Capítulo XIV


La señorita Chadwick no concilia el sueño





1

La señorita Chadwick estaba inquieta. Daba vueltas en la cama contando ovejas y poniendo en práctica otros métodos de invocar el sueño consagrados por los siglos. En vano.

Hacia las ocho, cuando Shaista no había regresado todavía, ni se tenían noticias de ella, la señorita Chadwick tomó cartas en el asunto y telefoneó al inspector Kelsey. Experimentó cierto alivio al advertir que aquél no tomaba el asunto demasiado en serio. Le aseguro que podía dejarlo todo en sus manos. Sería muy fácil de averiguar en caso de un posible accidente. Si estas pesquisas fallaban, se pondrían en contacto con Londres. Se darían todos los pasos que fueran necesarios. También pudiera ser que la chica estuviese haciendo novillos. Aconsejó a la señorita Chadwick que refiriera lo menos posible en el colegio. Que diera a entender que Shaista se había quedado aquella noche en el Claridge's con su tío.

—Lo que menos necesitan la señorita Bulstrode y usted es que se haga más publicidad —dijo Kelsey—. Es muy improbable que la hayan secuestrado. De modo que no se preocupe, señorita Chadwick. Deje todo en nuestras manos.

Pero, a pesar de ello, la señorita Chadwick se preocupó.

Echada en la cama, sin poder dormir, su mente fue de un posible secuestro hasta el asesinato.

Un asesinato en Meadowbank. ¡Era horrible! ¡Increíble! Meadowbank. La señorita Chadwick adoraba a Meadowbank. Lo adoraba quizá todavía más que la señorita Bulstrode, aunque de una manera en cierto modo diferente. ¡Había sido una empresa tan atrevida y arriesgada! Acompañando fielmente a la señorita Bulstrode en la azarosa empresa, había hecho frente al pánico en más de una ocasión. ¿Y si todo el asunto fracasaba? Ellas no disponían, en realidad, de mucho capital. Si no lograban el éxito… si les retiraban el apoyo financiero… La señorita Chadwick poseía un cerebro inquieto, lleno de preocupaciones, que continuamente enumeraba interminables síes. La señorita Bulstrode había disfrutado con la aventura, con el elemento azaroso en ella implicado, pero no así Chaddy. Muchas veces, en medio de una agonía de aprensión, le había suplicado que Meadowbank se rigiera siguiendo pautas algo más convencionales. Sería más seguro, la instaba. Pero la señorita Bulstrode no se interesaba por la seguridad financiera. Ella había tenido su inspiración de cómo debía ser un colegio, y la había puesto en práctica sin temor. Y su audacia fue premiada por el éxito. Pero, oh, qué alivio el de Chaddy cuando este éxito fue un fait accompli, cuando Meadowbank se consolidó, y muy firmemente, como una gran institución inglesa. Fue entonces cuando su adoración por Meadowbank desbordó todos los limites. Se desvanecieron todas sus dudas, temores y preocupaciones. La paz y la prosperidad habían llegado. Se calentaba al sol de la prosperidad en Meadowbank como una gata ronroneante.

Se había conmocionado por completo cuando la señorita Bulstrode habló por primera vez de retirarse. Retirarse ahora… cuando todo marchaba viento en popa. ¡Qué locura! La señorita Bulstrode hablaba de viajes, de todas las cosas que deseaba ver en el mundo. A Chaddy no le causaba esto la menor impresión. Nada, en ninguna parte, podía ser la mitad de bueno que Meadowbank. Siempre le había parecido que nada podría afectar al bienestar de Meadowbank. Pero ahora… ¡un asesinato!

Una palabra tan desagradable y violenta… que llegaba del mundo exterior hasta Meadowbank, como un mal intencionado viento de tormenta. Asesinato… una palabra que la señorita Chadwick relacionaba únicamente con delincuentes juveniles armados de navajas o doctores siniestros que envenenaban a sus esposas. Pero un asesinato aquí… en un internado… y no un internado cualquiera… sino en Meadowbank. Increíble.

Bien es verdad que la señorita Springer…, pobre señorita Springer, naturalmente no fue culpa suya… pero, contra toda lógica, Chaddy tuvo la sensación de que en cierto modo debió haber sido culpa suya. No estaba impuesta en las tradiciones de Meadowbank. Una mujer sin tacto. De un modo u otro, ella debió haber dado lugar a que la mataran. La señorita Chadwick dio vueltas en la cama, volvió la almohada del otro lado y se dijo: «Tengo que dejar de pensar en todo esto. Quizá fuera mejor que me levantase y me tomara una aspirina. Pero antes trataré de contar hasta cincuenta…».

Antes de llegar a cincuenta, sus pensamientos retrocedían una vez más al mismo derrotero. Estaba inquieta. ¿Se publicaría todo esto y también posiblemente el secuestro… en los periódicos? Y los padres, al leerlo, ¿no se apresurarían a llevarse a sus hijas…?

¡Cielo Santo! Tenía que calmarse y procurar dormir. ¿Qué hora sería? Encendió la luz para mirar en su reloj. Precisamente la una menos cuarto. La hora justa en que la pobre señorita Springer… No; no debía pensar más en eso. Y qué estúpida había sido la señorita Springer al ir allí sola, sin despertar a ninguna otra profesora del claustro.

