20

Hay una manera de entrar en el alma de las personas. Y tengo que encontrarla, pensó Sejer. Esa alma vulnerable que se encuentra dentro del cuerpo de acero. No debería entrar pisando fuerte. Tendría que procurar alcanzar un punto en el que el mismo Gøran lo invitara a hacerlo. Se tomaría su tiempo.

Al acercarse al cuarto en el que Gøran lo estaba esperando pensó en Kollberg, recién operado y ya despierto de la anestesia, pero incapaz de ponerse en pie.

Gøran estaba sentado en la silla hecho un nudo.

– Bueno, ya nos toca -dijo Sejer con una sonrisa.

Sonreía muy pocas veces, pero eso Gøran no lo sabía. Encima de la mesa había botellas de agua mineral y Coca-Cola. En realidad, era una habitación acogedora, con una iluminación agradable y cómodos sillones.

– Antes de empezar a hablar, debes saber lo siguiente -dijo Sejer mirándolo -. Tienes derecho a que una persona esté presente durante todo el interrogatorio. Por ejemplo, tu abogado Friis. Tienes derecho a descansar cuando estés cansado y a comida y bebida cuando tengas hambre y sed. Si quieres interrumpir el interrogatorio, en cualquier momento puedes abandonar esta habitación y volver a tu celda. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?

– Sí -contestó Gøran sorprendido por todos los derechos que tenía.

– ¿Has congeniado con Friis? -preguntó Sejer.

Amable, pensó Gøran, casi paternal. Está intentando ganarse mi confianza. Es el enemigo. Respira, pensó. Uno, dos, tres.

– No tengo con quién comparar. Nunca hasta ahora había necesitado un abogado.

– Friis es bueno, te lo digo para que lo sepas. Eres una persona joven, bien dotada, por eso se te proporciona lo mejor. Ni siquiera tendrás que pagarlo. Hay quien paga por ti.

– ¿Se refiere a los contribuyentes? -preguntó Gøran con una repentina ironía y olvidándose de respirar.

– Correcto -contestó Sejer -. Eso significa que vivimos en un estado de derecho.

– Si esto es un estado de derecho, habré salido de aquí antes de que anochezca -afirmó Gøran -. Que yo tuviera algo que ocultarles no significa que haya matado a esa mujer.

– Cuéntame entonces qué significa -dijo Sejer.

Gøran pensó en Lillian.

– Cometí la estupidez de intentar proteger a una mujer casada -dijo con amargura -. Debería haber dicho enseguida que estuve con Lillian.

– Ella lo niega -dijo Sejer.

– ¡Lillian es un coño con dos piernas! -Se levantó a medias de la silla, pero volvió a sentarse -. No entiendo por qué las mujeres no pueden admitir lo que hacen en la cama -dijo abatido -. También ellas se ponen cachondas. Solo que no quieren reconocerlo.

Un gesto de resentimiento se dibujó en su boca.

– Se trata sin duda de algo bastante más difícil para las mujeres -dijo Sejer -. Por muchas razones. Entre otras porque luego se usa en su contra. Pero si eres hombre, es como debe ser.

Llenó los dos vasos y acercó uno a Gøran.

– Olvídate de eso, Gøran. Hablemos de otras cosas. Tenemos tiempo de sobra. Vives en una casa muy bonita. ¿Has vivido en ella toda tu vida?

– Sí.

– ¿Cómo es crecer en un lugar como Elvestad? -preguntó Sejer, curioso.

– Bueno. No es exactamente Las Vegas.

Gøran sonrió en contra de su voluntad. Friis le había dicho que debía limitarse a responder a las preguntas. Pero era más fácil hablar que responder.

– ¿Sueñas con otras cosas?

– A veces -dijo -. Con un piso en Oslo, tal vez. Pero entonces se te va todo el sueldo en el alquiler.

– Pero tú sabes aprovechar el tiempo. Eres activo, ¿verdad? Trabajas y vas mucho al gimnasio. Te reúnes con los amigos. ¿Siempre has sido tan positivo?

