Elphame oyó la voz de su madre en mitad de sus sueños.
«Ojalá hubiera sido más fácil para ella».
«Lo sé, Amada».
En aquella ocasión, Elphame reconoció al instante la voz de Epona.
«Yo también hubiera preferido que no hubiera tenido que pasar por esa agonía, pero el camino de tu hija nunca ha sido fácil. Ahora entiendes que las dificultades del pasado la han preparado para enfrentarse a su destino».
«Lo ha hecho bien, ¿verdad?».
«Muy bien. Estoy orgullosa de ella».
Elphame sintió felicidad al oír aquella alabanza.
«Su camino seguirá siendo arduo», dijo Epona. «La mayoría del clan de los MacCallan aceptará a Lochlan y a su gente por amor a ella, pero el resto de Elphame no será tan fácil de conquistar».
Su madre suspiró.
«Entonces, ¿me permites ahora que vaya a su lado? Por lo menos, así podré formalizar su matrimonio con él». La voz de su madre se entristeció. «Y Cuchulainn necesita el consuelo de una madre».
«Ve con ellos», respondió Epona. «Pero no te sorprendas si descubres que el dolor de Cuchulainn es más grande de lo que puede calmar una madre…».
La respuesta de su madre se acalló mientras Elphame emergía del sueño. Se dio cuenta de que estaba entre unas sábanas muy suaves, y notó la luz contra los párpados. Abrió los ojos lentamente.
Por el rabillo del ojo vio una forma, y al girar la cabeza, distinguió a Lochlan. Estaba sentado junto a la cama, y tenía la cabeza inclinada hacia delante. Estaba dormido. Ella se lo bebió con la mirada. Él todavía tenía las marcas de los golpes, pero su piel había perdido la palidez de la última vez que ella lo había visto, cubierto de sangre…
Entonces, lo recordó todo. Por un instante, el pánico le atenazó el estómago. Escuchó en su interior, temiendo que oiría la voz de la locura y la maldad a través de su sangre manchada. Sin embargo, los susurros no llegaron. Sólo hubo algo vago, como si fuera un sueño olvidado. Y supo que llevaba la locura de una raza, pero que el amor y la confianza habían vencido a su legado de maldad.
«Debes permanecer alerta contra la oscuridad durante toda tu vida, Amada». La voz de Epona invadió su mente. «Pero recuerda que yo siempre estaré contigo. Tienes la marca de la Diosa».
Elphame debió de emitir algún sonido involuntario en respuesta, porque Lochlan abrió los ojos y le tomó la mano.
– ¡Cuchulainn! -gritó.
Casi al instante, su hermano estaba junto a Lochlan.
Cu tenía unas profundas ojeras y una barba incipiente. Elphame tuvo la sensación de que su hermano había envejecido una vida.
– Estás horrible -dijo Elphame con la voz chirriante.
Cuchulainn sonrió y Lochlan se rió de alivio, con una carcajada parecida a un sollozo. Ella los miró a los ojos y carraspeó antes de hablar nuevamente.
– Bueno, veo que ninguno lleváis cadenas y no tenéis heridas nuevas. ¿Debo asumir que habéis aprendido a llevaros bien?
– No está loca -dijo Lochlan, y le besó el dorso de la mano mientras se le derramaban las lágrimas.
– Te dije que no iba a estarlo -respondió Cuchulainn, que también tenía los ojos sospechosamente brillantes.
– Os oigo perfectamente -dijo Elphame con exasperación.
– Bienvenida, hermana mía.
– ¿Cuánto llevo durmiendo?
– Hoy es la noche del quinto día -respondió Lochlan.
– No me extraña que tenga tanta hambre.
Cuchulainn sonrió nuevamente.
– Wynne se alegrará de saberlo -dijo él, y se dirigió apresuradamente hacia la puerta.
– Cu, espera.
Al ver la expresión de su cara, Lochlan le besó la mano suavemente y se apartó para dejarle el sitio a Cuchulainn.
Elphame se incorporó y le tendió una mano a Cu.
– Quería hablarte de Lochlan…
Cuchulainn, con un increíble cansancio, cabeceó.
– No tienes que explicarme nada, El.
– Sí, sí tengo que hacerlo. Quise hablarte de Lochlan desde el primer momento, pero no sabía cómo hacerlo, y no quería que lo averiguaras por tu parte y pensaras que no te quería lo suficiente como para confiar en ti. No dudaba de ti, sino de mí misma. No pude encontrar la mejor manera de decírtelo, y después estabas tan enamorado de Brenna…
Cuchulainn apretó la mandíbula y apartó la vista.
