CAPÍTULO XVIII

LOS ACONTECIMIENTOS DE ITALIA se complicaron. El rey y el gobierno Badoglio habían podido escaparse de Roma y unirse a los aliados en el sur de Italia. La destitución y arresto de Mussolini habían sido recibidos con júbilo por la mayor parte de la población. "Finito Mussolini! Finita la guerra!". No era cierto. Porque por el Norte entraron más tropas alemanas, al mando de Rommel, dispuestas a proseguir la resistencia, pese al armisticio firmado por Badoglio. Se produjo una especie de guerra civil en el interior de Italia.

Hitler reaccionó como en sus mejores tiempos y se propuso la liberación de Mussolini. La consiguió, gracias a la audacia de noventa SS y paracaidistas, al mando de Skorzeny. Mussolini se encontraba encarcelado en un pequeño hotel del Gran Sasso, en los Abruzzos. Skorzeny y sus hombres lo liberaron ante la estupefacción de los guardias y lo llevaron a presencia de Hitler. Éste suponía que la humillación sufrida por el Duce habría hecho nacer en él deseos de "una terrible venganza". Pero Mussolini ya no era más que la sombra de sí mismo. Lo que él deseaba era terminar sus días en su aldea natal de Rocca della Camínate. Sin embargo, acuciado por Hitler proclamó la "República Social Italiana", nuevo gobierno que debía ejercerse en la parte de Italia ocupada por los alemanes. Tal gobierno tenía su sede en Saló, aldea situada al borde del lago Garde.

Mussolini era ya sólo un muñeco en manos de Hitler, por lo que al cabo de un tiempo mandó arrestar, acusados de alta traición, a los jefes fascistas que habían votado contra él en el Gran Consejo, entre los que se encontraban su propio yerno, Ciano, y el mariscal de Bono, que fueron ejecutados sin remisión, pese a las peticiones de clemencia de la propia hija de Mussolini. Los aliados tropezaron con una sorpresa: los alemanes defenderían palmo a palmo el terreno italiano, pese al armisticio firmado por Badoglio. Éste, queriendo disipar cualquier equívoco y expresando el deseo de la mayoría del pueblo italiano, declaró la guerra a Alemania. Pero faltaban quinientos kilómetros para llegar a Roma y era preciso salvar el obstáculo natural que suponía Montecassino, donde estaba el famoso monasterio. A mediados de octubre Víctor Manuel III renunció al uso de sus funciones y dejó a su hijo Humberto como lugarteniente del reino.


* * *

Poco después, se reunieron en Teherán "los tres grandes": Stalin, Roosevelt y Churchill. Los dos primeros subestimaron a Churchill, subestimaron a Inglaterra. La consideraron una "islita" en un pequeño terreno que era la Europa occidental. Se trataba del reparto del mundo futuro, después de la guerra. Churchill manifestó su deseo de que Francia jugara un gran papel. Los otros dos se opusieron. "Los franceses tienen que pagar por la traición". Stalin estimó que habría que liquidar sumariamente a las cincuenta mil o cien mil cabezas técnicas de la economía de Alemania. Churchill se indignó y contestó que antes de esto preferiría que lo fusilasen a él allí mismo, en el jardín. Stalin le dijo que había sido una broma.

Stalin reivindicó la posesión de los tres Estados bálticos -tres repúblicas-, Estonia, Letonia y Lituania y se acordó ceder a su petición. Al igual que los territorios orientales de Polonia. En cuanto a Finlandia, Stalin declaró que sólo tenía la intención de anexionarse Carelia.

Roosevelt propuso que las cuatro grandes naciones que deberían repartirse el mundo futuro fuesen los Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña y China. Stalin no concedió demasiada importancia a esta cuestión y manifestó que su finalidad concreta era que Inglaterra y los Estados Unidos establecieran un segundo frente en la propia Francia, donde Sartre representaba Las moscas, Paúl Claudel El zapato de raso y donde se hacían desfiles de modelos. Los alemanes se preguntaban qué sombreros se pondrían los franceses si hubieran ganado la guerra. Tal vez unas declaraciones de Jean Giono sintetizaran la situación: "Prefiero ser un soldado alemán vivo que un francés muerto". Pétain parecía un extraño en medio de un pueblo que lo había amado y venerado. En realidad, el papel de Vichy capital había terminado.


