Capítulo VI


Los primeros días





1

En la sala de reunión de las profesoras, éstas cambiaban puntos de vista sobre viajes por el extranjero; obras de teatro que habían visto y exposiciones de arte que habían visitado. Las instantáneas circulaban de mano en mano. Se cernía la amenaza de las diapositivas en color, porque todas las entusiastas querían enseñar las suyas propias, para librarse de la obligación de ver las de las demás.

De pronto la conversación se hizo menos personal. El nuevo pabellón de deportes fue tan criticado como elogiado al mismo tiempo. Se concedió que era un hermoso edificio, pero, naturalmente, a todas les hubiera gustado modificar su silueta en un sentido u otro. Después pasaron revista a las nuevas alumnas, y en conjunto fue favorable el veredicto.

Sostuvieron entonces una breve pero sustanciosa conversación con las dos nuevas componentes del cuadro de profesoras. ¿Había estado mademoiselle Blanche en Inglaterra anteriormente? ¿De qué parte de Francia procedía?

Mademoiselle Blanche respondió adecuadamente, pero con reserva.

La señorita Springer fue más explícita.

Habló con énfasis y decisión. Incluso podría decirse que estaba pronunciando una conferencia. Tema: Las excelencias de la señorita Springer. Lo que la habían apreciado como colega. Hasta qué punto las receptoras habían aceptado sus consejos con agradecimiento y habían reorganizado sus planes de estudio con las sugerencias de ella.

La señorita Springer carecía de sutileza. Se escapó a su percepción la impresión que había causado en su auditorio.

A la señorita Johnson se le ocurrió preguntarle con suave entonación:

—Así y todo, supongo que sus ideas no fueron siempre aceptadas del modo que… le… debían de haberlo sido.

—Una debe estar preparada para la ingratitud —enunció la señorita Springer. Su voz, de por sí chillona, se volvió más potente todavía—. Lo que me indigna es que la gente sea tan cobarde… y no se atreva a encararse con los hechos. Muchas veces prefieren no enterarse de lo que tienen ante sus propias narices. Yo no soy así. Yo me voy derecha al asunto. Más de una vez he desenterrado un escándalo nauseabundo. Lo he sacado a la luz. Tengo muy buen olfato. Una vez que estoy en la pista, no cejo hasta tener bien segura mi presa —dio rienda suelta a una alegre carcajada—. En mi opinión, nadie debería enseñar en un colegio donde la vida no sea como un libro abierto. Si alguien tiene algo que ocultar, yo lo descubro en seguida. ¡Oh! Ustedes se quedarían estupefactas si yo les contara algunas de las cosas que he descubierto de varias personas. Cosas que nadie habría llegado a soñar.

—Y usted disfrutó con la experiencia, ¿verdad? —dedujo mademoiselle Blanche.

—Desde luego que no. Únicamente cumplía con mi deber. Pero no estaba respaldada. Una apatía vergonzosa. Así que dimití en señal de protesta.

Miró en torno suyo y lanzó de nuevo su alegre risa deportiva.

—Espero que aquí nadie tenga nada que ocultar —dijo con desenfado.

A ninguna de las presentes les hizo gracia esta observación, pero la señorita Springer no era la clase de mujer que pudiera advertirlo.



2

—¿Puedo hablar con usted, señorita Bulstrode?

La señorita Bulstrode dejó a un lado su pluma para mirar la cara arrebatada de la prefecta.

—Diga, señorita Johnson.

—Se trata de esa chica llamada Shaista… la egipcia o lo que sea…

—Sí.

—Es referente a su… ropa interior.

La señorita Bulstrode alzó las cejas con una expresión de resignada sorpresa.

—Bueno… de su… sostén.

—¿Qué es lo que ocurre a su brassière?

—Pues que… no es de un modelo corriente… quiere decir que no le sostiene nada, exactamente… Más bien le… empuja el busto hacia arriba… de una forma completamente innecesaria.

La señorita Bulstrode se mordió el labio para reprimir una sonrisa, como le ocurría con frecuencia cuando dialogaba con la señorita Johnson.

—Creo que lo mejor que puedo hacer es ir a echar una ojeada —decidió seriamente.

Entonces tuvo lugar una especie de interrogatorio respecto a la pecaminosa prenda que la señorita Johnson mantenía en alto, mientras Shaista la miraba con vivo interés…

—Es esta especie de alambre y… la colocación de las ballenas —señaló la señorita Johnson, reprobadora.

Shaista prorrumpió en una animada explicación.

