Miércoles 7.50-8.10 horas

Karen respondió al saludo de Vittorio con un gesto franco y amistoso, Peter lo advirtió. Del Strabo parecía gustarle y con él se mostraba menos reservada que con Peter. Pero la verdad era también que Vittorio, por su parte, había estado más dispuesto a aceptarla. Por lo visto no le interesaba su pasado ni compartía el desprecio de Peter por lo que representaba. Vittorio parecía simplemente complacido de tenerla cerca. Para Peter, el hecho de que ella fuera tan sexy y supiera sacar el máximo partido de eso, convertía su presencia en un fastidio y en un peligro, del que debía defenderse. No veía la hora de llevar a la mantenida de Bono al otro lado del Atlántico y dejarla en las ansiosas manos de Gorman. Y ese instante llegaría antes de veinticuatro horas, si se las arreglaba para salir de aquel atolladero. Karen se alejó cuando Peter cerró la ventana, y encendió la radio a la espera de noticias. Cuando las oyó, le dijo que los detalles no habían variado mucho. El hombre herido tenía una conmoción cerebral y no había podido ser interrogado. Hasta el momento se desconocía la identidad de las víctimas y se ignoraba lo ocurrido.

Peter escuchó en silencio la información. Tenía otras preocupaciones… En primer lugar, los preparativos para la partida. Karen estaba en condiciones de salir a la calle con su abrigo y su bolso y el vestido y los zapatos de María; pero él tenía que organizar las cosas. Sacó los papeles que él y Vittorio habían quitado a los asesinos y que se habían encargado de ocultar a María. Sacó todo el dinero de la cartera del muerto y lo añadió a la pila que Vittorio había recogido en los bolsillos del otro individuo; extendió las armas y las municiones e hizo un recuento. Incluyendo las 16.000 liras que había en su cartera y las 25.000 que Vittorio le había traído, tenía un total de 277.500 liras (unos 450 dólares), unos cientos más en monedas y su talonario de cheques de viaje. Estaban su cortaplumas, sus cigarrillos, el encendedor, la libreta y unos lápices. La sección de armamento incluía su propio revólver y la caja de balas desaparecida, la automática que le había llevado Vittorio y el revólver que le habían quitado al hombre inconsciente.

En primer lugar se ocupó del dinero y distribuyó los billetes en varios escondrijos de su ropa. Algunos fueron a parar al bolsillo secreto que había en el interior de su chaqueta, otros al bolsillo lateral del pantalón; guardó algunos en el bolsillo del reloj, en la pretina de sus calzoncillos y en el interior de los calcetines. Si perdía la cartera, o se la robaban, le quedaría bastante dinero encima.

Trabajaba en silencio y Karen lo observaba sin hablar. Cuando terminó con el dinero, volvió a guardar su revólver en la cartuchera y la caja de balas en el bolsillo. Luego se calzó la automática en el cinturón. El revólver sobrante y la cartera de Marchesi quedaron sobre la mesa. Ya se encargaría de eso cuando Vittorio regresara.

– ¿Necesita dos revólveres? -preguntó Karen señalando el cinturón.

Peter palmeó el arma de repuesto.

– Puede resultar útil. Usted es una chica muy popular. Todos sus amigos andan detrás de usted.

– No son mis amigos.

– Entonces sus ex amigos.

– Está bien, mis ex amigos. ¿Qué quiere que haga? ¿Que pida perdón?

– ¿Perdón por qué? ¿Por haber dejado la mafia?

– No, porque me persiguen y usted es mi guardaespaldas y eso significa que va a tener problemas.

– ¿Y cree que tengo miedo? ¿Es eso lo que cree? No se preocupe. No voy a tener problemas. Los problemas se los están buscando ellos.

– Hay algo que le irrita. ¿Está enfadado conmigo porque lo amenacé con el revólver?

– No. Soy el único culpable de eso. Fui un estúpido. Debí haber adivinado que tenía un arma. Me alegro de que la sepa usar. Eso aumenta nuestras, posibilidades.

– Pero está enfadado por algo. He hecho algo que lo ha irritado. Si no es por el revólver, ¿por qué es?

– Si le interesa realmente saber qué me pasa le diré que tengo otra vez dolor de cabeza. Dejemos las preguntas y respuestas. Este es mi trabajo. Nada más. Un trabajo. Tengo la misión de llevarla sana y salva a Estados Unidos. Dejemos las cosas como están.

Pero no estaba dispuesta a dejar las cosas así. Le siguió a la cocina.

