CAPÍTULO XVI

LLEGARON DÍAS ACIAGOS para el general Sánchez Bravo, quien ante el mapamundi debía cambiar constantemente de sitio sus banderitas. Nebulosa le observaba en silencio y doña Cecilia, viendo tan serio su semblante, le preguntaba: "Ocurre algo malo?". Ocurría que en aquel verano de 1943 los generales alemanes se quedaron estupefactos al evaluar las fuerzas rusas, que calculaban en 513 divisiones de infantería, 41 divisiones de caballería, 209 brigadas mecanizadas o blindadas. Rusia se había desangrado terriblemente, y de ahí que Hitler considerara que estaba agotada; pero su capacidad de reacción era fabulosa. El propio Goebbels le confesó a Guderian que había que considerar que los rusos podían llegar a Berlín. "Nosotros debemos pensar en envenenar a nuestras mujeres y a nuestros hijos".

Por fortuna, el encargado de la fabricación de armamentos en Alemania era un genio, Albert Speer. Consiguió que trabajasen catorce millones de hombres, en artillería, carros de combate y aviación. Y sobre todo, en el "arma secreta", la V-I y la V-II, que sería seguramente decisiva.

En ese verano de 1943 Alemania sacó más fuerzas de flaqueza que en los momentos de mayor expansión. Sin embargo, los rusos hacían más aún. El doble que la producción alemana. Además, la lucha de los "partisanos", con sus escaramuzas en la retaguardia, era mortal. Comenzaba la gran retirada de Ucrania.

El 25 de septiembre los rusos alcanzaron el Dniepper. Momento conmovedor. Dos años antes, los soldados alemanes se habían sentido llenos de emoción, casi de vértigo, al abrazar con la mirada la inmensidad del río, y más allá la llanura infinita.

Un día antes habían recuperado Smolensko. La ocupación tenía su símbolo, puesto que significaba que Moscú estaba definitivamente salvado y era la primera vez que el cañón de la victoria sonaba en la capital.

A continuación, tomaron Kiev. Los oficiales alemanes se preguntaban por qué no se había construido una línea de defensa sólida. Hitler no quería oír hablar de eso. "Si se cuenta con una línea defensiva sólida, sólo se piensa en retroceder hasta esa línea y yo lo que quiero es avanzar".

Por otra parte, en el frente italiano la cosas andaban peor todavía. Aparte de que el desembarco en Sicilia fue un paseo militar, se había bombardeado, en efecto, Roma, por dos veces consecutivas! En la primera, quinientos bombarderos volaron sobre la ciudad dejando caer toneladas de bombas sobre los barrios populares de San Lorenzo. La conmoción en el mundo -y en Gerona- fue tremenda. Qué ocurriría con el Vaticano? De momento, estaba intacto. Pero hasta cuándo? El Papa pidió a la cristiandad rogativas para la paz, cosa que, según Ángel, el hijo del gobernador, y los hermanos Costa, no había hecho mientras el Eje ganaba la guerra. Inmediatamente se movilizaron los fieles y enviaron al Vaticano millares de telegramas, entre los cuales había uno de Carmen Elgazu. Era el primer telegrama de su mujer que Matías cursaba desde que estaba en Telégrafos. Casi le emocionó. "Aquí en Gerona rezamos por la paz y por la salvación del Papa y de Roma". También enviaron telegramas la Voz de Alerta y el doctor Andújar y, cómo no!, el obispo, doctor Gregorio Lascasas, quien le había confiado a Agustín Lago: "Las cosas andan mal. Presiento una catástrofe sin precedentes".

Mosén Alberto tuvo que consolar a Carmen Elgazu.

– No llores, mujer… Confía en la providencia. No sé lo que va a ocurrir, pero el Vaticano se salvará. Allí están las reliquias de san Pedro, que desviarán las manos destructoras.

Carmen Elgazu le rezaba a César para que interviniera, junto con las reliquias de san Pedro. Le parecía que a César lo tenía más a mano.

– Mosén Alberto, siempre lo he dicho y en casa se reían de mí. Verdad que los que bombardean Roma son los protestantes?

Mosén Alberto titubeó.

– Pues, en cierto sentido, sí…

– Claro… Mi instinto no miente. Si lo sabré yo.

Las rogativas en Gerona llegaron incluso a organizar Vía Crucis, capitaneados por mosén Falcó, en las capillas que ascendían detrás de las murallas y que normalmente sólo eran utilizadas por Semana Santa. Carmen Elgazu movilizó a Matías, a Pilar, a Manuel Alvear -seminarista- y a Eloy; Mateo se excusó aludiendo a su cojera e Ignacio, simplemente, dijo: "Lo siento, mamá, pero tengo trabajo".

Si Carmen Elgazu hubiera recibido información del general Sánchez Bravo todavía hubiese llorado más. Mientras los ingleses se dirigían hacia Catania, el rey de Italia, el pequeño rey, Víctor Manuel III, proseguía sus intrigas cautelosas con el mariscal Badoglio y otros mussolinianos caídos en desgracia. Había dos corrientes: los que querían retirar a toda costa a Italia de la guerra y los que querían solidarizarse a vida o muerte con Alemania. Fanáticos fascistas recorrían las provincias de Italia proclamando que la patria estaba en peligro y lanzando la consigna: o victoria o muerte. Algunos aceptaban, otros rehusaban. Entre estos últimos se encontraba Ciano.

