Capítulo XV
Se repite el asesinato
—Venga conmigo —dijo el inspector Kelsey entrando con cara sombría en la habitación—. Ha habido otro.
—¿Otro qué? —le preguntó Adam, alzando vivamente los ojos.
—Otro asesinato —repuso el inspector. Abrió la marcha para salir y Adam le siguió. Habían estado sentados en la habitación de éste último, bebiendo cerveza, y pasando revista a varias probables pistas cuando requirieron a Kelsey al teléfono.
—¿De quién se trata? —inquirió Adam, cuando seguía al inspector escaleras abajo.
—De otra profesora… la señorita Vansittart.
—¿Dónde?
—En el pabellón de deportes.
—¿Otra vez en el pabellón de deportes? —exclamó Adam—. ¿Qué es lo que pasa con ese pabellón de deportes?
—Sería mejor que esta vez lo inspeccionara usted —propuso el inspector Kelsey—. Tal vez la técnica que usted emplee en sus investigaciones tenga más éxito que la nuestra. Debe haber algo importante en ese pabellón de deportes, si no, ¿por qué iban a matar allí a todo el mundo?
Entró en su coche con Adam.
—Supongo que el doctor habrá llegado allí antes que nosotros. Tiene menos distancia que recorrer.
Al entrar en el pabellón de deportes brillantemente iluminado, Kelsey pensó que era como una pesadilla que se repetía. Allí yacía de nuevo otro cadáver, con el doctor de rodillas a su lado. Otra vez se alzó el doctor y dijo:
—La mataron hace media hora aproximadamente. Cuarenta y cinco minutos como máximo.
—¿Quién la encontró? —preguntó Kelsey.
—La señorita Chadwick —dijo uno de sus hombres.
—Ésa es la vieja, ¿no?
—Sí. Vio luz, vino aquí, y la encontró muerta. Volvió a la casa dando tropezones, y en un estado de histerismo bastante grande. Fue la señorita Johnson, la prefecto, quien telefoneó.
—Perfectamente —exclamó Kelsey—. ¿Cómo la mataron? ¿También de un tiro?
El doctor negó con un movimiento de cabeza.
—No, la golpearon en la parte posterior de la cabeza. Lo debieron hacer con una porra o con un saco de arena, o algo semejante.
Junto a la puerta, tirado en el suelo, había un palo de golf con la punta de acero. Era la única cosa que parecía estar remotamente desordenada en la habitación.
—¿Qué me dice de eso? —le preguntó Kelsey, señalándolo—. ¿Es posible que la golpearan con él?
El doctor volvió a negar con la cabeza.
—Imposible. No hay ninguna señal en la víctima. Fue con una pesada porra de goma o con un saco de arena; algo por el estilo.
—¿Obra de un profesional?
—Probablemente. Quienquiera que fuese, no tenía la intención de hacer ruido alguno esta vez. Se llegó hacia ella por detrás y la golpeó en la parte posterior de la cabeza. La víctima cayó hacia delante, y probablemente no llegó a poder darse cuenta con qué la habían golpeado.
—¿Qué es lo que estaba haciendo?
—Con toda probabilidad estaba arrodillada frente a esta taquilla —conjeturó el doctor.
El inspector se dirigió hacia la taquilla para echar un vistazo.
—Supongo que éste es el nombre de la chica —dijo—. Shaista… vamos a ver, ésa es… ésa es la chica egipcia, ¿no es cierto? Su alteza la princesa Shaista —se volvió hacia Adam—. Parece que existe cierta relación, ¿no cree? Un momento…, ¿no es ésa la misma chica de quien notificaron esta tarde que había desaparecido?
—Exactamente, señor —respondió el sargento—. Vinieron a buscarla al colegio en un coche, enviado al parecer por su tío que se hospeda en Londres en el Claridge's. Entró en él y se marcho.
—¿No se ha recibido ningún informe sobre ella?
—Todavía no, señor. Se ha dado un aviso de búsqueda. Y Scotland Yard trabajaba también en ello.
—Una habilidosa y sencilla manera de raptar a una persona —observó Adam—. Sin forcejeos, ni gritos. Todo lo que se necesita es estar enterado de que la chica espera que vengan a recogerla en coche, y lo único que hay que hacer es representar bien el papel de un chofer de clase alta y llegar al colegio antes que el otro coche. La chica entra en el coche, sin detenerse a pensarlo y uno puede ponerse en marcha sin que ella llegue a sospechar ni lo más mínimo lo que está pasando.
