La noticia de la detención de Gøran Seter le llegó a Gunwald como un golpe entre los ojos. No se mencionaba el nombre del detenido, pero lo adivinó por la descripción de un joven de diecinueve años que vivía con sus padres a pocos kilómetros del lugar de los hechos. Un joven que levantaba pesas, que trabajaba en un taller de carpintería y que conducía un coche como el que había sido visto por un testigo cuando paseaba en bicicleta. Gunwald bebía el café a sorbos mientras tenía agarrado el periódico con fuerza. No podía ser. Tenía a Gøran por un buen chico, con mucha energía, novia y unos padres que estaban orgullosos de él, un trabajo decente y buenos amigos. Y no era Gøran el que había tirado la maleta al agua.
El artículo le resultaba confuso. Se quedó mirando a su perro rollizo, que descansaba bajo la mesa.
– ¿Fue Gøran? -preguntó en voz alta.
El perro levantó la cabeza y escuchó.
– Pero si fue Einar Sunde el que tiró la maleta al agua.
Gunwald se sobresaltó, pues lo había dicho en voz alta y tuvo que mirar hacia atrás. Entre los oscuros troncos de los abetos vislumbró el prado. Allí estaba, como si nada hubiese ocurrido, un pequeño lugar paradisíaco. La lluvia había limpiado las huellas. La sangre de ese cuerpo de mujer destrozado había penetrado la tierra y desaparecido. Tengo que llamar, pensó aturdido. Al menos para decirles que esa maleta tiene una historia diferente. No necesito decir que fue Einar, solo que no fue Gøran. No entiendo nada, pensó perplejo mirando el periódico. Volvió a leer el artículo dos veces. Varias explicaciones divergentes sobre dónde había pasado aquella tarde noche, y problemas para corroborar cosas que lo habían convertido en sospechoso. Además, tenían pruebas forenses que lo inculpaban. Lo de los descubrimientos técnicos sonaba terrible. Los pobres Torstein y Helga, pensó. Y cómo hablaría la gente. Él, por su parte, nunca se sentaba en el bar a cotillear. Era demasiado mayor, prefería sentarse delante de la tele con una copita de brandy. Pero Gøran era inocente, seguro que sí, y la policía también llegaría a esa conclusión sin su ayuda. ¿O no? Tampoco tenía por qué llamar enseguida. Debería pensárselo primero. Cómo formularlo. Era importante para que todo fuera correcto. No diría su nombre bajo ninguna circunstancia. Llevó la taza y el plato al fregadero y ató al perro. Habría que ponerse a trabajar para vender cuatro litros de leche y un pan, y, con mucha suerte, una caja de cerveza. Se metió en el coche y fue hacia el centro. Abrió la tienda. Metió el montón de periódicos que le habían dejado fuera. Volvió a mirar fijamente los titulares. Le producía una extraña sensación saber que no había sido Gøran, cuando el resto del mundo así lo creía. Una mezcla de importancia y preocupación se apoderó de él. Si hubiera sido joven habría llamado hace mucho tiempo, pensó. Pero no puedo exponerme. Pronto voy a jubilarme.
Linda oyó la noticia en la radio, sentada en bata junto a la mesa de la cocina. Lo que acababa de oír le hizo mover la cabeza en señal de desacuerdo. No podía ser Gøran. ¿O sabían ellos algo que ella ignoraba? Se frotó la nuca. Aún le dolía. Tomaba analgésicos sin parar, aunque de nada servía. Se sentía como envuelta en una extraña niebla a través de la cual nadie podía llegar hasta ella. Dentro de esa niebla solo había lugar para Jacob y sus ojos azules. El mundo se volvía confuso, Jacob seguía transparente como el cristal. Entretanto, Linda mantenía con él largas conversaciones. Su voz le parecía muy clara.
Gunder vio el titular cuando sacaba el periódico del buzón. Por unos instantes se quedó mirándolo embobado. No sintió nada, solo cansancio. Hay mucho revuelo, pensó. Tal vez deberíamos cerrar e irnos todos a descansar de una vez por todas. Se arrastró de nuevo adentro y se sentó a leer.