La desbandada de Sicilia había provocado las iras del Führer, quien pidió que se sometiera a acusación al almirante Leonardi, responsable de la defensa de la isla. Se enviaron refuerzos, pero en pequeña escala, pues se temía una traición. Hitler le preguntó a Rommel si conocía algún fascista capaz de ofrecer resistencia y de salvar la cooperación italogermana. Rommel contestó en el acto: "No existe tal italiano…"

Hitler y Mussolini se entrevistaron -ambos envejecidos hasta causar espanto-, e Hitler le repitió una vez más que el "arma secreta" tantas veces anunciada era una realidad; que, en efecto, se llamaría V-I y V-II; y que por sí sola daría el vuelco a la situación. "Lo que ocurre es que cada día que pasa es un día más y tenemos que esperar todavía unos meses para tenerla a punto".

Este plazo fue suficiente para condenar a Mussolini. El Gran Consejo Fascista, acaudillado por Ciano, Grandi y De Bono, le dijeron al Duce que dejara en manos del rey el gobierno de las fuerzas armadas. Ello significaba el desmoronamiento del régimen fascista. Se pasó a votación y la unanimidad en contra de Mussolini le asestó a éste el golpe de gracia. Disuelta la reunión, Mussolini se dirigió a ver al rey, para exponerle sus argumentos. El rey le replicó: "Usted es el hombre más detestado de Italia. Yo le quiero mucho. Se lo he probado defendiéndole en numerosas ocasiones. Pero esta vez tengo que pedirle su dimisión…"

A la salida, el coche de Mussolini ya no estaba. Le esperaba otro, una ambulancia, al mando de un capitán de carabineros, que condujo a Mussolini hasta el cuartel de Vía Legnano. Horas después, tres comunicados anunciaron al mundo la caída de Mussolini. El estremecimiento fue general. El camarada Montaraz, el general Sánchez Bravo, Mateo y Marta estaban desorientados. Cómo se precipitaban los acontecimientos! Y Radio Londres martilleando sin cesar e informando de que los basureros de las calles romanas empujaban a las alcantarillas millares de insignias del Partido Nacional Fascista.

Hitler se enteró con furor de la noticia. "Ahora los italianos me van a decir que continúan en guerra. Naturalmente, será mentira. Van a negociar con los ingleses".

Entretanto, los bombardeos aliados proseguían implacablemente contra Alemania. Era la operación llamada "Pointblank". Sistemática destrucción de las ciudades enemigas. Berlín fue bombardeada por primera vez con bombas incendiarias. Dusseldorf quedó medio destruido. Hamburgo fue la gran víctima del verano. Las bombas de fósforo abrasaban el asfalto de las calles. Más de un millón de habitantes estaban sin refugio: la serie de fugitivos, muchos de ellos quemados, locos o ciegos, constituían un espectáculo impar. Simultáneamente eran bombardeadas ciudades italianas: Milán, Turín, Roma otra vez. Se presentía que Italia se rendiría sin condiciones y se pondría del lado de los aliados.


* * *

Aquellas noticias, dramáticas de por sí, al margenQ de las ideas o inclinaciones de cada cual, aguaron un poco la felicidad de Ignacio y Ana María, instalados ya en la avenida Padre Claret. Faltaba poco para que el piso estuviera al completo: la habitación-despacho de Ignacio, en la que éste se disponía a leer y a estudiar. Las reproducciones cubistas de Picasso parecían simbolizar la rotura que se producía en el mundo. Todo tenía varias caras o éstas podían ser vistas desde ángulos distintos. La propia Ana María no era la misma cuando decía "te quiero" que cuando decía: "Ya me explicarás con calma eso del budismo". Ana María hablaba así porque Ignacio continuaba en sus trece, alentado por Jaime, quien le proporcionaba bibliografía abundante: las religiones orientales le interesaban y de momento, y pese a que Gandhi acababa de ser detenido por los ingleses, estudiaba con ahínco el budismo, porque se notaba ambicioso en exceso y leyó que el budismo se basaba en "el bloqueo de las propias concupiscencias".

Ana María le objetaba que no hacía falta irse a Asia para descubrir aquello. Cristo legó para siempre el Sermón de la Montaña, en el que se decía: "Bienaventurados los pobres de espíritu…" "Bienaventurados los que sufren hambre y sed…", etc. Ignacio movía la cabeza. "No es lo mismo, pequeña, no es lo mismo. Ya te explicaré. Y para empezar, toma nota de que Buda les habló a sus discípulos más de cinco siglos antes que Cristo".


* * *

En el café Nacional la tertulia de siempre continuaba. Desde la boda de Ignacio, Matías debía soportar muchas bromas. "Que si tal vez cigüeña doble -alusión al embarazo de Pilar-, que si tal y que si cual". Matías encajaba como Paulino Uzcudun e informaba a sus colegas de que en Barcelona se había fundado, totalmente integrado por mujeres, el Club de las Pocas Palabras.

