VERANO CALIENTE. Churchill pronunció un discurso en los Comunes. "No olvidaré nunca el inmenso servicio que España nos prestó cuando nuestro desembarco en África". "No siento ninguna simpatía por los que consideran inteligente y divertido injuriar al gobierno español cada vez que se presenta la ocasión". "Ya que digo hoy, aquí, palabras amables de cara a España, dejadme añadir que ella será un poderoso factor de paz en el Mediterráneo después de la guerra. Los problemas de política interior no interesan más que a los españoles. No nos concierne inmiscuirnos en sus asuntos".
Por su parte, Roosevelt fue la otra cara de la medalla. Arremetió contra el Estado franquista. "Nuestra victoria sobre Alemania acarreará la exterminación de la ideología nazi y otras similares. No hay lugar en las Naciones Unidas para un gobierno fundado en los principios fascistas. El régimen español actual se ha identificado en el pasado con nuestros enemigos".
Nadie, ni siquiera Julio García, comprendió tan dispar versión de las posibles responsabilidades. Precisamente acababa de recibir una carta de Matías en la que éste le decía que sí, que posiblemente en un futuro no muy lejano volverían a verse. Era la primera vez en mucho tiempo que Julio García se puso nervioso. Por suerte, Amparo le pidió, oportunamente, que la llevara otra vez a las cataratas del Niágara.
Se acercaba la fecha en que los "amotinados" anti-Hitler debían pasar a la acción. Se convenció al conde Stauffenberg de que no era necesario que actuara de kamikaze, puesto que su vida sería necesaria después de la muerte de Hitler. El plan preveía que una sola bomba matara también a Goering y a Himmler, pero ello era difícil, porque no siempre los dos hombres eran llamados simultáneamente.
El conde Stauffenberg consiguió un destino muy cercano a Hitler para poder llevar a cabo su plan. Pero, entretanto, el coche que llevaba en el frente a Rommel, hacia la Roche-Guyon, sufrió un accidente. El conductor, Daniels, murió y Rommel yació a veinte pasos, sin sentido, con una doble herida en el cráneo. Recobró el conocimiento en el hospital de Bernay, donde los médicos no respondieron de su vida.
Y llegó el 20 de julio, día elegido para el atentado. Stauffenberg llevaba bajo su único brazo un maletín conteniendo una bomba. Un duplicado -para qué?- había quedado en el coche. Asistió a una reunión presidida por Hitler y suavemente posó el maletín en dirección a él. La bomba tardaría diez minutos en estallar. Stauffenberg salió de la habitación, poco después oyó el estruendo y salió disparado a comunicar que Hitler había muerto. Todos los conjurados iban oyendo esta versión y muchos la daban por segura. Y empezaron la operación para rendir las fuerzas a los aliados y evitar a Alemania más derramamiento de sangre. El estruendo de la bomba era comparable al de un obús del 150. Vieron llamas y oyeron gritos de dolor. Por eso Stauffenberg creyó que la operación había sido un éxito. Pronto se supo que Hitler había salido con heridas leves y que sólo habían muerto cuatro de sus ayudantes. Poco después Hitler, sereno, recibió a Mussolini y le dijo: "Duce, acaban de hacer estallar una máquina infernal contra mí. La providencia me ha protegido una vez más".
La cólera contenida estalló por la tarde, a la hora del té. Hitler prometió los más espantosos castigos para los traidores, para sus familias, para su clase social…
Al conocerse que había sido un fracaso varios de los implicados se suicidaron. Otros quisieron llevar adelante la rendición ante los aliados, aprovechando que eran dueños del Ministerio de la Guerra. Pero el proyecto no cuajó. En cambio, pronto empezaron a hacerse sentir las represalias. Hitler juró extinguir el nombre de Stauffenberg, y los puros nazis juraron aniquilar totalmente a la aristocracia. Algunos detenidos, como el general Sponek, condenado por desobediencia pero cuya pena Hitler había conmutado, fueron asesinados en la prisión.
Sorprendentemente, Hitler y los aliados compitieron en presentar el 20 de julio como un episodio de significación secundaria. El Führer, cuando habló por radio, hacia medianoche, para contar el atentado que hacía de él el protegido de la providencia, subrayó que los conspiradores "eran una camarilla muy pequeña, una camarilla muy reducida" de oficiales criminales y estúpidos que perseguían sórdidas ambiciones personales. Churchill, aunque conocía de manera muy particular los antecedentes de la conspiración, se limitó a declarar que el atentado contra "el viejo bastardo" probaba simplemente que el Estado Mayor alemán reconocía que la guerra estaba perdida.
