CAPÍTULO XXXIII

EN EL CAFÉ NACIONAL se reanudaron las sesiones de chismorreo y dominó, estimulados los asistentes por una noticia fechada en Burdeos: "En Burdeos se ha celebrado la elección de Miss Atómica". Grote comentó que la raza humana no tenía remedio, pero que acaso fuera mejor así. "Si lloráramos por todas las catástrofes que acontecen, moriríamos ahogados".

Matías aportó su noticia particular: "El jefe del Estado se interesa por el ganado español". Galindo aportó la suya: "Ha muerto en Buenos Aires el famoso ilusionista chino Wu-Li-Chang. Era catalán y se llamaba Bassó". Marcos, pensando en su oficio, gritó Eureka!, porque próximamente iba a ser reparado el cable telegráfico entre España e Italia, que estaba averiado. "Pero, por lo visto, será difícil detectar dónde está la avería". Jaime, el librero, depositó sobre la mesa su variada aportación cultural: "Habían muerto los pintores Ignacio Zuloaga y José María Sert, se había constituido en Madrid la Asociación de Amigos de Bécquer, y la escritora chilena Gabriela Mistral había obtenido el Premio Nobel de Literatura". El camarero Ramón, viajero impenitente, les recordó que dos ingleses habían atravesado el Atlántico a bordo de un barril, desde Toronto a Londres, invirtiendo en el trayecto ochenta días justos. Matías le reprochó: "Te quedas corto! Eres antifranquista… Y los españoles qué? Ha empezado a construirse en Barajas un aeropuerto transoceánico".

En esta ocasión, en otro lugar se celebraba también una reunión -la última-, en la que se despedía al padre Melchor Forteza, que regresaba al Japón. Estaban presentes el padre superior, el padre Forteza y el padre Jaraíz. El padre Melchor Forteza había sabido por la radio que todos los pelotaris españoles que actuaban en el Próximo Oriente se hallaban sin novedad y que los japoneses se pasaron un día entero sin hojear los periódicos, porque en ellos se veía a Mac Arthur mirando al emperador desde un plano superior, lo cual estaba prohibido. "Al emperador no se le puede mirar de arriba abajo. Él, por su estirpe divina, debe ocupar siempre el lugar más alto".

La despedida del padre Melchor fue emotiva. Había recibido muchos plácemes por los reportajes que publicó en Amanecer y había prometido enviar desde Nagasaki fotografías sobre las consecuencias de la explosión nuclear. Le esperaba una dura labor. Lástima que ni él, ni ninguno de sus compañeros de misión, fueran médicos. Sin duda la asistencia sanitaria sería lo más urgente. "Sobre todo se necesitarían dermatólogos, pues la piel de los radiactivados se les cae a jirones". Nagasaki! Madame Butterfly! Todo el mundo conocía la ópera. Ahora se haría todavía mucho más popular, pues el escenario de la acción era precisamente Nagasaki.

Los jesuítas gerundenses habían aprendido muchas cosas durante la estancia del padre Melchor en la ciudad. Que la religión oficial del Japón era el sintoísmo -el emperador-, pero que la religión mayoritaria era el budismo, con alta representación del budismo Zen. "Esta religión es insustituible para lograr el autodominio. Sin embargo, me parece imposible trasladarla a Occidente. El soma milenario interviene en esas cuestiones". También supieron que el teatro Kabuki duraba horas y horas, con sólo mímica y los hombres representando por igual los papeles masculinos y femeninos. "Todos los japoneses asisten periódicamente al Kabuki; en cambio, en Gerona no se dispone siquiera de una compañía teatral, y tampoco de una orquesta sinfónica. Menos mal que ese nuevo alcalde, tan joven, ha prometido preocuparse de esta cuestión". También les habló, por fin!, de las crueldades cometidas por los japoneses durante la guerra. "Quiero tanto a ese pueblo, que no quería rozar ese tema; pero mi obligación es ser imparcial y declarar que los japoneses se merecen también un proceso Nuremberg".

