CAPÍTULO PRIMERO

MOSÉN ALBERTO fue uno de los primeros en darse cuenta de que estaban en guerra los cinco continentes. En una de sus "Alabanzas al Creador" trascribió la alocución del emperador del Japón a su pueblo: "Nos, Emperador del Japón por la gracia del Cielo, elevado al trono que pertenece a una dinastía ininterrumpida desde edades inmemoriales y eternas, hacemos saber a vosotros, nuestros leales y fieles súbditos, que declaramos la guerra a los Estados Unidos de América y al Imperio británico".

Nadie sabía nada del Japón, excepto el hermano del padre Forteza, misionero en Nagasaki. Los ciudadanos gerundenses habían oído hablar de las gheisas, de los samurai y de que la fórmula de suicidio más frecuente en el país era el harakiri. Cuál era su auténtico potencial, aparte los aproximadamente ochenta millones de súbditos? Disponían de una flota marítima capaz de afrontar el conflicto en el que se habían metido? Buenos guerreros sí lo eran. Con un estoicismo casi desesperante para los enemigos, que atávicamente solían ser China y Corea. Y jamás habían perdido una batalla, motivo por el cual cada jefe dinástico era considerado Dios. En algún momento crítico, y como si efectivamente el cielo bendijera sus acciones, los maremotos habían acudido en su ayuda. Otro dato a registrar: era de suponer que los generales que aconsejaron al emperador no eran tontos y que habían hecho sus cálculos matemáticos antes de lanzarse a la acción.

De los Estados Unidos se sabía mucho más, puesto que la civilización era más afín -templos cristianos en vez de pagodas-, y además estaba el cine. Quién más, quién menos, se había tragado un par de decenas de películas producidas en Hollywood. Y puesto que el sentido autocrítico de los americanos no podía discutirse, por regla general tales películas reflejaban la vida exacta de su inmenso territorio. Películas del Oeste, de la guerra de Secesión, seres capaces de lo mejor y de lo peor a condición de tener un vaso de whisky en la mano. También era de suponer que Roosevelt había hecho la señal de la cruz -o algún signo masónico-, antes de firmar su alianza con el Imperio británico.

Los gerundenses habían asistido al despliegue de declaraciones oficiales, empezando por la del gobernador, éste pendiente de ceder el mando a su sucesor, del que únicamente se sabía que se llamaba Jesús Montaraz y que procedía del Gobierno Civil de Albacete. El resumen era francamente satisfactorio para los militantes como Marta o Miguel Rosselló, o como el propio doctor Chaos, ferviente defensor de los Estados totalitarios. Alemania e Italia -ayudados ahora por el Japón, que cubría el flanco del Pacífico-, podían con todo lo que les echaran y más aún. Cierto que les caerían encima toneladas de plomo mortífero, ya que a partir de ese momento los aliados arrastrarían consigo no sólo a la Commonwealth, con sus inmensas colonias, sino, de rebote, a muchas naciones latinoamericanas. Sin embargo, el factor sorpresa era determinante. Y aquello había sido una sorpresa: pacto tripartito. Amanecer publicó: "Los tres generales con que Inglaterra contaba para derrotar el Eje: Invierno, Tiempo y Espacio, han sido batidos". Por supuesto, el invierno no había sido batido aún, pues el calendario señalaba el mes de diciembre; pero, por las trazas, las carreteras heladas servirían para que Hitler entrara más pronto todavía en Moscú. Así las cosas, era posible que la guerra fuera corta, como lo había sido hasta el momento y quedara resuelto de golpe el rompecabezas. Ahora bien, en el caso de que se alargara, por circunstancias de imposible previsión, nadie podía dudar de que las reservas del Eje eran también ingentes y que la moral del III Reich había alcanzado su climax.

Dos personas, en Gerona, se abstuvieron de manifestar públicamente su opinión. El doctor Andújar, quien siempre había dicho que "las guerras largas las ganaba quien dominaba el mar", y el general Sánchez Bravo. De hecho, se esperaba que éste, en su calidad de jefe castrense, dejase filtrar algún comentario: nada que hacer. Encerrado en su despacho, con un mapamundi lleno de banderitas, no cesaba de pasarse la mano por la mejilla derecha, al tiempo que le pedía a su asistente, a Nebulosa, que guardara silencio. El general era germanófilo por convicción y porque Franco también lo era. "Es evidente que en mis cálculos yo puedo fallar -le decía a su único interlocutor, su hijo, el capitán Sánchez Bravo-, pero el Caudillo no falla jamás". Y ahí estaba la postura de Franco ante la revolucionaria situación que los japoneses habían creado: España confirmó su posición de "no beligerante", que no era lo mismo que "neutral", dado que se hallaba en guerra con Rusia, en virtud del envío de la División Azul.