No obstante, pronto se supo que Hitler no había salido indemne del atentado. La bomba de Stauffenberg había hecho de él un andrajo humano. Violentos dolores de estómago -al igual que Mussolini- y de intestino hicieron sospechar a su séquito que había sido víctima de un envenenamiento. A veces perdía la voz. A veces la recobraba. El temblor de su cuerpo sacudía violentamente la mesa en que estaba sentado. La espuma le salía de los labios. El general Choltitz, al que Hitler llamó para encargarle de la defensa de París, declaró: "He tenido la impresión de estar en presencia de un loco".
La guerra se aceleraba en dirección a París. "Es difícil dar informes sobre el enemigo, porque no se ve enemigo por ninguna parte". La población francesa rebosaba de júbilo al sentirse liberada y muchos soldados de intendencia se reían abiertamente felices "porque la guerra había terminado".
El 15 de agosto, millares de paracaidistas americanos e ingleses llovieron en la región de Provenza, al tiempo que desembarcaban tres divisiones americanas. Tales tropas habían sido traídas del antiguo frente de Italia, y entre ellas había muchos franceses, los cuales, al pisar su tierra, vibraban sentimentalmente.
Pisando los talones a los alemanes que se retiraban, todo el sudoeste y el centro de Francia se liberaron espontáneamente. Se trataba de una treintena de departamentos. Las autoridades insurreccionales, constituidas en maquis, salían tumultuosamente de la clandestinidad. Las influencias comunistas o anarquizantes prevalecían en varias provincias, y la operación iba acompañada en todas partes de una toma revolucionaría del poder. Una catástrofe. El número de individuos ejecutados sumariamente jamás podría establecerse. Se cometieron crímenes abominables, sin más justificación que los que cometió la Gestapo.
El general Dietrich von Choltitz tomó posesión de su cargo en París, instalándose en el hotel Meurice. De momento la ciudad estaba tranquila. Las fábricas trabajaban, llegaban algunos trenes, se repartía un poco de correo. Las salas de espectáculos estaban abiertas, los niños jugaban en los parques, los bordes del Sena estaban repletos de una multitud que mantenía la ilusión de una playa.
Los "colaboracionistas" se fueron. Su despedida fue: "Volveremos. Hemos inventado armas terribles. Sépanlo ustedes. El corazón sangra cuando se sabe lo que van a hacer de Francia. En Navidad, lo más tardar, estaremos de vuelta".
Los comunistas, por su parte, soñaban con reivindicar para sí la liberación de París y se levantaban aquí y allá, con la intención de conquistar el poder antes que nadie. De pronto, empezaron las huelgas y los guardias municipales desaparecieron de las calles. El futuro estaba en el aire. De tanta lucha clandestina, de tanto heroísmo y sacrificio, saldría un sistema comunista o una democracia liberal? Todo dependía de lo que sucediera en París.
El general Choltitz estaba decidido, en lo que de él dependiera, a salvar París de la destrucción, como se había salvado Roma. La orden que recibió firmada por Hitler no dejaba lugar a dudas: "París debe ser transformado en un campo de ruinas. El general jefe debe defenderlo hasta el último hombre y sepultarse en las ruinas". El general Choltitz contestó: "He hecho depositar tres toneladas de explosivos en Nótre Dame, dos toneladas en el Louvre, una en los Inválidos y voy a hacer saltar la torre Eiffel para que sus restos obstruyan el Sena".
El general Choltitz salvó París. No apretó un solo botón para que saltara una bomba. Para liberar la capital había sido elegido el general Leclerc, quien entró en ella el 25 de agosto. Pero estaba también De Gaulle. La Resistencia contaba con recibirle con la ciudad liberada y llevarlo al ayuntamiento para que proclamara en su nombre la República Social. Pero De Gaulle era arrogante y se identificó con el Estado francés. Así que, en una obra maestra de psicología, lo que hizo fue pasar por los Campos Elíseos hacia el Arco de Triunfo, en medio del delirio de la multitud que lo aclamaba.
En el coche de Leclerc iban varios españoles. El general había situado su lugar de mando en la estación de Montparnasse. Largas columnas de prisioneros alemanes marchaban por las calles en medio de un pueblo que, al verles, pasaba dd júbilo al furor. Los crímenes que cabía esperar de una muchedumbre agitada por los extremistas se produjeron al día siguiente de la liberación de la capital. Jornada revolucionaria. Otra vez crímenes abominables. José Alvear, que llevaba decenas de kilómetros actuando con un grupo de su confianza, se resarció de su largo descanso y de su derrota al penetrar en el Pirineo español.
