Miércoles 1.30-1.40 horas

La comunicación sólo tardó veinte minutos y Peter empleó ese tiempo empapándose la cabeza bajo el chorro de un grifo y tratando de mejorar su aspecto. Al inclinarse para introducir la cabeza bajo el chorro sintió una vaga sensación de náusea y de mareo, pero el agua fresca disipó el malestar y calmó un poco el dolor.

Cuando el teléfono sonó estaba el senador en la línea y la telefonista lé decía:

– Hable, señor, por favor.

– ¿Congdon?-preguntó el senador-. ¿Qué pasa? ¿Ya la tiene?

– No, no la tengo -respondió Peter secamente-. Han surgido complicaciones. Su amigo de la embajada cayó en una emboscada y le han robado el sobre.

– Eso es imposible.

– Pero ha ocurrido. La mafia tiene toda la información que contenía el sobre. Además me asaltaron a mí y tienen la clave del código.

El senador explotó con una serie de epítetos ofensivos.

– Hijo de puta, incompetente de mierda -dijo para concluir la andanada-. ¿Se da cuenta de lo que ha hecho? ¿Comprende…?

Peter se sentó en el borde de la cama.

– Deje de lado el sermón -interrumpió-. Lo importante es que la mafia no va a tardar mucho en descifrar el mensaje, ahora que tiene la clave. En cuanto lean el mensaje sabrán quién es la chica y dónde está y llegarán antes que yo; quizá todavía pueda ganarles por la mano.

La voz de Gorman estaba muy próxima al chillido histérico.

– ¿Quiere que se lo diga ahora, por teléfono, en simple inglés?

– Y con voz alta y clara, senador. La comunicación no es muy buena. No le oigo del todo bien.

– Me interrumpe la cena, me llama desde Roma y espera que le revele por teléfono la más secreta de las informaciones.

Peter rechinó los dientes.

– Es una información que la mafia ya tiene en su poder. Si no me la da en este mismo momento, la testigo es mujer muerta. Nunca prestará declaración ante la comisión.

Y lo que es peor, su sangre caerá sobre usted.

– ¡¿Sobre mí?! ¡Usted es quien estropeó todo! ¡Usted es el incompetente de mierda que ha entregado a la mafia todo lo que necesita para tirar por tierra mis esfuerzos, para destruir la labor de mi comité!

– No le va a salvar la vida insultándome, senador. ¿La quiere viva o muerta?

– ¡¿Ah, sí?! Bueno, veamos. ¿Cómo me consta que es quien dice ser? Juraría que no es Peter Congdon. Es un mafioso. Cree que le voy a entregar la testigo.

– Habitación trescientos seis D del Shoreham Hotel, ¿no, senador? Roger S. Desmond es mi nombre, ¿no, senador? La leche materna es buena para los bebés, dice el doctor Spock, ¿no, senador? Y si soy un mafioso y sé todo eso, usted está perdido de cualquier manera y yo no tendría por qué tomarme el trabajo de llamarle, ¿no, senador?

– Está bien. Pero ¿cómo sé que si le doy esta información usted va a llegar hasta ella antes que la mafia? De la forma en que ha estropeado…

– No lo puede saber usted, ni lo puedo saber yo. Pero cada minuto que se pierde disminuyen las posibilidades. Hace más de cuarenta minutos que la mafia tiene en su poder la clave del mensaje. Ahora todo depende del tiempo que tarden en descubrir el mecanismo y, luego, descifrar su información. Es una posibilidad entre mil, senador; pero quizá la salve. ¿Cómo se llama y dónde está?

– Estoy corriendo un enorme riesgo al darle esta información.-insistió el senador-, Si algo le ocurre a esa chica, usted será el responsable. Su vida y su futuro dependen de usted. Su sangre caerá sobre usted. ¿Lo entiende bien?

– ¿Cómo se llama y cuál es la dirección?

El senador respiró hondo.

– Está bien -dijo con tono quejumbroso-. Tendré que confiar en su palabra. El nombre adoptado por la chica es Karen Halley. ¿Oyó bien?

Peter no tenía con qué escribir, ni dónde escribir.

– Karen Halley -repitió, procurando grabar el nombre-. ¿Y la dirección?

– Vía dei Saponai 16. ¿Oyó bien? D-E-I. Dei S-A- P-O-N-A-I. El apartamento está en el primer piso a la derecha. ¿Entendido?

– Entendido.

– En Florencia.

– ¿En Florencia?

Peter pegó un respingo.

– Claro. ¡Cómo cree que le iba a enviar a Roma si ella estuviera en Roma!

– Nunca sé qué diablos haría usted, senador -gruñó Peter y se pasó una mano por la cara. Florencia le parecía tan distante como Siberia.

– ¿Y qué número de teléfono tiene?

– No tiene teléfono.

– ¡Santo Dios! ¿Mantenida por Bono y ni siquiera tiene teléfono?

– Está escondida, pedazo de idiota. ¿A quién quiere que telefonee?

– Está bien. ¿Qué aspecto tiene?

– Es rubia. Es joven. Le calculo unos veinticinco. Es bonita.

– ¿Rubia? Creí que era italiana.

– Hay italianas rubias y cualquiera puede comprar un frasco de tinte.

– ¿Entonces es una italiana teñida?

– Además no es italiana de nacimiento. Es… bueno, no importa. Considérela norteamericana. Entrará con pasaporte norteamericano. Acostúmbrese a la idea de que es norteamericana.

– Está bien. Karen Halley, falsa rubia, falsa italiana, falso pasaporte americano. ¿Me conoce ella por mi verdadero nombre?

– Sí. Ahora todo queda en sus manos. Y si no la trae con vida… ¡Dígame una cosa! ¿No está en un club nocturno?

– ¿Qué?

– Oigo música.

Era la música que llegaba del Capriccio Night Club a través de la calle. Peter apartó el teléfono y lo dirigió por un instante hacia la ventana abierta. Luego dijo:

– Me descubrió, senador. Es un lince.

Colgó, volvió a dejar el teléfono sobre el velador y se sentó, débil y tembloroso. Se sentía mal y tenía ganas de acostarse. Quería descansar y dormir y reponerse.

Pasados unos instantes se puso en pie, se aproximó a la ventana y miró hacia la calle. La música era ensordecedora y dos parejas reían y bromeaban en la acera mientras se disponían a entrar en un minúsculo automóvil. Ninguno de los otros automóviles parecía estar esperándole.

Cerró las hojas de la ventana e hizo girar el pestillo; pero la música seguía oyéndose. Miró la cama incitante, pero resistió la tentación de volverse a sentar. Temblaba, transpiraba y se sentía descompuesto. Tenía que mantenerse en pie.

Abrió la puerta que daba al hall y al hacerlo pensó que sus asaltantes podían haberle encerrado y haberse llevado la llave. Eso y matarlo era casi lo único que no habían hecho.

Se aferró a la baranda con ambas manos al descender el tramo de escaleras y, al entrar en el ascensor, se desplomó en el banquillo rojo, antes de tocar el botón marcado con la letra T, de térra.

Загрузка...