—¿No se ha encontrado en ninguna parte un coche abandonado? —inquirió Kelsey.
—No hemos tenido noticias de ninguno aún —respondió el sargento—. Scotland Yard trabaja en ello, como le dije —agregó— y también el Servicio Especial.
—Puede que se trate de una intriga de carácter político —supuso el inspector—. No me imagino ni por un momento que posean habilidad suficiente para poder sacarla del país.
—Pero, sea como sea, ¿qué es lo que pueden haberse propuesto al secuestrarla?
—Cualquiera lo sabe —replicó Kelsey sombríamente—. Ella me dijo que temía que la secuestraran, y me avergüenzo tener que confesar que creía que estaba representando una escena.
—Yo también fui de la misma opinión al contármelo usted —dijo Adam.
—La dificultad estriba en que no sabemos lo bastante —admitió Kelsey—. Hay demasiados cabos sueltos —echó una mirada en torno—. Bueno, al parecer no hay nada más que yo pueda hacer aquí. Continúen con los procedimientos de costumbre… fotografías, huellas digitales, etc. Creo que lo mejor que puedo hacer es ir a dar una vuelta por la casa.
En la casa le recibió la señorita Johnson. Estaba conmocionada, pero conservaba el dominio de sí misma.
—Es terrible, inspector —se lamentó—. ¡Dos de nuestras profesoras, asesinadas! La pobre señorita Chadwick se encuentra en un estado lastimoso.
Me gustaría verla tan pronto como me sea posible.
—El doctor le dio un medicamento, y ahora ya está mucho más calmada. ¿Quiere que le conduzca a donde está?
—Sí; dentro de unos instantes. Pero primero dígame todo lo que recuerde con respecto a la última vez que vio a la señorita Vansittart.
—No la llegué a ver hoy en absoluto —declaró la señorita Johnson—. Estuve ausente durante todo el día. Regresé muy poco antes de las once y subí a mi habitación para acostarme.
—¿No se le ocurrió mirar por su ventana hacia el pabellón de deportes?
—No, no pensé en ello para nada. Pasé el día con mi hermana, a la que no había visto desde hacía mucho tiempo, con mi cabeza atiborrada por completo de las novedades familiares. Tomé un baño, y me fui a la cama a leer un libro; luego apagué la luz y me dormí. Después de hacer esto, la primera cosa de que tuve noticias fue cuando irrumpió en mi cuarto la señorita Chadwick con la cara más blanca que una sábana, y estremeciéndose de pánico.
—¿Se ausentó ayer durante algún tiempo la señorita Vansittart?
—No. Pasó todo el día aquí. Se quedó a cargo del internado. La señorita Bulstrode está ausente.
—¿Quiénes más se encontraban aquí?… De entre las profesoras, quiero decir.
La señorita Johnson reflexionó durante un momento.
—Estaban la señorita Chadwick, la profesora francesa, mademoiselle Blanche, y la señorita Rowan.
—Ya veo. Bueno, ahora creo que lo mejor es que me lleve donde se encuentra la señorita Chadwick.
Ésta se hallaba en su habitación, sentada en una butaca. Aun cuando la noche era cálida, la estufa eléctrica estaba encendida, y tenía una especie de manta de viaje arropándole las rodillas. Volvió hacia el inspector Kelsey una cara lívida y descompuesta.
—Ha muerto… ¿Está muerta? ¿No hay ninguna probabilidad de que…, de que pueda volver en sí?
Kelsey negó con la cabeza lentamente.
—¡Es tan espantoso! —se lamentó la señorita Chadwick—. Y estando la señorita Bulstrode fuera —prorrumpió en lágrimas—. Esto será la ruina del colegio —declaró—. Esto significará la ruina de Meadowbank. No puedo soportarlo… de veras que no puedo.
Kelsey se sentó a su lado.
—Ya sé —dijo compadeciéndose—. Ya sé. Me hago cargo de que ha sido un golpe terrible para usted. Pero quiero que sea valiente, señorita Chadwick, y me diga todo lo que sepa. Mientras antes podamos descubrir quién lo hizo, menos complicaciones y menos publicidad tendrán ustedes.