* * *

El profesor Civil pasaba días amargos, no sólo porque la enfermedad de su mujer se agravaba, sino por lo que él consideraba como el derrumbamiento del mundo latino y del mundo mediterráneo. A veces, explicando Derecho Romano a Ignacio y a Mateo había soñado con una unidad mediterránea, en compensación de los mundos ario y anglosajón. "Una vez más considero de vital importancia la sensibilidad y la imaginación de los pueblos del Mare Nostrum, que llega hasta Grecia. Sin esta franja aparentemente débil, el mundo fracasará. Será un mundo materialista, robotizado, con una escala de valores que lo llevará a la autodestrucción. Se ha dicho que donde acaba el vino acaba el catolicismo y empieza el protestantismo. Es verdad. Mental y espiritualmente, la derrota del vino supondría una catástrofe".

De haberlo oído Ignacio, posiblemente hubiera impugnado la tesis; Mateo, que había reanudado sus clases con el profesor Civil -se preparaba para el segundo curso de abogado-, no supo qué replicarle. Detestaba con toda el alma el soma anglosajón y estaba decepcionado por la realidad latina, puesto que hacía suyos el fracaso italiano y el fracaso francés; pero no sólo era preciso hacer la salvedad de España y de Hispanoamérica, sino que Alemania no había dicho todavía la última palabra. Aparte de esto, las ínfulas del cosmos eslavo, que había palpado de cerca, le producía náuseas. "Sabe usted, profesor, lo que son las náuseas? Pues esto es lo que provocan en mí el nombre de Stalin, sus millones de muertos y los millones de esclavos suyos que respiran todavía y que de un momento a otro van a utilizar la guerra bacteriológica".

Esto último dejó patitieso al profesor Civil.

– Pero, qué bases tienes para formular semejante afirmación?

Mateo se tocó la cadera, que a veces le dolía.

– Seguro no lo estoy, pero es lo más probable. Todos los prisioneros que hacíamos en la División Azul, algunos dé los cuales se quedaban con nosotros como pinches de cocina, nos indicaban lo mismo, con gestos expresivos: si la cosa se ponía fea, guerra bacteriológica… Y la cosa se les va a poner fea, ya lo verá.

Moncho reconocía la tesis de Mateo y se mostró escéptico. "Día a día observo el comportamiento de las bacterias. Sería como lanzarlas al vacío con la posibilidad de que actuaran de boomerang y llegaran no sólo al Kremlin sino a Ufa, donde al parecer hay una emisora de radio que le pone a Mateo especialmente nervioso".

Curiosa reacción la de Mateo. De hecho, había improvisado cuando le soltó aquella frase primero a Ignacio y luego al profesor Civil. No existían tales bases, ni tales pinches de cocina, ni tales gestos expresivos. Simplemente, consideraba a la URSS capaz de cualquier monstruosidad y se le ocurrió aquello como a Gorki, eufórico en París por la marcha de los acontecimientos, hubiera podido ocurrírsele convertir la torre Eiffel en una jubilosa explosión de fuegos artificiales.


* * *

El año 1944 llegó de puntillas, como si no quisiera hacer ruido. Las noticias llegaron de muy lejos, del Japón. La familia real japonesa comió el día de Año Nuevo el mismo rancho que sus soldados y el general Tojo, que había asumido el cargo de general jefe de Estado Mayor, en sustitución del general Sugiyama, declaró ante el Parlamento nipón: "Cada japonés está decidido a matar diez enemigos". Al propio tiempo, y al término de un muy largo silencio, el padre Forteza recibió una carta de su hermano, misionero en Nagasaki, en la que le decía que el Japón estaba muy fuerte, que en Occidente no se tenía idea de su capacidad ofensiva, de su disciplina y de lo vastísima que era su expansión por Asia. Hasta los bonzos nipones habían empezado a trabajar en las fábricas…

