CAPÍTULO XXI

OPERACIÓN "OVERLOD", 6 de junio de 1944. Así se llamaba la operación aliada de desembarco en las costas francesas, el día D. Su majestad Jorge VI dirigió un mensaje a la nación: "Una vez más tenemos que hacer frente a una prueba suprema. No se trata esta vez de luchar para sobrevivir, sino para alcanzar la victoria".

Los dos enemigos se habían preparado desde mucho antes. Ahí estaba el segundo frente reclamado por Stalin, cuyos ejércitos continuaban peleando duramente en el Este. Churchill y Roosevelt habían descartado los Balcanes y se había elegido la costa francesa. Hitler lo sabía y desde hacía dos años se preparaba para la defensa, construyendo a lo largo de muchos kilómetros de costa el Muro del Atlántico. Rommel, contra la opinión de otros generales, fue el encargado de organizar las fortalezas defensivas. Un esfuerzo colosal, aunque no el que Rommel hubiera querido. El "zorro del desierto" tropezó con las mismas dificultades que en El-Alamein: insuficiencia de hombres y de material. Rommel estaba convencido de que había que yugular al enemigo en el instante mismo del desembarco, en la línea costera y no más atrás. Toneladas de cemento y kilómetros de alambradas habían sido utilizadas. Pero Rommel hubiera querido 100 millones de minas terrestres, y sólo consiguió recoger unos 3 millones, que sembró estratégicamente.

A primera vista, aquello era inexpugnable e Hitler estaba convencido de ello. Sin embargo, se trataba de un ejército tal vez abigarrado en exceso. Italianos, franceses, húngaros, rumanos, polacos, finlandeses, norteafricanos, negros, asiáticos, rusos, ucranianos, armenios, tártaros de Crimea, kalmukos y hasta indios. Grave contradicción del Führer, quien había declarado en varias ocasiones: "Sólo los alemanes deben llevar armas". Las circunstancias le obligaron a ceder. "Toda la carne en el asador", afirmaba Goering. De ahí que, aparte las tropas de refresco, fueran aprovechados los mutilados ligeros, los afectados por congelaciones de tercer grado, trastornos visuales, auditivos, respiratorios y circulatorios. Toda una división estaba compuesta por dispépticos. En otras muchas la media de edad superaba los 40 años. La terrible sangría sufrida en Rusia -más de 2 000 000 de hombres- repercutía en esa operación.

Faltaban hombres para detener la invasión y Rommel lo sabía. Si bien lo peor era la impotencia de la marina y de la aviación. La flota alemana de superficie había sido liquidada. La submarina, había dejado de ser "imponente". En cuanto a la aviación, el cálculo era de 50 contra 1. Los 1 000 cazas a reacción prometidos por el Führer a los defensores no salían aún de las fábricas.

Por otra parte, desde hacía un mes los bombardeos de las líneas de comunicación de la retaguardia alemana eran incesantes. Era la pulverización. En uno de esos bombardeos murió Gorki, el comunista, ex alcalde de Gerona, quien había sido movilizado a la fuerza. Su compañera, Mady, la pastelera, lloró desconsoladamente.

Rommel vio que la causa estaba perdida y que la única manera de limitar el desastre consistía en eliminar a Hitler y pactar con los aliados. El primer contacto de Rommel con la conjuración anti-Hitler databa sólo del mes de abril. Los conjurados vacilaron largamente antes de abordar a un soldado de tanto renombre. Por fin enlazaron con él y Rommel pidió unos días para meditar.

Por fin, Rommel dio su aquiescencia a la eliminación de Hitler y de su régimen. Sólo hizo una reserva: rechazó el asesinato de Hitler, sosteniendo la tesis de que éste debería ser entregado a un tribunal alemán. Todos los Estados Mayores del Oeste se unieron a la conspiración.

En este clima psicológico era preciso hacer frente al desembarco procedente de Inglaterra. Desembarco que, a su vez, había sido preparado con dos años de antelación. Debía constar de barcos que todavía no se habían construido y de material todavía inexistente. Era trabajar en abstracto, pero era trabajar.

En los primeros días de junio se discutió mucho el lugar del desembarco. Holanda se descartó a causa de las inundaciones. Las playas belgas fueron eliminadas a causa de las corrientes costeras. Bretaña presentaba facilidades tentadoras, pero estaba un poco lejos de las costas inglesas. Por fin se decidió: Normandía.

Imposible ocultar el plan a De Gaulle. Éste, al conocerlo, se enfureció. "El cuerpo expedicionario desembarcará en Francia con una moneda fabricada en el extranjero y que el gobierno de la República Francesa no reconocerá en absoluto". "No se repetirá el desembarco en el África del Norte francesa, al cual yo no fui invitado". De Gaulle consideraba insultante la proclama preparada por Eisenhower y que contenía dos frases inadmisibles: "La obediencia rápida y apresurada a las órdenes que yo dé es esencial". "Cuando Francia esté liberada, vosotros mismos elegiréis el gobierno bajo el cual queréis vivir".