– Franco, con su habitual prudencia, no disimula sus simpatías por el Eje, pero no creo que lo haga de un modo oficial… Los Sánchez Bravo, en Gerona, debemos hacer lo mismo.

El capitán, que le había pedido a Nebulosa una copa de coñac, respondió:

– A mí me parece que el Caudillo se ha comprometido ya. Anteayer declaró, si no me equivoco, que Inglaterra había planteado mal la guerra y que, por tanto, la había perdido… Qué más quieres?

– No se trata de querer o no querer. Simplemente, estoy seguro de que a partir de ahora se guardará siempre una baza en la mano izquierda…

– Ah, la mano izquierda del Caudillo! Según tú, es infalible.

– En efecto. Algo que alegar?

– Sólo una cosa. La opinión de quienes afirman que en la guerra de España cometió errores garrafales, como el de bifurcar hacia Toledo cuando podía entrar en Madrid… Tú le crees un genio; pues bien, a mi entender, a lo largo de un siglo los genios son muy escasos. Tal vez Mussolini lo sea. Es… humano. No hay más que ver su estampa; Hitler, con todos los respetos, me pilla un poco más lejos. Y sabrás como yo que muchos de sus generales han emprendido con desgana la campaña contra Rusia, que significa emparedarse entre dos frentes…

El general se sulfuró. Siempre le ocurría lo mismo con su hijo. Un año antes, tuvo que arrestarle porque se había metido en negocios incompatibles con la milicia; ahora ponía en duda la genialidad de Franco y de Hitler. Arremetió contra la tesis de la bifurcación hacia Toledo, considerándolo "un acto humanitario hacia los defensores del Alcázar". Franco, en la guerra civil, creó de la nada un verdadero ejército, sin olvidar que al propio tiempo debía tener guardadas las espaldas en la retaguardia. "No me saques de mis casillas obligándome a alinear argumentos. Y quién te ha dicho que Hitler es inferior a Mussolini? Hasta el momento, los combatientes italianos no han hecho más que atascarse en todas partes. Lo de Grecia ya lo sabes; y ahora, habrá que ver su definitivo comportamiento en África… Cuántas veces preferiría que no fueras mi hijo, para poder pegarte un tremendo bofetón!".

El capitán Sánchez Bravo no dio su brazo a torcer.

– De una vez para siempre, dime si he de estar de acuerdo contigo en todo lo que piensas, o si soy mayorcito de edad y puedo ya cavilar por mi cuenta…

– Piensa lo que quieras, pero vete cuanto antes. Apestas a coñac.

El capitán se marchó, y poco después entró en el despacho doña Cecilia.

– Apuesto a que, como siempre, andabais a la greña…

– Qué quieres! Tu hijo es un zoquete, que ni siquiera sabe dónde está el Japón.

Doña Cecilia, que se estaba comiendo un bombón, comentó:

– A ver si por fin vemos a algún japonés por aquí! Aunque, según el doctor Chaos, visto uno, vistos todos…


* * *

El nuevo gobernador… Se llamaba, en efecto, Jesús Montaraz y acababa de cumplir los cincuenta años. Nacido en Albacete y casado con María Fernanda de Bustamante, de la buena sociedad madrileña. Tenían un único hijo, arquitecto, que se llamaba Ángel. Jesús y Ángel eran nombres que en cierto modo comprometían a la familia con el Nuevo Testamento; y sin embargo, los tres se mostraban más bien indiferentes en materia religiosa, aunque cada uno por motivos distintos.