La jugada de los comunistas consistía en hacer creer que formaron desde tiempo una quinta columna organizada. De Gaulle entorpeció sus planes. Y lo evidente fue que se debió al viejo general Choltitz que el París histórico se salvara de la destrucción total.
Carta de París, sin fecha.
Querida familia:
Aquí estoy, otra vez en París, aunque dispuesto a bajar nuevamente hacia el Sur, porque Nati me dice que aM tendremos mucho trabajo. La torre Eiffel ha cambiado de amo y el nuevo propietario ha instalado en lo alto un observatorio aéreo. Seguro que lo que quieren es hacer un estudio sobre los pájaros y sobre las mariposas. Los comunistas querían ocuparlo todo, pero se les ha dicho que nanay. Ese De Gaulle es un fenómeno. Con esa nariz que no se acaba nunca lo huele todo a distancia y ha dicho a Maurice Thorez, el esclavo de Moscú, que se esté quietecito o que juegue a los bolos.
Me he hinchado de volar juguetes bélicos pertenecientes a Hitler. Pero ni siquiera llevo arma, palabra. Os doy esta información para que no creáis que soy un Gorki cualquiera. El pobre! Nadie sabe dónde está enterrado. Y el que continúa vivo, aunque ya está enterrado, es Antonio Casal. Ahora lleva un algodón en cada oreja para no oír los estruendos. Y su mujer ha parido otro crío. Quiere que se llame Campos Elíseos o algo así.
Precisamente es Antonio Casal quien me ha dicho que Gil Robles, Madariaga, Ossorio y Gallardo y Araqtástain han hecho manifestaciones en el sentido de que la suerte de España está ligada a la del Eje. Menudo descubrimiento! Pero no importa. Franco, según dice Nati, tiene enormes propiedades el Brasil y podrá gozar de una vejez tranquila y sin tanta guacia mora.
Qué sabéis de Julio, de David y Olga, del Responsable? Aquí estoy más solo que la una, desconectado de los altos jefazos. Lástima que la pastelera Mady no quiera ni verme, porque, como todos los franceses, paso hambre y si ella me hiciera caso podría comer de bóbilis, bóbilis. Pero, en fin, me zampo mucho champán, como al entrar en los pueblos hacía aquel loco que se llamaba Porvenir.
Tío Matías, qué tal la prima Paz? Todavía anda con el micrófono y las maracas? Debe ser todo un espectáculo. Bueno, a ver si al final liquidamos a los rusos y esto se queda como una balsa de aceite hasta Gibraltar.
Vuestro como siempre y Viva la Revolución Universal.
JOSÉ ALVEAR
El 11 de septiembre se produjo un acontecimiento grandioso. Una patrulla aliada de reconocimiento cruzó la frontera alemana cerca de la aldea luxemburguesa de Stolzenburg. Invasión de Alemania, noventa y seis días después del desembarco en Norman día. Se esperaba que fueran los rusos los primeros en pisar suelo alemán, pero sólo rozaron la Prusia oriental.
Sin embargo, el ejército aliado se encontraba con dificultades, sobre todo por falta de gasolina y pese a haber tomado intacto el puerto de Amberes. A más de esto, los alemanes parecían haber rejuvenecido, desde que se enteraron de los planes aliados una vez concluida la guerra. Toda la industria alemana sería destruida! Todas las fábricas serían arrasadas! Alemania sería convertida en un país agrícola, de carácter pastoril! Este plan proporcionó a los alemanes una razón para morir con las armas en la mano.
El fracaso aliado en la zona de Arnhem, considerada esencial, abrió un otoño negro para los aliados, cuyos bombardeos afectaban más a las ciudades de arte que a la industria. Hitler movilizó a todos los hombres de los 18 a los 60 años. Además, las V-II empezaban a mostrarse terroríficas. Su radio de muerte y de devastación sobrepasaba en mucho a las V-I. El pánico invadió Inglaterra, que estaba herida y cansada y que no entreveía el final de una prueba que acababa de cumplir los cinco años.
En Francia la situación era preocupante, como se colegía de la carta de José Alvear, porque a los aliados les faltaban víveres, ropa y, como siempre, combustible. Por lo demás, y a pesar del inmenso prestigio de De Gaulle, la autoridad del Estado se restablecía penosamente en un país asolado y dislocado. De Gaulle, efectivamente, disolvió las "milicias patrióticas", con lo que despojó a los comunistas de su ejército de guerra civil. Gesto temerario. Por fortuna, Maurice Thorez, el jefe comunista, regresado a Francia y amnistiado por su deserción de 1939, dio órdenes de obedecer.
