– Si hay que volver a las andadas, aquí estamos…

– Gracias, muchachos. Pero de momento el pulso del Caudillo sigue firme como cuando liberó el Alcázar.

También Rogelio acudió, harto de oír alusiones en la cafetería España. Incluso se rumoreaba que en Madrid se había instalado, con plena autorización, una representación de la Francia Libre, es decir, de la Francia de De Gaulle… Cacerola negaba que esto pudiera ser verdad. "Pues me temo que lo es -le decía Lourdes, su novia invidente, que se pasaba el día escuchando la radio-. No sé lo que va a pasar".

Un detalle desconcertó más aún al camarada Montaraz y a Mateo. En Madrid se hizo la presentación de la película americana Lo que el viento se llevó, previo un alud de propaganda. Pues bien, entre los espectadores se hicieron notar el obispo de Madrid, Eijo Caray y el conde de Jordana, ministro de Asuntos Exteriores, que con el pretexto de la película aplaudieron a los americanos con tanto entusiasmo como dos años antes habían aplaudido en los cines los documentales y noticiarios UFA.

Mateo informó:

– Salazar me ha llamado por teléfono y me ha dicho que grupos de falangistas habían pinchado los neumáticos de los coches aparcados en los alrededores del cine…

– Menguado consuelo -opinó el camarada Montaraz-. Esto es el derecho al pataleo.

Ángel vivía un poco al margen de aquellas querellas. La política, en el fondo, le repugnaba. "Un político es un hombre dispuesto a matar". Había empezado las obras del chalet de S'Agaró propiedad de Manolo y Esther y allá quería dejar el sello de su personalidad. Por lo demás, y como ajedrecista que era, estaba entusiasmado con la aparición en el horizonte español de un niño prodigio, Arturito Pomar, mallorquín -como el padre Forteza-, que estaba ya compitiendo con los mejores jugadores nacionales. El propio Alhekine, campeón del mundo, de origen ruso pero que vivía en Portugal, había declarado: "Rey Ardid es el mejor jugador español, sin la menor duda; pero Arturito Pomar puede llegar mucho más lejos, a condición de que sus padres no quieran enriquecerse demasiado temprano explotando el talento del muchacho".

El general Sánchez Bravo era amigo de los generales que "retaron" a Franco. El que menos le sorprendió fue Saliquet, quien, según él, antes de la guerra había sido masón. Lástima que no estuviera allí Julio García para poderlo corroborar. Los masones empezaban a mover de nuevo la cola y lo hacían con la excusa de la Monarquía. Ya no se les fusilaba, como tiempo atrás; pero se les imponían penas de veinte o treinta años para los grados superiores y de doce a veinte para los cooperadores.

– De verdad crees que Saliquet era masón? -le preguntó escéptico su hijo, él capitán Sánchez Bravo.

– No lo sé de fijo. Creo que sí… Antes de la guerra los había en todas partes. En Canarias, donde estaba Franco, llegó a decirse que todo el mundo era masón, excepto el obispo y los niños…

Así las cosas, Franco organizó y asistió con todo su gobierno y el pleno del cuerpo diplomático a un solemne funeral en El Escorial, "por todos los reyes de España". Mucha gente opinó que la misa en El Escorial había sido, en realidad, un responso para la Monarquía.


* * *

Mientras Stalin era designado mariscal de la URSS y Chiang Kai-shek ascendía a presidente de la República Popular China, llegó, el 1 de noviembre de 1943, el previsto decreto de la disolución de la División Azul. Los que no quisieron regresar formaron la Legión Azul, aun a sabiendas de que perderían la nacionalidad española. Algunos de tales legionarios se pasaron a los rusos y un par de catalanes, enterados de dónde se encontraba la Pasionaria -en Ufa-, fueron allí y conectaron con Cosme Vila, Regina Suárez y el intelectual Ruano, a los que facilitaron informes de primera mano sobre el desmoronamiento progresivo del Eje. Cosme Vila, por primera vez en mucho tiempo, respiró con alivio, sobre todo porque su mujer, en vez de traer al mundo una hija, había abortado.