El padre Melchor regañó a su hermano. "Comprendo tus intenciones al jugar a ser payaso. Comprendo lo que significa que te rías a carcajadas ante el Sagrario; pero corres el peligro de que la gente piense que un día el Sagrario se reirá de ti. En tu lugar haría marcha atrás y manifestaría de otro modo la alegría interior que te embarga. Sabes? En estos días de estancia aquí me ha parecido observar que el pueblo es un tanto inconsciente, fruto tal vez de la ignorancia. Inconsciente e insensible. Resbala por encima de las cosas y cada cual actúa por libre, teniendo como límite el clan familiar y los amigos. Echo de menos la solidaridad. Hay un punto de egoísmo, de egoísmo casi feroz. Y eso lo mismo en las clases altas que en las bajas. Contra eso debes luchar e inculcar a tus congregantes la solidaridad y el amor a los viejos, que están, los pobres, muy desasistidos y deseando interiormente la eutanasia pasiva".

Los dos hermanos se abrazaron y el padre Melchor se volvió a misiones, después de despedirse dé Manuel Alvear. En Barcelona le indicarían qué ruta debería seguir, pues llegar a Alaska, a Anchorage, al parecer era difícil. "Pero llegaré, mi querido hermano. Los misioneros llegamos puntuales siempre. Llegamos puntuales incluso a la muerte".


* * *

La partida del padre Melchor coincidió con un giro de ciento ochenta grados de la actitud, de la personalidad, de mosén Falcó. Éste asistió a uno de los diversos cursillos que se celebraban para capellanes de prisiones y el último día entonó el mea culpa y se confesó de "abusos intolerables" en el ejercicio de su misión. Este cursillo tuvo lugar en el monasterio de Poblet, regentado por cistercienses. Fray Raimundo Abadal fue su director. Mosén Falcó, al despedirse, se quitó la medalla militar del pecho y en su lugar colgó una diminuta cruz.

Labor de introspección. De regreso a Gerona, repasó como en una película su actuación como capellán de la cárcel. Se horrorizó. Sobre todo al volver de la División Azul -ah, aquellos Christus, Christus, de los ancianos ortodoxos!-, se había mostrado implacable, hasta el extremo de que en cierta ocasión le escupieron a la cara. Odiaba a los llamados "rojos" y les decía que eran seres privilegiados porque conocían la hora exacta en que deberían presentarse ante el Señor. Qué barbaridad! Qué mosca, qué moscardón, le había picado? Lloró amargamente, ante la satisfacción de su hermana, Sara, la comadrona en la consulta del doctor Morell, la cual estaba cansada de advertirle que el cristianismo era amor, amor incluso a los enemigos.

Mosén Falcó se acordó de todo. De que había entrado por los estancos gritando: "Fuera las postales con beso!". De que en la piscina de la Dehesa, en cierta ocasión, armó un escándalo porque descubrió que un par de chicas exhibían un escueto bañador. De que le había pedido al señor obispo cerrar las casas de prostitución, aun en contra de la opinión, manifestada al respecto, por san Agustín. Etcétera. Un ser marmóreo, con apetencias represivas, que posiblemente arrancaban de la niñez. Porque su madre le inculcó el odio al pecado, sin matizar la cuestión. Y porque en el seminario le castigaron varias veces por sus poluciones nocturnas. Era preciso cambiar. El resultado había sido una actividad sacerdotal sin apenas fruto y que en Gerona inspiraba temor incluso a los niños. "Dimitiré. Dimitiré de capellán de prisión. Y seguro que el señor obispo me aceptará la dimisión".

En efecto, así fue. En vez de él, se ocuparía del cargo el padre Jaraiz, con lo que los reclusos no iban a ganar gran cosa. Él fue nombrado consiliario de Acción Católica, institución que, bajo la batuta de Jorge de Batlle, se abría camino día tras día, ante el asombro de Agustín Lago y Santiago Estrada, del Opus Dei, quienes no concebían que los católicos practicantes se contentasen con tan poca cosa.