Anecdotario semanal: "Se declara de interés nacional la repoblación forestal de Las Hurdes". Ésta fue la aportación de Galindo. "Ha sido puesta de largo la unigénita hija del duque de Alba. Fiesta en el Palacio de las Dueñas. Cuerpo diplomático, nobleza, autoridades, jerarquías, etc. La gentilísima María del Rosario Cayetana Firz James Stuart Silva Falcó y Gutubay, heroína de la fiesta, es desde ayer la XI duquesa de Montoro. Vistió por primera vez galas de mujer. Los colonos obsequiaron a la nueva duquesa con mantones bordados a mano, mantillas y peinetas. Ella estrechó la mano uno a uno": aportación de Carlos Grote. Inventos: "gafas de sol con espejo retrovisor, para estar al tanto de quién puede seguirnos": aportación de Marcos, quien prometió comprarse tales gafas. Matías le dijo: "Pero, quién te va a seguir a ti? Mejor que se las compres a Adela…" Jaime el librero informó de que aquel año era el centenario del nacimiento de Pérez Caldos, y que a raíz de ello sus novelas y Episodios Nacionales se vendían, naturalmente, bajo mano, como rosquillas.

Hablaron de las medicinas que tomaba cada cual. Matías tomaba ahora depurativo Richelet. Galindo dijo, señalando un anuncio de Amanecer: "Sufre usted de la orina? Jugos de plantas Bostón". Grote quiso deslumbrar a la concurrencia. "Contra las ladillas, aceite inglés. Parásito que toca, muerto es". Jaime, que tenía estrías en las manos -tal vez por el contacto con libros antiguos-, se aplicaba "pomada marca Moncho".

– Este chico hace milagros y se está convirtiendo en una institución.

Ramón, el camarero, afirmó que la única medicina que curaba todos los males era viajar.


* * *

La miseria continuaba en toda España, como Ignacio había tenido ocasión de comprobar en el tren que les llevó de Barcelona a Madrid. Quizá el hombre más tranquilo, que mejor descansaba, de todo el país fuera un maestro de Aviles que llevaba seis meses durmiendo, sin que los médicos lograran diagnosticar la causa.

Amanecer quería infundir confianza mediante el fácil sistema de notificar que se multiplicaban las cosechas. La cosecha de trigo en Jaén se calculaba en seis mil vagones; la de naranja batía el récord con diez millones de cajas; la de arroz alcanzaba los doscientos cuarenta millones de kilos. Nadie daba crédito a estas cifras. Pero el camarada Montaraz, siguiendo los consejos del ministro Girón, continuaba facilitándolas al periódico, en el que, cuando llegaba el Día de los Difuntos, aparecían esquelas colectivas, que daban grima, con los nombres de todos los caídos por Dios y por España. Imposible publicar la esquela de un fusilado por "desafección al Régimen" u otro delito similar.

El estraperto iba en aumento, pese a las medidas tomadas contra los infractores. María Fernanda se lo decía a su marido: "Es que, si acabarais con el estraperto, la gente no tendría de qué ni con qué vivir. Deberían cerrar las fábricas e incluso la cafetería España".

Dura lucha la del gobernador, que llegó a Gerona lleno de buenas intenciones y cuya única alegría se la proporcionaba su hijo, Ángel, quien se abría paso en su carrera de arquitecto, hasta el punto de que tenía ya a su cargo un aparejador y un par de delineantes. El camarada Montaraz lo sabía todo acerca del estraperlo; sólo se le escapaban algunas maniobras de los hermanos Costa y de don Rosendo Sarro, pero ahí estaba Manolo para contárselas. La última jugada había sido la importación "legal", autorizada, de cincuenta camiones, que fueron a buscar a la frontera, so pretexto de que regalarían cinco a la Delegación de Abastecimientos.

Los bragueros, las patas de palo y las piernas postizas servían también para la ocultación, que en estos casos solían ser de joyas o de mercancías de precio. Había que desconfiar hasta de los impedidos, porque eran bastantes los que utilizaban la silla de ruedas como escondrijo de cualquier artículo. Por su parte, Sebastián Estrada, que por fin había ingresado en el Opus Dei -convencido por Agustín Lago y Carlos Godo-, contaba que el contrabando más corriente en los barcos mercantes eran botones de nácar, estilográficas Parker, encajes de Malinas, perfumes, medias de nylón y pieles de astrakán. Lo curioso era que tales mercancías seguían un itinerario disparatado. Los perfumes más caros, los que interesaban a la perfumería de Dámaso, había que ir a buscarlos a una mercería de la calle Figuerola; para las estilográficas Parker, era forzoso acudir a una lechería de la calle Ultonia.

Los hermanos Costa estaban eufóricos, no sólo por la marcha de la guerra, sino porque, a raíz de la boda de Ana María y del traslado de éste a Gerona, don Rosendo Sarro parecía guardar con ellos menos distancia. Se hizo asequible. Por si fuera poco, los Costa le presentaron a la Torre de Babel y a Paz, a Padrosa y a Silvia. Don Rosendo, comparando el bocio en el cuello de Leocadia, su mujer, con los despampanantes cuerpos de Paz y Silvia se derritió. Llegó a invitar a las dos parejas a su yate -como antes lo había hecho con Gaspar Ley y Charo-, para hacer un par de breves cruceros por la Costa Brava. "Con una condición -les dijo-. Que no dejéis encinta a esas preciosidades". La Torre de Babel y Padrosa sonrieron. No iba a serles nada difícil complacer a su "amo", pues lo mismo Paz que Silvia estaban decididas a no tener hijos hasta nuevo aviso.

