25

Cuando volví a casa aturdido me encontré a Katy Miller sentada en la puerta del apartamento con la mochila entre las piernas.

– Llamé pero… -dijo poniéndose en pie.

Asentí con la cabeza.

– Es que mis padres… -añadió-. No puedo estar en esa casa un día más. Pensé que podría dormir aquí en el sofá.

– No es el mejor momento -dije.

– Ah.

Metí la llave en la cerradura.

– Resulta que he estado intentando atar cabos como dijimos para averiguar quién pudo matar a Julie, ¿sabes? Y se me ocurrió pensar que tú sabrías algo de la vida de Julie después de vuestra ruptura.

Entramos en el apartamento y nos quedamos los dos de pie.

– Creo que no es momento…

Katy por fin advirtió mi estado.

– ¿Por qué? ¿Qué sucede?

– Ha muerto alguien a quien quería mucho.

– ¿Te refieres a tu madre?

Negué con la cabeza.

– Una persona muy allegada. Ha muerto asesinada.

– ¿Muy allegada? -inquinó ella sofocando un grito y dejando la mochila.

– Mucho.

– ¿Una amiga?

– Sí.

– ¿La querías?

– Mucho.

Me miró.

– ¿Qué sucede? -dije.

– No sé, Will, es como si alguien matase a las mujeres que amas.

Era lo mismo que yo había estado pensando, pero expresado en palabras resultaba más absurdo.

– Julie y yo habíamos roto hacía más de un año antes de que la asesinaran.

– ¿Tú ya no estabas enamorado?

No quería volver a hablar de aquello y dije:

– ¿Qué decías sobre la vida que llevó Julie después de la ruptura?

Katy se sentó en el sofá con esa elasticidad de las quinceañeras que dan la impresión de no tener huesos; cruzó una pierna por encima del brazo y echó la cabeza hacia atrás alzando la barbilla insolente. En esta ocasión vestía también vaqueros desgastados y un top tan ajustado que parecía que el sujetador estaba puesto por encima. Iba peinada con cola de caballo pero algunos mechones le caían sueltos sobre la cara.

– He estado pensando -dijo- que, si Ken no la mató, tuvo que ser otro, ¿no?

– Sí, claro.

– Así que me he dedicado a averiguar su vida en aquella época y he llamado a viejas amistades a ver si recordaban qué es lo que hacía por entonces.

– ¿Y qué has descubierto?

– Que tenía bastantes problemas.

– ¿Ah, sí? -comenté tratando de prestar atención a lo que decía.

– ¿Tú qué recuerdas de aquella época? -preguntó apoyando los pies en el suelo y sentándose recta.

– Por entonces ella hacía el último curso en Haverton.

– No.

– ¿No?

– Julie abandonó los estudios.

– ¿Estás segura? -repliqué sorprendido.

– Antes del último curso -contestó ella-. ¿Tú cuándo la viste por última vez, Will? -preguntó.

Reflexioné y le dije que incluso en aquella época hacía ya mucho tiempo.

– ¿Fue cuando rompisteis?

Negué con la cabeza.

– Ella rompió, por teléfono.

– ¿En serio?

– Sí.

– Qué modo tan frío -comentó-. ¿Y tú lo aceptaste por las-buenas?

– Yo intenté verla pero ella se negó.

Katy me miró como si yo hubiese alegado la excusa más ridícula de la historia de la humanidad. Pensándolo en retrospectiva, no creo que le faltara razón. ¿Por qué no fui a Haverton? ¿Por qué no insistí en que nos viésemos los dos?

– Creo que Julie acabó metiéndose en algo malo -añadió ella.

– ¿Qué quieres decir?

– No lo sé. Tal vez sea una exageración, porque yo no lo recuerdo muy bien; de lo que sí estoy segura es de que pocos días antes de morir estaba contenta. Hacía mucho tiempo que no la veía contenta. Quizá fuese porque todo estaba mejorando… No lo sé.

Sonó el timbre de la puerta. Mi decaimiento se agravó; no estaba con ánimo de ver a nadie. Katy lo advirtió y se levantó.

– Abriré yo -dijo.

Era un repartidor con un cestillo de fruta. Katy se hizo cargo de él y lo dejó en la mesa.

– Hay una tarjeta -dijo.

– Ábrela.

Sacó la tarjeta del sobre diminuto.

– Es de uno de los chicos de Covenant House, dando el pésame. Y trae también una esquela -añadió sacándola del sobre.

Katy miraba la tarjeta sorprendida.

– ¿Qué sucede? -pregunté.

Katy volvió a leerla y me miró.

– ¿Sheila Rogers? -dijo.

– Sí.

– ¿Tu novia se llamaba Sheila Rogers?

– Sí, ¿por qué?

Katy meneó la cabeza y dejó la esquela en la mesa.

– ¿Qué sucede?

– Nada -contestó.

– No me vengas con cuentos. ¿La conocías?

– No.

– Entonces, ¿qué pasa?

– Nada -replicó en tono terminante-. Olvídalo, ¿de acuerdo?

Sonó el teléfono y aguardé a que saltara el contestador automático, pero por el altavoz se oyó la voz de Cuadrados:

– Descuelga.

Lo hice.

– ¿Te has creído eso que ha contado la madre de Sheila de que tenía una hija? -preguntó sin preámbulos.

– Sí.

– ¿Y qué vamos a hacer ahora?

No había dejado de pensarlo desde que me lo anunció la madre.

– Tengo una teoría -contesté.

– Te escucho.

– Quizá la huida de Sheila guarda relación con su hija.

– ¿En qué sentido?

– Tal vez ella quería ir a buscar a Carly o traérsela. Quizá corría peligro. No sé exactamente.

– Tiene cierta lógica.

– Si pudiéramos averiguar los pasos de Sheila, a lo mejor podríamos localizar a la niña -dije.

– Y a lo mejor acabamos como Sheila.

– Es un riesgo -añadí.

Noté que Cuadrados dudaba y dirigí los ojos a Katy, que miraba al vacío tirándose del labio inferior.

– Entonces, ¿quieres seguir? -preguntó Cuadrados.

– Sí, pero no quiero que te arriesgues.

– O sea, ¿que ahora es cuando tú me dices que puedo dejarlo si quiero?

– Exacto, y ahora es cuando tú respondes que me seguirás hasta el final.

– Música de violines -dijo Cuadrados-. Bueno, escucha, ahora que ya ha pasado todo: Roscoe me ha llamado vía Raquel y es posible que tenga una buena pista sobre las andanzas de Sheila. ¿Te apetece una vueltecita nocturna en coche?

– Pasa a recogerme -contesté.

Загрузка...