Pronto la ciudad se dio cuenta del cambio operado en la persona de mosén Falcó. El doctor Andújar opinó: "Un triunfo de la psicoterapia". El doctor Chaos y Moncho más bien lo atribuyeron, bromeando, a un tratamiento de cirugía espiritual. "Las neuronas, las neuronas. Ahí está el quid de la cuestión". Mosén Falcó empezó a andar por las calles saludando a todo el mundo, regalando caramelos y pastillas Andreu a los chiquillos y repartiendo tebeos. Tebeos que antes había anatematizado porque en ellos solía imperar la violencia. Jaime, el librero, quedó estupefacto. "Me lo han cambiado", murmuró. Mosén Alberto le sugirió: "Yo, en tu lugar, mosén Falcó, haría una visita a la cárcel y les pediría perdón a los presos que creas haber ofendido. A los que estén vivos, claro… Esa humillación puede hacerte mucho bien".

Por los clavos de Cristo! Esto no se le había ocurrido a mosén Falcó. Dispuesto a obedecer, realizó esta gira purgante. Los reclusos -la cárcel estaba repleta- le recibieron de uñas. Él fue llamando a los que conocía, a los que habían sufrido su trato inquisitorial. Los más le dieron la espalda, convencidos de que les tomaba el pelo. Pero hubo dos que le miraron primero con extrañeza y luego con compasión. Uno al que había profetizado el infierno y al que en última instancia se le conmutó la pena de muerte le preguntó: "Qué quieres, macho? Estoy a tus órdenes". Mosén Falcó, que tenía las cejas hirsutas y el cuello excesivamente ancho, le contestó: "Nada. Pedirte perdón y estrecharte la mano". El hombre, contrabandista del Pirineo, le miró fijamente a los ojos y dijo: "De acuerdo". Y le estrechó la mano. El otro, un exhibicionista sexual, le espetó: "A qué vienes? A darme la absolución?". "Nada de eso. Vengo a pedirte excusas. Ya no me verás más por aquí…" El recluso le miró también a los ojos y se reblandeció. "Mira por dónde! Quién te ha convencido de que la naturaleza tiene sus caprichos? La bomba atómica?". Y le estrechó la mano.

En resumen, fue más fácil de lo que había supuesto. Mosén Alberto le aplaudió. "Bravo! A que te sientes más ligero?". "Mucho más". "Pues pásate un año entero haciendo eso, pidiendo perdón".

Las Santas Escrituras habían anunciado: "Los cadáveres de este pueblo serán pasto de las aves del cielo y de los animales de la tierra". A raíz del proceso de Nuremberg, empezaban a conocerse más noticias sobre los campos de exterminio que los expuestos por mister Edward Collins en sus reportajes. Los responsables iban declarando uno a uno ante los magistrados, y al parecer los más inteligentes eran Goering y Dóenitz. Lo que sobrecogía era la frialdad de que, en ciertos momentos, hacían gala los inculpados. Les pasaban documentales y películas sobre las atrocidades cometidas en los campos y ellos, sin apenas pestañear, acaso con la excepción de Rudolf Hess.

Se supo que el pan distribuido entre los condenados a muerte en Varsovia en algunos casos contenía una tercera parte de serrín de madera, serrín suministrado precisamente por las fábricas de ataúdes, que funcionaban a pleno rendimiento. Muchos bebés, balanceados por los pies, fueron estrellados contra las paredes. Otros recién nacidos, empuñados y arrojados al aire, sirvieron de blanco a los mejores tiradores SS y fueron empalados al vuelo por las bayonetas. En Mauthausen, al borde mismo del precipicio, a veces los SS, como juego, obligaban a cuatro hombres, dos contra dos, a una lucha a muerte. Prometían salvar la vida al equipo que consiguiera despeñar al otro al vacío. Monstruoso torneo que en ocasiones duraba varios asaltos. Los árbitros excitando a los perros daneses y riendo a mandíbula batiente, al final echaban a patadas a los dos vencedores, que también caían al abismo desplomándose junto a sus compañeros. En Dachau, un abad pidió permiso para guardar su crucifijo. Éste le fue clavado al sacerdote en pleno esternón y con los dientes angulares. En Bergen-Belsen, varios sacerdotes fueron, al igual que Cristo, coronados de espinas por medio de zarzas artificiales trenzadas y luego crucificados.