Llegó el día D. Más de 4000 barcos preparados para el cruce del canal, protegidos por 12000 aviones. La flota más gigantesca conocida por la historia. La formidable aviación ya había abierto brecha en el Muro del Atlántico, en especial poniendo fuera de combate la mayor parte de los sesenta y cuatro radares que vigilaban las orillas.

La hora del asalto dio lugar a largas disquisiciones. Un desembarco vesperal era recomendable por muchas razones. Pero se prefirió un desembarco matinal por temor a la confusión que podía provocar la noche. En cuanto a la marea, hubiera sido racional utilizarla para hacerse llevar lo más adelante posible; sin embargo, se prefirió la marea baja porque descubría los arrecifes artificiales que había puesto Rommel.

Cabe destacar que muchos barcos estaban en malas condiciones y tripulados por marinos de ocasión, muchos de los cuales se mareaban en las balsas. Los marinos profesionales temblaban. El mal tiempo posponía el día D. Finalmente, no hubo más demora, pese a que la meteorología no parecía la más adecuada. Eisenhower dio la orden: "Doy esta orden de mala gana. Pero hay que darla. Dios dirá".

En la primera oleada de paracaidistas -arma decisiva- que aterrizó en Francia figuraban indios norteamericanos con sus pinturas de guerra. La unidad india estaba compuesta por miembros de las tribus yaqui y cheroquee, los más robustos de América. Habían sido instruidos como ingenieros de demolición y podían llevar hasta 82 kilos de peso. Eran conocidos por "los bravos".


* * *

La primera embestida fue cruenta, en cinco lugares simultáneos. Con olas de dos metros y vientos de través de 28 nudos. Los seres anfibios aliados pisaron tierra francesa y la población recién liberada empezó a entonar sus cantos. Sin embargo, se había producido un hecho que mantenía en vilo al general Sánchez Bravo, a su hijo el capitán y al coronel Romero: por fin el arma secreta alemana había hecho su aparición. Se trataba de las bombas voladoras V-I, tan impacientemente esperadas por Hitler. Las primeras se desviaron de su ruta y sólo una cayó en Londres. Pero dos días después la puntería era mejor. Se lanzaron 244 misiles, de los cuales 73 sobre Londres. El sistema de pilotaje era automático y rudimentario, la imprecisión muy grande, pero la explosión era poderosa y los daños muy importantes. Desde 1943, Londres se había librado prácticamente de la guerra aérea; ahora volvía a entrar en ella y el choque fue doloroso… La población pareció tener menos ánimo. El carácter impersonal de la nueva arma producía un efecto demoledor. Hitler creía que Inglaterra, asustada por esta nueva arma, imploraría la paz; pero los avances aliados en tierras francesas continuaban, aunque con mayor resistencia de la esperada. Una tempestad de verano azotó las costas, retrasando la puesta en marcha de su plan de ataque. Afortunadamente no era un ciclón. Entretanto, Hitler prometió el próximo lanzamiento de la V-II, más demoledora aún que la V-I.

Durante días se luchó en el sector de Caen. Caen era el camino de París. La artillería naval, la artillería terrestre y la aviación bombardeaban la ciudad. Por fin la defensa cesó y Caen fue ocupado. Ante la lentitud de las operaciones, los ingleses culpaban a Eisenhower y los americanos criticaban a Montgomery.

Los ejércitos alemanes estaban desmoralizados porque comprendían que tarde o temprano todo se derrumbaría. Argumento totalmente a favor de quienes creían que la solución estaba en matar a Hitler. Sin embargo, entre los "amotinados" había ciertas vacilaciones. Todos habían jurado: "Juro ante Dios una ñdelidad incondicional al Führer… y en todo momento estaré dispuesto a dar la vida por este juramento sagrado". Otros temían hacer de Hitler un mártir y otros pensaban que sería una puñalada por la espalda ante un adversario que no admitía otra salida de la guerra que una rendición sin condiciones.

Superados los escrúpulos se eligió para la ejecución del plan al conde Claus Schenk von Stauffenberg, a quien una mina había arrancado el brazo derecho, el ojo izquierdo y dos dedos de la mano izquierda. Estaba dispuesto a morir él, kamikaze, para que esta vez no fallara el intento.


* * *

Marta fue al hotel del Centro a visitar a Paúl Günther, cónsul alemán. Lo encontró en su habitación, sentado y meditabundo en un sillón rojo desde el cual había brindado muchas veces con sus ayudantes por la victoria nazi. El hombre estaba abatido. Gigante con pies de barro. Ni siquiera sus perros estaban allí. Tal vez se hubieran ido a Normandía a luchar contra el desembarco aliado.

La muchacha advirtió que el cónsul ni tan sólo se esforzaba por disimular.

– Las cosas van mal, verdad? -inquirió.

– Pues…, sí. Las cosas van mal -admitió el cónsul, pegando súbitamente un bastonazo en el suelo.