—¡Dios mío! —se dijo la señorita Chadwick—. Tendré que tomarme una aspirina.

Salió de la cama y se dirigió al lavabo. Tomó dos aspirinas con un trago de agua. Al volver a la cama descorrió la cortina para atisbar por la ventana. Lo hizo para tranquilizarse más bien que por cualquier otro motivo. Necesitaba cerciorarse de que nunca jamás habría una luz encendida en el pabellón de deportes a altas horas de la noche. Pero sí la había.

Chaddy entró en acción en menos de un minuto. Calzó sus pies en unos zapatos, echó mano de un chaquetón grueso, recogió su linterna y salió flechada de su habitación escaleras abajo. Había censurado a la señorita Springer por no procurarse ayuda antes de salir a investigar, pero a ella no se le ocurrió hacer tal cosa. Lo único que deseaba era llegar cuanto antes al pabellón para averiguar quién era la persona intrusa. Se detuvo para coger un arma…, una que posiblemente no fuera muy eficaz, pero un arma al fin y al cabo, y en seguida salió por la puerta lateral y continuó rápidamente su carrera a lo largo del camino atravesando los matorrales. Estaba sin aliento, pero completamente decidida. Únicamente al llegar por fin a la puerta aflojó un poco el paso y procuró moverse con cautela.

La puerta estaba ligeramente entornada. La abrió un poco más y miró hacia el interior…



2

A la misma hora, poco más o menos, que la señorita Chadwick se levantó de la cama en busca de una aspirina, Ann Shapland, muy atractiva con su traje de noche negro, estaba sentada en una mesa de «Le Nid Sauvage», comiendo suprême de pollo y sonriendo al joven que tenía frente a ella. «El querido Dennis —pensó Ann—, siempre tan exactamente igual a sí mismo». Esto era sencillamente lo que no podría soportar si llegaba a casarse con él. Para ella, él era más bien un animalito mimado. En voz alta observó:

—¡Qué divertido es esto, Dennis! ¡Es un cambio tan magnífico!

—¿Qué tal te va en tu nuevo empleo? —le preguntó Dennis.

—Pues… por ahora estoy disfrutando bastante con él, de veras.

—Me da la impresión de que no es exactamente lo que a ti te va.

—Me vería en un gran aprieto si tuviera que concretar qué es lo que exactamente me va, Dennis —indicó Ann, riendo.

—Nunca podré comprender por qué motivo dejaste tu empleo con sir Mervyn Todhunter.

—Pues principalmente a causa de sir Mervyn Toudhunter. La atención que me concedía estaba empezando a preocupar a su esposa… y el que no se ofendan las esposas forma parte de mi táctica. Ya sabes que pueden hacer muchísimo daño.

—Son como gatas celosas —opinó Dennis.

—Oh, nada de eso —distinguió Ann—. Estoy más bien de parte de las esposas. Y de todos modos, me gusta lady Todhunter mucho más que el viejo Mervyn. ¿Por qué te sorprende tanto mi nueva colocación?

—¿La del colegio? Pues yo diría porque tu mentalidad no es escolástica en lo más mínimo.

—Me resultaría odioso enseñar en un colegio. Aborrezco la idea de verme encerrada con un rebaño de mujeres. Pero el trabajo de secretaria en un colegio como Meadowbank es más bien una diversión. Es realmente un lugar único, como ya sabes. Y la señorita Bulstrode, la rectora, es también única. Sus ojos grises y acerados penetran en una y ven hasta los más íntimos secretos. Y hace marchar firme a todo el mundo. Me horrorizaría cometer un error en alguna carta de las que dicta. Sí, posee ciertamente algo.

—Cuánto desearía que te cansaras de todos esos empleos —declaró Dennis—. Ya es sobrado tiempo, y tú lo sabes muy bien, Ann, de que acabes con todo este barullo de trabajar tan pronto aquí como allá y sientes de una vez la cabeza.

—Eres encantador, Dennis —dijo Ann, con un tono de voz que no la comprometía a nada.

—Ya sabes lo bien que lo podríamos pasar —indicó Dennis.

—No lo niego —replicó Ann—, pero todavía no es ocasión. Y además, como no ignoras, tengo que pensar en mi madre.

—Sí. Iba a hablarte de eso.

—¿De mamá? ¿Y qué es lo que ibas a decirme?

—Mira, Ann, tú ya sabes que a mí me parece que eres maravillosa… el modo que tienes de atrapar un empleo interesante y después arrojarlo todo por la borda para volver a casa con tu madre.

—Bueno, tengo que hacerlo algunas veces cuando le da un ataque verdaderamente serio.

—Lo sé. Ya te digo que me parece que eso es admirable por tu parte. Pero así y todo hay lugares, y bastante buenos hoy en día, en donde las personas como tu madre están bien atendidas, sin que les falte el menor detalle.

—Y que cuestan un sentido —replicó Ann.

—No, no necesariamente. Pero, si incluso con el seguro médico…

En la voz de Ann se dejó oír un tono amargo.