Gøran no estaba acostumbrado a oír que era positivo. Pensándolo bien, le pareció completamente merecido.

– Voy al gimnasio desde los quince años.

– Yo suelo correr -apuntó Sejer -. Por eso tengo resistencia. Pero no mucha fuerza.

– Ese es un tema muy interesante -opinó Gøran -. La mayoría de la gente desconoce su fuerza, porque nunca la usa. Por ejemplo, si yo le pregunto a usted cuánto peso puede levantar, apuesto a que no lo sabe.

– Así es -respondió Sejer con una sonrisa avergonzada -. Ni idea. ¿Debería saberlo?

– ¡Claro que sí! Es importante saber de lo que eres capaz.

– ¿Piensas entonces que eso es conocerse a sí mismo?

– Así es. Yo sé muy bien de lo que soy capaz. Ciento cincuenta en press de banco -dijo con un orgullo mal disimulado.

– Lo peor es que eso no me dice nada -afirmó Sejer -. Por mí podrías haber dicho cien o doscientos. Cualquier cosa me habría parecido bien.

– Exactamente. Y eso es lo que me resulta extraño.

Sejer se tomó un respiro e hizo algunas anotaciones.

– ¿Qué está escribiendo? -preguntó Gøran de repente.

– Estoy tomando notas de lo que estamos hablando. Tienes un magnífico perro. ¿Significa mucho para ti?

– Cada vez más. Lo tengo desde hace cuatro años.

– Entonces tienes perro para mucho tiempo todavía -señaló Sejer -. Yo tengo un leonberger. Lo acaban de operar de varios tumores en la espalda. No sé si conseguiremos que se ponga en pie de nuevo. El pobre parece un Bambi sobre hielo.

– ¿Es muy viejo? -preguntó Gøran, mostrando un moderado interés.

– Diez años. Se llama Kollberg.

– ¡Joder! ¿Qué nombre es ese?

– Gracias -contestó Sejer, riéndose entre dientes -. Ya me lo han preguntado antes. ¿El tuyo cómo se llama?

– Kairo. Negro y caliente, ¿sabe?

– Mmm… Qué bien. Por desgracia, no tengo una imaginación tan sofisticada como la tuya.

Gøran había recibido dos cumplidos en muy poco tiempo. Era más de lo que solía recibir en un año entero.

– Háblame de tus novias -prosiguió Sejer. Seguía sonriendo, con una amplia sonrisa que daba confianza, abierta como el mar.

Gøran se retorcía.

– No tengo novias -dijo de mala gana -. Tengo una tía o no la tengo.

– Ah, vale -dijo Sejer -. Tienes tías. Pero ¿no quieres a ninguna?

– Supongo que unas me han gustado más que otras -contestó a regañadientes.

– ¿Ulla era una de ellas?

Silencio. Gøran dio un trago de Coca-Cola y se pilló a sí mismo mirando el reloj. Habían transcurrido cinco minutos.

– ¿De cuántas chicas estamos hablando? -preguntó Sejer mirando al joven.

Tenía la piel tersa y clara, el cuello musculoso tras años de gimnasio y las manos fuertes con los dedos cortos.

Gøran contó para sus adentros.

– De unas doce o quince.

– ¿En cuántos casos fueron las chicas las que te dejaron? -quiso saber Sejer.

– Joder, siempre soy yo el que las deja a ellas -contestó Gøran -. Me canso muy pronto -prosiguió -. Las chicas se enfadan por nada. Siempre hay problemas con ellas.

– Pues sí. Es verdad. Estamos de acuerdo en que son diferentes a nosotros. Pero si no lo fueran, no merecería la pena correr tras ellas.

– A lo mejor no. Ja, ja, puede que tenga usted razón.

Gøran se rió bondadosamente de sí mismo.

– ¿Y Ulla? -preguntó Sejer con mucha prudencia.

Gøran ladeó la cabeza.

– Ulla está estupenda. En muy buena forma. No le cuelga nada, excepto la cabeza de vez en cuando.