Los corresponsales del mundo entero tenían derecho a comunicar todo esto a los lectores; en España, debían andarse con mucho cuidado. La censura era implacable. Lo contaban entre líneas y no había forma de hacerse con un documental. Los empresarios de los cines protestaban; en Gerona, el camarada Montaraz no quería ceder. Su tesis era: "Si los aliados hubieran perdido, ahora los documentales serían a la inversa". Ángel se enfrentó otra vez con su padre negando rotundamente que, Rusia aparte, existiera en el orbe otro país capaz de tales salvajadas. Ángel tenía que dedicarse ahora a consolar a Marta, quien, a pesar suyo, debía bajar la cabeza y admitir que sus "adorados" nazis habían seguido al pie de la letra la consigna "liquidación total del sionismo", englobando en esta palabra a todos los enemigos del III Reich y a decenas de millares de personas y niños inocentes.

El doctor Andújar le decía a Solita que en los manuales de la paranoia no estaba previsto un caso como el del Führer y sus sicarios. En el pasado, la pureza de la sangre, la pureza de la raza, habían sido, por lo general, más que hechos consumados, símbolos apetecibles. Lo que le llamaba la atención era que al margen de Nuremberg, funcionaban otros muchos tribunales que juzgaban a los "mandos inferiores", igualmente asesinos y cuya cifra se elevaba, por el momento, a unos 80 000. Repitió que sería injusto condenar por ello a todo un pueblo, que en su inmensa mayoría ignoraba lo que estaba ocurriendo. "Lo que puedo afirmar, como psiquiatra, es que los culpables se dividirán, se están dividiendo ya, en dos tipos: los que no se inmutarán ante las acusaciones y los que, por vergüenza retroactiva, se suicidarán".

La palabra "suicidio" interesaba mucho, como es natural, al doctor Andújar, porque se trataba de la situación límite a la que llegaba el hombre. Le contaron que Julio García coleccionaba casos de suicidio en un fichero. "Si pudiera encontrar ese fichero!". Como tantas cosas secretas, se encontraría en Washington. En el manicomio de Gerona salían a dos suicidios mensuales, cuyos protagonistas eran casi siempre esquizofrénicos o depresivos. "Y durante las guerras, ya lo sabe usted. Mientras las fuerzas están igualadas, apenas si hay suicidios; cuando uno de los bandos empieza a perder, tiende a autoeliminarse".

Solita, que estaba leyendo Mi lucha, de Hitler, había subrayado este párrafo, entresacado del capítulo "El Estado racista": "Desaparecen las decisiones por mayoría y sólo existe la personalidad responsable. Bien es cierto que junto a cada hombre-dirigente hay consejeros que le asesoran, pero la decisión definitiva corresponde adoptarla a uno solo".

' La Voz de Alerta', ahora con mucho tiempo libre, se aficionó al tema del nazismo. Incluso visitó a Núñez Maza, el cual estaba desquiciado ante lo que empezaba a saberse. "Yo había gritado heil Hitler!, comprende usted? Cómo iba a sospechar lo que estaba ocurriendo?". Por supuesto, una noche, solo, en la playa de Caldetas, había hecho una hoguera con el uniforme alemán que se trajo de Riga y con la medalla militar.

Paz Alvear, por su parte, pegaba brincos de protesta. Rebrotaban en ella antiguos reflejos. No le gustaba haber caído en la trampa de la comodidad. Franco fue hitleriano hasta la médula y había copiado del Führer no pocas de sus directrices. Cómo era posible que ahora ella viviera como una reina y dispusiera incluso de una cubertería de plata?

La Torre de Babel no admitía discursos. "Trabajé hasta que logré lo que ambicionaba: salir de la mediocridad. No me vengas ahora con sermones de sacristía o de confesonario. Si no te gusta lo que tienes, vuélvete a la calle de la Barca ".