En Italia la situación era más dramática aún. Miseria indecible y desmoralización sin límites. Se decía que, salvo el Papa, todo el mundo se vendía a quien más ofrecía. La prostitución, el mercado negro, todas las formas del robo no lograban saciar el hambre italiana. Los quince millones de italianos que aún vivían bajo la autoridad nominal de Mussolini conocían el horror de los bombardeos y del terror nazi. En el resto del país, todavía no se dibujaban las instituciones que habían de reemplazar al fascismo y en el vacío los comunistas tomaban posesión de ciudades y pueblos.
En este momento, Rusia irrumpió por su parte en Alemania en el frente del Este, pero esta ofensiva se caracterizaba por una violencia sin precedentes, por atrocidades, violaciones, saqueos y asesinatos de civiles alemanes y de prisioneros franceses, que daban a los alemanes una nueva razón de batirse hasta la muerte. El 2 de septiembre, el mariscal Erwin von Vitzleben, condenado a muerte por el tribunal del pueblo, fue colgado por la garganta en un gancho de carnicero. El 14 de octubre, el mariscal Rommel, convaleciente en su casa de Herrlingen, vio llegar a los generales Burgdorf y Maisel, quienes le ofrecieron elegir entre el tribunal del pueblo o el suicidio. Rommel eligió el suicidio, absorbiendo el veneno que le habían llevado los emisarios de Hitler y bajó a la tumba con exequias nacionales, un telegrama del Führer y un discurso fúnebre del mariscal Von Rundstedt, engañado o comparsa.
En Norteamérica se celebraron elecciones presidenciales, y la camarilla de la Casa Blanca se las arregló para maquillar a Roo sevelt de forma que no se viera que estaba tocado por la muerte. Incluso su médico, Mclntire, redujo la jornada de trabajo del presidente a cuatro horas al día y cometió la indignidad de comunicar al país que Roosevelt estaba en plena forma. Roosevelt salió reelegido, y nombró vicepresidente a un oscuro senador de Missouri, llamado Harry Truman.
Tales acontecimientos repercutieron en el ánimo de los gerun denses. Los hermanos Costa, la Torre de Babel y Padrosa dejaron a sus mujeres en casa y se fueron a comer ancas de rana en el restaurante de la Barca. Manolo y Esther brindaron con champán.
El cónsul norteamericano, mister Stern y el cónsul inglés, mister Collins, no se movían de la cafetería España, donde Rogelio les servía de mala gana media combinación de gin-fizz o una ginebra compuesta. El padre Jaraiz y mosén Falcó estaban hundidos. Llevaban sus emblemas en la sotana, pero suponían que un día u otro tendrían que arrancárselos. Según las ideas o el talante, cada perro se encerraba en su guarida o salía de ella moviendo la cola.
El gobernador era quien mejor encajaba esos golpes, pensando en la capacidad maniobrera de Franco y en las palabras de Chur chill: "Los problemas de la política interior no interesan más que a los españoles. No nos concierne inmiscuirnos en sus asuntos". El gobernador quería agarrarse a un clavo ardiente, pese a que María Fernanda le objetaba que Churchill podía muy bien desdecirse y clavarles la puñalada trapera. María Fernanda estaba contenta porque se había enterado de que don Juan de Borbón había abandonado la dramática Italia y se había instalado en la neutral Suiza, concretamente en Lausanne, donde repetía el mismo sonsonete: con la restauración de la monarquía España no tendría problema alguno. No darse cuenta de ello presuponía una ceguera de la que, teóricamente, había precedentes.
– Anda, déjame en paz con tu don Juan, que al parecer las enamora a todas, porque Carlota y Charo piensan lo mismo que tú. Si Franco dejara el timón, y puesto que don Juan, a mi entender, carece del apoyo popular, los que se llevarían el gato al agua serían Roosevelt y su camarilla de la Casa Blanca…
También estaba preocupado Mateo. Las palabras de Núñez Maza se le habían grabado en la mente. Había momentos en que dichas palabras socavaban su fe; en otros, el camarada Montaraz levantaba su moral y los dos se miraban complacidos la camisa azul. Había algún problema minúsculo que resolver, puesto que la vida no se detenía: la burocracia cotidiana, los relevos de cada día. Muerto el profesor Civil, era preciso nombrarle un sustituto en Auxilio Social. El gobernador se decidió por el jefe local del Movimiento en Bañólas, Faustino Vilardell, quien estaba casado con una mujer también bañolense y tenía una hija sordomuda, de diez años de edad. Hombre acostumbrado a bregar, a luchar contracorriente, había aprendido los signos inventados por fray Ponce de León para dialogar con su hija. Al enterarse de que en Gerona había cuatro sordomudos más no dudó un instante en aceptar el nuevo cargo y se trasladó con su casa a cuestas. El padre Forteza pensó para sí: "Voy a aprenderme el código de señales". Llamó a Faustino Vilardell y le hizo partícipe de su propósito. Faustino se emocionó. "Se lo agradezco mucho, padre. Eso hará que nuestra hija, que se llama Mercedes, se sienta menos sola".