Por cierto, que 10. Torre de Babel y Padrosa no habían visto nunca la Costa Brava desde el mar. Ahora comprendieron por qué la habían bautizado Costa Brava. Sobre todo el cabo de Creus les fascinó. Paz y Silvia llevaban a bordo dos trajes de baño escuetos, pues la vigilante guardia civil andaba lejos. Don Rosendo aprovechaba cualquier momento para reseguir con la mirada aquellos cuerpos de sirena. La verdad es que se deshidrataba. Tenía su "amante" en Barcelona, como era de rigor, además de un "haiga" y de los libros comprados a metros; pero no podían compararse a Paz y Silvia. Especialmente Silvia, le tenía embobado. Senos como limones, piernas larguísimas, piel tostada por el sol. Envidiaba a Padrosa, quien, en vez de hablarle de su mujer, le hablaba siempre de Félix Reyes, el aprendiz de pintor que tenía "ahijado" en su casa y que "para hacer academia" su maestro Cefe le había dado ya permiso para pintar desnudos.

La Torre de Babel le contó a don Rosendo que por las playas y calas en torno al cabo de Creus antes de la guerra había un par de campamentos nudistas. Don Rosendo se palpó la barriga y dijo, riendo: "Esto no es para mí…" Y les ofreció a Silvia y Paz unos cóctel-refrescos de su invención, con sendas cañitas para succionar.

Don Rosendo, en bañador, resultaba "asquerosito", según palabra de Paz. La barriga, las mollas de la cintura, el vello. Le sobraba grasa por todas partes. Lo que más le gustaba era que Silvia le arreglara las uñas de los pies. "Pedicura, que no manicura -le decía-. La manicura me la hacen en Barcelona". Siempre que podía, dejaba en tierra a su esposa, Leocadia. Ésta oponía poca resistencia, primero por el bocio y luego porque Paz y Silvia le parecían vulgares. Se quedaba en su chalet de San Feliu de Guíxols tomando el sol y leyendo novelas de amor, que era lo que le gustaba. Don Rosendo, por supuesto, invitó un par de veces a Ignacio y Ana María, pero Ignacio "no tenía vacaciones y no pudo aceptar".

En uno de los cruceros recalaron en Cadaqués. Era el paraíso de los pintores, capitaneados por Dalí, que tenía su feudo muy cerca, en Port Lligat. Don Rosendo pretendió comprar un par de cuadros del Dalí surrealista, pero le dijeron que debía ponerse en contacto con los marchónos que aquél tenía en París y en Nueva York. Don Rosendo consideraba que Dalí estaba loco, pero en Barcelona fueron rotundos: sus cuadros se cotizarían cada día más.

Paz vivía momentos de ensueño. Los dos marinos del yate, que formaban la tripulación le gustaban mucho. Iban torso desnudo y con slips muy ceñidos. Le gustaban mucho más que la Torre de Babel. Por eso llevaba gafas negras, para que nadie pudiera adivinar la dirección de su mirada.

Apenas si se acordaba de Pachín, pese a que éste, ídolo de Eloy e inmensamente popular, jaleado por las multitudes de los estadios, aparecía retratado en todos los periódicos. "No me interesa -le había dicho Paz a Silvia-. Ha declarado que es germanófilo y que su máxima ilusión es jugar un día contra Inglaterra".

Paz, repasando su vida, a veces se intranquilizaba un poco. Tal vez se hubiera vendido por un plato de lentejas. Burgos quedaba lejos, con el papel matamoscas colgando del techo sobre la mesa del comedor! Y su padre? Fusilado por los Rosendo Sarro de turno… Y su madre, Conchi, muerta antes de que ella consiguiera despegar. Había sido, la suya, una capitulación en regla, empezando por permitir que su hermano, Manuel, entrara en el seminario. Había dejado incluso de cotizar para el Socorro Rojo puesto que Jaime, el librero, que era el recaudador y el contable, conocía sobradamente la trayectoria de la muchacha.

Silvia no tenía ningún remordimiento. Ella siempre aspiró "a más" y fue su propia madre quien le aconsejó que para pescar un pez gordo se hiciese manicura. Claro que nunca imaginó que el pez fuera tan gordo como Rosendo Sarro.

A finales de septiembre se acabaron los cruceros porque el clima ya no era el mismo y don Rosendo tenía trabajo en Madrid. Entonces los hermanos Costa y Agencia Gerunda se quedaron en Gerona. Habían empezado los campeonatos de fútbol y de hockey sobre ruedas. El Gerona Club de Fútbol, sin Pachín, iba de capa caída; en cambio, en hockey el Gerona encabezaba la clasificación. Por lo demás, los Costa, desde que don Rosendo les trataba casi de igual a igual, ya no tenían necesidad de insultar al árbitro, de gritar que le rompieran una pierna o el cráneo. Se comportaban civilizadamente, sentados en tribuna, con cigarros habanos como el que Ignacio regaló al revisor del tren.

La nota negativa era que el capitán Sánchez Bravo, que había sido su enlace con el Ejército, de pronto rompió con ellos, rompió definitivamente con la empresa EMER. Su decisión se debió al ultimátum que le dio su padre, el general, pero también a su personal examen de conciencia. Sin la presión psicológica del coronel Triguero se sentía falto de bases dialécticas. Ahora le dio por emborracharse y por seguir jugando al póquer. Su madre le dijo: "Modérate, hijo… Según tu padre, la guerra no está perdida aún. Y Franco vela por todos".