El día 8 de diciembre se celebró, como el año anterior, el Día de la Madre. El director de La Vanguardia escribió, con su típica prosa elíptica: "Tu esposa es como vid ubérrima en la recámara de tu casa. Tus hijos son como pimpollos de olivo en torno a tu mesa". Carmen Elgazu recibió, de parte de Ignacio y Pilar, una mantelería nueva y Jacinto y Clara obsequiaron a Esther con una sesión de polichinelas en un diminuto teatro que les había comprado Manolo. Los títeres se ponían de moda y los textos, si bien iban destinados a los pequeños, servían también para aderezarlos con alusiones a la situación mundial. Ni que decir tiene que José Luis no se perdía una sesión de las que se celebraban en público y que siempre terminaban con el apaleamiento del demonio. Esther se emocionó con sus hijos y se empeñó en conocer al autor del texto de la historieta, que resultó ser Ignacio. "Sabes que es un texto precioso? -le dijo Esther-. A lo mejor podrías escribir una novela…" Ignacio se rascó una ceja, en ademán peculiar. "A veces lo he pensado. Pero de momento, lo que me interesa es que escriba la suya Javier Ichaso, mientras yo me dedico a seguir los pasos de Manolo y a hacer feliz a Ana María".

De hecho, todas las madres de Gerona estuvieron de enhorabuena, incluida la Andaluza, quien recibió de sus pupilas, y del Afino de Jaénl, un traje de lunares y un cartel de toros trucado -el librero Jaime cuidó de su impresión-, en el que aparecían como matadores Curro, Ortega y, en letras más grandes, el obispo, doctor Gregorio Lascasas.

Pero la nota culminante se produjo a raíz de la Navidad. Franco decretó un indulto para los penados a menos de veinte años y un día. El indulto afectó a unos seis mil reclusos -las cárceles estaban todavía llenas-, entre los que se contaba Alfonso Reyes, preso en el Valle de los Caídos.

La llegada de Alfonso Reyes a Gerona fue triunfal. El nombre Valle de los Caídos era algo mágico para quienes no habían estado allí. A esperarle a la estación fueron su hijo, Félix -al lado de Cefe, su maestro-, la Torre de Babel y Paz, Padrosa y Silvia. Por cierto, que el Día de la Madre Félix había dedicado a Silvia uno de sus cuadros preferidos: el mar repleto de bicicletas.

El abrazo de Alfonso Reyes y de su hijo, Félix, emocionó a todos. No lograban separarse. Ningún nubarrón en el horizonte, puesto que el aspecto de Alfonso Reyes era espléndido, como si llegara de un crucero por la Costa Brava.

– Padrosa, muchas gracias… Sé que has tenido en tu casa a mi hijo como si fuera yo. También he de dar las gracias a los hermanos Costa. Procuraré corresponder. Por el momento, dejadme llorar varias horas seguidas, ya que por aquí no oigo ni toques de corneta, ni el estruendo de los barrenos, ni el cantar de los picapedreros…

Agencia Gerunda lo resuelve todo. Resolvió lo del piso en el que vivirían Alfonso Reyes y Félix -próximo a la Dehesa-, y buscaron un trabajo para el recién liberado: otra vez cajero del Banco Arús. Dios, qué vueltas daba el mundo! Para volver a contar dinero en aquella taquilla fue preciso una guerra civil, una larga estancia en la prisión de Alcalá de Henares y casi un par de años en el Valle de los Caídos, donde los constructores Banús y Anselmo Ichaso estaban haciendo su agosto. Ignacio intervino en la gestión cerca de Gaspar Ley para que readmitiera a Alfonso Reyes. Éste había adelgazado y tenía la costumbre de mascar chicle. "Lo he aprendido de los soldados americanos que están liberando Italia".

Alfonso Reyes, de estatura mediana, con bigote y barba, parecía un cosaco. Pisaba fuerte. Lo primero que quiso ver fueron los cuadros y dibujos de su hijo, y Cefe se los enseñó augurándole para el chico lo mejor. Luego, quiso deambular solo por la ciudad. La Dehesa… Los árboles desnudos por causa del frío invierno. Palpaba los troncos evocando el desierto de Cuelgamuros. Luego se fue a la Rambla y vio los comercios y establecimientos nuevos, entre ellos, la cafetería España -"una fiebre de malta, por favor"-, la peluquería de Dámaso, la peluquería de señoras de Charo, por fin inaugurada, el café Nacional -antes café Neutral-, como siempre, con aquellos espejos que guardaban tantos y tantos secretos.