—Sí, ya me imagino que algún día habrá de llegar eso. Pero en tanto llega, tengo en casa un precioso gato que hace compañía a mamá y que en circunstancias normales puede competir con una enfermera. Mi madre se comporta muy razonablemente la mayor parte del tiempo. Y cuando no sucede así, vuelvo a casa para echarle una mano.

—¿No es ella… no se pone nunca…?

—¿Ibas a decir violenta, Dennis? Tienes una imaginación extraordinariamente morbosa. No. Mi querida mamá nunca es violenta. Sólo que a veces se embriaga. Se olvida de quién es y de dónde está, lo que desea es salir a dar un largo paseo, y entonces lo más probable es que salte a un tren o un autobús y se marche a cualquier parte… y bueno, todo esto es muy complicado, como ves. A veces es una carga demasiado pesada para poderla sobrellevar. Pero es muy feliz, aun cuando está confusa. Y muchas veces se pone graciosísima. Recuerdo que una vez me dijo: «Ann, cariño, de verdad que es muy desconcertante. Yo estaba segura que era el Tíbet donde me marchaba y me encuentro por las buenas sendas en aquel hotel de Dover, y sin la menor idea de cómo llegué hasta allí. Entonces pensé: ¿para qué voy a ir al Tíbet? Y se me ocurrió que lo mejor que haría era volver a casa. Y entonces no fui capaz de recordar cuánto tiempo hacía desde que salí de ella. Cuando una no puede recordar bien las cosas, todo se pone muy desconcertante, cariño». Mamá estuvo realmente muy graciosa contando todo esto. Quiero decir que ella ve por sí misma el lado humorístico.

—Nunca he llegado a conocerla en persona —empezó a decir Dennis.

—No animo a la gente para que la conozca —declaró Ann—. Creo que es lo menos que puede hacer una por los suyos. Protegerlos de… bueno, de la curiosidad y de la compasión.

—No es curiosidad, Ann.

—No, no creo que en tu caso lo sea. Pero sería compasión. Y no deseo tal cosa.

—Comprendo lo que quieres decir.

—Pero si tú crees que me desagrada abandonar mis empleos de tiempo en tiempo para volver a casa por un período indefinido, te diré que estás equivocado —aclaró Ann—. Nunca me atrajo embrollarme profundamente en nada. Ni siquiera cuando conseguí mi primer puesto después del aprendizaje de secretaria. Consideré que lo que en realidad importaba era el ser eficiente en el trabajo. Cuando se es verdaderamente buena, se pueden elegir las colocaciones. Se ven sitios diferentes y se observan diferentes clases de vida. De momento me dedico a observar la vida de un internado. El mejor colegio de Inglaterra visto por dentro. Me da la sensación de que voy a seguir en él por lo menos año y medio.

—A ti nunca te pillan por sorpresa las cosas, ¿no es cierto, Ann?

—Efectivamente —reconoció Ann, pensativa—. Creo que nunca me dejo sorprender. Me parece que pertenezco al género de personas que son observadoras de nacimiento. Algo así como un comentarista de la radio.

—Se te ve tan desligada de todo —comentó Dennis, apesadumbrado—. En realidad no te preocupas por nada ni por nadie.

—Me imagino que algún día me preocuparé —dijo Ann para animarle.

—Comprendo más o menos tu modo de sentir y pensar.

—Lo dudo —objetó Ann.

—En todo caso, no creo que llegue a un año. Te hartarás de todas esas mujeres bastante pronto —pronosticó Dennis.

—Hay un jardinero muy guapo —precisó Ann. Rió al ver la expresión de Dennis—. Alégrate, bobo. Solamente trataba de ponerte celoso.

—¿Y qué me dices de ese asunto del asesinato de una profesora?

—Oh, eso —la expresión de Ann se volvió seria y pensativa—. Eso es extraño, Dennis. Es muy extraño, en efecto. Era la instructora de gimnasia. Bastante poco agraciada. Ya conoces el tipo. Creo que en ese asunto se esconde macho más de lo que ha salido a la luz hasta ahora.

—Bueno, ten cuidado de no verte mezclada en nada desagradable.

—Eso es muy fácil de decirlo. Nunca he tenido la oportunidad de desplegar mi inteligencia detectivesca. Me imagino que podría llegar a ser bastante buena en ese terreno.

—¡Venga, Ann! ¡Eres el colmo!

—No abrigo la intención de seguir la pista a criminales peligrosos, cariño. Únicamente voy a… bueno, a tratar de llegar a unas cuantas conclusiones lógicas. «¿Por qué y quién?». Y «¿Para qué?». Ya he tropezado con una pequeña información que promete ser muy interesante.

—¡Ann!

—No pongas esa cara de angustia… Pero no parece encajar con nada —observó Ann, pensativamente—. Hasta cierto punto, encaja perfectamente bien. Y luego, repentinamente, deja de hacerlo. Quizá haya un segundo asesinato, y entonces se aclarará un poco el asunto —terminó con júbilo.

Pronunció estas palabras exactamente en el momento en que la señorita Chadwick empujaba la puerta del pabellón de deportes.

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