La otra nota negativa para los Costa era que no podían salir de la provincia. Continuaban en situación de "libertad vigilada" y cada quince días debían presentarse a la policía, ante don Eusebio Ferrándiz, quien pese a su buena voluntad sentía por ellos auténtica repugnancia.


* * *

Ricardo Montero, el director de la Biblioteca Municipal, en excedencia por enfermedad, se suicidó. Poco después del sexto electrochoque, gracias a cuya terapéutica había salido de su casi estado catatónico, al verse "despreciado" -era su expresión- por Gracia Andújar empezó a beber, en compañía del capitán Sánchez Bravo y a jugar al póquer en el casino todas las noches hasta las tantas.

El doctor Andújar le había advertido de que la mezcla de barbitúricos y alcohol era explosiva y que podían acarrearle una crisis casi mortal. Ésta fue precisamente la idea que le corroyó desde el primer momento. Cada noche, al quedarse solo por las calles de Gerona -vivía en la fonda Mellado, de la plaza del Aceite- contemplaba desde el puente de Piedra el Oñar que bajaba sin apenas agua. Su depresión era honda, y sólo podían comprenderla quienes hubiesen vivido otra igual. Por lo demás, en los ojos del doctor él había leído que aquel mal, aunque a intervalos, le perseguiría a lo largo de su existencia. No tenía más familia que su padre, que residía en Salamanca y con el que andaba bastante distanciado. No encontraba asidero. Gracia Andújar hubiera podido serlo, pero la muchacha prefirió a José Luis, que era un ser vital, que no llevaba la carga de los "tiros de gracia" que él llevaba y que con toda evidencia la haría cabalmente feliz.

Un sábado por la noche -el otoño se presentía-, había dejado en el casino todos sus haberes. Habían hablado de la guerra y todo el mundo se había mostrado muy pesimista, a pesar de los discursos de Goebbels. Sánchez Bravo le había atacado con dureza diciéndole: "Lo que tienes que hacer es dejar de jugar y volver a la biblioteca". La biblioteca! Estaba allí, junto al puente de Piedra, con una sala anexa para exposiciones. Los libros, de un tiempo a esta parte le daban asco, tal vez porque no le resolvían su problema. Especialmente la Enciclopedia Espasa, con sus setenta volúmenes, le llevaba a pensar: "Tanta sabiduría acumulada y nada puede curar la depresión". Siguió Rambla abajo. Todo estaba cerrado. Una vez más se preguntó por qué los estancos llevaban la bandera nacional. Varios cuerpos inmóviles en las aceras, durmiendo. En las esquinas, durante el día los ciegos vendían sus cupones. Oyó el reloj del Ayuntamiento y también el de la catedral. Llegó a la fonda en el momento en que el sereno gritaba: "Las tres de la madrugada, sereno, Ave María Purísima". Ave María Purísima! Estaba completamente borracho. Subió a tientas los escalones. Entró en su habitación. Se bebió los últimos tragos de coñac que le quedaban. Miró a su entorno. Nada familiar. Ni un solo retrato de un rostro amigo. El único, el de Gracia Andújar, lo había roto y tirado a la papelera.

Notó asfixia en el pecho y ganas de vomitar. Otras veces había tenido la tentación del suicidio y la había superado. Esta vez, no, sucumbiría a ella. Todo era de color negro en su mente y en su corazón. No se sintió capaz de levantarse al día siguiente y volver a empezar. Qué le importaba a él que la gente durmiera o se hiciera el amor? De repente, se acordó de dos de los condenados a quienes disparó el tiro de gracia. Una pareja de comunistas que quisieron volar una central eléctrica. Su 'dignidad y compostura ante el pelotón le sulfuró y al acercarse a sus cuerpos y rematarlos lo hizo con rabia. Curioso. De entre todos los condenados aquella pareja se le grabó en la memoria. Ahora mismo los veía, mofándose de él. Central eléctrica. Comunismo. También aquello fue un suicidio, pero un suicidio con decoro; en cambio, el suyo era un puro derrumbamiento, carencia de una mano afectuosa, la nada. Recordó una conferencia del doctor Chaos en la que éste dijo que durante las guerras se suicidaban más hombres que mujeres. Él era un hombre. Una caricatura de hombre.

Dejaría una nota escrita? Para qué. Brrrrr… Ay, apenas si podía sentarse! Pensó en su padre. El coñac le subía a la garganta. Ni siquiera quiso mirarse al espejo. Se tomó todo el tubo de barbitúricos y se durmió para siempre, cruzado sobre la cama.

La muerte de Ricardo Montero dio lugar a toda suerte de comentarios. Nadie podía asegurar que se trataba de un suicidio, ni siquiera el doctor Andújar. La autopsia reveló la mezcla de barbitúricos y alcohol; pero también pudo tratarse de un paro cardíaco. El último testigo, el capitán Sánchez Bravo. "Sí, le dejé solo en el puente de Piedra, borracho y deprimido a más no poder, pero de ningún modo podría afirmar que pensaba en suicidarse. Precisamente le aconsejé que volviera a la biblioteca y me contestó con una mueca que no supe cómo interpretar".