El padre Forteza, que se había dado cuenta de que todo el mundo hablaba del Eje y no del Pacto Tripartito -se olvidaban del Japón-, hubiera querido enseñar esta carta a sus amigos, a Manolo y Esther, por ejemplo, a Alfonso Estrada, a Marta, etc., pero prefirió ser prudente. Su gesto hubiera podido dar lugar a un equívoco: pensar que se alegraba del poderío japonés, lo cual no era cierto. Al padre Forteza sólo podía alegrarle lo que apuntara hacia la solución del conflicto. Por supuesto, le temía al protagonismo que estaba adquiriendo Stalin; pero tampoco del Japón podían esperarse precisamente lecciones de cristiandad. Desde que Francisco Javier estuvo allí, hacía de ello más de cuatro siglos, las conversaciones habían sido minoritarias. Su hermano estimaba que actualmente los cristianos en el país eran unos seiscientos mil. Y el Japón tenía ochenta millones de habitantes! Y el emperador "seguía siendo Dios", por lo cual acabaría, como siempre, "ganando la guerra".

Sin embargo, el padre Forteza necesitaba desahogarse y por fin dio a leer la carta a Ignacio, puesto que a éste Oriente le interesaba cada día más. Ignacio le dijo:

– Sí, sí, comprendo a su hermano y me imagino de lo que es capaz la disciplina samurai y la de los kamikaze. Pero el Japón es oriental sólo a medias. Si no estoy equivocado, el siglo pasado empezó a conectar con Occidente y ha heredado ya muchos de nuestros defectos. Por supuesto, su hermano conoce aquello mejor que yo, que sólo me baso en una decena de libros que han caído en mis manos; pero dudo de que el Japón, aislado, pueda darle un vuelco a la situación. Más bien espero que al final se impondrá entre ellos el tradicional harakiri…

El padre Forteza no supo qué contestar. A él le había llamado la atención que los bonzos hubieran empezado a trabajar en las fábricas. El budismo era como una lluvia gigantesca que impregnaba todo Oriente. Claro que era preciso matizar. La parte de China que estaba bajo la presidencia de Chiang Kai-shek se aprestaba a declarar la guerra al Japón, y entre los chinos -casi ochocientos millones- Buda y Confucio influían a la par.

– En el transcurso de este año que ahora empieza se decidirá la papeleta… Veremos si la influencia del emperador Meiji, que fue quien conectó con Occidente, fue benéfica para los japoneses o lo contrario. Entretanto, ahora que se acerca el día de Reyes, a ver, mi querido Ignacio, si te comportas como debes con respecto a tu familia.

Ignacio sonrió. La festividad de los Reyes Magos era especial para él, porque de niño le traían siempre un caballo de cartón y una peonza, con lo cual era feliz; ahora también se intercambiaban obsequios los mayores y debería estrujarse el magín para contentar a cuantos estaban a su alrededor.

Día de Reyes! Fue un triunfo para el profesor Civil y para la madre de Marta, quienes en Auxilio Social repartieron gran cantidad de juguetes. Muchos de estos juguetes habían sido construidos en prisión por los reclusos, para sus hijos o para ganarse un dinero extra. Por su parte, Mateo acertó con el obsequio a Pilar: un collar de tres vueltas, perlas de Mallorca. Ignacio se dedicó a regalar libros a cuantos le rodeaban. A Pilar, obras de Gabriel y Galán, de Alarcón y de José María de Pereda; a Ana María, obras de Pérez Caldos y de Blasco Ibáñez, que Jaime el librero le vendió bajo mano. Llamó a Bilbao y encargó a sus tías Josefa y Mirentxu media docena de muñecas, que pasaron a engrosar la colección de Marta; y a Esther una boquilla larga, suiza, que encontró en casa del anticuario Pujadas. Etcétera.

