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No tuve que llamar a Katy.

El timbrazo fue como una puñalada. Estaba profundamente dormido y no soñaba, pasé brutalmente del sopor a la vigilia sobresaltado y con el corazón a cien. Miré el reloj digital y eran las 6:58.

Lancé un gruñido y me incliné a ver quién llamaba, pero el número estaba bloqueado; un dispositivo que es un latazo porque tanto el que quiere rehuir una llamada como el que desea ocultar su número pagan por el servicio y santas pascuas.

Oí mi propia voz exageradamente despierta contestando animosamente:

– Diga.

– ¿Will Klein?

– ¿Sí?

– Soy Katy Miller. La hermana de Julie -añadió.

– Hola, Katy -contesté.

– Te dejé anoche un mensaje.

– No llegué hasta las cuatro.

– Ah, entonces, te habré despertado.

– No te preocupes -dije.

Tenía la voz triste y forzada de una chica joven. Recordé su fecha de nacimiento y calculé a grosso modo.

– ¿En qué estás, en primer curso de carrera?

– Empiezo la universidad en otoño.

– ¿Dónde?

– En Bowdoin. Es una universidad pequeña.

– De Maine -dije-. La conozco; es estupenda. Enhorabuena.

– Gracias.

Me incorporé un poco más, pensando en algo para romper el silencio y recurrí a lo habitual.

– Cuánto tiempo.

– Will.

– Dime.

– Me gustaría verte.

– Pues claro; estupendo.

– ¿Puede ser hoy?

– ¿Tú dónde estás? -pregunté.

– En Livingston -contestó-. Te vi acercarte a nuestra casa -añadió.

– Siento haberlo hecho.

– Puedo ir yo a Nueva York, si quieres.

– No hace falta -dije-. Hoy mismo iré a ver a mi padre. ¿Quieres que nos veamos antes?

– Muy bien -contestó ella-. Pero en casa no. ¿Te acuerdas de las canchas de baloncesto del instituto?

– Claro -dije-. Nos vemos allí a las diez.

– De acuerdo.

– Katy -añadí cambiándome el teléfono de oído-. Perdona que te diga que esta llamada me parece un poco rara.

– Sí, claro.

– ¿Para qué quieres verme?

– ¿Tú qué crees? -replicó.

Tardé un instante en contestar, pero ya daba igual porque ella había colgado.

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