– Es porque voy a declarar, ¿no? Según el código de honor norteamericano, nadie anda con cuentos… ni siquiera se delata a los perversos, a los criminales. Le llaman «soplar», «cantar»… Usan palabras muy desagradables para hablar de eso.

Peter se metió dos aspirinas en la boca y las tragó con un poco de agua.

– Escuche, nena: por mí puede declarar todo lo que se le antoje. Me parece muy bien que lo haga si tiene algo que decir, y por lo visto lo tiene. Lo que haga de su vida es cosa suya. Usted tiene su misión y yo tengo la mía. En este momento nuestras misiones se superponen, pero es una simple coincidencia. Pasaremos un tiempo juntos, pero sólo porque nuestras misiones nos obligan. Nuestra asociación es un asunto de trabajo y nada más.

– ¿Acaso sugerí que pudiera ser otra cosa?

– No, pero más vale que lo aclaremos desde el principio.

Ella se había apoyado contra el marco de la puerta y le miraba con una vaga sonrisa.

– ¿Sabe una cosa? Creo que le molesta que haya sido la amante de Joe Bono. He oído decir que los norteamericanos tienen una moral muy estricta. Por lo menos se sienten muy decentes, aunque no actúen con decencia. ¿Cuántas amantes ha tenido?

– Basta ya -replicó ásperamente Peter-. Puede ser amante de Bono o de quien se le antoje. Me tiene sin cuidado. Su alma puede ser negra, blanca o gris; me da lo mismo. Lo que yo tengo que hacer es llevarla a Estados Unidos y entregarla al senador Gorman.

Se dirigió a la ventana, corrió las cortinas con gesto impaciente y miró hacia fuera. Karen lo siguió y se detuvo a una distancia prudencial.

– Joe- fue muy bueno conmigo -dijo con voz serena-. No era un hombre malo. Me habría casado con él, pero tenía una esposa y su Iglesia no admite el divorcio. Además no profesábamos la misma religión, y la Iglesia, de todas maneras, no nos habría permitido casarnos. Así que, ¿qué otra cosa podíamos hacer?

Peter se volvió y apoyó una mano en el marco de la ventana.

– Claro -gruñó con tono despectivo-. El bueno de Joe. La tenía como una reina con el dinero que ganaba con el tráfico de drogas, administrando garitos o explotando prostitutas. Con el dinero que le proporcionaban los asesinatos, las extorsiones y demás. Era parte de esa inmundicia en que anda la mafia y que usted va a ventilar ante Gorman. El estaba lo bastante encumbrado como para estar al tanto de todo. Y usted también está al tanto de todo.

– Por lo menos fue honesto conmigo. No fingió ser algo que no era -dijo y se encogió de hombros-. No le voy a decir que me gustaba lo que hacía; en cambio me gustaba él. Soy danesa y no precisamente de familia pudiente. Me fui de casa cuando tenía dieciséis años. Lo hice porque así iba a haber una boca menos para alimentar. Vine a Roma porque el clima es más cálido. Como Miami, respecto a Nueva York, en su país. En mi país la gente también se va para el Sur en el invierno, y seguí la corriente. Pero vine a trabajar. Trabajé en clubs nocturnos. Una baila con los parroquianos y ellos pagan las bebidas. Y una cobra comisión sobre las bebidas que ellos le pagan. Y así conocí a Joe. Estaba en Roma para un viaje de negocios. Y bueno… -hizo un gesto vago-. Creo que ésa es toda la historia.

Peter hizo una mueca.

– Una historia conmovedora. No necesita más que un violín como música de fondo. ¿Eso le contó a Gorman?

– Sí, eso le conté.

– ¿Y se lo creyó?

La muchacha se ruborizó.

– ¿Por qué no había de creerme? Tengo pruebas.

– ¿Cómo qué?

Ella le miró fijamente.

– ¿Qué ocurre? ¿Por qué piensa que le estoy mintiendo?

– ¿Por qué habría de pensar que me está diciendo la verdad? Diga algo en danés.

Una comisura de la boca de Karen se contrajo.

– Dra til helvete -dijo.

– ¿Qué significa eso?

Ella levantó la barbilla.

– Significa; «Pienso que es bonita».

Peter le dirigió una sonrisa maligna.

– Es viva. Realmente viva. Está sacando una gruesa tajada de su amistad con Joe Bono, y me pregunto si responderá a lo que se espera de usted, cuando llegue a destino.

Karen volvió a ruborizarse.

– ¿Qué quiere decir?

– ¿Dónde aprendió inglés?

– En el colegio secundario. El inglés es el segundo idioma de todo el mundo en Europa.