Mode, de la gasolinera, dedicó mucho tiempo a cada cliente ese día, porque todos opinaban sobre el caso. Pronto el pueblo se dividió en dos bandos: los que opinaban que Gøran era inocente y los que lo condenaban sin piedad. Y luego había un modesto grupo de «no sabe, no contesta» que se encogía de hombros y miraba para otro lado, lo suficientemente listos para callarse, y lo suficientemente previsores, para recordar que un día se pronunciaría la sentencia.
En los juzgados se estaban llevando a cabo los preparativos para el primer interrogatorio. Gøran caminaba con la cabeza alta. Recordaba la cara de su madre en la ventana. El padre, completamente mudo, con sus ojos negros llenos de duda. No había sido nunca un hombre hablador. La madre lloraba como una niña. El inspector jefe iba delante de él, callado y gris como un muro. Cuántas cosas raras hay que vivir, pensó Gøran. Todo era tan irreal… Pero los policías eran amables. Nadie le pegaría, de eso estaba seguro. Una horda de periodistas los seguían por el pasillo. Él no se escondía. Andaba tranquilamente con pasos decididos. «Un abogado viene hacia aquí en un taxi con los documentos del caso -le dijeron -. Él te defenderá. Es importante que confíes en él.»
¿Por qué dijeron eso? Gøran intentó averiguar lo que era conveniente o correcto en esa situación tan irreal. ¿Qué habían encontrado para llevarlo allí? Andaban muy deprisa. Parecían muy atareados. A veces se paraban porque de repente salía alguien de un despacho con más papeles. Entonces él se detenía y esperaba. Y echaba a andar cuando ellos lo hacían. Tenía la boca seca. ¿Hacia qué clase de estancia se estaban dirigiendo? ¿Una estancia desnuda con una luz cegadora? ¿Estaría con una persona nada más, o habría testigos? Había visto muchas películas. Fragmentos de imágenes pasaron por su mente, hombres que gritaban y daban golpes en la mesa, algo agotador, sin comer, sin dormir, las mismas preguntas durante horas y horas. «Una vez más. Empecemos desde el principio. ¿Cómo sucedió, Gøran?»
Las piernas empezaban a fallarle. Se volvió y miró hacia atrás. Más policías. Están trabajando, pensó. Sonaban muchos teléfonos. Pronto el país entero sabría lo que estaba pasando. Lo mencionarían en la radio y en las noticias de la televisión. Luego, al acabar la emisión, se podría leer en el teletexto. Gøran no sabía que en ese mismo instante tres agentes estaban en su habitación poniendo patas arriba los cajones y el armario. Cada prenda, cada par de botas y zapatos fueron sacados de su cuarto en bolsas de plástico blanco. Su vida entera desapareció por la puerta del hogar paterno. La madre salió llorando de la casa y se colocó debajo de un roble del jardín, como si estuviera rezando. El padre se apostó en la escalera exterior, como un soldado, mirando de manera hostil a todos los que pasaban. También bajaron al sótano en busca de la cesta de la ropa sucia. Revisaron el correo, que estaba en la cocina, aunque él nunca recibía nada, excepto la nómina el día uno de cada mes. Buscaba con la vista al abogado, pero no sabía qué aspecto tenía. Cuando por fin apareció, Gøran se desanimó mucho. Un hombre flaco con pelo canoso y gafas de montura anticuada. Un triste traje gris. Una gruesa cartera bajo el brazo. Daba la impresión de tener demasiado que hacer. Tal vez por eso comía y dormía poco. Seguro que no tenía tiempo para ir al gimnasio, sus bíceps, al quitarse la americana, eran más delgaduchos que los de Ulla, pensó Gøran. Les proporcionaron un cuarto para que pudieran estar solos. Gøran intentó relajarse.
– ¿Estás bien, teniendo en cuenta las circunstancias? -preguntó el hombre, abriendo la cartera.
– Sí -contestó Gøran.
– ¿Necesitas algo? ¿Comida? ¿Bebida?
– Una Coca-Cola estaría bien.
El hombre se asomó al pasillo y pidió a gritos una Coca-Cola.
– Que esté fría -añadió.
– Me llamo Robert Friis -dijo -. Llámame Robert. -Su apretón de manos era seco y formal -. Antes de nada, has negado cualquier tipo de culpabilidad en relación con el asesinato de Poona Bai. ¿Es así?