– No te culpo a ti, ni a Lochlan tampoco, por la muerte de Brenna -dijo, y exhaló un suspiro tembloroso-. Ni siquiera culpo a Fallon. La locura no era culpa suya.
– Cu…
– No puedo hablar de ello, El -dijo él, y sin mirarla, se dirigió nuevamente hacia la puerta-. Voy a traerte algo de comer -añadió, y cerró la puerta al salir.
– No ha dejado que la incineraran -le explicó Lochlan, y se sentó en la cama, frente a ella-. Dijo que el fuego ya le había causado demasiado dolor.
– Oh, Cu -murmuró Elphame, mirando hacia la puerta.
– Así que Danann talló una lápida con su efigie para sellar la tumba. Esta mañana, por fin, Cuchulainn la ha dejado descansar en ella.
– ¿Dónde?
– En el lugar donde estaba su tienda -dijo Lochlan, agitando suavemente la cabeza-. Creo que tu hermano ha enterrado su corazón junto a Brenna.
– Debería haber estado junto a él. Me necesitaba.
– Tenías que recuperarte. No te culpes. Tu hermano ha dicho la verdad. No nos culpa, y ha actuado noblemente en tu lugar durante estos días.
– Fallon, Keir y los otros dos… ¿Qué les ha ocurrido?
– Cuchulainn ordenó que Fallon fuera custodiada hasta el Castillo de la Guardia. Allí esperará el nacimiento de su hijo, y tu decisión sobre la condena que debe cumplir. Keir decidió ir con ella. Curran y Nevin se han quedado aquí, recuperándose de sus heridas.
Elphame lo miró con suma atención.
– ¿La locura ha desaparecido de verdad?
– Sí -dijo él-. Nos ha dejado. Has cumplido la Profecía y has salvado a mi gente -añadió, y le acarició con delicadeza la mejilla-. ¿Y tú, mi amor? ¿Sientes la carga de su peso?
Elphame reflexionó durante unos momentos. Sintió una vibración oscura en su interior, como cuando la brisa ondulaba la superficie de una laguna.
– Está aquí, en mi interior. Siento su presencia. La locura ha sido derrotada, pero no creo que haya sido silenciada por completo. Tengo la palabra de Epona de que he ganado la batalla contra ella, pero la diosa me ha advertido que debo mantenerme alerta si quiero seguir victoriosa -dijo, y se estremeció.
– No hay otra posibilidad que la victoria -dijo Lochlan-. No permitiremos que te conquiste.
Ella sintió la fuerza de su amor, y la oscuridad volvió a retirarse. Respiró profundamente, con satisfacción.
– Debemos mandar a buscar a tu gente. Hay que traer a los niños aquí.
Lochlan la rodeó con los brazos y con las alas, y la llenó con su calor.
– Lo haremos, mi amor, lo haremos.
Elphame estaba ante la tumba de mármol, mientras el cielo del amanecer la teñía de un suave violeta. La efigie era muy bella. Era como si Brenna se hubiera quedado dormida y se hubiera convertido en piedra. Salvo que Danann había tallado su imagen libre de cicatrices.
– Yo no se lo pedí. Nunca se me hubiera ocurrido -dijo Cuchulainn, que estaba junto a su hermana. Dio un paso adelante, se inclinó y puso un ramo de flores de color turquesa entre los brazos de la muchacha de piedra.
– Cuando le pregunté a Danann por qué no había tallado sus cicatrices, me dijo que la había tallado tal y como la recordaba -dijo Brighid.
La mujer centauro acarició la mejilla derecha de la efigie de Brenna, que era tan clara y tan suave como el lado izquierdo de su rostro.
– Brenna se sentiría contenta de ser recordada así -dijo Elphame. Se volvió hacia su hermano y lo tomó de la mano-. Por favor, no te vayas, Cuchulainn.
– Tengo que hacerlo -dijo él, y miró hacia atrás, hacia el castillo que comenzaba a despertar-. Aquí todo me recuerda a ella, todos los olores y los sonidos me dicen su nombre -sus ojos llenos de dolor se clavaron en los de su hermana-. No es que quiera librarme de ella, sólo deseo aprender a sobrellevar su pérdida. Aquí no lo conseguiré.
Le estrechó la mano a Elphame y se la soltó.
Elphame entendía lo que le estaba diciendo, pero le dolía el corazón al pensar en la ausencia de su hermano.