Mateo no tenía más remedio que disimular. Todo el mundo estaba pendiente de su aspecto y de sus mínimas declaraciones. "Tiene mala cara". "Qué va! Le veo más seguro que nunca". "Tal vez sepa algo que nosotros ignoramos…" Ese algo era Pilar. Pilar le decía: "Estoy a tu lado, Mateo. Pase lo que pase". Mateo recompensaba a su mujer con un beso emocionado. Sólo Teresa, la sirvienta, había advertido que Mateo al entrar en su despacho a veces suspiraba hondo, como si no pudiera soporta: un minuto más la carga que llevaba encima.
Él y el camarada Montaraz estaban más que nunca al frente de Amanecer y de la emisora de radio. Pero resultó que las consignas que llegaban de Madrid eran contradictorias. Por un lado, los NO-DO habían cambiado su imagen. Hitler iba desapareciendo de ellos y empezaba a aparecer Churchill con la V de la victoria. Asimismo, el delegado nacional de Prensa, Juan Aparicio, había llamado por teléfono a Mateo diciéndole que destacara en primera página de Amanecer las victorias norteamericanas en el Pacífico, especialmente la toma de Saipan, donde habían muerto todos los japoneses y los pocos que sobrevivieron se habían hecho el harakiri. Contrastando con todo ello, y puesto que las Fiestas de la Vendimia de Cádiz habían sido ofrecidas a Inglaterra, le ordenaba a Mateo que "no destacara dicha oferta y, sobre todo, que se abstuviera de citar a Shakespeare o a algún otro personaje inglés".
Ángel se puso de parte de su madre, María Fernanda. "Digas lo que digas, papá, la cosa está al borde de la hecatombe y no sé lo que va a ocurrir. Ya sabéis que no tengo la menor confianza en el pueblo español y que yo no quería regresar del exilio. Aquí estamos, expuestos a cualquier cosa. Claro que don Juan, en efecto, con su autoridad moral en Inglaterra podría ser la solución".
Su padre se ponía furioso y entonces Ángel, con su clásica sangre fría dejaba que se desahogase y luego se iba al estudio-ático que tenía cerca de la Dehesa, teñida de oro por el otoño, o telefoneaba a Adela diciéndole: "Puedo pasar un momento o hay moros en la costa?". Casi nunca había moros, de forma que el muchacho aceleraba el paso como anteriormente lo había hecho Ignacio.
Por fortuna, ocurrió algo que supuso una inyección salvadora para los camaradas Montaraz y Mateo: concentración de 3 500 ex combatientes en Guadalajara y de otras tantas militantes de la Sección Femenina en El Escorial. Los dos primeros partieron como flechas al lugar indicado -Marta y sus acompañantes se marcharon por su cuenta-, conduciendo Miguel Rosselló, quien había llegado a la conclusión, y así lo había declarado, que la forma de los nuevos coches norteamericanos superaba en belleza a la Venus de Milo y a la Victoria de Samotracia.
En Guadalajara, al encontrarse juntos, cantando los mismos himnos, los 3 500 ex combatientes -Mateo calculó que llegaban a los 4000-, una oleada de optimismo les invadió a todos y por unas horas abandonaron sus dudas y desencantos. "Por qué nos hemos quedado en tres mil quinientos o en cuatro mil? -se quejaba el gobernador-. Deberíamos ser cien mil, o doscientos mil! Eso hubiera sido una auténtica demostración de fuerza". "Para qué? -comentaba Mateo-. Todo el mundo sabe que cada uno de nosotros representa a veinticinco o a cincuenta".
Arrese, secretario general de la Falange, pronunció un discurso en el que habló de la perennidad de la Falange, preparada como siempre para lo que pudiera ocurrir. Pero el amo de la concentración fue el ministro de Trabajo, camarada Girón. "Desde mi puesto de mando os doy mi palabra de que no nos desviaremos un ápice de la ruta que nos hemos trazado. Estamos en la vanguardia del mundo en cuanto a las conquistas de los productores y esto es sólo el comienzo. Junto con Portugal, seremos el ejemplo para los demás países, que al término de la guerra nos querrán imitar".