– ¿Eh? -dijo Gøran, que no captó ese nombre tan extraño.
– La mujer del prado de Hvitemoen procedía de la India. Se llamaba Poona Bai.
– Soy inocente -se apresuró a decir Gøran.
– ¿Tienes alguna idea de quién podría haber cometido ese asesinato?
– No.
– ¿Has estado cerca del lugar de los hechos en alguna ocasión, pudiendo haber dejado allí algún objeto personal o alguna otra cosa?
Gøran se tocó la frente.
– No -respondió.
Friis lo miraba constantemente a los ojos.
– En ese caso, es mi tarea procurar que no te condenen -dijo escuetamente -. Por esa razón es muy importante que me cuentes todo y que no ocultes nada que el fiscal pueda luego sacarse de la manga.
Gøran lo miró, confuso.
– No tengo nada que ocultar -dijo con firmeza.
– Bien -dijo Friis -. Pero puede haber cosas de las que no te acuerdes en este momento, y que aparezcan más adelante. Cuéntamelas según vayas recordándolas. Tienes derecho a hablar conmigo en cualquier momento. Aprovéchalo. Es cierto que tengo varios casos a la vez, pero si hace falta hago lo que sea para dejarlos aparte.
– He dicho todo lo que hay -contestó Gøran.
– Bien -dijo Friis.
Llegaron con la Coca-Cola. Estaba fría y le hacía cosquillas en la lengua.
– Además, he de preguntarte si entiendes la gravedad de la situación. Estás acusado de haber cometido un asesinato. Bajo circunstancias sumamente agravantes.
– Sí -contestó Gøran, algo vacilante, ya que era algo que nunca le había sucedido antes y se sentía en terreno bastante desconocido.
– «Circunstancias agravantes» significa un posible aumento de dos años de cárcel, solo por maltrato de la víctima. Esas cosas hacen que la policía se vuelva especialmente agresiva. Solicitarán prisión preventiva y, mientras estés en prisión preventiva, recogerán todo el material que puedan para incriminarte. Y entretanto, tú estarás aquí, incomunicado.
– ¿Tendré que quedarme aquí? -tartamudeó Gøran.
Sabía que querían hablar con él, tal vez durante horas, pero esperaba poder estar fuera antes de que llegara la noche. Habría muchísima gente en el bar de Einar. Tenía que acudir allí y estar con ellos. Escuchar lo que se decía. Fue presa de una especie de pánico. Bebió la Coca-Cola nervioso.
– Intentarán extenuarte -dijo Friis -. Y recuerda esto: nunca contestes a nada antes de haber contado primero hasta tres.
Gøran lo miró sin entender.
– Intentarán que pierdas la compostura. Es importante que no lo hagas, aunque estés agotado, cansado y exhausto. Es muy importante que no lo hagas. ¿Pierdes fácilmente el control?
– Tengo bastante aguante -dijo Gøran, inclinándose sobre la mesa. Sus musculosos brazos aparecieron ante Friis, que reparó en ellos.
– No me refiero a los músculos -dijo -, sino a esto de aquí arriba. -Señaló su propia cabeza -. El hombre que va a interrogarte no tiene derecho a pegarte. Y tampoco va a hacerlo, lo conozco. Pero hará todo contra lo que no existe ninguna ley con el fin de presionarte para que confieses. Eso es lo importante para él. La confesión. No si eres culpable o no.
Gøran miró asustado a Friis.
– No tengo nada que temer -dijo, pero la voz se le quebró hacia el final de la frase, y agarró el vaso de Coca-Cola con tanta fuerza que estuvo a punto de romperlo -. Al fin y al cabo, tengo una coartada -añadió -. Y ella es de fiar. Si no se echa atrás, claro. Por eso no entiendo por qué estoy aquí.
– ¿Te refieres a Lillian Sunde? -preguntó Friis con gravedad.
– Sí -contestó Gøran, sorprendido de cuánto sabían todos, y en tan poco tiempo.
– Ella niega que estuvieras en su casa -dijo Friis.
Gøran abrió los ojos de par en par. Se puso pálido. Se levantó de un salto de la silla y golpeó la mesa.