El regalo de libros no fue una improvisación. Ignacio deseaba que todo el mundo cultivara su intelecto. Sabía que Pilar pasaba malos ratos en las reuniones con Esther, María Fernanda, Carlota y Charo, por falta de formación cultural. Había un evidente desnivel entre ella y las demás, y Mateo parecía no darse cuenta. Le dijo a su hermana: "Tienes que leer… Saca el tiempo de donde puedas. Ahora que estás encinta y debes descansar, aprovéchalo. Los libros que he elegido para ti son como un aperitivo. Los digerirás fácilmente; más tarde iré regalándote libros más complejos. Por ejemplo, los de Stephan Zweig, quien acaba de suicidarse en el Brasil, junto con su esposa, mediante un veneno lento y doloroso…"

Ignacio tenía razón. El desnivel entre Pilar y sus amigas -incluyendo a Ana María, e incluso a Marta- era sensible. En este sentido tal vez la influencia de Carmen Elgazu, con su cantinela de los libros prohibidos, hubiera sido nefasta. Pero también fallaba la materia prima. Pilar era un encanto, un ser pillín hasta perderse de vista; pero prefería los seriales radiofónicos a las "Pildoras para pensar" que emitía el doctor Andújar. Con la guerra se hacía un lío con los nombres propios, a excepción de Sicilia, de Riga y del lago limen. Ni que decir tiene que a Mateo le bastaba con eso, porque Mateo era machista y las sabihondas, en el fondo, le incordiaban.

Para la población en general, los tres Reyes Magos fueron los tres ex divisionarios: León Izquierdo, Pedro Ibáñez y Evaristo Rojas. Este último fue el rey negro, papel al que aspiraba Cacerola. Llegaron en carroza, procedentes de la estación, y los niños con sus farolillos se alborotaron y querían besarlos. ' La Voz de Alerta' vio a su hijo, Augusto, de la mano de Carlota, agitando el farol. Pilar vio a César de la mano de Mateo. Los Alvear hubieran querido ver a Eloy, pero éste, que acababa de estrenar pantalones largos, les dijo: "Hace años que dejé de chuparme el dedo…" Entonces, Matías se rió y se fue al quiosco de la esquina a comprarse la primera novela protagonizada por el Coyote, que acababa de aparecer y que, según Jaime, sería la conmoción entre el público amante de las aventuras.

Pobre Jaime! Nadie podía vaticinarle, a lo largo de la jornada, lo que le ocurriría al llegar la noche. Los tres Reyes Magos se despojaron de sus disfraces, recobraron sus camisas azules y amparándose en la oscuridad penetraron en la librería por una puerta lateral -Facundo se había marchado ya-, y le pegaron a Jaime una tremenda paliza, hasta hacerle sangrar la boca y amoratándole el ojo izquierdo.

Jaime, por descontado, reconoció a los tres ex divisionarios, que salpicaron su gesta con palabras alusivas al Socorro Rojo, a los rusos y a la madre que los parió. Jaime chilló como un perro herido y al quedarse solo se fue, renqueante, al dispensario, que se encontraba lejos -cerca de Correos y Telégrafos-, para que le hicieran la primera cura. Allá no quiso revelar los nombres de los autores del atentado; se reservó para el día siguiente, convencido de que don Eusebio Ferrándiz, jefe de policía, le haría caso.

Tiempo perdido. Don Eusebio Ferrándiz le recibió con semblante desolado. "Hay testigos?", le preguntó. "El testigo soy yo", contestó Jaime. "Entonces, me temo que no podremos formular una acusación en regla…"

El cantarada Montaraz no había sido el instigador del asalto, pero le ordenó por teléfono a don Eusebio Ferrándiz que diera carpetazo al asunto.


* * *

Las reuniones entre la élite femenina de la ciudad tenían lugar periódicamente. O bien en el salón del hotel Peninsular, o bien a domicilio, por rotación. Formaba parte de ellas, además de las mencionadas por Ignacio, Eva, la mujer de Moncho. Adela hubiera dado todas sus joyas para ser admitida, pero su marido era un simple telegrafista y la consideraban vulgar. Vulgar? Adela se tomó su venganza, apuntando directamente hacia María Fernanda, la esposa del gobernador. Puesto que Ignacio le había dicho paladinamente: "Adela, se acabó, vamos a terminar esto de una vez", la mujer, en cuanto pudo, se desquitó. Un par de miradas insinuantes a Ángel y se llevó el gato al agua. El muchacho picó, aun a riesgo de que su madre tuviera un ataque de nervios. Pero nadie había de enterarse. Ni siquiera Marcos, un bendito de Dios, como siempre.

