El sol estaba en lo más alto del cielo cuando apareció Brenna con una cesta de comida en las manos. La Sanadora hizo un mohín y se echó a reír cuando Cuchulainn la abrazó y le dio un beso sudoroso.
– ¡Aj! Los dos estáis empapados en sudor -dijo, y miró a Elphame.
– No, no te preocupes, no me he esforzado demasiado. Me encuentro perfectamente -le aseguró rápidamente su amiga.
Fand, que había estado dormitando a la sombra del pino más cercano, eligió aquel momento para despertar y se acercó corriendo torpemente hacia Brenna, que se arrodilló para rascarle detrás de las orejas.
– Bueno, tienes mucho mejor aspecto del que tenías esta mañana, pese al sudor y la suciedad. Sin embargo, ya es hora de que te tomes un descanso -dijo, y miró a Cuchulainn con una sonrisa-. He traído la comida. ¿Os gustaría compartirla conmigo?
Elphame vio a Brenna flirteando de verdad con su hermano. Era como si el amor de Cuchulainn la hubiera llenado tan completamente que, como el Castillo de MacCallan, hubiera renacido.
– Sí, nena, sí me gustaría -dijo Cuchulainn, y la miró con lujuria. Entonces, con un gritito, Brenna se apartó ágilmente de sus brazos sudorosos. Fand les ladró a los dos.
– No sólo tú, Cu -dijo Brenna, riéndose-. Nuestra Jefa también está invitada.
– Me encantaría ir con vosotros dos, pero tengo que ayudar a Wynne a seleccionar a las nuevas ayudantes de cocina.
– Así pues, sólo estaremos tú y yo -dijo Cuchulainn, arqueando las cejas hacia Brenna. Fand gimoteó, y el guerrero la tomó en brazos-. Quiero decir, nosotros tres -corrigió.
Brenna frunció el ceño mientras él acariciaba a Fand.
– Cuchulainn, si piensas tocar a alguien aparte de a ese animal, tendrás que lavarte primero.
Cuchulainn se inclinó hacia ella y bajó la voz.
– Me reuniré contigo en nuestra poza, Brenna -le dijo, y le entregó a la lobezna-. Adelantaos Fand y tú. Elphame y yo terminaremos con este árbol y después iré rápidamente. Y no se lo digas a nuestra Jefa, pero esta tarde tengo pensado tomarme un descanso privado…
– ¡Oh, eres horrible, Cu! -le dijo Elphame, dándole golpecitos en el brazo.
– Estoy de acuerdo -dijo Brenna con alegría, sujetando a Fand contra su pecho-. Pero de todos modos lo esperaré.
Después, con una mirada de picardía por encima del hombro, se despidió y comenzó a caminar por la carretera.
Cu la observó mientras se alejaba, sonriendo como un bobo. Elphame cabeceó.
– No te la mereces.
Cuchulainn respondió con alegría.
– Tienes razón, hermana. Pero ella me quiere de verdad. Y ahora, vamos a terminar de cortar este árbol para que pueda pasar el resto de la tarde en sus brazos.
Elphame lo miró riéndose, pero su sonrisa se quedó helada. Detrás del hombro de Cuchulainn había una nube oscura que de repente bloqueó la luz del sol. La nube tenía algo, transmitía frío y aprensión, y Elphame se estremeció.
– ¿Qué ocurre? -le preguntó Cuchulainn.
Ella pestañeó, y vio que la nube se había desvanecido. ¿Había sido real? El calor del día volvió a calentar su alma, y pensó que el frío que la había sacudido había sido consecuencia de un truco de la luz del sol entre los árboles.
– ¿El?
Ella sacudió la cabeza y agarró el árbol con firmeza.
– No me hagas caso, me he distraído. Vamos a darnos prisa. No debes hacer esperar a Brenna, y yo estoy de acuerdo con ella. Necesitas un buen baño -dijo riéndose, y arrugó la nariz hacia su sudoroso hermano.
Brenna se sentía feliz y ligera, y muy bella. Balanceó la cesta en la que llevaba queso, pan recién hecho, huevos cocidos y lonchas de cerdo ahumado. Incluso había conseguido un odre del vino que había enviado la madre de Cu. Salió de la carretera y sonrió al ver lo verde que se estaba poniendo todo, y las flores que habían brotado por todas partes. Parecía que el bosque se había vestido para ella, y aquel pensamiento tan tonto y tan romántico hizo que sonriera.
Fand soltó un gemido, y Brenna se dio cuenta de que la lobezna se había quedado atrás. Se dio la vuelta y la vio sentada en mitad del camino, mirando a Brenna lastimeramente.
– Vamos -le dijo Brenna-. El pino grande está allí -le explicó, señalando con el dedo hacia delante-, lo cual significa que ya estamos cerca de la poza.
Fand no se movió. Brenna chasqueó con la lengua.
– Vamos, cariño. He traído leche para ti. Extenderé la manta, y podrás dormir hasta que llegue Cu.
Por supuesto, sabía que la lobezna no podía entenderla, pero su tono de voz era suave y persuasivo, y siguió hablándole hasta que consiguió que el obstinado animal dejara el camino y corriera hacia ella.