El barrio antiguo le impresionó. Coincidió con una procesión-rogativas por la lluvia, que no se decidía a caer y notó que el corazón le latía en el pecho al prestar atención a los campanarios de San Félix y la catedral. Se fue cuesta arriba, hacia las murallas, hacia las dos Oes y desde allí contempló el valle de San Daniel. También subió a las Pedreras y a Montjuich, para ver la panorámica de la ciudad y el meandro del Ter. Ahí las covachuelas de los inmigrantes le recordaron los del contorno del Valle del que acababa de regresar. Los churumbeles le aplaudieron, sin saber por qué. "Eres de los nuestros?". Alfonso Reyes no comprendió. A qué se referían? Tal vez les impresionaran la barba y el bigote. "Sí, soy de los vuestros. Todo el mundo es hermano mío y si necesitáis algo preguntad por Félix Reyes, el chico-pintor".

El recién liberado vio su fotografía en Amanecer. El texto decía: Magnanimidad del Caudillo. Seis mil reclusos vuelven a sus casas. Y se le veía a él en Alcalá de Henares, trabajando en la imprenta. Quién sacó aquella foto? Mateo era el censor, el "dueño" de Amanecer. Él podría explicárselo. Pero Mateo no sentía la menor necesidad de saludar a Alfonso Reyes, pese a que el camarada Montaraz le había dicho: "La medida tomada por Franco no podía ser más oportuna".

Nada era verdad o mentira. Todo era oportuno o inoportuno. Como decía Manolo: "Todo está prohibido, excepto lo que está específicamente prohibido". Se jugaba con la clemencia como los crios jugarían con los trastulos que los Reyes Magos les traerían a no tardar, previo desfile de farolillos.

– No comprendo nada -le decía Ignacio al recién llegado-. No veo en ti ni un asomo de rencor…

– Rencor? Por qué? Todos estamos hechos de la misma pasta. Crees que no me acuerdo de Teo, de Porvenir, de Cosme Vila y demás bichos del comienzo de la guerra? Crees que no me acuerdo de tu hermano César? Ahora gano, ahora pierdo, así es la vida…

– Pero qué habías hecho tú?

– Era rojo. Deseaba que ganaran los rojos. Te parece poco? Esto, visto por un camisa azul, es un crimen… He reflexionado mucho. Quiero vivir en paz. No quiero cotizar ni por el Socorro Rojo ni por cualquier otro color…

– Nada de espíritu de revancha?

– Nada. Cuando cambie la tortilla, yo acompañaré a mi hijo a pintar las casas del río…

Todos los "rojillos" de la ciudad invitaban a Alfonso Reyes, incluidos los hermanos Costa. Él declinaba cualquier invitación. "Quiero ser independiente. Dejadme en paz".

Su postura inspiraba respeto. Pensando en Félix quería casarse. "Todo se andará". Todo el mundo le preguntaba detalles sobre la construcción del Valle. "No os mováis de aquí. Un día veréis la cruz asomando allá en lo alto…" Mateo palpaba el vientre abultado de Pilar. "Qué serás tú, monín? Tu alma será roja o azul?". Pilar se reclinaba en su hombro. "Yo sólo sé que será niña y que se llamará Carmen".


* * *

Agustín Lago estaba muy contento. Había conseguido para el Opus Dei el ingreso de Sebastián Estrada, quien había empezado a estudiar magisterio. El hermano de éste, Alfonso, que acababa de casarse con la maestra Asunción, no creía lo que veían sus ojos. El Opus Dei estaba enfrentado con los jesuítas: en Barcelona, el padre Vergés, en Gerona, los padres Forteza y Jaraíz. Este último, falangista, siempre decía: "Van a por los ricos. Cometen el mismo error que cometió la Compañía de Jesús, y así andamos, sin vocaciones y salvándonos sólo por la valentía de los misioneros".