Ángel no consiguió que Adela olvidara a Ignacio, como la Torre de Babel no conseguía que Paz olvidara a Pachín, pero era todo un hombre, tal vez con mayor experiencia que Ignacio, debido a la edad. El comportamiento de la pareja era digno del Kama Sufra, una embriaguez, un enajenamiento. Mientras Marcos estaba en Telégrafos enviando continuamente mensajes al Papa en pro de la salvación de Roma, Adela se refocilaba con su nuevo amor. Sabedora de las aficiones de Ángel a la fotografía, lo encandiló para que le sacara "desnudos" eróticos como para ilustrar los cuentos de Boccaccio. Ángel había saltado de los locos y los ancianos a los caprichos de una mujer febril, cuyo íntimo deseo hubiera sido llegar a supervedette del Paralelo, en Barcelona.

No, nadie estaba enterado de este emparejamiento, por lo cual la élite femenina de la ciudad se veía obligada a dar pábulo a otros rumores. Últimamente, además del incidente de Jaime, que se saldó diciendo que se trató de una riña personal con un borracho, los dardos apuntaban hacia Solita… y Rogelio! "Se conocieron en Rusia, y estas cosas pasan…" "Yo opino que Solita tiene perfecto derecho a tener un amante". "Sea lo que sea, es una muchacha estupenda". "De todos modos, es bastante mayor que Rogelio". Etcétera.

Las reuniones eran dispares, heterogéneas. Si alguien conseguía hilvanar el diálogo, era precisamente la benjamina del grupo, Ana María. A ésta no le gustaba el chismorreo. Tal vez, con la edad, modificara su criterio; pero, de momento, prefería creer que la gente era honrada, excepto cuando una guerra andaba de por medio. También la ayudaba Eva, metódica en su manera de hacer y que era la que les aportaba las noticias más interesantes; por ejemplo, que por fin el doctor Fleming había podido rematar sus estudios sobre la penicilina, gracias a lo cual ya se había hecho una prueba en España -el medicamento procedía del Brasil-, curando en cuestión de un par de días a una niña madrileña llamada Amparito Peinado, que padecía una mortal infección.

María Fernanda, tan aprensiva siempre -le temía al cáncer-, comentó:

– Le diré a mi marido que tenga siempre penicilina en casa…

– No es fácil conseguirla.

– Se hará lo que se pueda.

Ana María, Charo y Eva eran las únicas mujeres del grupo que no habían tenido hijos. En una de las tardes en las que les dio por abordar el tema -el bridge lo jugaban por las noches-, les pusieron como ejemplo el último premio de natalidad: María Martínez Rodríguez, de Barcelona, acababa de enviudar, tenía treinta y ocho años y había traído al mundo veinte hijos.

– Jesús! -protestó Esther-. Manolo dice que eso debería de estar castigado por el Código civil…

Aparecieron en Gerona las minimotos Soriano, flamante innovación. La primera muchacha que se paseó por Gerona montada en una de ellas fue Gracia Andújar. Sorteaba los obstáculos con una elegancia impar. "Gracia tiene clase y se entenderá muy bien con José Luis". Por cierto, que la única mujer del grupo que sabía conducir coche era Esther. Se habían comprado un Studebaker y a menudo se iban todas con él a inspeccionar las obras del chalet que Ángel les construía en S'Agaró. En estas excursiones lo pasaban divinamente comentando la belleza del paisaje de Gerona a la Costa Brava. Tierra ubérrima, tupido arbolado, masías centenarias y, de pronto, el mar. Las obras avanzaban y Ángel les había prometido que a principios de verano estarían concluidas. "Ya lo sabes, Ángel -le repetía Esther-. Quiero que la fachada sea blanca, como en mi tierra". "No hay inconveniente. Al lado del Mediterráneo, la solución es correcta". Tendrían piscina y pista de tenis. Más adelante, tal vez, un yate como el de don Rosendo Sarro.