Llegó su padre de Salamanca, Abdón de nombre, y se presentó en el hospital donde se había practicado la autopsia. Él no tenía ningún interés en llevarse el cadáver, lo cual, por lo demás, exigiría trámites un poco largos. "Lo enterramos en Gerona y en paz. Para mí, Ricardo murió al ascender a alférez y ofrecerse voluntario para lo que ustedes ya saben".

Entonces intervino mosén Falcó, en nombre del obispo. La versión más probable era el suicidio. El doctor Andújar abrió las manos. "Que conste que yo no he afirmado tal cosa". "Tampoco ha afirmado lo contrario". Valió lo del suicidio y, por tanto, el entierro no tuvo lugar en tierra sagrada, sino en un anexo dispuesto en el cementerio para los suicidas y los protestantes. De haber estado presente, David se hubiera acordado de su padre, suicida y que también fue enterrado allí.

Mosén Falcó cumplió con sus obligaciones. Ünicos testigos, Abdón Romero, el capitán Sánchez Bravo y León Izquierdo, el ex divisionario, ayudante en la biblioteca, campeón local de billar. Era una mañana prematuramente otoñal. El viento movía levemente los cipreses. Las flores de todos los nichos aparecían muertas. Ricardo Montero, por orden del general, tuvo su féretro y su nicho e incluso su ramo de flores.

Y ahí empezaron los escrúpulos de Gracia Andújar, que en cierta medida contagiaron a José Luis. "Si no lo hubiera abandonado, no habría tomado la fatal decisión; pero tampoco estaba obligada a unirme para siempre a un hombre tarado, maltrecho, que mi padre había declarado enfermo mental". Gracia Andújar no vivía y no sabía si ir o no ir al cementerio. José Luis procuraba calmarla, al igual que Marta. "No vayas, no te obsesiones. La depresión fuerte le vino mientras tú estabas a su lado". Era verdad. Pero Gracia Andújar, la "gacela", no estaba acostumbrada a ver de cerca la muerte.

Quien más sufrió fue la madre de Marta. Ahora que las cosas empezaban a encarrilarse -el noviazgo de José Luis- se presentaba un muerto de por medio. La madre de Marta había envejecido, lo cual no significaba que se mantuviera cruzada de brazos. Se ocupaba del ropero parroquial mucho más que Carmen Elgazu y ayudaba al profesor Civil en Auxilio Social. Había llegado a interesarse sinceramente por los pobres, aunque era de suyo poco cariñosa y siempre guardaba cierta distancia. Dios, por favor, que Gracia Andújar no se marchitara! Ella y la colección de muñecas que había iniciado Marta eran las notas alegres del hogar.

José Luis Martínez de Soria, que cada día amaba más hondamente a Gracia Andújar, era un hombre sensato. Pronto ascendería a capitán. Sabía tomarse las cosas con calma, sin quemar las etapas. Él lo atribuía a la convicción que tenía de que Satanás intervenía directamente en la tragedia de los hombres. Satanás tomaba mil formas: Stalin, Hitler, la guerra mundial, los cuadros de Picasso, cruzadas, Inquisición, sufrimiento de los animales, hienas, cucarachas… Y por supuesto, depresión. Pero siempre era Satanás, el Maligno, aquel que se rebelo y que continuaba teniendo poder.

Gracia Andújar le dijo, dándole un beso.

– Me ayudarás a superar esta crisis…?

– Pues claro que sí! Ego te absolvo… Tú no tienes la culpa de nada.

El único beneficiario, León Izquierdo. Por intervención de Mateo fue nombrado titular de la Biblioteca Municipal. El muchacho había ascendido merced a una carambola a tres bandas. Cacerola le dijo: "Menuda suerte!". "Sí, lo confieso…" A León Izquierdo, para ser feliz, sólo le faltaba interesarse por los libros.


* * *

Solita, la ex divisionaria, como la llamaba Mateo, continuaba trabajando en el consultorio particular del doctor Andújar. Sin embargo, a menudo se trasladaba al manicomio, porque el mundo de los locos le interesaba. El doctor Andújar le había dicho: "Es un mundo insólito, apasionante. Llega un momento en que uno debe vacunarse contra la morbosidad, porque es cierto que los locos sueltan verdades como puños, en especial los esquizofrénicos". Según el doctor, los esquizofrénicos veían más allá que las personas normales, si bien, al sufrir rotura de personalidad, se perdían en el vacío muchos de sus presentimientos y de sus actitudes.

– Cuidado, Solita, no los mire como si fueran cobayas. Son seres humanos… Hitler, con sus teorías sobre la pureza de la raza, los querría eliminar. Pero si lo hiciera debería empezar por sí mismo, suicidándose.

– Pierda cuidado, doctor. En el hospital de Riga me curé para siempre de cualquier complejo de superioridad.

Solita sufría en la consulta del doctor Andújar, porque sintonizaba con el dolor del prójimo, es decir, del próximo. Casos como el de Ricardo Montero le llegaban al alma y le impedían dormir; pero tenía la compensación de sentirse útil y de la compañía de la familia Andújar. Ocho hijos! Los dos mayores en Barcelona, pero habían pasado las vacaciones en Gerona, junto a sus padres. Carlos, estudiante de medicina, era un tesoro. "Es una miniatura de usted, doctor. Tiene un cerebro idéntico, o sea, los mismos sentimientos". El segundo, Juan, que quería ser ingeniero naval, tenía el sentido de lo grandioso. Lo mismo en arte, que en religión, que en los fenómenos de la naturaleza. Vio una aurora boreal y comentó: "Es la experiencia más grande de mi vida". Aparte de resolver todas las semanas los crucigramas que Solita "creaba" para Amanecer, jugaba con ella a las batallas navales, diversión que se había puesto de moda. Cabe decir que eran batallas navales auténticas. Los cruceros, los acorazados, las lanchas torpederas, los submarinos, etc., tenían nombres propios, de acuerdo con las informaciones que daban los partes de guerra. Últimamente, Juan Andújar, que defendía a los aliados, ganaba casi siempre y ello les daba mucho que pensar.