Al camarada Montaraz le fastidiaba lo que empezaba a conocerse como nacional-catolicismo. Camisa vieja, antes de la guerra había conocido a José Antonio y a García Lorca, y ninguno de los dos le pidió nunca que se vendara los ojos y creyera en la Santísima Trinidad. Tampoco su padre, que tenía una tienda de muebles en Albacete, le empujó nunca en esa dirección. "Debería adorar al carpintero José -decía el hombre-, porque me paso el día tocando madera; pero no me dio por ahí. Me interesan más las pinturas rupestres que tenemos en la provincia, en Alpera y Minateda, que no el Apocalipsis".

El caso de María Fernanda era otro cantar. El camarada Montaraz la conoció casualmente en Madrid -ella decía siempre: soy del oso y el madroño, y a mucha honra-, y al estallar la guerra civil tuvieron que separarse. Él, con sus yugos y flechas se escondió en un doble armario del almacén de su padre, hasta que pudo pasarse a la España nacional; ella, junto con toda la familia Bustamante, logró huir gracias a la embajada de Chile y se instaló en Roma, cerca del Vaticano. Esta circunstancia, además de permitirle conocer a don Juan, heredero de la Corona, por lo que le penetró el gusanillo monárquico, decidió la trayectoria de su fe, rutinaria hasta entonces. Dios existía -y no era japonés-, y existía el alma trascendente; pero, el Vaticano! Lo tuvo demasiado cerca. Detrás de sus pétreas bambalinas, de sus entresijos -solía contar siempre-, había mucha soberbia, mucha ambición y muchos trapos que lavar, empezando por los de la Guardia Suiza del Papa, muchos de cuyos miembros eran sospechosos de homosexualidad. "Pronto las púrpuras me parecieron cualquier cosa menos sagradas, y Pío XII un ser inteligente y flemático, que de vez en cuanto simulaba caer en éxtasis".

María Fernanda, alta y elegante, que pronto había de habérselas con Carlota, alcaldesa y condesa de Rubí, entendía que la religión no pasaba, por Roma sino por Padua y Asís. "Aunque todo esto hay que matizarlo y no puede resumirse en cuatro palabras". Tocante a Ángel, el amado hijo, que con sus veintisiete años a cuestas jamás les dio un disgusto, era indiferente, alérgico a lo Absoluto, porque sí. En tanto que arquitecto, la leyenda de la Torre de Babel le invitaba a sonreír; y en tanto que atleta -era fornido y llevaba patillas en forma de culata de fusil-, la idea de la eternidad le pillaba tan lejos como Hitler al capitán Sánchez Bravo. La estancia en Roma le dio también el golpe de gracia. No alcanzaba a comprender el atesoramiento de tanta riqueza y que nadie hubiese borrado de un plumazo las terribles conclusiones del Concilio de Trento. "No existía el infierno y ellos crearon uno para los timoratos". Le había impresionado mucho una frase de León Bloy: "Cuando el cura pide dinero desde el pulpito me parece oír un rumor de almas que huyen".

Su padre, el camarada Montaraz, paseó toda la guerra por las calles de Salamanca, en trabajos de retaguardia, debido a la edad. Aunque su negocio fue siempre la compra-venta de coches, era un intelectual nato, humorista por más señas. Había colaborado en La Ametralladora y ahora enviaba sus historietas a ' La Codorniz', el inefable semanario que acababa de salir y que era una continuación de aquella bolsa de oxígeno en tiempos de guerra. Debido a su amor por los coches, nada tuvo de extraño que, en cuanto tomó el relevo del camarada Dávila, efectuado con la máxima sencillez, se quedara consigo, en calidad de secretario y chófer, al gran amante de la velocidad, Miguel Rosselló. El muchacho le gustó. Discreto, falangista convencido, eficaz. Miguel Rosselló le retó a subir en bicicleta a la ermita de los Angeles; el camarada Montaraz se palpó primero la calvicie y luego la tripa y le dijo: "Has llegado un poco tarde".

Dicho relevo se celebró a primeros de enero de 1942, la víspera de Reyes. Dávila, el gobernador saliente, bromeó:

– Eres el regalo que necesitaba la ciudad.

– Por qué lo dices?

– Porque he sabido que en esos dos años que has estado al frente del Gobierno Civil de Albacete, has desarrollado una labor ejemplar, sobre todo en el campo de la higiene y de las, enfermedades venéreas.

– Existen aquí estos problemas?

– Pronto lo verás! Visita la cárcel; y los urinarios públicos…

– Y el problema catalanista?