Paz no dio su brazo a torcer. Tenía un medio infalible para taparle la boca a la Torre de Babel: la cama. Pero en esta ocasión no le sirvió. Ella sentía deseos de volver a las andadas -estimulada por el librero Jaime-, y la Torre de Babel tenía ganas de proseguir la venturosa marcha de la Agencia Gerunda. Silvia le servía de poco, pues estaba encinta y más preocupada por su barriga que por el proceso de Nuremberg. Además, Silvia iba a misa. Incluso había logrado que Padrosa la acompañara, el hombre luciendo siempre su corbata roja. Paz sabía que en el "seno" del pueblo había millares de "camaradas" que le darían la razón; pero para presentarse ante ellos hubiera tenido que disfrazarse. Sólo el patrón del Cocodrilo creía en su sinceridad. "La cabra tira al monte". La Torre de Babel temió que su mujer se metiera en un lío, que cometiera alguna barbaridad. Y con el nuevo comisario, aviados estarían. Paz le dijo: "Sí, es verdad, tengo una idea; pero no sabrás nada hasta que a mí me apetezca".

Manuel Alvear, en el seminario, continuaba con su latín y su gramática, asignaturas preferidas, sin olvidar el semanal examen de conciencia. Había entrado en un mundo de escrúpulos, por culpa del profesor-orador mosén Oriol, el de la voz tronitronante. Por fortuna, mosén Alberto iba a visitarle de vez en cuando y se desahogaba con él. "Mosén Alberto, hasta jugar al frontón y ganar me parece un pecado. Por favor, ayúdeme!". Mosén Alberto le acariciaba la cabeza rapada. "Anda, hombrecito, que ya no eres un bebé. No soy yo tu confesor? Pues escucha mi voz y las demás escóndelas debajo de la cama".


* * *

Ignacio y Ana María decidieron acudir a la consulta del doctor Morell, porque el hijo que tanto esperaban no llegaba. El doctor Morell, que se acordaba muy bien de la operación a que tuvo que someter a Carmen Elgazu, les recibió con suma amabilidad. Ignacio era ya muy conocido en la ciudad, lo cual le beneficiaba en sus relaciones con el prójimo.

– Vamos a ver, vamos a ver…

Primero reconoció a Ignacio y no encontró nada anormal. "Podría usted tener los cien mil hijos de san Luis". Luego reconoció a Ana María y al término de una minuciosa exploración le detectó un quiste en el ovario, que obturaba la trompa de Falopio.

– Ya lo tenemos… Ya tenemos al culpable! -el doctor Morell era un ser alegre y cuando podía resolver un caso lo celebraba casi con champán.

– Será preciso operar… Una operación rutinaria, salvo complicaciones. En su caso, no creo que las haya.

La palabra "operar" asustó a Ignacio. Se lo había dicho muchas veces a Moncho: "Todo lo que huele a quirófano me da grima". Pero esta vez no había opción. O el quiste, o renuncia a la paternidad.

No podían ocultarlo a la familia, puesto que Ana María debería permanecer un par de días en la clínica. Matías, inesperadamente, se emocionó mucho. Por fin, tal vez, nacería otro Alvear. Porque el hijo de Pilar se apellidaba Santos. Carmen Elgazu tuvo que confesarse de "juicio temerario", ya que siempre estuvo convencida de que la culpable era la pareja, que no quería complicarse la existencia. Pilar se emocionó también, recordando la niña que le nació muerta.

Operación feliz. Sara ayudó al doctor Morell en el quirófano, el quiste era benigno, todo resuelto en un abrir y cerrar de ojos. La habitación de Ana María -dos días de internamiento, debido al trauma y a la anestesia- se hubiera llenado de flores a no ser que a Ana María la mareaban. Ignacio montó la guardia para que no se colasen extraños. Esas cosas debían resolverse en familia.

– La trompa de Falopio… -comentaba Matías-. Con este nombre, cómo no va a formarse un quiste?

Ignacio quiso velar las dos noches a Ana María, que sufrió mucho menos de lo que cabía esperar. Apenas si pegó ojo, tanta era su impaciencia. De día, se turnaban Carmen Elgazu y Pilar. AI tercer día la paciente regresó a su casa y reanudó la vida normal.