– Supongo que cuando rompió contigo te resultó muy duro, estando como estás acostumbrado a que seas tú el que rompe.

– Lo que pasa -dijo de repente Gøran – es que esa chica cambia de idea más veces que una niña pequeña. Ha roto ya un montón de veces.

– ¿Crees que volverá contigo?

– Seguramente -respondió, muy seguro de sí mismo. Por un instante miró a Sejer a los ojos -. Y esa tonta que ha identificado mi coche no distingue entre un autobús y un camión. La tal Linda no está del todo bien. Es lamentable que den ustedes tanta importancia a afirmaciones como las suyas.

– Vayamos despacio. No tenemos prisa.

Gøran se mordió el labio.

– Yo que usted me dedicaría a buscar al cabrón ese que cometió el asesinato. Está perdiendo el tiempo conmigo. Espero que se encargue de que otros busquen por otras partes, porque si no está usted despilfarrando el jodido dinero de los contribuyentes.

Sejer se reclinó en el sillón.

– ¿Te gustaba el colegio? Hiciste la primaria en Elvestad, ¿no?

– Sí, me gustaba mucho.

– ¿También los profesores?

– Algunos. El de manualidades de carpintería. Y el de educación física.

– Ah, sí -recordó Sejer -. Trabajas en una carpintería. ¿Qué haces allí?

– Soy aprendiz. Hago de todo, desde estantes para libros hasta maceteros a medida.

– ¿Estás a gusto en tu trabajo?

– El jefe está bien. Bueno, sí, el trabajo no está mal.

– Y en las carpinterías huele estupendamente. ¿A que sí?

Gøran asintió con la cabeza.

– Sí, la madera huele muy bien. Y cada clase tiene un olor diferente. Eso se aprende poco a poco.

El tiempo transcurría. Los hombres charlaban. Los hombros de Gøran se relajaron. Sonreía más a menudo, se servía Coca-Cola. Preguntó a Sejer si pensaba comprarse otro perro si el tal – ¿cómo se llamaba?- Kollberg no se recuperaba. ¡Qué locura llamar Kollberg a un animal!

– No lo sé -contestó Sejer, fingiendo tristeza aunque en el fondo la sentía.

Tomaba notas sin parar. ¿Y tenía Gøran algún buen consejo para el adiestramiento de perros?

– No he tenido demasiada suerte con el mío -admitió, un poco avergonzado por la confesión y mirándolo como el colegial al experto.

Pues sí, Gøran lo tenía todo clarísimo y hablaba con gran entusiasmo de su perro Kairo, que le obedecía con solo mover un dedo. Pero si uno no tiene un perro obediente, tal vez sea porque no quiera.

Sejer asintió pensativo.

– Esa es una observación bastante inteligente -señaló.

Gøran acababa de recibir el tercer cumplido. Transcurrieron dos horas como en un juego. Sejer pasó a limpio sus notas.

– Lee esto detenidamente. Tienes que firmarlo y con ello reconocer la conversación que, de hecho, hemos mantenido. En otras palabras, tú decides lo que debe poner aquí.

Gøran asintió con la cabeza, leyó y firmó. Sejer se levantó y se colocó a su lado.

– ¡Joder! -sonrió Gøran mirando hacia arriba, porque a pesar de su fuerza se sentía pequeño al lado de Sejer -. ¡No le debe de faltar mucho para los dos metros!

Lo acompañaron a la celda. No se había mencionado para nada el asesinato. No lo entendía. Pero ya era la hora de comer. Huevos fritos y beicon. Mientras comía, pensaba en Sejer. En realidad, lo de su perro era bastante triste.


– Hola, Marie -saludó Gunder.

Colocó una silla junto a la cama. Su hermana había sido desconectada del respirador y respiraba por su cuenta. Pero no se despertaba. Aquel silencio tan inusual en la habitación aterraba a Gunder. Ella respiraba, pero no con tanta regularidad como la máquina. Eso le ponía nervioso y a veces le entraban ganas de ayudarla.