– Oh! No tiene solución. No pierdas el tiempo atacando por ese flanco. En el interior de cada cerebro, incluso de los más ecuánimes, hay un petardo a punto de estallar.

El camarada Dávila se sintió a gusto con su colega, porque Montaraz sabía escuchar. No pronunciaba una palabra inútil y que no tuviera un doble significado. Exhibía varios dientes de oro, que de repente desconcertaban, y que presumiblemente serían del agrado del dentista y alcalde de la ciudad, la Voz de Alerta, quien una vez escribió en Amanecer que muchos árabes y muchos indios ahorraban toda su vida para poder llevar dentadura de oro. Por lo demás, una cicatriz en la mejilla izquierda -un día se le ocurrió visitar el frente de los Altos de León…-, y las consabidas gafas negras. Por causa de estas gafas sólo María Fernanda y Ángel sabían que tenía los ojos claros, verdiazules. A más de esto, tenía toda la espalda recubierta de vello, como un oso. Muy varonil. Enamorado de la gimnasia, como en tiempos lo estuvo el anarquista Porvenir, subía y bajaba las escaleras con suma rapidez, lo que en el Gobierno Civil le sería muy útil, pues el edificio carecía de ascensor. Gesticulaba mucho. Detestaba a los judíos. Comía cacahuetes, considerándose un maestro en el arte de descascarillarlos, de partirlos por la mitad. Se afeitaba siempre con navaja, lo que hacía castañetear los dientes de María Fernanda. Su amistad con José Antonio lo había marcado para siempre, y el camarada Dávila le envidiaba por eso.

– Qué diría José Antonio de la España actual?

– No le gustaría ni pizca. Oligarquía, corrupción…

– También tú opinas lo mismo?

– Toma! Por algo soy amigo del camarada Girón.

– No me dirás que te codeas con los ministros…

– Sólo Girón. Le conocí en Salamanca, durante la guerra. Ése no se deja sobornar. Es un animal salvaje, entiéndeme… Tiene ideas muy concretas sobre lo que debe hacer desde el Ministerio de Trabajo. Él estima a los obreros, ya lo verás. Y también lo verán los obreros. Nada de retórica. Su frase preferida es: menos palabras y más hechos. Date una vuelta por Asturias, con los mineros, ahora que te vas a Santander y pregunta por él. Todos los mineros se quitan el casco…

La charla continuó a lo largo de dos días. Dos días de intenso trabajo, atando cabos. El camarada Dávila le informó cuanto pudo; del resto, se cuidaría Miguel Rosselló. Le habló muy bien del general y muy mal del obispo. "Lo que a éste le preocupa son los escotes y no que los gitanos se despiojen en la calle de la Barca ". Le habló muy bien de la Voz de Alerta. "Monárquico, como tu mujer…, aunque no sé si veneran al mismo rey. Es un alcalde con voz propia. Se ocupa mucho de los ancianos -"sí, es cierto, es probable que ahora se ocupe de ti"-, y adecenta lo que puede el barrio antiguo de la ciudad, que es de aupa. Ante las escalinatas de la catedral tu hijo, arquitecto, tendrá que saludar brazo en alto".

Una a una, las personas relevantes de Gerona fueron analizadas por el gobernador saliente, sin exceptuar al notario Noguer, presidente de la Diputación, al profesor Civil, delegado de Auxilio Social, al doctor Andújar, director del manicomio, al doctor Chaos, insigne pecador impenitente y, por supuesto, Manolo y Esther. " La Sección Femenina está en buenas manos: Marta, hija del comandante Martínez de Soria, que fue fusilado por rebelión contra la República ". En cuanto a la Jefatura Provincial de Falange no había problema por el hecho de que Mateo Santos se encontrara lejos, en el frente de Leningrado. El camarada Montaraz había exhibido su nombramiento, que lo era por partida doble: gobernador civil y jefe provincial de Falange. En muchas provincias se habían aunado los dos cargos, para evitar la dispersión. "Lo lamento por Mateo -dijo Dávila-, porque es un militante inmejorable y que si consigue regresar de su excursión ultrapirenaica se encontrará con que tú ocupas su sillón".