Éxito del doctor Morell. Al cabo de dos meses no hubo flujo de sangre y Ana María sospechó que estaba encinta. Pronto ello se confirmó e Ignacio pegaba saltos de alegría. En un rapto de emoción, abrazó a Manolo y Esther.

– Os dais cuenta? Voy a tener un hijo!

– No alardees tanto… Millones de seres humanos te han precedido. Y si tú vas a tener uno, nosotros tenemos dos.

– Ja, ja!

El cambio de Ignacio fue radical. Él, habitualmente tan sensato, perdió esta vez el sentido de la proporción. Hubiera querido inmovilizar a Ana María, que no se moviera de la butaca.

– Estás segura de que te conviene la postura que adoptas al tocar la guitarra?

– Segurísima… Tal vez lo que más me preocupa sean las clases de alemán.

Ana María, como siempre, se mantuvo serena. Manolo tuvo razón: millones de seres humanos les habían precedido. Procuraría cuidarse al máximo, pero sin caer en la extravagancia. Moncho era su consejero y le daba hierbecitas que Ana María se tomaba sin rechistar. Y les profetizó que, andando el tiempo, mucho antes del parto de una mujer los médicos podrían ya afirmar si el bebé sería varón o hembra.

– Pero, hablas en serio?

– Completamente. Las radiografías son tan sólo la prehistoria de lo que en este campo acontecerá…

Alegría en el clan Alvear. Y una carta de Ana María que salió hacia Río de Janeiro, anunciando la noticia a sus padres. Esta vez quien contestó fue doña Leocadia y quien puso la simple posdata fue don Rosendo Sarro. Leocadia admitía la posibilidad de viajar hasta Gerona cuando se aproximase la fecha del alumbramiento. De momento, pues, todo perfecto. Ana María empezó a hacer unos ejercicios gimnásticos especiales, aconsejada por el doctor Morell. Éste llegó a querer a la pareja, la cual le demostraba extremo agradecimiento. Le regalaron un cuadro de Cefe que representaba, cómo no!, las casas mugrientas colgando sobre el río Oñar, cuadro que sería histórico si el nuevo alcalde, José Luis Martínez de Soria, se decidía a emprender la aventura de pintar con colores vivos los edificios.

Paz se mostró celosa de Ana María. Celos insensatos, puesto que era ella la que se negaba a tener hijos. Hasta que la Torre de Babel se cansara de la esterilidad voluntaria y fecundara a Paz, actuando como mandaban los cánones.

Ignacio vivía una época placentera. El bufete iba viento en popa: el mejor de la provincia. Se acostumbró a estudiar de noche, dado que Manolo le encargó del capítulo de testamentaría, tan importante desde que terminó la guerra civil. Ana María, después de la cena, se dedicaba a leer. Leía a Papini, a Chesterton, al nonagenario Bernard Shaw. El dramatismo de Papini, su lucha interior en busca de la Verdad, la conmovía. Con Chesterton y Bernard Shaw se reía mucho, por su ironía genuinamente anglosajona. Pero también leía Hola y de vez en cuando escuchaba algún serial, más que nada para contentar a Mari-Luz, la sirvienta. En este sentido quien le tenía celos era Pilar, la cual continuaba acomplejada en las reuniones de la élite femenina. No podía olvidar una frase de Mateo: "La cultura es importante incluso para estornudar".