– En casa he estado mirando la foto en la que salís Karsten y tú. La de vuestra boda. Has cambiado mucho. Se te ha deformado la cara. El médico dice que es porque no empleas los músculos. Y de nada sirve que me haga el gracioso, pues no puedes reírte. Soy incapaz de pensar en el futuro, y eso me atormenta. Hasta el momento, Poona habría tenido tiempo de conocer Elvestad, la casa y el jardín. Habría aprendido a usar la lavadora, el microondas y el vídeo. Podríamos haber visto películas indias juntos en el sofá. Hacen un montón de películas en la India, ¿sabes? Películas románticas, con apuestos héroes y bellas mujeres. No esas películas que hacemos aquí, de personas normales y corrientes. En la India sueñan mucho. Tienen que hacerlo. Son muy pobres.

» ¿Sabes? He recibido varias cartas de mujeres desconocidas. Rusas y filipinas que se ponen a mi disposición. Dicen que sienten compasión por mí. ¿Qué te parece? Poona ni siquiera está enterrada todavía. No sé qué pensar de esas cosas.

»Ahora están interrogando al tal Gøran. Lo niega todo. ¿Qué otra cosa podía esperarse? Lo haya hecho o no, seguro que jamás lo confesará. Resulta difícil entender que un joven con toda la vida por delante pueda hacer algo así. Estará en prisión preventiva durante cuatro semanas. Lo ponía en el periódico. Me acuerdo mucho de sus padres. Son gente trabajadora que supongo que han dado a su hijo lo mejor que tenían. Se han preocupado y tenían sus esperanzas puestas en él. Ahora habrá que buscar pruebas a toda costa. Habrá que probar más allá de toda clase de duda que Gøran es el culpable. A veces pienso en cómo lo pasaría Poona esperando en el aeropuerto y yendo directamente a la muerte sola con un completo desconocido. Por cierto, ¿qué hay de ese taxista? ¿Y si hubiera sido él? Y todo esto porque tú chocaste. No te lo reprocho, Marie, pero nunca fuiste una buena conductora. Tal vez no deberías volver a conducir.

»De pronto me viene a la mente aquel invierno del año cincuenta y nueve en que nevó tantísimo. Kristine y tú estabais jugando detrás de la casa. Os veía por la ventana. Yo tenía el sarampión y no me dejaban salir. Os comportabais como unas locas, gritando y riéndoos. Se os oía hasta en el salón. El tiempo era bueno y hacíais las cosas más terribles en la nieve. ¿Te acuerdas? Ni siquiera ahora me atrevo a decirlo en voz alta, aunque no puedes oírme. No dije nada a mamá. Habría perdido el juicio. Qué cosas más raras hacemos las personas, Marie. No dejo de pensar en el hermano de Poona. Me envió una preciosa foto de ella. Es más grande que esa pequeña que yo le saqué, y he comprado un bonito marco. Prometí a Shiraz que le avisaría en cuando supiera la fecha del entierro. Pero no creo que venga. Tal vez le parezca que comete un pecado al dejarla enterrar en tierra cristiana. ¿Y qué es en realidad tierra cristiana? La tierra es la tierra, ¿no? He hablado con el párroco Berg. Le di bastante en que pensar, ¿sabes? «¿De verdad que su hermano lo ha permitido?», me preguntó una y otra vez, poniéndose muy pesado. «¿Está seguro? No podemos arriesgarnos a que más adelante tengamos problemas. Así que hindú. Eso no podré mencionarlo en la iglesia, Jomann, espero que lo entienda.» El párroco Berg es amable, pero tiene mucho miedo a equivocarse, aunque me ha permitido poner música india al comienzo de la ceremonia. Buscaré algo en la ciudad. Mode tiene algunos cedés en la gasolinera Shell, aunque no creo que encuentre nada allí. Espero que Karsten venga, pero no lo sé. ¿Sabes una cosa? De alguna manera, me parece extraño que aún sigas viva. Con el cuerpo incapaz de digerir alimentos. Creo que no debes volver a conducir después de esto. Puedes llamarme cuando quieras ir a algún sitio, yo te llevaré, pues Karsten está siempre muy ocupado. Pero de esas cosas podemos hablar más adelante, cuando despiertes.