El resto de la familia, los pequeños -y Elisa, la señora Andújar-, eran un encanto. Debido a su colectiva añción a la música, heredada de su padre, tocaban instrumentos de cuerda -el violín- y dos de las chicas, la nauta. Pero a Solita lo que la encantaba eran los discos de canto gregoriano que escuchaba al lado del doctor. "El canto gregoriano es el mejor sedante, la armonía total. No cree usted, doctor, que podría tener propiedades terapéuticas?". "Ya lo he probado. Con los dementes, un fracaso; pero es válido para ciertos tipos de neurastenia. Y por supuesto, ideal para determinadas profesiones que ocasionan stress". Al doctor Andújar la nuez del cuello seguía subiéndole y bajándole en el cuello con rapidez, lo que continuaba divirtiendo a sus ocho hijos.

La pena de Solita era la esterilidad… Si hubiera "cuajado" la aventura con el doctor Chaos! La enfermera sabía que ambos doctores se veían con mucha frecuencia y que el doctor Andújar tenía buen cuidado de que no coincidieran. Solita hubiera deseado tener hijos. "Los que Dios mandara". Se lamentaba de ello con su padre, Óscar Pinel, quien en ese caso ahora se hubiera visto rodeado de nietecitos compensándole de los inspectores de la Fiscalía de Tasas que estaban a sus órdenes y que andaban por la provincia.

– Cuidado que los hombres están ciegos! -protestaba Óscar Pinel-. Eligen al azar, como si jugaran a la ruleta. Qué te falta, Solita? Absolutamente nada. Eres la viva estampa de tu madre, que antes de elegirme a mí tuvo que apartar media docena de moscardones…

Solita sonreía.

– No te hagas mala sangre, papá… El destino es imprevisible. No he tirado la toalla todavía. Espera unos meses, a ver… -y Solita terminó el crucigrama que debía entregar aquella misma noche.


* * *

Era cierto que los doctores Andújar y Chaos se reunían a menudo. Aparte de su amistad, el doctor Chaos necesitaba ver con frecuencia a su colega. En aquellos momentos acababa de sufrir un trauma muy fuerte. Su "amante", Alvin Stevenson, ayudante de mister Collins, cónsul británico, por orden de éste había sido destinado a Madrid. Mister Collins se olió lo que ocurría y quiso evitar el escándalo. El doctor Chaos pataleó de rabia. Había pasado una temporada feliz! Sobre todo porque había sustituido a Goering, su perro muerto y enterrado en el jardín, por un pastor alemán muy semejante y al que bautizó con el mismo nombre. Esto y su intenso trabajo en la clínica con la cantidad de enfermos que llegaban del teatro de la guerra.

Al doctor Chaos no se le ocurrió al pronto otro remedio que buscarle a Alvin un sustituto; y pensó en el Niño de Jaén. Este gitanillo le tenía en vilo. Se hacía limpiar por él los zapatos con mucha frecuencia en el bar Montaña, y le daba sustanciosas propinas, esperando la ocasión. Tan suculentas eran las propinas que llamaron la atención del dueño del bar Montaña, conocedor, como toda la ciudad, de las inclinaciones del doctor Chaos.

– Vete con cuidado con ese medicucho… -le dijo al Niño de Jaén-, que lo que quiere es darte por un sitio que yo me sé…

– Maricón! -gritó el Niño de Jaén-. En cuanto vuelva, le diré que le limpie los zapatos la puta madre que lo parió…

Y así lo hizo. El doctor Chaos se cayó de vergüenza, puesto que varios de los clientes del bar presenciaron la escena. Se fue despacio hacia la clínica, abrumado por negros pensamientos. Goering, al verle, dio saltos de alegría, como si quisiera consolarle. A la noche, como siempre en esos casos, recaló en casa del doctor Andújar.

– He vuelto a las andadas… -le dijo-. Se fue Alvin y ahora provocaba al Niño de Jaén. Por un pelo me he librado de un escándalo en plena Rambla.

El doctor Andújar había ya probado con él todos los recursos, sin resultado, incluso el del canto gregoriano. Pleito perdido. La naturaleza le había jugado una mala pasada y no había más remedio que aguantarse. Le invitó a sentarse y le encendió un pitillo, que el doctor Chaos chupó con mano temblorosa. Las niñas querían dedicarle una composición de violín y flauta, pero el doctor Chaos les hizo señal de que no era aquél el momento más adecuado.

Sí lo era, en cambio, variar de tercio y enfocar algún tema más o menos científico que al doctor Chaos pudiera distraerle. El doctor Andújar atacó por un flanco que, varias veces, había conseguido atraer su atención: el curso de la guerra y la biografía patológica de Hitler en la que el doctor Andújar andaba metido hasta el punto de llevar repletas dos carpetas azules.