* * *

El mes de enero de 1946 fue pródigo en pequeños y grandes acontecimientos. Truman ingresó en el Museo de Cera de madame Tussaud, de Londres, aunque no en la "cámara de los horrores", como Mateo hubiera deseado. También en Londres se inauguró oficialmente la ONU, cuyo presidente fue el belga Spaak. Éste, que se refugió en España huyendo de los alemanes y fue mandado a un campo de concentración, era un enemigo acérrimo de Franco y no cabía esperar de él ningún gesto de buena voluntad. De Gaulle, que el 14 de noviembre había sido elegido por unanimidad jefe del gobierno francés, dimitió irrevocablemente, por sus diferencias con las izquierdas, sobre todo con los comunistas. Un sevillano admirador de Churchill le envió a éste un cigarro puro de ochenta centímetros y Churchill le contestó de su puño y letra agradeciéndole el detalle y añadiendo: "La vida es humo". Arturito Pomar, el niño prodigio del ajedrez español, ganó un torneo en Londres y a su regreso fue recibido en el aeropuerto de Barajas por una enorme multitud. Un hermano de Hitler pidió permiso a las autoridades para que le dejaran cambiar el apellido por el de Hiller. Algunos periódicos afirmaban que se trataba de un hermanastro. Todos los médicos de Gerona estaban contentos porque se había establecido en Barcelona un depósito de penicilina. Grandes bandadas de estorninos ocasionaron graves destrozos en los olivares de Murcia. Se buscaba petróleo por todo el territorio español. Las máquinas perforadoras eran norteamericanas y los técnicos, en su gran mayoría también. Al camarada Montaraz la noticia le entusiasmó. "A ver si tenemos suerte de una puñetera vez!". De momento, pero, lo que cayó sobre territorio español, al término de muchos meses de sequía, fue una gran nevada.

Gerona bajo la nieve. Cambió por completo el aspecto de la ciudad. La metamorfosis fue total. Lo que antes era un farol ahora era un cucurucho. El campanario de la catedral se colocó un sombrero y el de San Félix una capucha. Las locomotoras se tineron de blanco y las ratas se guarecieron en las alcantarillas. La Dehesa fue la eclosión. Paisaje inmaculado, con los árboles hieráticos y silenciosos. Sí, un gran silencio se apoderó de la ciudad, hasta que los niños empezaron a salir y a esculpir monigotes con un gorro y una pipa. Eloy y el Niño de Jaén se encontraron en la Rambla e intentaron reproducir el perfil del señor obispo. No les salió y entonces la emprendieron a puñados contra los soportales. En el cementerio se produjo el milagro de la igualdad. Todos los panteones aparecieron iguales y las fotografías de los nichos daban la impresión de tiritar de frío.

Frío. Ésta fue la nota dominante en muchos hogares. El gas, el carbón, el serrín, la leña, todo servía para calentarse. El panorama más glorioso lo ofrecía la montaña de Montjuich, que desde el llano parecía haber crecido. Panorama glorioso pero triste, puesto que sus pobladores, los gitanos, no tenían más refugio que chabolas. Fue la ocasión para que el flamante alcalde, José Luis, diera la primera campanada. En compañía de varios funcionarios municipales subió a Montjuich y trasladó los gitanos a unas viviendas protegidas, cercanas al barrio de San Narciso, que iban a estrenarse próximamente. Los gitanos le aplaudieron y le leyeron a gritos la buenaventura. En cambio, los vecinos se quejaron. "Virgen Santa! Ya no habrá quien los mueva de aquí". "Harán lo que yo les ordene", replicó José Luis, quien por dentro pensaba: "Y por qué habrán de moverse?". Ángel salió disparado a sacar fotografías y Cefe y Félix Reyes a pintar acuarelas. En el asilo de los ancianos éstos se acurrucaban y esperaban la llegada de la Voz de Alerta. Pero la Voz de Alerta ya no tenía poder. El camarada Montaraz, junto con las damas del ropero parroquial, repartió un buen lote de mantas y desempeñó del Monte de Piedad las ropas pignoradas. Manolo salió a la calle con un abrigo y bufanda de calidad y le gustó ver que las botas dejaban en el asfalto sus propias huellas.

Mejor aquello que una inundación. Las inundaciones eran la gran amenaza de Gerona y se hablaba de una presa o embalse que acaso se construyera en Susqueda y que evitaría el gran desastre. El camarada Montaraz llevaba un año ocupándose de este asunto, sin conseguir nada positivo. Existían las prioridades… Gerona, al noreste de la península, estaba un poco dejada de la mano de Dios y por ello habían sido enviados a la ciudad tantos "depurados", como si Gerona fuera un destierro, fueran las Hurdes.