Agustín Lago no discutía con el padre Jaraiz, inabordable por su fanatismo, pero sí con el padre Forteza.

– Nada que ver con los jesuítas, mi querido padre. No buscamos al rico sino almas que, estén donde estén, quieran entregarse a Dios. Ustedes no tienen laicado y en el Opus somos la gran mayoría. Sólo tres ingenieros van a ser ordenados sacerdotes dentro de poco, lo cual demuestra que la jerarquía nos ha otorgado su confianza. Resulta infantil e injusto que nos enfrentemos unos a otros, dejando la puerta abierta a las críticas del adversario…

– No podrás convencerme nunca -objetaba el padre Forteza, mientras en su cuarto se lavaba un par de calcetines-. Sé lo que está ocurriendo en Barcelona, en Valencia y en Madrid. Ricos e intelectuales. A través del beneplácito del Ministerio de Educación vais al copo de las cátedras. Uno de los slogans de tu venerado padre Escrivá es: tenemos que conquistar a las locomotoras porque son las que tiran de los vagones. Sebastián Estrada es una locomotora, desde luego: grandes propiedades en la zona de Cadaqués, que está dispuesto a ceder a la Obra, pese a que su hermano, Alfonso, ha puesto el grito en el cielo.

– La cesión, si se consuma, será voluntaria… -replicó Agustín Lago-. El muchacho llegó del mar desorientado, sin saber qué hacer. Le faltaba un asidero y un asidero, además, que comprendiera el problema catalán: el Opus se lo ha proporcionado. La primera vez que fue a verme no creía yo, ni remotamente, que aquello tuviera un final feliz. A partir de aquel momento, se lo puse muy duro. Ser de la Obra no es fácil. Supongo que sabe usted los sacrificios diarios que tenemos que hacer, desde que nos levantamos hasta que a la noche rociamos la cama con agua bendita. No es un camino de rosas…

– Sí, estoy al corriente, aunque algunas cosas se me escapan. Por ejemplo, tu propia elección. No obedeces al tipo ideal diseñado por el padre Escrivá: soltero, de aspecto físico irreprochable… a ti te falta un brazo, y con estudios superiores o su equivalente en dinero… O bien con buenas relaciones sociales. Cómo te las arreglaste para que te admitiera?

– Se para usted, padre Forteza, en la pura anécdota… Los proyectos de monseñor son tan vastos que es lógico que quiera conquistar lo antes posible locomotoras. Pero ya lo ve, usted mismo ha citado mi ejemplo. Yo fui a Madrid falto de un brazo y con lo que llevaba puesto y el padre me admitió. Claro que me conocía desde antes de la guerra y no podía dudar de mi fidelidad.

El padre Forteza colgó ahora de una cuerda los calcetines que acababa de lavar.

– Centrémonos en el caso de Sebastián Estrada… Llega del mar con una sirena tatuada en el brazo, introvertido, sin más estudios que el bachillerato. Le hubiera admitido monseñor de no andar de por medio la herencia que mencioné? Estoy seguro de que le hubiera dicho: ponte a la cola y espera…

– Ya se lo dijo. Pero el muchacho se volcó -Agustín Lago hablaba en voz baja, muy sereno-. Tanta fue su insistencia que no hubo más remedio que acelerar los trámites. La ceremonia de admisión fue muy sencilla: leyó la jaculatoria que le asignaron y lo hizo ante una cruz negra, vacía, sin crucificado. Porque los crucificados debemos de ser nosotros, Jesús ya nos precedió; luego, Sebastián, con el semblante feliz, hizo sus votos de pobreza, castidad y obediencia, porque aspira a ser numerario…

– Numerario?

– Sí, porque quiere mantenerse célibe, como usted. Los supernumerarios son los que desean casarse.

El padre Forteza sonrió.

– Un parvulillo… Un pajarito que cayó en la trampa como ese canario que ves aquí en mi jaula. Yo tuve que hacer todo el noviciado y luego estudiar más aún a lo largo de varios años. Aprovecharse del estado emocional de un muchacho roto por la guerra o por lo que sea me parece feo, farisaico… Pregúntale a Alfonso y te lo dirá: le ha sentado como un tiro.