– ¡Me cago en la puta! -gritó -. ¡La muy bruja! ¡Vaya a verla y sabrá lo que realmente está pasando! Conozco a esa tía desde hace un año, y ahora pretende…
Friis se levantó y empujó a Gøran para que volviera a sentarse. Se hizo el silencio.
– Te has olvidado de contar -dijo en voz baja -. Un arrebato como este en el juicio y serás un homicida nato. ¿Entiendes la gravedad del asunto?
Gøran respiró con dificultad. Estaba agarrado al borde de la mesa con ambas manos.
– Estuve en casa de Lillian -susurró -. Si ella dice otra cosa, miente. ¡Debería usted saber lo que yo sé de ella! De lo que le gusta y lo que no. De cómo lo quiere. De cómo son todas las partes de su cuerpo. ¡Yo lo sé!
– Ella tiene mucho que perder -dijo Friis en voz baja -. Su propio honor, por ejemplo.
– Nunca lo ha tenido -contestó Gøran airado, dejando escapar de repente una traicionera lágrima por la mejilla.
– A la gente le resultará difícil entender cómo podías ser el novio de Ulla a la vez que llevabas un año viéndote con Lillian en su casa.
– Eso no es ningún crimen, ¿no? -objetó Gøran.
– En absoluto. Pero la gente necesita entender quién eres, cómo piensas y cómo actúas. Al menos tienes que saber explicarlo si te lo preguntan, lo que seguro que harán. De modo que puedes empezar por explicármelo a mí.
Gøran miró extrañado a Friis. Era algo evidente. Dos mujeres eran mejor que una, y, además, eran distintas. Ulla estaba muy bien físicamente, pero siempre tenía que salirse con la suya, siempre ponía alguna pega. En cambio, Lillian siempre tenía ganas. No hacía falta cogerle la mano ni llevarla a un buen restaurante. A Ulla había que cuidarla y mimarla, exigía atenciones para darle lo que él necesitaba, esa ardiente necesidad que tenían los hombres, y que era la verdadera razón para buscarse una mujer.
– Una novia significará algo más que relaciones sexuales, ¿no?
Gøran lo miró, algo desalentado.
– El enamoramiento pasa pronto -dijo cansado -. Muy deprisa, de hecho.
– ¿Y el amor? -preguntó Friis.
Gøran sonrió, incrédulo.
– Gøran -dijo Friis, muy severo -. En el jurado habrá gente adulta que asumirá que tú y Ulla erais pareja. Con todo lo que eso conlleva. Aunque tú nunca hayas sentido amor, no quiere decir que no exista.
Gøran miró hacia la mesa descorazonado.
– El jurado tiene que oír que amabas a Ulla. Y que Lillian fue una aventura que darías lo que fuera por no haber tenido. Y sin embargo estuviste allí el día veinte. Eso es lo que has dicho a la policía y a eso tienes que atenerte.
– Claro -dijo Gøran -. Es la verdad.
– Ulla rompió contigo al salir del gimnasio. Y tú te fuiste directamente a casa de Lillian. ¿Correcto?
– Sí -contestó Gøran -. La llamé primero.
– ¿Te habías enfadado con Ulla?
– Estaba irritado, más bien. Siempre rompía conmigo. Yo no sabía muy bien qué creer. Joder con las chicas, dicen una cosa y luego…
– Tranquilo, Gøran. ¡Tranquilo!
Gøran se hundió de nuevo.
– No maté a esa mujer de Hvitemoen. Estoy hecho un lío, me pierdo cuando me preguntan por horas y fechas, pero de una cosa estoy seguro: ¡no maté a esa mujer! No vi a nadie.
De repente se mareó. Para él era una sensación rara.
– Konrad Sejer dirigirá los interrogatorios -le informó Friis -. Pronto vendrá a buscarte. Pasarás mucho tiempo con él. Utilizará los primeros días para crear un ambiente de confianza entre vosotros.
– ¿Los primeros días?
– No te olvides de respirar hondo. Ahora no tienes prisa, Gøran, debes jugar tus cartas con dignidad y serenidad. Si pierdes la compostura, él te atacará al momento. Parece un hombre amable y equilibrado, pero está deseando pillarte. Cree que tú mataste a esa mujer. Que le destrozaste la cabeza de rabia porque algo en tu vida, algo de lo que ella no formaba parte, se fue a pique. No te gusta ser rechazado, ¿a que no?