Mode cogió una moneda de una corona del plato y la metió en la máquina. Dios mío, la música de este lugar es tan vieja como el propio Einar, pensó. Había mucha gente en el bar. Einar estaba secando vasos. Hablaba muy poco últimamente, corrían rumores de que Lillian estaba haciendo las maletas. Las malas lenguas opinaban que era extraño que la ruptura llegara precisamente en ese momento, tras el asesinato en Hvitemoen y la detención de Gøran Seter. Todo eso había puesto en marcha una desbordante imaginación. Nudel, Karen y Frank estaban sentados en un rincón charlando. Pidieron refuerzos de cerveza y miraron hacia la gasolinera de Mode. Torill estaba detrás del mostrador. Mode volvió a la mesa y se sentó. Era un tipo tranquilo con una cara sosegada. Tenía el pelo rubio y ralo, y lo llevaba peinado hacia atrás. Aparentaba más de los veintiocho años que tenía.

– Por supuesto que pensamos que Gøran es inocente -dijo Frank -, pero si la policía tuviera a otro sospechoso, otras personas estarían sentadas en torno a esta mesa diciendo exactamente lo mismo que nosotros.

Los demás metieron la nariz en la cerveza.

– Otra cosa -dijo Nudel, preocupado -: pensad en todo lo que la poli sabe y no cuenta. Cuando han dado el paso de detenerlo es porque saben muchas cosas.

– ¡Pero joder…! -exclamó Frank sacudiendo la cabeza -. ¿Gøran ha pegado a alguien alguna vez?

– Alguna vez tiene que ser la primera -contestó Mode encendiéndose un cigarrillo.

– Me pregunto si nos dejarán verlo.

Einar carraspeó por lo bajo detrás de la barra.

– Está incomunicado. No os dejarán entrar a ninguno. Puede que a sus padres sí. Seguro que a nadie más.

– Imagínate estar solo en una celda, sin radio, ni tele, ni periódicos. No poder controlar lo que se escribe sobre ti.

– ¿Alguien sabe algo de ese abogado que le han asignado? -preguntó Nudel.

– Es un tío chupado y canoso -contestó Mode -. No parece precisamente un tipo duro.

– Bueno, en estos momentos no creo que lo más importante sea tener músculos -comentó Frank moviendo su enorme cabeza -. Están hablando de descubrimientos técnicos. Me gustaría saber lo que quieren decir con eso.

– Pelos y cosas así -opinó Nudel -. Gøran lo tendrá bastante jodido si ha dejado pelos.

– ¡Estás hablando como si hubiera sido él! -dijo Frank escandalizado.

– ¡Pero joder! -exclamó Nudel -. ¡El tío está en la cárcel! Van a juzgarlo. Algo tienen que tener en su contra.

– No lo entiendo -volvió a decir Frank, como aturdido por la idea de haber podido equivocarse tanto sobre alguien.

– Lo mandarán a un psiquiatra para ver si es responsable de sus actos.

– Nosotros sabemos que lo es.

Frank dio unos cuantos sorbos y eructó.

– El que haya destrozado la cabeza de esa mujer difícilmente puede ser responsable de sus actos -dijo secamente.

– Podría ser responsable de sus actos en todo, excepto en ese preciso momento -opinó Einar.

Se hizo un prolongado silencio. Había que digerir un nuevo comentario. Todos tenían una imagen de Gøran en su interior. Se lo imaginaban sentado junto a una mesa bebiendo en un vaso de plástico. Se imaginaban su rostro desesperado y perdido, con perlas de sudor en la frente. Encorvado sobre la silla, tal vez una silla dura. Llevaba mucho tiempo sentado y había empezado a retorcerse. Le dolía la espalda. Miraba el reloj todo el tiempo. Al otro lado, un enfurruñado jefe de interrogatorio decidía cuánto tiempo tendría que estar allí sentado. La imagen era muy clara, pero no se correspondía con la realidad, porque en ese momento Gøran estaba hincando el diente a una pizza con pimientos recién hecha. El queso formaba finos hilos que él cogía con los dedos.