– A muchas familias les sienta como un tiro que uno de sus miembros renuncie a todo y se vaya a un convento…

– Llevo años con la sotana a cuestas, Agustín. Habrá casos como el tuyo, de honradez a toda prueba; pero cuando la Obra haya demostrado que sirve de trampolín para conseguir un buen nivel dentro de la sociedad, necesitaréis poner el letrero: se agotaron las localidades…

Agustín Lago sufría. Aquello era un frontón. El padre Forteza le demostró que conocía al dedillo la biografía del Fundador, de monseñor Escrivá y que por ahí, y por el librito Camino, la cosa fallaba, a su entender. El padre Escrivá tenía cuarenta y un años y estaba en la plenitud de sus facultades. Ex compañeros suyos del seminario lo consideraban vanidosillo: usaba calcetines de seda y todos llevaban el pelo rapado, menos él. Iba a ser el cura más guapo del mundo, como su madre, Dolores, la mujer más guapa de Barbastro. Le gustaban los títulos de nobleza e iba a por ellos. "Sí, sí, ya lo verás, el tiempo me dará la razón!". De temperamento rígido y ardiente, con raptos coléricos. Pudo huir de los rojos por el camino de Andorra y se quedó en un hotel de Burgos, donde escribió Camino, "que huele a azufre y a cañonazos". Magnetismo personal? Innegable. Luchador nato? Innegable. Tal vez por eso hacía poco tiempo soltó una frase casi irrepetible: en caso de otra persecución de sacerdotes en España, él no podría permanecer pasivo y saldría a la calle con metralleta…

Agustín Lago quedó anonadado. No conocía tal frase ni concebía que pudiera ser cierta. Estuvo a punto de levantarse e irse a la fonda Imperio. Pero consiguió dominarse y permanecer en su sitio. Por lo demás, el padre Forteza le impidió reaccionar. Le pidió la fotografía del monseñor, que sin duda debía de llevar en la cartera al lado de una estampa de la Virgen.

El inspector de Enseñanza Primaria titubeó. Por fin sacó su cartera -era admirable cómo se las ingeniaba con una sola mano-, en la que, en efecto, llevaba la foto y la estampa. El padre Forteza estudió brevemente los rasgos faciales del Fundador, al que ya conocía por una fotografía idéntica que le había enseñado el padre Vergés en Barcelona.

– Sí, eso es… Cabeza poderosa, gafas de miope, mandíbulas fuertes, un no sé qué en la boca, en los labios, que no acaba de gustarme. Yo diría que es un ser humano que ha de luchar de continuo contra su temperamento concupiscente… Bien, bien, no te sofoques! Todos sabemos que muchos santos y muchos anacoretas también han debido luchar… -Le devolvió la fotografía-. Ojalá lo consiga, para el bien de todos, pero permite que por una vez ese payaso que yo soy se sienta pesimista.

Así concluyó el diálogo, que no había por qué prolongar. El padre Forteza no pretendió con él socavar a Agustín Lago -objetivo, por otra parte, inútil- ni actuar de aguafiestas. Habló de ese modo porque creía estar en lo cierto y porque le dolía que Sebastián Estrada, con toda una vida por delante, se hubiera de jado cazar por un "Instituto Comunitario" – la Obra había conseguido ya esa nominación- embrionario y que le exigía sacrificios abrumadores. El padre Forteza tenía la experiencia de los fallos cometidos por la Compañía de Jesús y parecía que el Opus Dei los repetía a una escala mucho mayor.

– Saluda en mi nombre a Sebastián… -dijo, levantándose-. Y sed compasivos con él.

Agustín Lago se irritó. Se levantó a su vez. Entonces recordó una máxima de Camino: "Es cuestión de segundos… Piensa antes de comenzar cualquier negocio: Qué quiere Dios de mí en este asunto? Y, con la gracia divina, hazlo!". A Agustín Lago le pareció que lo que quería Dios en aquel asunto era que se despidiera del padre Forteza besándole la mano.

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