Charo conocía muy bien a aquellas mujeres porque todas acudían a su flamante peluquería -peluquería Charo-, en la que ella no se ensuciaba los dedos. Tenía dos dependientas muy capaces y lo que Charo hacía era dirigir y, por descontado, cobrar. Se puso de acuerdo con Dámaso y repartía a las clientes unos sobres perfumados que hacían las delicias de los amantes de la limpieza. Sus preferencias iban para Esther, pese a que ésta últimamente parecía desentenderse un poco de las preocupaciones sociales que la absorbían tiempo atrás.

– Te das cuenta, Esther? Estamos en plena guerra… Cuántas personas, en el mundo, viven como tú?

Esther hacía un mohín y dejaba en el cenicero la larga boquilla que le regalara Ignacio.

– Sí, comprendo muy bien lo que dices. Y a veces me asusta tanta felicidad… Temo que de repente caiga un rayo del cielo y todo salte por los aires.

– Por qué? -intervenía la condesa de Rubí-. La vida tiene altibajos. Hay que saberlos aprovechar… Mi marido opina que antes de la guerra civil y en sus comienzos lo pasó fatal. De modo que si ahora se toma un whisky lo saborea a modo, mientras contempla los cachivaches que los Reyes Magos le trajeron a Augusto.

Fue Carlota la que les habló de que un ingeniero español llamado Alejandro Goicoechea, asociado con el financiero José Luis Oriol, había presentado un tren articulado ligero que se llamaría Talgo. "Va a ser la revolución". Al mismo tiempo, otro español, Teófilo Gaspar Arenal, había inventado un producto para conservar los frutos de la tierra por tiempo indefinido. "Otra revolución".

Esther cortó por lo sano.

– Pase lo del Talgo… Lo del señor Teófilo, esperaremos sentadas.

Ana María, que de vez en cuando hacía un viaje a Barcelona -siempre en coches de primera-, habló de un elefante llamado Perla que había sido regalado a la ciudad. Tenía 17 años y era precioso. "Millares de niños fueron a esperarle al parque de la Ciudadela. Y con la excusa de los niños, fueron también los mayores".

En ocasiones, Eva quedaba fuera de juego. No comprendía que en plena contienda mundial aquellas mujeres chismorrearan sobre asuntos tan livianos. Exageraba. Aquellas mujeres se expansionaban o desahogaban como pudieran hacerlo los contertulios del café Nacional, pero cada cual en su interior era consciente como pudiera serlo Moncho. De suerte que cuando convenía hablar de política o de la guerra lo hacían también, y con conocimiento de causa.

– No sé por qué se dice que el sinsombrerismo halaga al marxismo -decía Charo-, puesto que en Rusia, a causa del frío, los miembros del Politburó llevan todos gorro de astrakán.

Intervenía María Fernanda.

– Sabíais que los rojos españoles residentes en Méjico se proponen colocar una estatua de Stalin en el cerro de los Angeles?

Le tocaba el turno a Esther.

– Leed mañana Amanecer. Se ha firmado un importante acuerdo comercial entre España y los anglosajones. A veces no entiendo a mister Churchill, y menos aún a mister Edén, quien acaba de declarar que la ayuda prestada por el gobierno español a las tropas aliadas que desembarcaron en África es impagable…

– Es la generosidad del vencedor -terciaba María Fernanda-. Sin contar con que España ha sido muy útil para el intercambio de prisioneros. La semana pasada en Barcelona se canjearon dos mil, entre ellos los generales Cramen y O'Carrol, en poder de los alemanes.