– Seguro que tampoco a ti, joder -dejó escapar Gøran.
Luego cerró los ojos.
– Me he gastado miles de coronas en Ulla. La he llevado a donde ha querido, le he comprado regalos, la he invitado siempre, al cine y en los cafés, aunque ella gana su propio dinero. Y luego no le da la gana seguir conmigo.
– No enviamos facturas a nuestras ex novias, ¿no?
– Si hubiera podido hacerlo, lo habría hecho -contestó Gøran enfadado.
– ¿La querías?
Gøran se acordó de contar hasta tres.
– Uno se acostumbra a las personas después de tanto tiempo.
Friis levantó la cabeza hacia la ventana, como si algo de fuera pudiera ayudarlo.
– Pues sí. Te acostumbras. Tú te habías acostumbrado a que ella estuviera ahí para ti. Cuando ella se fue, te sentiste traicionado, ¿a que sí?
– Tenía a Lillian.
– ¿Tenías ganas de pegar?
– Nunca he pegado a Ulla -gritó -. Nunca. ¿Lo ha dicho ella?
– No. La policía sostendrá que pegaste a otra con el fin de descargar toda tu rabia sobre ella. Que te topaste con Poona y la destrozaste. Era una víctima fácil. Sola en un país desconocido. Menuda y frágil. -Friis sacó papel y lápiz -. Repasemos el día veinte, desde por la mañana cuando te levantaste hasta por la noche cuando te acostaste. Cada hora. Necesito un resumen completo. No omitas nada. Tómate tu tiempo.
– Creía que eso era lo que iba a hacer la policía.
– Ellos también lo harán. Y déjame añadir: es importante que las dos historias sean iguales. ¿Me entiendes?
– Estuve con Lillian -susurró Gøran.
¿Tengo yo la culpa?, se preguntó Linda. No le importaba demasiado. Por ella podían encerrar a Gøran, a Nudel, a Mode o a quien fuera, ella no se metería. Se quedaba en la cama con el pretexto de un terrible dolor de cabeza, y la madre no lograba que fuera al instituto. Permanecía tumbada mirando la araña del techo, y apenas comía. Se sentía maravillosa y débil; en parte, como dentro de un sueño. La madre se metió en el camión y se marchó. No sabía que Linda se levantaba e iba en bicicleta a la tienda de Gunwald a comprar los periódicos. Seguían escribiendo sobre el caso, sobre todo después de la detención de Gøran. Pero si no había sido él. El hombre del cobertizo era mucho más alto. Tampoco la voz se parecía. Por eso tendrían que soltarlo. Quizá él se vengara de ella por decir lo del coche, pero ya no tenía fuerzas ni siquiera para tener miedo. Durante esas largas horas que se pasaba en la cama, soñaba con los ojos abiertos. En su imaginación estaba secuestrada por un delincuente cruel y cínico que la tenía encerrada en una casa siniestra. Entonces Jacob entraba de puntillas por la puerta trasera con un arma cargada y la rescataba, arriesgando su propia vida. Había algunas variantes del sueño. A veces, una bala alcanzaba a Jacob y ella le colocaba la cabeza en su regazo y le limpiaba la sangre de las sienes. Otras, era ella quien recibía la bala. Entonces él gritaba el nombre de Linda una y otra vez. La mecía. Le ponía la mano sobre el corazón e intentaba despertarla llamándola por su nombre. Variaba constantemente la historia y jamás se cansaba. Se preguntaba si Jacob tenía su propia arma o si había que dejarlas siempre en la comisaría y los policías tenían que firmar cada vez que las cogían y las devolvían. También se preguntaba si sería posible conseguir un arma para protegerse a sí misma. Nunca podía saberse. Y cuando Gøran saliera… Linda había cerrado los ojos. Le dolía la nuca. Y también la espalda. Llevaba mucho tiempo tumbada. En cierto modo, le gustaban esos dolores, le gustaba sentir molestias. Estaba tumbada, inmóvil, sufriendo por su gran amor.