Tuvo un ataque colérico. Había confiado tanto en la V-I y en la V-I I! Y ahora resultaba que cada bomba volante sólo mataba a una persona y hería a cinco. De hecho, el "robot" -así lo llamaba Paúl Günther-, pese a que avanzaba a una velocidad de 600 kilómetros, ocasionaba menos daño directo que una bomba de 1000 kilos. Ahora bien, un robot podía llegar a cualquier hora del día o de la noche, lo que obligaba a estar en constante tensión. Paúl Günther también había confiado en el Muro del Atlántico, que había visitado una vez. "Una verdadera ciudad subterránea, movida totalmente por electricidad y con la más moderna instalación, no sólo para defender el terreno sino la vida de los soldados. En las entrañas de esta ciudad había grandes cocinas y comedores, hospital, depósitos de municiones y víveres, cuadras, garajes, etc. Y todo esto había saltado como si fuera de papel".

A más de esto, la Resistencia francesa -los maquis-, que hasta el momento no había dado más que esporádicos golpes, aparecía a plena luz. Los maquis causaban mucho daño en la retaguardía. En cualquier lugar podía haber una mina o estallar un coche o un tren. Y la aviación aliada dejaba caer toneladas de octavillas invitando a los franceses, y a los italianos!, a sublevarse contra el III Reich. La BBC llamaba héroes a estos hombres, la mayoría del Partido Comunista, con injertos españoles -guerrilleros-, que solían ser anarquistas. "Quién sabe si en estos momentos hay maquis gerundenses luchando con esta pandilla de asesinos". Marta no pudo por menos que evocar la figura de José Alvear.

Marta quería agarrarse a alguna esperanza.

– Pero, no ve usted ninguna posible solución? Lo que me está diciendo es gravísimo!

Paúl Günther se llevó los dos índices a los labios y movió la cabeza de derecha a izquierda.

– Pues, la verdad, no… -Marcó una pausa-. Aunque el Führer es un genio y a lo mejor será él quien diga la última palabra…

El tono del cónsul era tan poco alentador que Marta salió de allí completamente desmoralizada. Se fue a Falange a ver a Mateo. Éste, sorprendentemente, estaba de buen humor. Confiaba en la V-I y en la V-II. Confiaba en que Hitler tenía preparada la V-III. Además, eso de los maquis era una filfa. Lo que hacían la mayoría era emborracharse en las bodegas, saquear a los ricos y dedicarse a la francachela. "Exactamente lo que hicieron aquí". Y mataban sin discriminación. Con excesos que habían obligado al mismo De Gaulle a dirigirse a ellos por radio pidiéndoles cordura. Cordura! La mayoría eran comunistas y lo que deseaban era que Rusia ocupara Alemania y llegara hasta Francia al mando de algún general cuyo nombre terminara en ov.

– Espera, Marta, espera… También los aliados parecían vencidos y ya ves. Por qué no va a producirse ahora la contrapartida? A lo mejor Rommel cede terreno ex profeso para lanzarse luego como un tigre sobre las bolsas que hayan quedado atrás… Los aliados tienen sus bases de aprovisionamiento al otro lado del canal, en Inglaterra. A mí no me gustaría luchar en estas condiciones, con el mar a la espalda, contra la clarividencia de Hitler y la experiencia de los generales alemanes.:

Mateo estaba de buen humor, a pesar de todo, porque veía a Pilar recuperada del trauma… y porque había aprobado el segundo curso de Derecho! Las lecciones del profesor Civil -y su uniforme- obraron el milagro. Más que nunca estaba decidido a modificar sus planes de vida y compartir la Falange con el hogar. Ello había euforizado a Pilar, a la que de repente habían entrado ganas de ir al cine. Se tragaba las películas americanas como si fuera una súbdita de Eisenhower. Y el NO-DO la tenía encantantada por las noticias que daba y por la rotunda voz del locutor, Matias Prats. Por cierto, que Mateo le dijo que quien doblaba a Mickey Rooney en las películas era una mujer.

– Cómo! Esto es una estafa…

– Nada de eso, Pilar. En los doblajes se hacen toda clase de combinaciones. Viejos que tienen voz de niño, niños que tienen voz de viejos. Como en la vida. Los que doblan tienen que ser un poco ventrílocuos, compréndelo…

Mateo, desde que había visitado a Núñez Maza, buscaba en qué apoyarse para recobrar del todo el optimismo. El camarada Montaraz fue su eficiente lazareto. Leyó el Ideario y descascarólo un cacahuete. "Nada. Literatura barata… Suponiendo que el Caudillo haya leído esto, le habrá dado un atracón de risa. A estas alturas de la guerra y de la complejidad internacional querer dar lecciones desde un hotel de Caldetas…! Hasta aquí podíamos llegar -El camarada Montaraz se mantuvo en sus trece y añadió cambiando el tono de la voz-: Te repito lo que te dije la pftiíla vez cuando hablamos de la destitución de Núñez Maza; yo lo hubiera llevado al paredón".