– Estabas tan habituado a Ulla -dijo Sejer en voz baja – que cuando rompió contigo no te lo tomaste en serio. ¿Es así?

– Así es -contestó Gøran, masticando con avidez. La pizza estaba buena y le habían llevado más especias.

– ¿Y por eso tampoco lo sentiste como una provocación?

Tragó y se enjuagó la boca con Coca-Cola. Luego se pasó una mano por el pelo rebelde.

– Así es -repitió.

– Ulla dice que te enfadaste. Es curioso cómo somos los seres humanos. Lo captamos todo de distinta manera. ¿Acaso estabas más triste que enfadado?

– ¿Triste? -preguntó Gøran sin entender.

– Dime algo que te ponga triste -dijo Sejer.

Gøran tuvo que pensárselo. Dio otro mordisco a la pizza.

– ¿No se te ocurre nada?

– Nunca estoy triste.

– ¿Cómo estás cuando no estás contento? Eres un chico sonriente, pero no estarás siempre contento.

– Claro que no.

– ¿Entonces…?

Gøran se limpió la boca.

– Si no estoy contento estoy enfadado, claro.

– Comprendo. Pero no es posible que estuvieras contento cuando Ulla rompió contigo, ¿no?

Una larga pausa.

– Sé adónde me quiere usted llevar.

– Estabas enfadado. ¿Podemos afirmar eso?

– Podemos.

Nueva pausa.

– Luego llamaste a Lillian. ¿Le preguntaste si podías ir a su casa?

– Sí. Dijo que podía ir.

– Ella dice que nunca fuiste a su casa. ¿Ocurrió otra cosa?

– No, estuve en casa de Lillian.

Gøran cogió otra servilleta y volvió a limpiarse la boca.

– ¿Necesitabas consuelo?

Gøran resopló por la nariz.

– Nunca necesito consuelo.

– ¿Qué necesitabas entonces?

– ¡Dios mío! ¿Por qué no usa la imaginación?

– ¿Necesitabas compañía femenina?

Gøran lo miró estupefacto, luego se desplomó sobre la mesa, riéndose con tantas ganas que Sejer frunció el ceño.

– Tienes que explicarme lo que te hace tantísima gracia. Eres demasiado rápido para mí, Gøran.

Gøran se tragó el cumplido e imitó a Sejer:

– «Necesitabas compañía femenina.» Joder. ¿En qué época fue usted joven? ¿En la primera guerra mundial?

Sejer sonrió.

– Soy un hombre anticuado. Ya me has descubierto. ¿Qué era, entonces, lo que necesitabas?

– Desahogarme -contestó Gøran escuetamente. Luego volvió a hincar el diente a la pizza.

– ¿Y lo conseguiste?

– Ya se lo he dicho.

– No. Llamaste a Lillian. Te dijo que podías ir. Vayamos por partes. ¿Qué palabras utilizó ella exactamente?

– ¿Eh? -preguntó Gøran.

– ¿Recuerdas las palabras exactas?

– Dijo que estaba bien.

– ¿Simplemente «está bien»?

– Sí.

– Cuando ibas en el coche ¿viste a una mujer extranjera andando por la carretera?

– No vi a nadie.

– ¿Llevaba ella una maleta?

– No vi ninguna maleta.

– ¿De qué color era la maleta?

– No lo sé. No vi a nadie.

– Solo llevaba un bolso de mano. De tela roja. En forma de fresón -dijo Sejer -. ¿Lo recuerdas?

– No -contestó Gøran extrañado. De repente parecía inseguro.

– ¿Lo has olvidado entre tantos sucesos?