Girón era un gigante. Causaba, en efecto, una tremenda impresión de vigor y robustez. Gracias al camarada Montaraz, Mateo pudo saludarle un momento y al estrecharle la mano sintió como si una savia renovadora actuara sobre sus circuitos de energía, como los llamaba Moncho.
– Y la guerra?
– Confianza! Todavía no se ha dicho la última palabra… Y si al final nos resulta adversa, nosotros continuaremos en nuestro puesto, fieles al Caudillo y en lo alto las estrellas.
Aquél era el lenguaje que Mateo echaba de menos.
– Qué debernos hacer -preguntó Mateo-, en nuestras respectivas áreas de actividad?
– En vuestra rica Gerona, que os prometo que visitaré, distraer a la gente y darle noticias agradables… La gente no quiere discursos, sino pequeñas alegrías. Y no hacerse mala sangre con las murmuraciones y los chistes alusivos. Ahora mismo, con esa canción de La casita de papel se alude a las Viviendas Protegidas.
Pues bien. Que canten, que canten! Las casitas, que no son de papel, seguirán en pie.
No dio tiempo para más. A Girón lo 'reclamaba todo el mundo. Se dieron un abrazo y el camarada Montaraz y Mateo se quedaron unos minutos extasiados viendo aquel mar de camisas azules. Ciertamente, era un mar. Con muchos ex divisionarios y muchos mutilados. Había acudido por cuenta propia el delegado de Sindicatos, Jesús Revilla, con su ojo de cristal. Nadie se dio cuenta. Faltaban piernas y brazos. Nadie se daba cuenta. Cada pieza era completa en sí misma. Las cámaras de cine filmaban aquello. Seguro que sacarían una copia para el NO-DO… y otra copia para Roose velt. Para que Roosevelt viera la verdad de España y en lo alto las estrellas.
Antes del regreso se enteraron de que se iba a constituir la Guardia de Franco. Un cuerpo de élite, formado por los más leales. La selección sería difícil. Una guardia pretoriana que, llegado el caso, defendería a aquel que, una vez más, se aprestaba a salvar a España de la saña de sus enemigos.
Llegados a Gerona, los camaradas Montaraz y Mateo abrazaron a sus mujeres. "No podéis imaginaros! Ha sido colosal!". Mateo hizo revelar una fotografía en la que se le veía abrazado a Girón. La enmarcó y la puso debajo del pájaro disecado.
Luego, manos a la obra. Pocos discursos, pequeñas alegrías y buenas noticias. Buenas noticias? Había muchas. El Atlético de Bilbao se había proclamado campeón de la Copa del Generalísimo, lo que alegró mucho a Carmen Elgazu. En Arganda del Rey se inauguró una emisora gigante, con potencia para ser oída incluso desde Rusia. En Torrelavega, puesta en marcha de una gran fábrica de fibras textiles, que produciría diez mil kilos diarios de fibra artificial. Un doctor escasamente conocido, llamado Cabrera Díaz, había donado al Instituto Nacional de Entomología su colección de medio millón de insectos himenópteros, "única en el mundo". Se había constituido la Federación Colombófila Española. En el café Nacional, Grote comentó: "A lo mejor con las palomas podemos mandar los puntos de Falange a los frentes de combate". Saltó al mercado una nueva marca de cigarrillos, Tritón, seudorrubios, que hizo las delicias de los fumadores no habituados al hierbajo-picadura servido por la Tabacalera. Por si fuera poco, Franco declaró que se estaba intensificando el cultivo del tabaco en toda España con el propósito de conseguir la total autarquía en este ramo. Etcétera. Por desgracia, en Córdoba no pudieron gozar en exceso de tales noticias porque habían alcanzado los 66 grados al sol y los 46 a la sombra.
En los cines habían llegado las primeras películas en color!: Agfacolor. Los títulos eran sabrosos: Las cuatro plumas, las películas exóticas de Sabú y las de dibujos animados de Walt Disney: el pato Dónala, el perro Pinto, Dumbo, el ratón Mickey, Bam bi, etc. Eloy descubrió que en el mundo existía algo más que el fútbol: el cine en color, los dibujos animados. Félix Reyes le diseñó y pintó unas cuantas travesuras del ratón Mickey y Eloy los clavó con chinchetas en su cuarto, en la pared, al lado de una Virgen de Begoña, iluminada y fosforescente, que le había regalado Carmen Elgazu. Eloy se aficionó también a ciertos tebeos. Casi tanto como la gente mayor, como, por ejemplo, los productores de los hermanos Costa, los funcionarios, los jubilados, que tomaban el sol y reencontraban su niñez. A Eloy le gustaba mucho Flechas y Pelayos, dirigido patrióticamente por fray Justo Pérez de Urbel.