—Pues…, verá usted, es que mi pecho no está bastante desarrollado… No tiene el suficiente volumen. No tengo mucho aspecto de mujer. Y eso es muy importante para una chica… que se advierta que es una chica y no un muchacho.

—Hay mucho tiempo por delante para eso. Solamente tiene quince años —indicó la señorita Johnson.

—¡Quince años! ¡A esa edad ya se es una mujer! Y yo tengo aspecto de mujer. ¿Es que no se me nota?

Apeló a la señorita Bulstrode, la cual movió la cabeza con gravedad.

—Sólo que mi busto está poco desarrollado. Y no quiero que dé esa impresión, ¿me entiende?

—Entiendo perfectamente —concedió la señorita Bulstrode—. Me hago cargo de su punto de vista. Pero tenga presente que en este internado usted se encuentra entre chicas que son, en su mayor parte, inglesas, y son pocas las chicas inglesas que están desarrolladas como una mujer a la edad de quince años. Me gusta que mis alumnas usen el maquillaje de una manera discreta y que lleven ropas apropiadas a su edad. Sugiero que se ponga ese sostén cuando se vista para una fiesta, o cuando vaya a Londres, pero no para la vida de todos los días en el colegio. Aquí se hace mucho deporte, y toda clase de juegos, y para eso su cuerpo necesita tener libertad de movimientos.

—Es excesivo eso de tantas carreras y tantos brincos —refunfuñó Shaista—. Y no digamos nada de la gimnasia. A mí no me gusta nada la señorita Springer… No hace más que decir: «Más deprisa, más deprisa, no se desanimen…». Me llego a cansar.

—Ya está bien, Shaista —atajó la señorita Bulstrode con voz autoritaria—. Su familia le ha enviado aquí para que se eduque a la inglesa. Todo este ejercicio será muy conveniente para su complexión y para el desarrollo de su busto.

Despidió a Shaista y después sonrió a la agitada señorita Johnson.

—Eso es muy cierto —declaró—. Esta chica está ya complemente formada. A juzgar por las apariencias, podría tomársela fácilmente por una mujer de más de veinte años. Y ella se comporta como si los tuviera. No podemos esperar de ella que se sienta de la misma edad que Julia Upjohn, por ejemplo. Intelectualmente, Julia está mucho más adelantada que Shaista. Pero físicamente, todavía podría llevar un sostén de seda sin ballenas.

—Me gustaría mucho que todas ellas fueran como Julia Upjohn —contestó la señorita Johnson.

—A mí no —le replicó la señorita Bulstrode con firmeza—. Resultaría muy aburrido un colegio con alumnas todas iguales.

Aburrido, pensó al reanudar la calificación de las composiciones sobre las Sagradas Escrituras. Esta palabra había estado repitiéndose en su mente desde algún tiempo a esta parte. Aburrido…

Si de algo carecía su colegio era precisamente de aburrimiento. Durante su carrera de rectora nunca había experimentado lo que era aburrirse. Habían existido dificultades que vencer, crisis imprevistas, conflictos con los padres y con las niñas, trastornos domésticos. Había sufrido muchas calamidades con las que había tenido que contender, logrando convertirlas en otros tantos triunfos. Todo ello había sido estimulante, emocionante, había merecido la pena en grado sumo. E incluso ahora, aun cuando había tomado ya la resolución de retirarse, no deseaba hacerlo.

Físicamente disfrutaba de una excelente salud, casi tan resistente como cuando ella y Chaddy (¡la fiel Chaddy!), habían puesto en marcha el internado con un mero puñado de niñas, respaldada la gran empresa por un banquero de visión poco común. Las distinciones académicas de Chaddy habían sido superiores a las suyas pero fue ella quien había tenido la inspiración de proyectar y hacer del colegio un lugar de tal distinción que se destacó por su fama en toda Europa. Nunca le había asustado hacer experimentos, mientras que Chaddy se había contentado con enseñar a conciencia, pero de una manera nada amena, todo lo que sabía. El supremo logro de Chaddy había sido estar allí, a la mano, parando los choques, siempre dispuesta para prestar ayuda en todos los casos en que la necesitaban, como en el primer día de este trimestre con lady Verónica. Fue sobre la base de su sentido práctico de la vida, reflexionó la señorita Bulstrode, donde se había cimentado el edificio.

Bueno, desde el punto de vista material, las dos habían sacado provecho. Si se retiraban ahora, ambas tendrían asegurada una renta para el resto de sus vidas. La señorita Bulstrode se preguntaba si Chaddy querría retirarse cuando ella lo hiciera. Probablemente no, porque para ésta el colegio era como su hogar. Continuaría fiel y digna de confianza, para respaldar a la sucesora de la señorita Bulstrode.