El tono del camarada Montaraz era tan neutro que Mateo se estremeció. Todavía resonaban en sus oídos las palabras de Núñez Maza: "Lo que ocurre es que vosotros vivís en provincias y no conocéis Madrid". Al camarada Montaraz no podía decírsele eso. Iba a Madrid con frecuencia y tenía allí al ministro Girón, gracias al cual había sido invitado a la última cacería de Franco, en la que, efectivamente, advirtió la presencia de algunas alimañas que hablaban de negocios.

– Es inevitable, te das cuenta? Acuérdate de aquello del panal de rica miel…

– Cuéntame cosas de Madrid… -le suplicó Mateo. El gobernador le miró y su rostro adquirió una expresión cómica.

– Hala! Voy a contarte una historia que no es de ciencia-ficción… Cuando hace poco murió en Madrid el embajador aleman Hans Adolf von Moltke, que resultaba incómodo porque queria la intervención de España, se le hizo un solemne entierro. Como era de esperar, el embajador inglés, lord Samuel Hoare, que nos querría ver a todos degollados, protestó por "tanta fanfarria". Entonces nuestro ministro de Asuntos Exteriores, el conde de Jordana, le dijo: "Tenga la seguridad el señor embajador de que si le ocurriera lo que al colega alemán, sus honras serían igualmente solemnes".

Mateo se rió. El humor del conde de Jordana le pareció anglosajón. Pero lo que el muchacho quería era un antídoto contra la operación "Overlod" y contra lo que podía ocurrir en España si ganaban los aliados.

– No te impacientes -le contestó el gobernador-. Espera a que pase un mes… -Marcó una pausa-. Y perdóname que no sea más explícito.

El tono del gobernador esta vez no fue neutro. Denunciaba una absoluta convicción. Mateo quiso agarrarse a esa esperanza y lo consiguió. Un mes! Qué podía pasar? Recordó haber leído: "A veces, en un segundo, cambia el curso de la historia".

La conversación tranquilizó un tanto a Mateo, quien a la salida se fue a la Sección Femenina a ver a Marta. Ésta le contó su entrevista con el cónsul Paúl Günther. Mateo, a medida que la oía iba negando con la cabeza. Al final comentó:

– Que yo sepa, Paúl Günther no es más que un funcionario enviado a un destino casi innecesario… A lo mejor había hecho una mala digestión.

A Mateo le gustaba visitar a Marta en su feudo. La muchacha, que volvía a llevar flequillo, daba la sensación de una extrema seriedad. Limpieza y orden parecían ser su divisa. No obstante -y también, probablemente, por orden superior-, de las paredes había descolgado los retratos de Mussolini y de Hitler.


* * *

Un filántropo de Barcelona, Juan Asensio, facilitó bastones blancos a todos los ciegos que no pudieron procurárselo. Éste no era el caso de Lourdes, la novia de Cacerola. Lourdes hacía años que tenía bastón blanco porque su madre, Rogelia, en la pensión Imperio, siempre se las arregló para tener guardados unos cuantos billetes y comprarle a su hija, ciega, todo lo que pudiera menester.

Cacerola y Lourdes se casaron. Ellos habían previsto una boda íntima, pero la iglesia del Mercadal se llenó. Todo el mundo quería a Cacerola y fueron muchos los que quisieron estar presentes en el templo. A ello contribuyó la natural curiosidad. De una parte, Lourdes, invidente, con traje blanco como su bastón; de otra parte, Cacerola, con traje cruzado azul marino y recibiendo el mismo día el bautismo, la primera comunión y el sacramento del matrimonio. Cacerola se quedó huérfano de muy pequeñín y no tenía la menor certeza de haber sido bautizado. Entonces el padre Forteza se ofreció para ser el oficiante. Lo más difícil fue la confesión. Cacerola sólo se acordaba de haber transgredido a menudo el sexto mandamiento, pero no consideraba que fuera un pecado. Sobre todo lo había transgredido en Rusia…, y mentalmente docenas de veces teniendo por compañera a la alemana Hilda. A Lourdes la había respetado siempre. Sólo algún beso, y con mucho pudor. Lourdes era una figura de porcelana que daba la impresión de que si se caía se rompería a pedazos.

Asistieron todos los falangistas, con el cantarada Montaraz a la cabeza. Y una nutrida representación del Frente de Juventudes, del que Ignacio, en broma, solía decir que "eran niños vestidos de pijo a las órdenes de un pijo vestido de niño". En honor de Lourdes, que al no poder vivir de imágenes vivía de sonidos -la radio, los discos, la palabra-, en el templo cantó el coro de Chelo Rosselló y tocaron varios motetes los cuatro hijos pequeños del doctor Andújar. La homilía del padre Forteza le salió redonda. Dijo que al margen de los ojos, los ciegos acostumbraban a tener una honda vida interior y un sexto sentido que les permitía distinguir, entre otras muchas cosas, las personas buenas de las personas malas. Cacerola era una persona buena y de ahí que el matrimonio era de prever que sería feliz. "Los ciegos de nacimiento no sienten ningún complejo. Ven, a través de su cerebro, incluso los colores. No sueñan disparates, sino cosas reales. El timbre de las voces es para ellos esencial y les permite formular juicio. Y aparte de eso, Lourdes, según su propia declaración, recibió un día, a los doce años de edad, la visita de la Virgen, la cual le dijo: No tengas miedo, hija mía, que en las horas de angustia estaré siempre a tu lado. El día de la boda no era de angustia, sino de felicidad. El marido podía tener la certeza de que su entrega no sería un acto inútil".