Claro que, tocante a las lecturas, definitivamente se llevaba la palma El Coyote, de Mallorquí Figuerola, novelas que tenían mucho mérito dado que el autor desconocía por completo los países por los que su héroe andaba. Se guiaba por otras lecturas y por la intuición, hasta conseguir un ambiente de autenticidad. Pilar las leía a veces, cuando quería relajarse y el pequeño César la dejaba en paz. Mateo alguna vez la sorprendía, se enfurruñaba pero no decía nada. También él, a escondidas, leía El capital, de Marx, texto impresionante aunque, a su entender, repleto de contradicciones.
En agosto había muerto de repente, de hemorragia cerebral, el conde de Jordana, ministro de Asuntos Exteriores, sucediéndole en el cargo José Félix de Lequerica, de tendencia aliadófila. "Es lo más conveniente en estos momentos", le dijo a Mateo el cama rada Montaraz. Quien no fallecía era Bernard Shaw, que cumplió los 88 años, autor que figuraba entre los preferidos de María Fernanda, de Esther y de Carlota. "Humor anglosajón -comentaban-. No hay quien pueda con él". ' La Voz de Alerta' protestaba. El humor español era universal, empezando por el Quijote y Que vedo y terminando en ' La Codorniz'. "Fijaos en este último número referido al estraperlo. Mihura escribe: "Niño, si no te portas bien te voy a dejar un millón menos!" Apareció en los escaparates y quioscos la revista semanal Hola. Arranque espectacular. Sus editores tuvieron la impresión de haber dado en el clavo. Los chismes de la alta sociedad y de los figurones del mundo del espectáculo encantaban a las mujeres. Charo, en su peluquería de señoras, compraba seis ejemplares de cada número y al cabo de tres días estaban arrugados. Si pudiera hablarse de "amoríos" ilegales! Pero ese tema sólo podía tocarse de refilón. De momento, lo que abundaban eran las cacerías, los vestidos de las vedettes y las fiestas por todo lo alto en las que participaba la nobleza. No sólo bodas, sino bautizos y comuniones. Ante la indignación del obispo, doctor Gregorio Lascasas y de mosén Alberto, los bautizos, comuniones y puestas de largo se habían convertido en escaparates de joyería. Las mujeres de clase media, y no digamos las de la calle de la Barca o de las barracas de Montjuich, se identificaban con las heroínas de aquellas fiestas.
Varias gitanas que destacaban en Madrid con sus cantes y bailes "flamencos" levantaban la moral de aquellos grupos inmigrantes marginados, empezando por el Niño de Jaén. "Vete a Madrid, hala! No te das cuenta? Dentro de tres meses, en el Teatro Real!". 'El Niño de Jaén' negaba con la cabeza. "Estoy bien aquí, de limpiabotas y comprándoles espejos a mi madre y a mis hermanas. En Madrid sería del montón". El patrón del Cocodrilo aplaudía. "El gitanillo tiene razón. Dejadle en paz".
Naturalmente, los camaradas Montaraz y Mateo no podían solucionar todos los problemas ni buscarles a todos válvulas de escape. La población vivía mal, se acercaba el invierno y la censura desde Madrid era drástica. Se prohibió una zarzuela titulada Gran Vía, porque la Gran Vía era ahora avenida José Antonio Primo de Rivera. También se censuró la película Pecadillo mortal, porque si era mortal no era pecadillo, sino pecado. Además, se prohibían fotografías de boxeadores y nadadores de torso desnudo -debían ponerse camiseta-, porque podían ser motivo de concupiscencia.
Matías a veces se indignaba con su yerno. "Pero, no te das cuenta? La vida va por un lado y vosotros por otro. Prohibís todo esto y en Barcelona, y aquí mismo, en casa de la Andaluza, por cinco pesetas se puede uno vaciar de lo que le sobra y por treinta pesetas llevarse a la cama a una odalisca". Mateo se defendía. "No soy el responsable de esto. Ahí pueden meter mano el obispo y mosén Falcó".