Porque la señorita Bulstrode ya había tomado la resolución: tenía que dejar una sucesora. Al principio asociada a ella, compartiendo la autoridad, y después para regirlo por sí sola. Saber cuándo hay que retirarse… ésa era una de las exigencias indispensables de la vida. Retirarse antes de empezar a perder facultades, de que se debilitara la capacidad intelectiva, de llegar a probar en sí la rancia pusilanimidad, la desgana de continuar realizando el esfuerzo.

La señorita Bulstrode terminó de poner las notas a las composiciones literarias y observó que Upjohn poseía una mente original mientras que Jennifer Sutcliffe carecía de imaginación por completo, pero mostraba una profunda comprensión de los hechos muy poco corriente. Y Mary Vyte pertenecía, desde luego, al grupo erudito; una retentiva asombrosa, ¡Pero qué chica tan aburrida!…; otra vez esa palabra. La señorita Bulstrode la expulsó de su mente y tocó el timbre para hacer venir a su secretaria. Empezó a dictarle cartas.

Querida lady Valence: Jane ha tenido algunas molestias en los oídos. Le adjunto el diagnóstico del doctor…

Querido Barón von Eisenger: Ciertamente podremos encargarnos de que Hedwig vaya a la ópera con ocasión de que la Hellstern cante la parte de Isolda…

Transcurrió una hora en un santiamén. La señorita Bulstrode rara vez se detenía para buscar una palabra. El lápiz de Ann Shapland se deslizaba vertiginoso sobre las cuartillas.

Una secretaria magnífica, pensó la señorita Bulstrode. Mejor que Vera Lorrimer, que era una chica muy enojosa. Abandonar su puesto tan de repente. Una crisis nerviosa, fue lo que alegó. Algo relacionado con un hombre, pensó la señorita Bulstrode, resignadamente. Siempre había un hombre por medio.

—Eso es todo —dijo la señorita Bulstrode, al terminar de dictar la última palabra. Dio un suspiro de alivio.

—¡Cuántas cosas tan aburridas hay que hacer! —observó—. Escribir cartas a los padres es igual que echar de comer a los perros. Hay que administrar pequeñas trivialidades a todos ellos.

Ann rió. La señorita Bulstrode le dirigió una mirada apreciativa.

—¿Qué le hizo decidirse a trabajar como secretaria?

—No puedo contestarle con exactitud. No tenía inclinación por nada en particular, y ésta es la clase de empleo a que casi todo el mundo acaba por dedicarse.

—¿No lo encuentra monótono?

—Me parece que he tenido suerte. He tenido una gran cantidad de empleos diferentes. Trabajé durante un año con sir Mervyn Todhunter, el arqueólogo, y después estuve con sir Andrew Peters; en la firma Shell. Durante algún tiempo fui secretaria de Mónica Lord, la actriz. ¡Esto último fue lo que se dice agotador! —sonrió al recordarlo.

—Eso es hoy día corrientísimo entre ustedes las jóvenes —comentó la señorita Bulstrode con desaprobación— ese modo de cambiar de empleo cada dos por tres.

—Es que la verdad, a mí no me es posible continuar en el mismo por mucho tiempo. Mi madre está inválida. Ella es, digamos más bien… difícil de llevar algunas veces. Y entonces me veo obligada a volver a casa para cuidarme de ella.

—Ahora comprendo…

—Pero, aun así, me temo que aunque no fuera por ese motivo, seguiría variando y cambiando. No tengo el don de la perseverancia. Encuentro que la variedad es mucho menos aburrida.

—Aburrida… —murmuró la señorita Bulstrode, al brotar otra vez la palabra final.

Ann la miró sorprendida.

—No me haga caso —le dijo la señorita Bulstrode—. Es, simplemente, que a veces, una palabra determinada parece surgir a nuestro alrededor continuamente. ¿Le habría gustado ser profesora de colegio? —le preguntó, con cierta curiosidad.

—Me temo que lo encontraría odioso —respondió Ann, con franqueza.

—¿Por qué?

—Lo encontraría terriblemente aburrido… ¡Oh! Lo siento.

Se quedó consternada.

—La enseñanza no es aburrida en lo más mínimo —arguyó la señorita Bulstrode, con convicción—. Puede ser la cosa más emocionante del mundo. Lo echaré enormemente de menos el día en que me retire.

—Pero seguramente… —dijo Ann, mirándola con fijeza—. ¿Es que tiene la intención de retirarse?