Rogelia, la madre de Lourdes, había remozado con antelación la casa, la fonda, para que la nueva pareja tuviera una habitación independiente y confortable. Cacerola apenas si cambiaría de vida? excepto a fin de mes: en vez de pagar, cobraría. De momento no quería dejar la conserjería de Sindicatos, donde día tras día, y a pesar de las maledicencias, palpaba la realidad de que la España de los "productores" conquistaba derechos impensables antes de la guerra civil. Más adelante, si optaran por ampliar la fonda Imperio, tal vez se decidiera a meter las narices en la cocina.

Dos regalos les conmovieron por encima de los demás: una colección de tangos -el ritmo preferido por Lourdes-, obsequio del gobernador y un tocadiscos flamante, marca Philips, obsequio de todos los falangistas. También Pedro Ibáñez le regaló una miniatura con palillos que le había costado medio año de trabajo y que representaba una iglesia ortodoxa de Novgorod; en cuanto al huésped Agustín Lago, les regaló un pequeño retablo que representaba a la Virgen de Lourdes.

Cacerola, conmovido e intimidado a la vez no sabía cómo corresponder a todos los asistentes. Lourdes, con el velo sujeto en el cabello, lo cual permitía verle los ojos muertos, sonreía. Su sonrisa era especial. Era una sonrisa de adentro afuera, como había presentido el padre Forteza. Movía la cabeza de derecha a izquierda saludando a unos y a otros. Asida del brazo de Cacerola -a lo largo del noviazgo habían dado interminables paseos por la Dehesa- se sentía segura.

El viaje de bodas, Cacerola lo había calculado milimétricamente. En un coche del ayuntamiento que les prestó la Voz de Alerta -Cacerola podía conducir un tanque-, se fueron primero a Barcelona, donde, en el Liceo, daría su primer concierto una soprano llamada Victoria de los Angeles, de la que se decía que pronto figuraría en el primer lugar de las carteleras. Lo cierto es que Lourdes sintió escalofríos al oír tan portentosa voz. Lourdes entendía de música y le explicó a Cacerola las dificultades de las distintas piezas que Victoria de los Angeles cantó. Cacerola estaba embobado. Él, en el Liceo! Con su mujer! Todo aquello parecía de ensueño y el asidero definitivo que durante tanto tiempo anduvo buscando.

Al día siguiente subieron a Montserrat. Y Lourdes, al oír la Escolanía, se conmovió de nuevo hasta la raíz. Asistieron a vísperas, durante las cuales escucharon gregoriano. A Cacerola se le antojó un poco monótono; en cambio, Lourdes se entusiasmó. "Este canto es para siempre. Pasarán los años y siempre habrá monjes que lo cantarán".

Regresaron a Barcelona, donde permanecieron tres días más. Tomaron la Golondrina hasta el rompeolas, donde Lourdes oyó por primera vez el mar.

– Y esas olas, son muy grandes?

– No, ésas no… Hoy el mar está tranquilo.

– Hay muchos barcos?

– Muchos… Un día de éstos habrá canje de prisioneros y las naves se están preparando.

Por las calles oían el sonsonete "Cien iguales para hoy" que cantaban los ciegos.

– Gracias a mi madre -comentó Lourdes- me he librado de eso -y preguntó si aquellos ciegos llevaban un perro.

– La verdad es que no me he fijado, pero creo que no.

Lourdes se empeñó en ir a los toros. Los diestros eran Pepe Bienvenida, Pepe Luis Vázquez y Mario Cabré. Mario Cabré estuvo sensacional y Cacerola le dijo a su mujer: "Además de matador, es poeta". Lourdes intentó imaginárselo. "Las mujeres se vuelven locas por él". Los olés le sonaron a gloria, aunque le sorprendió que los bufidos de los toros no expresaran mayor tortura.

– Cómprame un libro de poesías de Mario Cabré y me las lees en casa…

A su modo, Lourdes también era poeta. Le había dictado versos naif a su madre y gracias al Braille tuvo ocasión de leer La vaca cega, de Maragall y poemas de Sagarra. Cacerola no entendía de versos. Sólo se acordaba de un par de líneas que le recitó Rogelio dedicadas a las chicas de los "putódromos": La honra perdí, pero vivo superior.