– Te voy a echar de menos, Cuchulainn -le dijo Brighid en voz baja, y le apretó el brazo al guerrero, a modo de despedida.
Él le devolvió el gesto.
– Me equivoqué contigo, Brighid Dhianna. Has sido una amiga leal.
– Tal vez algún día podamos cazar juntos de nuevo -dijo ella con una sonrisa triste.
Entonces, un ladrido ahogado llamó la atención de todos hacia el suelo, y Fand apareció de un salto desde detrás de una mata de hierba. Se puso a gruñir junto a los cascos de Brighid, y la Cazadora frunció el ceño.
– Puntualizo. Cazaré contigo de nuevo si me prometes que no vas a traer nada vivo de vuelta.
Cuchulainn se dio un golpecito en el muslo, y la lobezna se acercó a él y se frotó contra su pierna.
– La próxima vez que veas a Fand tendrá mejores modales.
– Eso es lo que dicen todos los padres -murmuró Brighid, y se dio la vuelta hacia el castillo.
Los dos hermanos se quedaron a solas, y se miraron fijamente. En un segundo, Elphame estaba entre sus brazos, estrechándolo con fuerza, con la cabeza en su hombro.
– ¿No vas a esperar a mamá? -le preguntó entre lágrimas-. Ya sabes que el mensajero dijo que están a un día de camino.
Cuchulainn le dio unos golpecitos en la espalda.
– Lo entenderá.
– No. Se va a enfadar.
Elphame oyó que su hermano emitía una risa breve. Era grave, y llena de dolor, muy distinta a sus antiguas carcajadas, y se le encogió el corazón una vez más.
– Tienes razón, pero pronto estará muy ocupada contigo y con Lochlan, y no tendrá tiempo para pensarlo -dijo Cu. Se apartó suavemente de su hermana y le besó ambas mejillas-. Esto es algo que tengo que hacer -dijo y montó en su caballo con un movimiento suave.
Fand comenzó a aullar lastimeramente. Elphame la tomó en brazos y se la entregó a su hermano.
– Te quiero, hermana mía -dijo Cuchulainn.
Finalmente, se puso en camino hacia el norte.
Elphame lo observó mientras se reunía con las dos figuras aladas que lo esperaban pacientemente junto a las murallas. Sus heridas no se habían curado del todo, y todavía tenían las alas rasgadas, pero Curran y Nevin habían insistido en acompañar a Cuchulainn cuando él anunció que iría a las Tierras Yermas para guiar a los niños a su hogar, en Partholon.
Elphame siguió mirándolos hasta que desaparecieron entre los árboles. Tuvo la sensación de que su pasado más feliz desaparecía con Cuchulainn. ¿Qué le sucedería a su amado hermano? ¿Sería siempre un fantasma de sí mismo, o habría alguna manera de curarlo? Elphame reconoció la ironía de sus pensamientos. Cuchulainn necesitaba encontrar el modo de arreglar lo que se había roto dentro de él sin la ayuda de una Sanadora. Elphame se había sentido impotente, durante aquellos últimos días, mientras veía cómo un vacío horrible invadía el alma de su hermano. ¿Podría encontrar la felicidad sin Brenna? Ella no lo sabía. Había creído que podía perder a Lochlan, así que entendía algo de lo que estaba sintiendo Cuchulainn. Ella podría haber seguido viviendo sin su compañero, pero ¿habría encontrado la verdadera felicidad otra vez? Eso no lo sabía.
«Por favor, Epona, cuídalo y tráelo sano y salvo a casa. Y ayúdalo a encontrar nuevamente la felicidad».
Elphame ya añoraba a su hermano. Con el corazón encogido, entre sollozos, comenzó a andar, con pasos de plomo, hacia el castillo.
Sintió algo parecido a una caricia física y alzó la vista. La luz de la mañana envolvía a Lochlan, que estaba en el balcón de la Torre de la Jefa del Clan. Ella no veía su rostro, pero lo vio llevarse la mano al corazón y extenderla luego hacia ella.
Cuchulainn era su pasado, pero el futuro estaba con Lochlan y con el clan de los MacCallan. Todos tendrían que enfrentarse a unas tierras pobladas por gente que desconfiaba de ellos, y que los juzgaba con dureza. No sería fácil ganarse a Partholon, pero con la bendición de Epona, irían juntos hacia el futuro. La Jefa del clan de los MacCallan se enjugó las lágrimas e irguió los hombros.
Los pasos de Elphame eran fuertes y seguros cuando se apresuró a reunirse con su compañero al comienzo de aquel nuevo día.