– No hay nada que recordar -contestó Gøran dejando el trozo de pizza en el plato.

– ¿Puede ser que lo hayas suprimido?

– Me acordaría de algo así.

– ¿De algo como qué?

Silencio.

– Tal vez estuvieras muy lejos cuando sucedió. Solo tu cuerpo estaba presente -dijo Sejer.

– Mi cuerpo estaba con Lillian. En plena faena. Recuerdo incluso su ropa de cama. Verde con nenúfares. Voy a decirle una cosa -prosiguió con franqueza -, las mujeres maduras son mucho mejores que las jóvenes. Se abren más, literalmente hablando. Las chicas por lo general se contraen.

Se quitó los zapatos y los alejó de una patada. Sejer calló y estuvo tomando notas durante un buen rato. Gøran no decía nada. El ambiente era tranquilo, casi apacible. La luz de la habitación se suavizó, y se volvió más amarilla conforme iba entrando la noche. Gøran estaba cansado, pero no por todo lo que tuvo que soportar. Tenía la cabeza despejada. Controlaba. Contaba hasta tres. Pero no podía ir al gimnasio. Dentro de él iba creciendo un desasosiego imposible de combatir.

– Kollberg está tumbado en el salón y apenas puede moverse -dijo Sejer con un suspiro, dejando el bolígrafo -. No sé si se recuperará. Si no, tendré que sacrificarlo.

Miró a Gøran por encima de la mesa. El joven se mantenía inmóvil.

– Bueno -dijo Sejer, como si hubiera leído los pensamientos del chico -. Es un comentario. Estoy trabajando, pero, en ocasiones, los pensamientos vuelan. A veces me gustaría estar en otro sitio. Aunque este trabajo me gusta. Estar aquí contigo. ¿Dónde están tus pensamientos?

– Aquí -contestó Gøran mirando fijamente a Sejer. Luego se miró las manos.

– ¿Has seguido el caso en los periódicos? -preguntó Sejer. Se metió una pastilla Fisherman’s Friend en la boca y acercó la bolsa a Gøran.

– Sí -contestó el joven.

– ¿Qué idea tienes de lo ocurrido?

Gøran inspiró.

– No mucha. Que fue algo terrible, claro. Pero prefiero las páginas de deportes.

Sejer se tapó la cara con las manos, como si estuviera cansado. En realidad, estaba más despierto y alerta que nunca, pero ese pequeño movimiento podría dar la impresión de que estaba a punto de dejarlo. Habían transcurrido seis horas. Solos los dos. Desde fuera no les llegaba ni un sonido, ni un teléfono, ni pasos, ni voces. Podría pensarse que todo ese inmenso edificio estaba vacío, cuando en realidad bullía de vida.

– ¿Qué piensas de la persona que lo hizo? Yo me he formado muchas ideas al respecto. ¿Y tú?

Gøran negó con la cabeza.

– No pienso absolutamente nada -contestó.

– ¿No tienes idea de qué clase de hombre puede ser?

– Claro que no.

– ¿Podemos suponer que estaba enfurecido?

– Ni idea -contestó Gøran, malhumorado -. Es problema suyo encontrarlo.

– También te interesa a ti, diría yo.

De nuevo esa expresión grave en el rostro de Sejer. La mirada firme como la lente de una cámara. Se pasó las manos por el pelo canoso, se quitó muy despacio la chaqueta y la colgó del respaldo de la silla. Se desabrochó lentamente los puños de la camisa y luego se los remangó. Gøran lo observaba, incrédulo. En la celda había una cama con almohada y manta. En ese momento pensó en ella.

– Una vez, hace mucho tiempo, estaba patrullando las calles de la ciudad -dijo Sejer -. Era la noche del viernes al sábado y éramos dos agentes. Había una pelea en la puerta de la discoteca Armas del Rey. Salí del coche y me acerqué. Eran dos jóvenes de tu edad. Puse una mano en el hombro de uno de ellos. Se volvió de sopetón y me miró a los ojos. De repente, y sin previo aviso, su mano surgió de la oscuridad y un cuchillo me alcanzó en el muslo. Me hizo un largo corte del que conservo una cicatriz.