– ¡Buena chica! -le dijo-. Cu va a estar muy orgulloso de ti.
Brenna estaba concentrada en la lobezna, así que no se dio cuenta de que una sombra se separaba del pino más cercano y comenzaba a seguirla.
El sonido musical de la cascada de la poza estaba cerca cuando Fand gruñó de repente.
– ¿Fand? ¿Qué pasa, bonita?
La reacción inicial de Brenna fue la de echarse a reír. A Fand se le puso el pelo del lomo de punta, y la lobezna enseñó los dientes y comenzó a caminar hacia atrás, hacia Brenna, para protegerla. La pequeña lobezna era adorablemente inofensiva. Sólo era una bola de pelo gris que emitía sonidos que todavía no eran de lobo. Brenna pensó que parecía más un erizo.
La oscuridad cruzó por delante de su visión, y los gruñidos de Fand se incrementaron. Entonces, Brenna volvió la cabeza y de sus labios escapó un jadeo.
La criatura alada era muy bella. Brenna advirtió que el color de sus ojos era único, y que tenía un cuerpo esbelto y fuerte. No sucumbió al pánico, ni gritó ni se alteró. Con una velocidad sobrenatural, la criatura se acercó a ella, y Brenna vio reflejarse en sus colmillos afilados la luz del día.
– Hago esto porque él me ha obligado. Es la única manera.
La criatura alada tenía una voz suave y melódica.
Brenna vio su propia muerte en los ojos de la criatura, pero no podía moverse. Se quedó inmóvil, atrapada en aquella mirada. Sin embargo, aunque su cuerpo no respondiera, su mente permaneció muy lúcida. Lo primero que pensó fue en lo distinto que era todo aquello a su accidente. Aquel día había estado lleno de fuego y dolor. Aquello estaba siendo, desde el principio, una invasión delicada. Pero luego la criatura la sujetó y hundió la cabeza hacia el lado de su cuello que no tenía cicatrices. Brenna sintió sus dientes contra la suavidad de la piel. Cuando la atravesaron, al principio se vio invadida de euforia, y no pudo reprimir un gemido. Después sintió algo como un tirón caliente y, como si viniera de muy lejos, oyó la rasgadura de la carne.
Cerró los ojos y pensó en Cuchulainn. «Epona, por favor, ayúdalo a que no sufra durante mucho tiempo». El tiempo se quedó suspendido mientras ella formaba una oración final: «Y gracias, por permitirme que conociera el amor y la aceptación antes de conocer la muerte».
La sensación de succión aumentó en su cuello, y Brenna comenzó a jadear. Sus piernas perdieron la fuerza. La criatura, sin dejar de beber su sangre, la sujetaba como en el abrazo de un amante. La luz que había contra los párpados de Brenna pasó del rojo al negro, pero antes de que sintiera dolor, y de que la muerte la reclamara, notó que la sacaban y la elevaban por encima de su cuerpo, y su alma se llenó de una paz indescriptible al llegar a los brazos de Epona.
– Creo que Kathryn sería una buena adquisición para mi plantilla -dijo Wynne, mientras se apartaba un rizo de la cara.
Elphame tragó otro bocado del delicioso estofado de venado que había preparado la cocinera y respondió:
– Ha admitido que no tiene mucha experiencia como cocinera, pero es joven y muy dispuesta. Estoy de acuerdo contigo en que aprendería rápidamente.
– Meara se va a enfadar. Odia perder a sus subordinados.
Elphame sonrió.
– Pues cocínale algo especial como oferta de paz.
Wynne asintió.
– Algo dulce.
– Muy dulce.
Algo interrumpió las risas de Elphame.
– ¡Elphame!
Reconoció la voz grave de Danann, se levantó y atravesó rápidamente el Gran Salón. Se encontró con el centauro en el patio central, y se quedó sin aliento al ver su expresión grave.
– Tu hermano te necesita.
El centauro se dio la vuelta y salió corriendo hacia las puertas de la muralla. Elphame lo alcanzó allí. Justo fuera del castillo había una gran confusión. Los hombres estaban ensillando frenéticamente los caballos, y los centauros se acercaban desde el bosque. Elphame oyó que alguien gritaba el nombre de Brighid. Y, en mitad de todo el mundo estaba Cuchulainn, inmóvil, esperando a que ensillaran su caballo. Estaba muy pálido y tenía a Fand en brazos. La lobezna estaba manchada de sangre. Elphame corrió hacia él.
– Es Brenna -le dijo Cuchulainn.
– ¿Qué le ha pasado? ¿Dónde está?
Elphame miró a Fand. La lobezna no tenía ninguna herida, así que la sangre no era suya.
– He encontrado a Fand junto a la poza del bosque, sola. Llamé y busqué a Brenna, pero no estaba allí. He visto huellas raras. No las entendí -dijo Cuchulainn con la voz entrecortada-. He vuelto a buscar a Brighid, y a recoger esto -añadió, y señaló su espada, que llevaba bien atada a la espalda.
A Elphame se le encogió el corazón con el mismo frío que había sentido un poco antes.