A Mateo lo que más le dolía era que se prostituyesen muchas mujeres de los hombres que habían ido a trabajar a Alemania. Algunas tenían hambre de hombre, otras se habían enterado de que sus maridos allí encontraban sin esfuerzo mujeres a su disposición. "Esto es una canallada, Matías. Y mira por dónde ahí no podemos meter baza!".
La guerra… Cuántas carambolas a tres bandas! Llegó a Gerona una especie de ambulancia de la Cruz Roja, mucho más grande de lo normal, "pidiendo sangre para los heridos anglosajones en el frente". En toda España habían salido donantes y en Gerona no podía ser distinto. Los pensamientos de Mateo eran confusos. Para los heridos anglosajones! Por un lado, deseaba que no se presentara nadie; por otro, era un acto humanitario y Gerona no podía quedarse atrás.
Fue una cola de personas de toda edad y condición la que se estacionó frente al coche de la Cruz Roja. Y ahí llegaron las sorpresas. Se tomaba la filiación y se hacía un rápido y previo análisis. La gente "a la que no se le admitía la sangre" se retiraba con aire preocupado; y esto fue lo que le ocurrió a Carmen Elga zu. Acudió junto a Matías con la mejor voluntad. Matías pudo arremangarse la camisa y dejarse pinchar; Carmen Elgazu no pasó la prueba. "Está usted bajísima de tensión. No es aconsejable". Carmen Elgazu se quedó de una pieza. Llevaba unos días sintiéndose fatigada, pero no le daba importancia. "El cambio de estación". "El otoño y esas cosas". Pero que su sangre no le fuera útil al prójimo casi la hizo llorar. Tuvieron que darle unas galletas y un café porque estaba en ayunas. Y al contemplar a Matías tendido en el camastro, mientras su sangre generosa iba fluyendo, le ganó una extraña sensación a la vez dulzona y de envidia.
La operación terminó y volvieron al piso de la Rambla. Carmen Elgazu se asió del brazo de Matías, porque sintió una especie de mareo. "No es nada, mujer. Son los nervios". De todos modos, era preciso que le hicieran un reconocimiento. Llamaron a Moncho, que desde hacía un mes había regresado de Panticosa. El resultado de los análisis fue tranquilizador. En efecto, Carmen Elgazu era hipotensa y, sobre todo, estaba descompensada. Le recetó unas grageas y Moncho dio el asunto por terminado. Pero Carmen Elgazu había hecho la promesa de una novena a santa Teresita del Niño Jesús para que no tuviera nada malo. Y Matías tuvo que acompañarla nueve días seguidos a la parroquia del Carmen y allá rezar el rosario y echar unas monedas al cepillo.
Al margen de esto, Mateo estaba contento. Y también el gobernador. Y también Marta, quien había regresado rebosante de El Escorial. Los gerundenses se portaron muy bien y cabía preguntarse: se hubieran comportado lo mismo de haberse pedido sangre para los heridos alemanes? Hubiera acudido Paz? Hubiera acudido Jaime, el librero, hubieran acudido Agustín Lago y Sebastián Estrada? Esto no podría saberse nunca. Pertenecía al secreto sumario de Dios.
La sangre saldría hacia el frente por avión, en bidones preparados al efecto. Y como siempre en estos casos, según Cacerola, pronto llegó la recompensa: penicilina de los Estados Unidos. Un buen lote, que salvó muchas vidas. Tantas, que la Voz de Alerta, en su calidad de alcalde, decidió poner el nombre de Fleming a una calle céntrica y eligió la calle del Norte, que no significaba nada.
Otra recompensa: la Compañía Telefónica instaló nuevos teléfonos públicos, que funcionaban introduciendo monedas por un valor de treinta céntimos. La gente se divertía entrando y saliendo de las cabinas y llamando innecesariamente a alguien. Pronto las cabinas se llenaron de publicidad y también de algún que otro "Muera Alemania".
La gente se distraía. Aquellas ferias y fiestas de San Narciso, a finales de octubre, habían de ser las más atrayentes que se hubieran celebrado jamás. El gobernador y la Voz de Alerta confeccionaron el programa. Sardanas: mañana y tarde, con abundancia de las compuestas por el maestro Quintana, injustamente olvidado durante cinco años. Toros: contrataron, y ya era contratar!, a Alvaro Domecq, Mario Cabré, Pepe Bienvenida y Manolete, Feria de ganado. Concurso de tiro al plato. El Club de Fútbol Barcelona, con la presencia de Pachín! Carrera de antorchas. Y el circo Imperial, con fieras salvajes que deberían de salir drogadas, lo que valdría una reclamación firmada por los componentes del Arca de Noé.