—Sí, sí. Lo comprendo. Pues… verá… yo… yo me fui a acostarme bastante pronto porque pensé que, por una vez, sería agradable el poder dormir bastante tiempo. Pero me fue imposible dormir. Estaba intranquila.
—¿Intranquila a causa del colegio?
—Sí, y por la desaparición de Shaista. Y entonces empecé a pensar en la señorita Springer, y en el efecto que pudiera causar su asesinato en los padres de las alumnas, y acaso no volvieran a enviar aquí a sus hijas en el próximo trimestre. Estaba terriblemente conmocionada a causa de la señorita Bulstrode. Me refiero a que ella ha hecho este internado. ¡Fue una hazaña tan magnífica!
—Ya lo sé. Ahora, siga contándome… Usted estaba preocupada y no podía conciliar el sueño…
—No, no podía. Me puse a contar ovejas, y todas esas cosas. Y entonces me levanté para tomar una aspirina, y cuando lo hice se me ocurrió descorrer las cortinas de la ventana. No sé exactamente por qué. Supongo que porque había estado pensando en la señorita Springer. Y entonces fue cuando vi la luz allí.
—¿Qué clase de luz?
—Pues era una luz que parecía estar bailando. Quiero decir… me dio la impresión de que se trataba de una linterna. Era precisamente igual a la luz que la señorita Johnson y yo vimos en otra ocasión anterior.
—¿Dice que era precisamente igual?
—Sí. Sí, me parece que sí. Puede que un poco más débil, aunque no estoy segura.
—Muy bien. ¿Y después?
—Después —prosiguió la señorita Chadwick, con voz más resonante— tomé la determinación de que esta vez yo tenía que enterarme de quiénes estaban allí y qué podrían estar haciendo. Así que me eché encima algo de ropa y me puse unos zapatos, y salí rápidamente de la casa.
—¿No pensó en llamar a ninguna otra persona?
—No. No lo pensé. Verá, tenía tanta prisa por llegar allí… Temía que la persona… quienquiera que fuese… se hubiese marchado.
—Ya. Continúe, señorita Chadwick.
—Así que fui lo más aprisa que pude. Me dirigí hacia la puerta, y poco antes de llegar a ella me puse de puntillas, para que nadie advirtiera que me acercaba, y yo la abrí empujándola muy suavemente. Miré alrededor mío, y allí estaba ella. Caída hacia delante, muerta.
Empezó a estremecerse de pies a cabeza.
—Sí, sí, está bien, señorita Chadwick. A propósito, allí había un palo de golf. ¿Lo llevó usted? ¿O lo hizo la señorita Vansittart?
—¿Un palo de golf? —repitió la señorita Chadwick, de una manera vaga—. Oh, sí, creo que lo cogí del vestíbulo. Lo llevé conmigo en caso de… bueno, en caso de que necesitara usarlo. Supongo que lo dejé caer cuando vi a Eleanor. Después fui a casa como mejor pude y busqué a la señorita Johnson… ¡Oh! ¡No puedo soportarlo! ¡No puedo soportarlo! Esto será el fin de Meadowbank.
La voz de la señorita Chadwick se elevó, alcanzando proporciones histéricas. La señorita Johnson fue hacia ella.
—El descubrir dos asesinatos es demasiada tensión para una persona —observó—, al menos para una persona de su edad. Usted no necesita preguntarle nada más, ¿verdad?
El inspector Kelsey sacudió negativamente la cabeza.
Bajando la escalera advirtió un montón de sacos de arena y cubos en una alacena. Quizá dataran de la época de la guerra, pero al verlos, le asaltó el desagradable pensamiento que no tenía que haber sido necesariamente un profesional con una porra de caucho quien golpeó mortalmente a la señorita Vansittart. Alguien que vivía en la casa, alguien que no había querido arriesgarse a que se oyera por segunda vez el ruido de un disparo y que, con toda certeza, se había deshecho de la pistola acusadora después del primer asesinato… pudiera haberse valido de un arma letal, aunque inofensiva en apariencia, y era posible que incluso la hubiera vuelto a colocar después en su sitio cuidadosa y pulcramente.