Lástima que Lourdes no pudiera ver la Sagrada Familia y otras obras de Gaudí. Cacerola había oído hablar tanto del arquitecto al que mató un tranvía que contempló aquel templo y La Pedrera como si fueran la Acrópolis. A veces el muchacho pensaba: "No sería posible que yo le diera un ojo a Lourdes? Un trasplante?". Se hablaba de ello, pero, por el momento, nada podía hacerse. Lourdes lo apretaba contra sí. "Gracias. Sé que lo harías… Eso me basta para ser feliz".

En las Ramblas, Lourdes oyó el canto de muchos pájaros y se encandiló. "En Gerona tendremos un par de periquitos", le prometió Cacerola. Luego, en la plaza de Cataluña, oyó el aleteo de las palomas. Una se le posó en el hombro y ella intentó acariciarla, pero la paloma voló. "Lo malo que tienen es que lo ensucian todo -explicó Cacerola-. Y mosén Alberto dice que dañan poco a poco los edificios antiguos".

El cine era para Lourdes como los seriales de la radio. Cacerola eligió películas musicales: continuaban triunfando Diana Durbin y Jorge Negrete. "Me los imagino perfectamente -dijo la muchacha-. Jorge Negrete lleva bigote? Lo suponía… Te prometo que lo supuse!". "Lo que nunca supondrás -le dijo Cacerola- es el tamaño de su sombrero mejicano".

Escribieron postales a las amistades. Lourdes había aprendido a firmar, aunque necesitaba mucho espacio. "Se llevarán la gran sorpresa", comentaron al alimón.

El regreso a Gerona fue triunfal. Todo el mundo pasó a saludarlos y entretanto habían llegado más regalos aún. Sin saber por qué, el capitán Sánchez Bravo les regaló un espejo. Nada le dijeron a Lourdes. Doña Rogelia comentó: "Debería de estar borracho".

Acababa de crearse el documento nacional de identidad. Les gustó poder rellenar el formulario poniendo: casado, casada… Buscaban todo cuanto dejara constancia de su amor.

– Sabes cuántos somos en España? Cuál es el censo de los españoles? -preguntó Cacerola.

– Ni idea -respondió Lourdes.

– Veintiséis millones…

– Los ciegos nos acercamos a los cien mil -añadió Lourdes.

Cacerola se quedó tieso.

– Eso no lo sabía.

– Me enteré por la radio. Los domingos hay una emisión dedicada a nosotros.

– Tampoco lo sabía.

– Ay, cuántas cosas te faltan aprender!

La estampa de la pareja se hizo popular en Gerona. Iban a la cafetería España, donde Rogelio los atendía con todo afecto y donde no conseguían pagar nunca la consumición. "Invita la casa". "Un pajarito me lo ha pagado".

– Un pajarito! Y el par de periquitos? -Cacerola se dio un puñetazo en la frente.

– Vamos a por ellos…

Fueron a una pajarería de la calle del Carmen y se agenciaron dos canarios que alegrarían todavía más al amor sin trampa de aquella pareja asentada sobre una nube que a doña Rogelia le parecía irreal.


* * *

Regresó de Rusia la Legión Azul -algunos la llamaban Tercio-, bruscamente retirada del frente. Pronto se supo el resumen de aquella odisea nacida en el cerebro de Núñez Maza: habían combatido 18000 divisionarios. Habían muerto 3943; 8466 heridos; 326 desaparecidos; 321 prisioneros… Otros se habían pasado al enemigo y era de suponer que serían protegidos por Dolores Ibárruri, la Pasionaria, desde Ufa.

Fueron también recibidos como héroes, aunque no faltaban los Manolo de turno que se indignaron al leer el balance. "Y todo esto, para qué?". Rogelio se acordó de la cruz de palo en la tumba del capitán Arias, a quien un obús se le llevó la cabeza. Seguro que entre los que regresaron había algún ciego…

Murió la esposa del profesor Civil y éste la sobrevivió justo una semana. Fue una amputación. Apenas si alguien se acordaba de la mujer, que se pasó los diez últimos años de su vida en la cama, sin apenas poder moverse. El profesor Civil la cuidó y mimó como Cacerola estaba dispuesto a hacerlo con su flamante esposa. Nadie faltó al entierro. Ignacio y Mateo se afectaron vivamente y entendieron que, sin la blanca cabellera del profesor, Gerona no sería la misma.

Sebastián Estrada había fichado -pitado- definitivamente por el Opus Dei, después de haber conocido en persona al padre Escrivá, en Madrid, adonde le acompañó Agustín Lago aprovechando las vacaciones. Sebastián Estrada quedó hipnotizado por la figura del Fundador, por su palabra ruda, exacta, calculadamente reiterativa. Espió todas sus expresiones y todos sus gestos y llegó a la conclusión de que su autodominio era total. Especialmente le impresionó la manera que tenía de bajar las escaleras, sujetando la sotana con una sola mano. "Nunca -le había dicho Agustín Lago- habrás visto unas escaleras tan bien bajadas". Precisamente, por esas fechas habían sido ordenados sacerdotes aquellos tres ingenieros de que se habló, y Agustín Lago, el día de San José, como todos los años, hizo la renovación de sus votos: "Yo, Agustín Lago Segrelles, poniendo como testigos a los santos Ángeles Custodios, a san José, a la Virgen Santísima y a los patronos de la Obra, hago voto de pobreza, de castidad y obediencia hasta la próxima fiesta de San José".