Brighid se acercó a ellos al galope.
– ¿Qué ha pasado?
– Creo que alguien, o algo, ha atacado a Brenna -dijo Cuchulainn, y le entregó la lobezna al hombre que acababa de ensillar su caballo. Después, montó de un salto-. Cerca de la poza donde os bañasteis. No sé interpretar las huellas.
– Enséñamelas.
Cuchulainn señaló hacia la carretera y, sin decir una palabra más, todos lo siguieron rápidamente. Elphame corrió al lado de su hermano, intentando no pensar.
Junto al gran pino, Cuchulainn dejó la carretera y desmontó rápidamente. Continuó unos cuantos metros y se detuvo junto a la cesta de comida abandonada.
– Aquí -dijo, y señaló el suelo.
Las flores silvestres que acababan de abrirse, y la hierba verde, estaban manchadas de salpicaduras de sangre.
Brighid hizo un gesto al grupo para que no siguieran avanzando y se inclinó para estudiar el terreno. Elphame vio que su rostro se contraía, y un momento después, la Cazadora alzó la vista y clavó los ojos en los de la Jefa del Clan, antes de volver a mirar el suelo. Cuando habló, lo hizo sin apartar la vista de las huellas.
– Quedaos detrás de mí.
El grupo se dividió en columnas de a dos, y Elphame y Cuchulainn iban dirigiendo a los que caminaban detrás de Brighid. Ella se dirigió rápidamente hacia la carretera siguiendo las huellas, que seguían a las de Brenna. La Cazadora cruzó la carretera y volvió al bosque. Pronto giró bruscamente hacia el norte.
Elphame corrió hasta ponerse a su altura.
– ¿Hay algún rastro de Brenna?
– Esa cosa la lleva.
Elphame se sintió enferma y volvió a ponerse junto a su hermano. Siguieron a la Cazadora sin hablar. Al principio, Brighid se movía con seguridad y rapidez, pero cuando el terreno comenzó a ascender y a formar los riscos escarpados, intercalados con riachuelos y barrancos, el ritmo de la Cazadora se aminoró y, finalmente, ella se detuvo. Se volvió a mirar a Cuchulainn con frustración.
– Lo he perdido. Se mueve de una forma distinta a cualquier cosa que yo haya seguido antes. Sus pasos son tan largos que parece que vuela.
Cuchulainn soltó las riendas de su caballo y se acercó a Brighid.
– No puedes perderlo. Tiene a Brenna.
– ¡Ya lo sé! -exclamó Brighid-. Daría cualquier cosa por poder seguirlo, pero se mueve por el aire.
Cuchulainn dio un paso atrás, casi como si ella lo hubiera golpeado.
– Si no puedes seguir su rastro, ¿cómo vamos a encontrarla?
– Vamos a formar una línea de búsqueda -dijo Elphame de repente, y señaló a uno de los hombres que había tras ellos-. Ve a Loth Tor y avisa a todo el pueblo. Que traigan antorchas. ¡Rápido! -le ordenó. Después se volvió hacia la Cazadora y su hermano-. Nos extenderemos desde aquí. Vamos a empezar a buscar. Yo volveré al castillo para avisar a todo el clan. Peinaremos este bosque como si fuéramos langostas. Encontraremos a Brenna.
Abrazó con fuerza a su hermano, y sintió el temblor de su cuerpo rígido antes de que él le devolviera el abrazo.
Después, Elphame asintió para despedirse de Brighid y salió corriendo por el bosque. Al principio, se concentró en la velocidad y en el terreno rocoso que estaba recorriendo, pero a medida que se acercaba al castillo, tuvo que enfrentarse a lo que no había querido admitir.
Las huellas eran de una criatura Fomorian. Ella las habría reconocido sin la mirada de Brighid. No podía ser Lochlan. No podía creerlo. No era posible, ¿o sí? ¿Y si el hecho de probar su sangre lo había vuelto loco? ¿Y si había huido de ella porque se había dado cuenta de que no podía mantener el control? Y ahora, Brenna estaba pagando el precio de su silencio, y de su decisión de confiar en una criatura que era, en parte, un demonio.
«¡No!», le gritó el corazón. Lochlan era su compañero. Su llegada había sido predicha por el mismo Cuchulainn. No podía ser un monstruo, ni un loco. Las huellas eran de un Fomorian, sí, pero Lochlan le había dicho que había más miembros de su raza que estaban luchando contra la locura. Podría ser que una de aquellas criaturas hubiera seguido a Brenna y hubiera sucumbido a sus deseos más oscuros.
Pero Elphame tenía que saberlo. Tenía que estar segura. Y sólo había una manera de conseguirlo…
Se detuvo en seco al borde del bosque que rodeaba su amado castillo. Bajo el refugio de los pinos se volvió hacia el norte, la dirección por la que Lochlan había entrado en Partholon. Alzó las manos y le habló al viento.
– ¡Lochlan! Ven a mí…
El nombre de su amante brilló con magia ante ella. El viento lo recogió y lo llevó por el bosque.
Elphame inclinó la cabeza, sintiendo el peso de su decisión sobre el alma. Después, salió de entre los árboles.