Gøran hacía como si no escuchara, pero en realidad estaba escuchando atentamente. Todas las palabras, las historias inesperadas eran bienvenidas, pues lo distanciaban de todo aquello. Una especie de descanso.

– Solo quería contar eso -dijo Sejer -. Vemos muchos navajazos en las películas y leemos sobre ellos en los periódicos. Y luego de repente te encuentras con un tipo que te clava un cuchillo en el muslo y te encoges de dolor. Perdí la voz. Todo desapareció a mi alrededor, incluso el sonido de la gente que gritaba y chillaba; tan tremendo era el dolor. Hoy me río de aquello. Una simple herida en la carne. Todo lo que queda es una raya azul. Pero en ese lugar, en aquel instante, hizo que el mundo desapareciera.

Gøran no sabía adónde quería llegar. Por alguna razón se inquietó.

– ¿Tú has sentido alguna vez un dolor muy fuerte? -preguntó Sejer.

Se inclinó hacia delante. Su rostro se acercó mucho al de Gøran, que retrocedió un poco.

– No creo -dijo -. Excepto en el gimnasio.

– ¿Te fuerzas a ti mismo por encima del umbral del dolor cuando te entrenas en el gimnasio?

– Claro. Constantemente. Si no, no avanzas.

– ¿Adónde quieres llegar?

Gøran miró la larga figura de Sejer. No daba la impresión de ser musculoso, pero seguramente era perseverante. Su mirada era inescrutable. No se desviaba nunca. Lo que este tío quiere es una confesión, pensó. Inspira y espira. Cuenta hasta tres. Estuve en casa de Lillian.

De repente se inclinó hacia delante.

– ¿Echamos un pulso? -preguntó.

Sejer hizo un gesto con las manos y dijo:

– Vale. ¿Por qué no?

Se prepararon. Gøran estuvo listo en un instante. Sejer pensó que así podría tocar a Gøran, cogerle la mano. De repente vaciló.

– ¿Te echas atrás? -El joven se rió entre dientes.

Sejer negó con la cabeza. La mano de Gøran estaba sudorosa y caliente. Contó hasta tres y empujó violentamente. Sejer no intentó llevar el puño del joven hasta la mesa. Lo único que quería era resistir. Y lo consiguió. Las fuerzas de Gøran estallaron en una fuerte embestida, y luego desaparecieron. Lentamente, Sejer empujó la mano del chico hasta la mesa.

– Demasiado entrenamiento estático. No debes olvidar la resistencia. Recuérdalo para el futuro.

Gøran se encogió de hombros. No se encontraba bien.

– Poona pesaba cuarenta y cinco kilos -le informó Sejer -. En otras palabras, no era muy fuerte. Nada para un hombre adulto.

Gøran apretó los labios.

– De todas formas, no creo que el asesino vaya presumiendo por ahí. Lo veo muy claro -dijo Sejer mirándole a los ojos -. Está masticándolo. Intenta tragárselo para que desaparezca de su organismo.

Gøran se sintió mareado de repente.

– ¿Te gusta la comida india? -preguntó Sejer.

Estaba completamente serio. No había rastro de ironía en su voz.

– No contestas. ¿La has probado alguna vez?

– Bueno, sí -vaciló Gøran -. Una vez. Demasiado fuerte para mi gusto.

– Mmm… -dijo Sejer. Estaba de acuerdo -. Uno se siente luego como un dragón escupiendo fuego.

Gøran tuvo que reírse de nuevo. Era complicado seguir a ese hombre. Se dio cuenta de que estaba mirando el reloj. Se había encogido un poco.

– Si tengo que sacrificar a Kollberg será el día más negro de mi vida -dijo Sejer -. Verdaderamente el día más negro. Le daremos otros dos o tres días, y luego veremos.

Gøran sintió náuseas de repente. Se tocó la frente.

– Me encuentro mal -dijo.

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