Al camarada Montaraz esta noticia le preocupó. Admiraba a los que se fueron a Rusia a pecho descubierto, por un ideal. Y si estaban casados y tenían un hijo, más aún. "Habíame de Mateo, por favor. Santos has dicho que es su apellido?". "Sí. Su padre es director de la Tabacalera, don Emilio, y ahora está muy enfermo a resultas de su estancia en una checa de Barcelona". "Y la mujer?". "La mujer es una chiquilla encantadora, llamada Pilar. De una familia inmigrante muy conocida en la ciudad, familia en la que destaca el hijo mayor, llamado Ignacio, que es abogado. Pilar todavía no ha digerido que, estando ella encinta, su marido se fuera a Rusia. Mateo no conoce a su hijo; en todo caso, por fotografía. Mateo es de esos hombres que a uno le hacen sentirse orgulloso de ser español".

Una frase se le había quedado grabada al camarada Montaraz: "Si Mateo consigue regresar…" El nuevo gobernador era optimista y tenía una fe ciega en el pacto tripartito. Si alguna duda le quedaba, la fantástica operación de Pearl Harbour la había disipado. "Con la ayuda del Japón, la victoria está asegurada". Pero, naturalmente, Rusia era enorme y una bala perdida podía matar a cualquiera. La relación de víctimas de la División Azul era un goteo del que informaban los periódicos y que laceraba el alma. "Ojalá Mateo Santos se salve. Si regresa, como es de desear, me comprometo a encontrarle algo que sea digno de su sacrificio".

El camarada Montaraz habló de Albacete, en cuyo Gobierno Civil estuvo desde la terminación de la guerra. Era una provincia más modesta que la de Gerona, menos ubérrima. Sin apenas industria, aparte las famosas tinajas y las famosas navajas, y que guardaba un terrible recuerdo: el de las Brigadas Internacionales, que al llegar a España se instalaron allí, a las órdenes de una fiera que respondía al nombre de André Marty. "Es muy difícil que aquello levante cabeza. Por si fuera poco, le falta universidad. Mi hijo, Ángel, tuvo que estudiar su carrera en Madrid".

La palabra Madrid pareció cosquillear al camarada Montaraz, que en esos casos hacía crujir un cacahuete o se pasaba la mano por la cicatriz de la mejilla izquierda. Era un enamorado de la capital de España, lo mismo que Matías. "Mi mujer es una especie de chotis elegante, aficionada a los toros, como yo. Por cierto, has visto torear a Manolete? Pues, a lo que íbamos… No sé si María Fernanda conseguirá adaptarse a esta Gerona de tus amores. Así, de entrada, te diré que lo veo difícil, pese a sus hermosos campanarios".

– Has dicho que estás aficionado a los toros?

– Sí, y a la caza. Todos los albacetenses somos cazadores, mientras no se demuestre lo contrario. A mí me interesa la pieza mayor, y supongo que por aquí, por los Pirineos, podré matar algún jabalí que otro, e incluso algún lobo.

– No te dedicarás a matar pájaros!

– Los he matado por centenares…

– Cuando regrese Mateo, te arreglará las cuentas.

El camarada Dávila conoció, cómo no!, a María Fernanda, y con sólo un diálogo breve y cordial dudó, en efecto, de que se aclimatara en Gerona. El apellido Bustamante sonaba a ABC. Sin embargo, la mujer estuvo de lo más brillante. Al parecer se reía mucho con su marido, con las manías de su marido.

– Ya te habrá hablado de los toros, verdad? Oh, claro! Manolete, el no va más… Y seguro que te ha hablado de la cinegética! Sí, Jesús, a pesar de este nombre, no puede vivir sin disparar alguna de sus escopetas. Te ha hablado de las cacerías del Caudillo?

– Pues, no…

– Ah, claro, nunca ha sido fanfarrón. Pero la verdad es que, a través de Girón, ha ido a cazar dos veces al lado de Franco… -María Fernanda miró a su marido y concluyó-: Supongo que no es ningún secreto profesional, verdad?

– No, claro que no! Pero tampoco tiene tanta importancia.

El camarada Dávila se quedó con la boca abierta.

– Hazme un resumen de Franco, te lo ruego!

El camarada Montaraz tardó un minuto en contestar.