Hablaron de la cantidad de felicitaciones que todo el mundo recibió por Navidad: felicitaciones de barrenderos, de serenos, de vigilantes, de carteros, de limpiabotas!, etc., con sus versos ripiosos. Hablaron de la supresión del hombre-anuncio, decretada por el camarada Montaraz. María Fernanda dijo: "Mi marido consideraba humillante esta fórmula de propaganda, un hombre con una gran pancarta en el pecho anunciando cualquier producto". Hablaron -y Eva parpadeó- de que en el Ejército británico había más de 40000 judíos luchando. Y hablaron, cómo no!, de Núñez Maza.

Núñez Maza continuaba en Ronda, bajo libertad vigilada y seguía recibiendo a muchos "desafectos" del Régimen, e incluso a algún socialista. Circulaban fotocopias de sus escritos y era inexplicable que ello pudiera ocurrir. En el último hacía un canto a Julián Besteiro, que murió en la cárcel de Carmena el año 1940, mientras cumplía condena. Su esposa no pudo ir a verle nunca porque, al no estar casado por la Iglesia, no se la consideraba su esposa legal. "Haberse casado por la Iglesia!", había exclamado mosén Falcó.

Ana María, al regresar a su piso de la avenida Padre Claret, cuyo ascensor se estropeaba siempre, experimentaba un sentimiento dual. Satisfecha porque, pese a la edad, la consideraban una más del grupo, insatisfacción porque, por lo general, no se llegaba a ninguna conclusión. Claro que aquellas mujeres tenían buen cuidado de no mencionar sus propios méritos. Por ejemplo, María Fernanda no decía ni pío de las muchas veces que había conseguido arrancar de las manos del gobernador sentencias lesivas para los "desafectos". Tampoco Esther alardeaba de que había empezado a aceptar alumnos para clases de inglés. Ésta parecía ser la tónica imperante. En el Instituto Británico de Barcelona había cola para la inscripción. Carlota, la condesa de Rubí, no aludía tampoco para nada a sus donativos en favor de la Cruz Roja con destino a los damnificados por la guerra… En resumen, Ana María comprendía que las personas y las cosas tenían su cara y su cruz, lugar común del que Ezequiel le había hablado desde pequeña y del que era un veraz ejemplo su propio padre, don Rosendo Sarro.

Ignacio se interesó por cuanto se refería a Núñez Maza. Deseaba conocerle, debido a lo que de él le había contado Mateo. A este respecto Ana María, a mediados de enero, le llegó con la noticia del posible traslado de Núñez Maza a la provincia de Barcelona, porque en Ronda se pelaba de frío. Ignacio vio la puerta abierta. "Mateo me acompañará. Vamos a ver qué nos cuenta el actual admirador de Julián Besteiro, a quien hace un par de años posiblemente hubiera fusilado sin dilación".

Ignacio estaba contento con Ana María. Prolongación de la luna de miel. La prueba íntima, de la que le había hablado Manolo -coincidir los dos en el cuarto de baño- la habían superado sin el menor apuro. La hora predilecta de los dos era después de la cena, cuando Mari-Luz se había acostado ya. Entonces leían o escuchaban música o canto, a veces, gregoriano! Y Ana María estaba a punto de tomar una decisión: aprender a tocar la guitarra. Sebastián Estrada era un consumado maestro. Había aprendido en el mar, en las horas solitarias y para bordonear la nostalgia de la tripulación. También quería Ana María una minimoto Soriano, como Gracia Andújar. Y tener un hijo. Y tantas cosas…

Adivinaba los deseos de Ignacio y se anticipaba a ellos, bajo el icono que Mateo se trajo de Rusia y que les regaló. E Ignacio la correspondía. Por ejemplo, la acompañaba a misa todos los domingos, e incluso a comulgar. Lo que le ocultaba Ignacio era que llevaba mucho tiempo sin visitar la celda del padre Forteza para confesarse. Con eso de Buda, Confucio, el sintoísmo, el animismo y demás se armaba un lío como los soldados americanos con el cambio de moneda de los rapaces de Napóles. Querría concretar! Y lo conseguiría. Lo conseguiría el día que encontrara un maestro, cosa tan difícil como que Jaime olvidara la paliza que le dieron los tres ex divisionarios.

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