—Sí…, es cosa decidida. ¡Oh! Dentro de un año o tal vez de dos, ya no continuaré aquí.

—Pero…, ¿por qué?

—Porque he dedicado al colegio lo mejor de mi vida… y he obtenido lo mejor de él. Y ahora no me resigno a pasar a segundo término.

—Pero ¿seguirá el colegio en marcha?

—Oh, sí. Tengo una buena sucesora.

—La señorita Vansittart, me imagino.

—¿De modo que usted ya la ha fichado de una manera automática? —le preguntó la señorita Bulstrode, mirándola sutilmente—. ¡Es interesante!…

—Me temo que no lo he pensado con seriedad. Es sencillamente que he oído a la plana mayor hablando de ello. Según he podido colegir, ella continuaría rigiendo el colegio según las pautas trazadas por usted. Tiene una presencia muy virtuosa, tan guapetona y con gran tipo. Me imagino que esto es muy importante, ¿no?

—Sí, sí que lo es. Estoy segura de que Eleanor Vansittart es la persona adecuada.

—Ella continuará donde usted la dejó —añadió Ann, recogiendo sus útiles de trabajo.

—Pero ¿es que yo deseo semejante cosa? —consideró la señorita Bulstrode cuando salió Ann—. ¿Que continúen mi labor donde yo la dejé? Eso es precisamente lo que hará Eleanor. Ningún experimento nuevo, ni nada revolucionario. No fue procediendo de esa forma como yo hice de Meadowbank lo que hoy día es. Probé la suerte. Revolucioné a muchísimas personas. Fanfarroneé, di coba y me negué a copiar moldes preestablecidos de otros colegios. ¿Es que no es esto lo que yo deseo que se haga aquí? Alguien que inyecte nueva vitalidad al colegio. Una personalidad dinámica… como… sí, como Eileen Rich.

Pero Eileen no tenía edad ni experiencia. Sin embargo, era estimulante, sabía enseñar. Tenía ideas propias. Nunca podría resultar aburrida… ¡Qué tontería!, debía desechar esa palabra de su imaginación. Eleanor Vansittart no era aburrida…

Alzó la vista al entrar Chaddy.

—¡Oh, Chaddy! —exclamó—. ¡Cuánto me alegra verla a usted!

La señorita Chadwick pareció un poco sorprendida.

—¿Por qué? ¿Es que ocurre algo de particular?

—Se trata de mí misma. No conozco mi propia mente.

—Eso es impropio de usted, Honoria.

—Sí, ¿verdad? ¿Cómo va el trimestre, Chaddy?

—Perfectamente, en mi opinión. —Se podía percibir cierta inseguridad en el tono de voz de la señorita Chadwick.

La señorita Bulstrode la sondeó.

—¡Vamos a ver! No me venga con rodeos. ¿Qué es lo que no marcha bien?

—Nada. De verdad, Honoria, nada en absoluto, sólo que… —la señorita Chadwick arrugó la frente, adquiriendo la expresión de un perrito boxer que estuviera perplejo—. Oh, una sensación. Pero en realidad, no es nada que pueda señalar de un modo claro. Las nuevas alumnas parecen formar una colección muy agradable. Mademoiselle Blanche no me convence gran cosa. Pero en tal caso, tampoco me gustaba Geneviève Depuy. Falsa.

La señorita Bulstrode no prestó mucha atención a esta crítica. Chaddy acusaba siempre a las profesoras francesas de ser falsas.

—No es muy buena profesora —admitió la señorita Bulstrode—. Es en realidad sorprendente. ¡Sus referencias eran tan buenas!

—Los franceses no sirven para la enseñanza. No tienen idea de la disciplina —dijo la señorita Chadwick—. ¡Y realmente la señorita Springer también está hecha un buen elemento! ¡Con qué ímpetu salta! ¡Bien le hace honor a su apellido…! [3]

—Es competente en lo suyo.

—Oh, sí. De primera.

—La llegada de nuevas profesoras causa siempre trastorno —aseguró la señorita Bulstrode.

—Sí —concedió con ahínco, la señorita Chadwick—. Estoy segura de que no es más que eso. A propósito, el nuevo jardinero me parece demasiado joven. Una cosa muy poco corriente hoy día. No hay jardineros que tengan tan poca edad. Es una verdadera lástima que sea tan guapo. Tendremos que mantener los ojos abiertos.

Las dos gesticularon con la cabeza en señal de conformidad. Sabían, mejor que nadie, el estrago que podría causar en el corazón de chicas adolescentes un joven tan guapo.

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