– Pues, para resumirlo de la mejor manera, te diré que en el más amplio sentido de la palabra es un excelente cazador, que lo mismo gana una guerra que se ríe leyendo ' La Codorniz'…


* * *

El camarada Dávila quiso evitar que su marcha fuera calificada de triunfal. Dirigió a toda la provincia una alocución radiofónica, en la que se despedía de todo el mundo y agradecía su lealtad a todos cuantos, en la ciudad y en los pueblos, le hubieran prestado su colaboración. Luego se celebró un acto sobriamente solemne en el teatro Municipal, que estaba lleno hasta la bandera: la bandera de España. Allí presentó a su sucesor, sobre el que confluyeron todas las miradas. Se permitió una pequeña broma. Al final de su discurso apostilló: "Estoy seguro de que saldréis ganando".

El camarada Montaraz, que tenía una voz acorde con el vello de su espalda, fue muy escueto. No le iban los discursos. Quiso relajar el ambiente y lo consiguió. "No quiero deciros que tendré las puertas abiertas para todo el mundo, pero sí que ayudaré a quien sea en todo aquello que considere justo". "Por lo demás, sabed que no me gustan los regalos, pese a que colecciono relojes de pared, porque quiero saber siempre la hora exacta". Luego hizo hincapié en los momentos críticos que atravesaba el país, alegando que nadie tenía la culpa de que poco después de la guerra civil hubiera estallado la guerra mundial. "Hasta ahora el Caudillo ha conseguido el milagro de mantenernos al margen; os doy mi palabra de que, gracias a su patriotismo, ganaremos también la batalla de sobrevivir".

El camarada Dávila se despidió de las autoridades -todas estaban presentes en el escenario-, poniendo un calculado énfasis en la Voz de Alerta, por ser el alcalde. ' La Voz de Alerta' se sintió halagado y no supo si tenía que levantarse y sonreír. Por último, cuando los presentes suponían que el acto había terminado, el camarada Montaraz se acercó al obispo y haciendo una reverencia le besó el anillo. El obispo le correspondió con una bendición, y estaba a punto de iniciar el canto del Credo; pero en ese momento el camarada Dávila inició el Cara al sol, y el público se puso en pie y prorrumpió a seguido en los gritos de rigor.


* * *

Los Dávila abandonaron Gerona, rumbo a Santander, y el tiempo cuidaría de juzgar su labor. Y pronto los Montaraz completaron el trío: llegó, una semana después, Ángel, con un equipaje muy escueto, pues no sabía si iba a quedarse o no en Gerona. Trabajaba en el taller de un arquitecto madrileño, Nemesio Valles, aunque ardía en deseos de establecerse por su cuenta. Sus padres, lógicamente, deseaban que se quedara; pero tampoco querían hipotecar su porvenir. El camarada Montaraz, que en aquellas jornadas había cumplimentado personalmente, una a una, a las autoridades -sin excluir al padre Forteza, a mosén Alberto y a Agustín Lago-, se había enterado, por boca de la Voz de Alerta, de que faltaban arquitectos en Gerona, puesto que los dos más conspicuos, Ribas y Massana, que antes y durante la guerra fueron los amos, se habían exiliado y se encontraban trabajando en Méjico. Su puesto no había sido cubierto por nadie, y era la ocasión para un muchacho con ideas nuevas y profesionalmente audaz.

Ángel dio largas al asunto. Antes quería conocer un poco la ciudad, y también la Costa Brava. La Costa Brava, a juzgar por la voz popular, era una maravilla y a buen seguro que allí, tarde o temprano, los "nuevos ricos" querrían construirse su torre o chalet, aunque los tiempos parecían más propicios para los bloques-colmena, que él detestaba cordialmente, puesto que se consideraba "urbanista". Curiosamente, quienes mayormente le aconsejaron que se quedara fueron el profesor Civil y Marta. Marta le dijo: "Es tu ocasión. Esta provincia, y te doy mi palabra de que la conozco a fondo, saca de las piedras pan y, efectivamente, el puesto de Ribas y Massana, que llevaban mandil, no lo ha ocupado nadie". En cuanto al profesor, era partidario de una inyección juvenil, y Ángel rebosaba vitalidad por todos los poros. "Prueba a ver. Si eres competente, te abrirás camino, y ello al margen de la política. Toda la provincia a tu disposición, y no sólo la Costa Brava. El Pirineo no sólo sirve para cazar, sino que es de prever que también en la montaña se levantarán urbanizaciones. Te buscas un taller en un ático, con mucha luz y le dices a tu querido maestro Nemesio Valles que el médico te ha aconsejado un cambio de aires".