Tal vez lo que le costara más a Sebastián Estrada -que había aprobado de golpe los dos primeros cursos de magisterio-, fue el llevar cilicio dos horas diarias y el sábado por la noche o el domingo por la mañana usar disciplinas. Le dolía, le dolía en la carne y más adentro. Entonces se acordaba de una máxima de Camino: "Jesús no se satisface compartiendo; lo quiere todo". Tal vez ese todo, para monseñor Escrivá, comprendiera la herencia que Sebastián Estrada, en contra de la opinión de su hermano, Alfonso, entregó a la Obra. Acaso los frutos de esta entrega no se hicieran esperar. Carlos Andújar, el primogénito del doctor, que estudiaba medicina en Barcelona, había pitado también por el Opus Dei, gracias a la perseverancia de Carlos Godo y de la familia Valls Taberner. El recíproco saludo de Agustín Lago y Sebastián Estrada era siempre el mismo. Pax, decía uno. Y el otro contestaba: In aeternum.

En S'Agaró, fiesta por todo lo alto. Manolo y Esther dieron el visto bueno al chalet que Ángel les construyó muy cerca de la playa de la Conca -paredes blancas y muchas flores-, y se reunieron allí una treintena de invitados, servidos por el restaurante del hotel La Gavina, el más lujoso de la costa. Hermosos pinos rodeando la casa, hermosa piscina, hermoso jardín. Manolo, palpándose la incipiente barriga, dijo: "Voy a ocuparme yo mismo de cortar el césped". Nadie le creyó; el que menos, Ignacio. Manolo se estaba convirtiendo en un comodón, lo contrario de Esther, cada día más aficionada a hacer cerámica y al tenis.

Los Fontana -como los llamaban en Gerona- se disponían a pasar en su chalet, chalet Sol-Mar, el verano entero, donde los amigos se turnarían y donde la madre de Esther, Katy, se preparaba para aterrizar. Manolo no podía dejar siempre el despacho; Ignacio le ayudaría y le tendría al corriente. Ana María se pasaría todo el mes de julio en el chalet Sol-Mar, que no distaba mucho del de su padre, don Rosendo Sarro, más espectacular pero que llevaba el estigma de un arquitecto rabiosamente reñido con el paisaje en torno. Ana María se las arreglaría muy bien visitando de vez en cuando a la familia, cosa no difícil, pues su padre andaba casi siempre de viaje. Desde que los alemanes habían dejado libre el sur de Francia -se retiraron al Norte, acaso para defender París-, don Rosendo Sarro basculaba de continuo entre la frontera catalana y la frontera vasca. Leocadia, la madre de Ana María, estaba encantada con Ignacio. Cada vez más. Nunca se arrepentiría de la decisión tomada. Le perdonaba incluso que sostuviera la tesis de que los orientales no tenían oblicuos los ojos, sino que lo que tenían rasgados eran los párpados. "Vamos, Ignacio, que una ha visto muchas películas y eso no me lo podrás discutir".

– Y qué me dices de los japoneses, que se comen el pescado crudo? -le preguntaba Leocadia.

Ignacio se reía.

– Se están preparando para comerse cruda a la raza blanca.

– Ay, este hombre! -suspiraba Leocadia-. Lleva veneno en la lengua… Qué le vamos a hacer!

Manuel Alvear salió del seminario -primer curso aprobado-, dispuesto a pasar las vacaciones en casa de su hermana, Paz, esposa de la Torre de Babel. Paz le recibió con cierta reticencia, al verlo pelado al rape y con la cadena y la medallita colgándole del cuello. Manuel se había enamorado del latín y Paz no lo comprendía. "Es idioma declinatorio, te das cuenta, Paz?". "Y a mí qué me importa eso! Habíame en castellano, como siempre, y como está mandado y nos entenderemos".

Manuel sonrió. Estaba en paz consigo mismo y tenía vocación. Nadie ni nada le apartaría de su camino. Por lo demás, tenía de su parte a la Torre de Babel, quien se acordaba de César… Manuel tenía prohibido ir a bañarse a la piscina -promiscuidad de sexos- e igualmente prestar atención a las carteleras de los cines. "Lo mejor es caminar mirando al suelo. Porque incluso los escaparates se han puesto provocadores". Los había que decían: "Señora, contra sus irregularidades periódicas, Perlas Victoria". O bien: "Almorranas. Fístulas, Enfermedades An-Recto. Dr. Ramón Capell". El mismo Jaime, el librero, que por lo visto no escarmentaría jamás, había puesto un cartelito que decía: "Novelas francesas para señoritas". Francesas! Qué significaba aquello?