A las veinticuatro horas los tejados empezaron a llorar y las aceras y bordillos a convertirse en barro. Todo el mundo sacó sus palas y sus escobas y los camiones municipales iniciaron su labor de limpieza. Mosén Alberto publicó una "Alabanza al Creador" en la que comparó la nieve con la pureza de las almas. Fue un desliz por su parte, puesto que la pureza se había convertido muy pronto en lodazal.

Tres días después, apenas si quedaban restos de nieve en la ciudad y llegó la tramontana. El viento frío procedente del Norte, de Francia, que en el campo inclinaba los cañaverales y los árboles y que en Gerona se llevaba los sombreros, algunos de los cuales iban a parar al río Oñar. El frío fue intensísimo y se evidenció la falta de cristales en algunos edificios, incluidas las escuelas. El cielo de enero apareció azul, sin una mancha, sin una nube y los serenos por la noche pudieron hablar de las estrellas.

El comisario de policía, Isidro Moreno, comentó: "Son noches ideales para los contrabandistas". Las monjas adoratrices rezaban para que no se cayera ninguna cornisa. Los locos en el manicomio bailaban en el patio como al impulso de una fuerza secreta. En los cines la gente se apiñaba para ver Siguiendo mi camino, El sargento York y Compañeros de mi vida.

Pero el gran acontecimiento del mes fue la detención, en Madrid, de Cristino García y nueve compañeros. Cristino García era el maquis más buscado del país. Líder dé la Resistencia francesa, donde alcanzó el grado de comandante, gozaba de un gran prestigio en la nación vecina. Al conocerse que iba a ser sometido, junto con sus compañeros, a juicio sumarísimo -ley de Bandidaje y Terrorismo-, se desencadenó en toda la prensa occidental una intensa campaña contra el régimen español. Franco no hizo marcha atrás. Se celebró el juicio y Cristino García y sus cómplices, acusados de un sinnúmero de sabotajes, fueron ejecutados. La respuesta de París no se hizo esperar y fue cerrada a cal y canto la frontera francesa, al tiempo que se hacía pública una declaración tripartita -Francia, Inglaterra y los Estados Unidos- condenando el totalitarismo imperante en España.

El general Sánchez Bravo comentó:

– Estamos aislados…

Doña Cecilia le preguntó:

– Y por qué ese asesino se llamaba Cristiano?

– Se llamaba Cristino, mujer, se llamaba Cristino,


* * *

Don Juan de Borbón residía ya en Portugal, en Estoril, adonde llegó el 2 de febrero y por donde vagaba como un fantasma el ex cónsul Paúl Günther. Don Juan se mantuvo a la espera de los acontecimientos. Lanzó otro manifiesto proponiendo la solución monárquica. La situación en España era comprometida y en Nuremberg se reclamaba incluso, para ser sometidos a juicio, la presencia de los generales Muñoz Grandes y Esteban-Infantes, que habían mandado la División Azul. El fusilamiento de Cristino García fue el trampolín para que algunos políticos occidentales declarasen una vez más que "España era un peligro para la paz" y que Franco "había situado un millón de hombres a lo largo de los Pirineos". Otros políticos, en cambio, entre ellos mister Bevin, de Gran Bretaña, declaraban que el mayor peligro para la paz de Europa y del mundo era el comunismo y al mismo tiempo mister Churchill hablaba por primera vez del "telón de acero".

Millares de firmas de adhesión llegaron a Estoril, enviadas por los monárquicos a ultranza. Don Anselmo Ichaso no lo dudó un instante y la Voz de Alerta y Carlota tampoco. En cambio, María Fernanda no se atrevió a sumarse a la lista porque su marido, el camarada Montaraz, se lo prohibió.

En Madrid se produjo una enorme conmoción. Sin embargo, Franco fue fiel a su temperamento. No se inmutó. Sus palabras fueron lapidarias y constituyeron una respuesta a todas las especulaciones posibles: "El Régimen ha llegado por la fuerza de las bayonetas y no se irá como no sea derrotado por las mismas armas, sin hueco para plebiscitos ni monsergas".

Загрузка...