– No me interesa Hitler -cortó el doctor Chaos-. Sospecho que sexualmente también es anormal, aunque en otras vertientes. Eso de que no quiera desnudarse ni siquiera ante los médicos es también una aberración…

El doctor Andújar probó suerte con la guerra. Sabía que el doctor Chaos había sido, desde siempre, partidario de los Estados totalitarios. Recordaba las teorías que expuso cuando el viaje a Barcelona a esperar al conde Ciano. "El hombre ha superado levemente el estado de los primates. La sociedad no puede permitirse el lujo de tener compasión. Es preciso darle facilidades a la ciencia. Los países que hagan esto dominarán el mundo y tales países no serán los meridionales…" "El hombre aislado es limitado. Los Estados totalitarios tienen fe en la especialización, en el trabajo de equipo y en la juventud. Los microscopios son más eficaces que las novenas a san Antonio. El día en que el alcalde se decida a arrancar muelas otra vez será más útil que haciendo donativos al Asilo Municipal. Los Estados totalitarios avanzan firme porque no pierden el tiempo cantando salmos ni recitando el libro de Job. La vida es materia y es a la materia a la que hay que arrancarle los secretos. Todo lo demás es brujería, folletín… y esclavitud".

– Tal y como están las cosas, se han confirmado tus tesis, doctor Chaos?

– A medias, he de confesarlo… La del ridículo de los países meridionales, sí. Ahí estamos, con Francia ocupada, con Italia a punto de serlo y con España ni fu ni fa. En cambio, lo de los Estados totalitarios es un contrasentido. Sí, me doy cuenta. Dos vejetes como Churchill y Roosevelt le han podido al III Reich. Y digo esto porque Stalin, sin la ayuda de los Estados Unidos, hubiera debido capitular… Pero en fin, es verdad que los sexagenarios pueden también vencer al Frente de Juventudes. Pero lo curioso son las profecías de Roosevelt. No sólo anuncia ya la victoria, sino que pronostica que España, después de la guerra, y debido a sus tesoros artísticos, será un país idóneo para el turismo…

El doctor Andújar ignoraba este dato. El doctor Chaos trataba muchos extranjeros y habían pasado por su clínica varios aviadores norteamericanos.

– Es curioso lo que dices… -El doctor Andújar advirtió que su colega empezaba a hacer crujir los dedos: crac-crac-. Pero hoy quería hablarte de otra cosa. Los Estados totalitarios, en esta guerra, se han mostrado más crueles que sus adversarios… Has oído hablar de las fosas de Katyn?

– Amanecer lleva unos cuantos días sin hablar de otra cosa…

– Pues bien, ya lo sabes. Una fosa con diez mil oficiales y soldados polacos fusilados por los rusos; y al lado de esto, los alemanes, al parecer, han practicado en Polonia la técnica del genocidio contra los judíos… Ghettos enteros arrasados. Imagino que alguno de estos judíos moriría leyendo el libro de Job…

El doctor Chaos había olvidado por unos momentos a Alvin y al Niño de Jaén. Se interesaba de veras por el tema. Imposible rebatir hechos que estaban ahí. Sin embargo, quiso matizar.

– A pesar de todo, sigo en mis trece en lo que considero fundamental: la eutanasia, pasiva e incluso activa. Que Churchill, Roosevelt y Stalin les hayan podido al Frente de Juventudes no significa que yo ahora vaya a ponerme a favor de tus amigos los locos ni a favor de los ancianos de vida vegetativa. El mundo futuro deberá pasar a la acción. Esta guerra habrá servido para avanzar en medicina más que en los cincuenta años anteriores… Pronostico que los médicos alemanes, con los experimentos de las SS, habrán descubierto campos inéditos para la prolongación de la vida. Éstos son, por lo menos, mis informes, que el cónsul Ji Paúl Günther podría ampliarte… Sabes cuál es el propósito de la ciencia alemana? De momento, conseguir que el hombre viva hasta los cien años con plenitud de facultades; luego que esos centenarios sean los que descubran la inmortalidad, que no tiene por qué ser exclusiva de otra vida de carácter providencial, celeste, religioso…

– Sí, conozco tu postura -replicó el doctor Andújar-. Alcanzar en el futuro, en el siglo próximo o en el otro, el carácter angélico… De hecho, tampoco eso sería una contradicción. El hombre va evolucionando, y aunque las bombas y los genocidios parezcan demostrar lo contrario, avanzamos cada día más… El Dios en el que creo es todopoderoso y puede perfectamente haber planificado esto en esa dirección. Por algo 4el Nuevo Testamento habla del final de los tiempos… Los tiempos son lo que vivimos ahora. Lo que nos espera más allá de los tiempos no lo podemos adivinar.

Llegados a este punto, el doctor Chaos, de pronto, se levantó y se pasó la mano por la frente.

– Pero, puede saberse por qué damos por descontado que los alemanes perderán la guerra…? Y las V-I? Y las V-II?

El doctor Andújar se puso a sonreír.

– Yo no he dicho nada al respecto… Ha sido cosa tuya.

– Sí, es verdad… -el doctor Chaos dio unos pasos por la habitación-. La soledad engendra pesadillas -Se plantó ante su amigo-. Regálame cuatro de tus hijos!

El doctor Andújar movió la cabeza.

– Eso es imposible… Goering, tu perro, les da mucho miedo.

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