Ángel prestaba oído a todo el mundo, y también a su propio corazón. Visitó el barrio antiguo. No levantó el brazo ante las escalinatas de la catedral, porque no quería asociar el ritual de la Falange con el de la Iglesia; pero se entusiasmó. San Félix le pegó también una estocada, lo mismo que los Baños Árabes y las murallas, pero acabó rumiando para sí "que no era válido vivir de los antepasados". Desde Montjuich contempló los tejados de la ciudad y la interminable planicie hasta Rocacorba; en efecto, sobraba terreno para edificar, si el gobierno daba un empujón o se lo daban los millonarios de turno. A sus padres les dijo: "Esperaré a ver… Me quedaré un mes con vosotros y tomaré una decisión".

– Quédate, por favor, Ángel! -le suplicó María Fernanda.

– Déjalo -corrigió el camarada Montaraz-. No te has dado cuenta de que ya no lleva chupete?

No, Ángel era todo lo contrario de un chaval sin experiencia, aunque con la guerra se quedó en Roma al lado de su madre, sin entrar en España para luchar. Y es que, estaba harto de España, de sus defectos, de la guerra civil y de cualquier otra guerra. A gusto se hubiera quedado en Italia, donde aprendió a reverenciar las monumentales obras propiciadas por el Duce. Era profascista, siempre y cuando el fascismo se desarrollara, como había pretendido el conde Ciano, por medios pacíficos. Detestaba a Hitler y no le gustaba ni pizca la arquitectura nazi, oficial. "Es una arquitectura pesada, que no parece flotar en el aire, como debe ser". Discutía con su padre acerca de José Antonio, porque éste habló de puños y pistolas, y asimismo acerca de Franco, porque Ángel pretendía saber que el Caudillo no movió jamás un dedo para salvar la vida del Fundador. "Tuvo muchas oportunidades para canjearlo por prisioneros republicanos, y no dijo nunca ni pío".

Ángel era, a la vez, solterón y mujeriego. Bajo y rechoncho, no se parecía en absoluto a los rascacielos, que en realidad estimaba como la arquitectura del porvenir, por lo cual militaba en favor de los Estados Unidos. No quería casarse. En muchas noches en que le ganaba el insomnio, la vida se le antojaba absurda, por lo que se prometió a sí mismo no tener hijos. Llevaba el reloj de pulsera en la mano derecha, pese a que alguien, sin venir a cuento, le dijo que el detalle era femenino. Puso en manos del peluquero Dámaso su gran cabellera y solicitó los servicios de Silvia, la manicura, en dura lucha con Padrosa, quien estaba a punto de pedirla en matrimonio. Excelente fotógrafo, mosén Alberto, en el museo, le habló de una posibilidad, en el caso de que decidiese quedarse en Gerona: fotografiar todos los monumentos y restos románicos de la provincia, que estaban abandonados y reclamaban una puesta a punto. "Ángel, piénsalo. Es de una riqueza impar. Luego podríamos publicar una monografía y con ello ganar el dinero suficiente para convertir la llanura de Gerona en un Wall Street a tu medida".

Mosén Alberto le habló también de la posibilidad de remozar muchos templos y ermitas que "las hordas rojas" habían incendiado y saqueado en 1936.

– Habría un inconveniente -le atajó Ángel-: Un servidor es agnóstico…

El sacerdote, que en aquel momento tenía el pañuelo en la mano, le replicó:

– Eso no tiene nada que ver. Ya sabrás que la mayoría de artistas que nos han legado sus tesoros religiosos, han sido ateos. Así que tus ideas te las metes en el bolsillo y sanseacabó.

A Ángel le gustó que mosén Alberto le contestara de esta forma.

– Bien, ya veremos. Sin embargo, no puedo negar que realmente hay aquí mucho que hacer.

Los contertulios del café Nacional estaban a la escucha de lo que Ángel podía hablar y obrar. Y pronto se enteraron de que era un magnífico jugador de ajedrez, hasta el punto de ser capaz de jugar una partida a ciegas. "Bien -comentó Matías-, eso habrá que verlo. Por lo demás, yo también soy capaz de jugar a ciegas una partida de dominó".

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