– Claro -comentó Peter, con una risita irónica-. Claro, en el colegio secundario. Pero ése es asunto de Gorman, no mío. Todo lo que tengo que hacer es entregarla.

Se volvió y miró nuevamente hacia fuera.

– Es decir -añadió-, si Vittorio regresa con su maldito Mercedes.

– ¿A qué se refiere cuando dice que es cosa de Gorman? Tengo pruebas y sabe que las tengo.

– Yo también estoy seguro de que las tiene, nena.

Peter volvió a mirar por la ventana.

– ¿Entonces qué tiene en contra de mí? ¿Qué he hecho que sea peor de lo que usted haya hecho alguna vez?

Aquello hizo reaccionar a Peter.

– ¿Peor de lo que yo haya hecho alguna vez? Por lo menos tengo mis exigencias antes de acostarme con alguien. Pero dejemos eso. Supongamos que lo hizo por amor. Pero hay algo más, nena. La tengo bien calada. Sé lo que es y lo que pretende, y todo lo que puedo decirle es que, si fuera mi hermana, la azotaría desnuda en la plaza pública.

Permaneció inmóvil, no reaccionó ante la ofensa, pero el rubor le cubrió el rostro.

– De modo que es eso -murmuró.

– Así es.

Peter volvió a mirar por la ventana con expresión dura.



Ella se apartó un poco y jugueteó con un pisapapeles de vidrio que había junto a la lámpara de mesa.

– No debió haber aceptado esta tarea -dijo.

Él se volvió y lanzó una breve carcajada.

– ¿Por qué? Mis sentimientos personales no cuentan. Recibirá toda la protección que necesite. Hasta estoy dispuesto a dar mi vida por usted, aunque eso suene a ironía. ¿Qué más puede pedir una chica?

– Y yo le diré que no estoy dispuesta a aceptar su sacrificio, aunque eso suene a ironía.

– No hará falta. La entregaremos sana y salva en manos de Gorman…

Peter se detuvo y ambos se volvieron. La música de la radio había sido interrumpida por más noticias, y Peter logró captar el nombre Vittorio Del Strabo.

– ¿Qué ocurre? -preguntó cuándo la voz del locutor calló.

Karen estaba blanca.

– Han detenido a Vittorio -dijo-. Estaban vigilando el Mercedes. Tenía matrícula de Roma y estaba estacionado cerca del edificio. Hallaron un revólver con rastros de sangre en su poder y lo han detenido para interrogarle.

La muchacha tenía los ojos muy abiertos.

– ¿Conque sana y salva? ¿Qué vamos a hacer ahora?

– ¿Cómo diablos supieron que el automóvil…?

– La matrícula dice «Roma». Las matrículas de Florencia, Firenze, dicen «FI».

– Tiene muy poca experiencia. Debió haber pensado en eso. Yo también debí haberlo imaginado. Debí haber mirado las chapas.

– ¿Qué le van a hacer?

– Le interrogarán. Tratarán de que les diga quiénes somos.

– Si habla nos irá mal.

– Creo que se las va a arreglar para no hablar.

– ¿Y su amiga?

– ¿Qué pasa con su amiga?

– Salieron a las siete cuarenta y cinco. No puede haber ido a trabajar a esa hora. De nueve a quince, o de nueve a trece y de quince a dieciocho. Esos son los horarios. Antes no. No puede haber entrado antes. ¿Dónde está ahora? ¿No estaría con él? ¿No la habrán arrestado a ella también?

– No sé, pero tampoco creo que hable.

– De todas maneras estamos en un callejón sin salida. ¿Qué haremos? Ahora no podemos conseguir pasaportes falsos. Ni siquiera podemos salir a la calle.

A Peter no le preocupaba eso.

– Podemos conseguir pasaportes en Génova. Brandt tiene un contacto allí. Lo que no me gusta es abandonar a Vittorio.

Comenzó a pasearse, lanzando maldiciones entre dientes.

– Eso es lo malo de los trabajos como éste. Por eso tratamos de actuar solos. Disminuyen los riesgos. Sabía que no tenía que dejarle venir a Florencia. Si hubiera estado solo…

Se detuvo y miró a Karen con expresión amarga.

– ¡Se da cuenta! Tengo que protegerla a usted y preferiría defenderlo a él. Y bien, me encargaré de eso más tarde. Por ahora es la reina.

Karen volvió a ruborizarse.

– Yo también habría preferido que fuera otro el encargado de este trabajo, señor Congdon. Pero ya que está aquí, dígame cuál es su plan para llegar a Génova.

– Iremos en tren. Es lo más rápido. Llame a la estación y averigüe a qué hora sale el primer tren.

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