El hermano de Paz se puso en manos de mosén Alberto. No quería perder demasiado tiempo durante las vacaciones. Seguiría estudiando latín y gramática y velaría cuatro horas diarias el Museo Diocesano. Mosén Alberto estaba contento con él. "Es de buena pasta". Se sentía orgulloso de haber influido en su vocación. La sirvienta, Dolores, se enteró de que al muchacho le gustaban mucho los pasteles y se las ingeniaba para prepararle todas las tardes algún que otro bizcocho. Pero Manuel había trocado el campo de visión. Antes estaba pendiente de los crucifijos; ahora le atraía, con sentimientos muy diversos, la calavera de Ampurias que mosén Alberto tenía sobre la mesa.

No se atrevía a palparla, porque la notaba fría en exceso; pero contemplaba la forma de los huesos, las concavidades y se tocaba su propia cabeza pensando: "La mía debe de ser igual… Quizá, un poco más pequeña!". Aquello era la muerte. Mosén Alberto le dijo que debía de tener lo menos mil años. Era posible? Claro, claro, los huesos duraban más que la carne, aunque no tanto como el alma. El alma le tenía preocupado a Manuel. No saber dónde se escondía, si es que tenía forma concreta. Y si no la tenía, más misterioso aún. Él la sentía de vez en cuando al rezar y, sobre todo, al acostarse. Le gustaba que Amanecer dijera: Gerona tiene veinte mil almas. Salvar el alma era lo único que importaba y él debía procurar salvar la suya y también la de Paz y la de la Torre de Babel. A veces se decía que posiblemente las almas hablaban y que si hablaban lo hacían en latín.

Moncho y Eva se fueron el mes de julio a Panticosa, capital oscense del valle de Tena, que durante la guerra fue su cuartel general. Se hospedaron en una fonda llena de moscas; pero no importaba. Él necesitaba volver a ver a sus compañeros y aquel prodigioso paisaje del Pirineo aragonés, con un valle de Ordesa que no tenía parangón, con los lagos de Brazato y Bachimaña.

Sus ex compañeros de armas, los del mismo valle, los Royo, Pueyo y demás, les invitaron con espontánea hospitalidad. No se hacían a la idea de que Moncho fuera médico, y encima analista. "Así, que si mirases al microscopio mi sangre sabrías si estoy sano o enfermo. Cono! Por qué no te has traído ese chisme?". También les sorprendió que su mujer fuera alemana. Varios estuvieron a punto de darle el pésame por la marcha de la guerra, dado que el último parte hablaba de bombardeos masivos sobre Berlín. Moncho hizo con el dedo un signo negativo. "Nada de pésame… Eva es judía y detesta a los nazis". Algunos reaccionaron en contra, porque ellos deseaban el triunfo de Alemania. "Es que, si los aliados ganan -argumentaban-, a lo mejor quieren entrar en España y volvemos a las andadas, abandonando nuestras vacas, a la mujer y a los hijos".

Cuando en el balneario de Panticosa se enteraron de que Monr cho era capaz de practicar la acupuntura, le llamaron con urgencia. Al balneario acudían personas artrósicas, con males de toda índole y habían oído decir que "el tratamiento chino" obraba milagros. Moncho que, como siempre, había llevado consigo el maletín con las agujas necesarias, empezó a pinchar en el balneario. Aquello le divertía y adquiría experiencia. Entendía mucho de los polos Yin y Yang, de meridianos, de circuitos de energía, de medicina, en fin, basada en la física, al revés de Eva, capaz de practicar la medicina occidental basada en la bioquímica. Dos conceptos dispares que algún día deberían trabajar al alimón. Moncho sabía que la oreja tenía la forma de un feto invertido, colocado cabeza abajo y que cada mancha o bulto en la piel del apéndice correspondía a una anomalía visceral, orgánica o muscular. De ahí la importancia de tales manchas y protuberancias para establecer un diagnóstico, aparte de la toma de los pulsos radiales en las muñecas.

Los pacientes se ponían en sus manos sin rechistar y observaron que, de repente, alguna de las agujas, por haber terminado su función, saltaba por sí sola. Tuvo algunos éxitos, pero finalmente desistió. Él quería descansar y para Moncho descansar era escalar montañas. Recorrió, junto con Eva, muchos de los puestos donde había montado la guardia junto a Ignacio. Recordó que muchos franceses, sobre todo procedentes del refugio invernal de Cauterets, subían a ver de cerca, como en un zoo, a aquellos "leones españoles" que se entretenían peleándose entre sí. Ahora los que se mataban entre sí eran los franceses, enfrentados los colaboracionistas de Pétain con los de la Resistencia. "A cada puerco le llega su San Martín".

Moncho respiró oxígeno, se emborrachó de naturaleza. Hasta que, el día 15 de julio, el doctor Chaos le reclamó por teléfono. "Vente en seguida. Tengo la clínica llena de alemanes fugitivos y sin los análisis estoy perdido". Moncho y Eva hicieron el equipaje y se volvieron a Gerona, primero saltando de camión en camión y luego en tren. Justo aquel día el Ejército ruso entró en Finlandia y se anexionó Carelia, sin que apenas nadie le prestase atención.

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