C014.

Cuando llegaron al hospital Long Beach Memorial, Marty Roberts estaba sudando. Si se descubría lo que había hecho en el cementerio, podían retirarle la licencia y no podría ejercer nunca más. Cualquiera de los enterradores podía descolgar el teléfono y llamar a la oficina del condado. Allí se preguntarían por qué Marty había infringido el protocolo, sobre todo teniendo en cuenta que había pendiente un juicio. Cuando se extraían muestras de tejido fuera del laboratorio, se corría el riesgo de contaminarlas. Eso era algo que sabía todo el mundo. Así que en la oficina del condado se preguntarían por qué Marty Roberts se había expuesto a ello. Y, poco después, se preguntarían…

¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!

Estacionó en el aparcamiento de urgencias, junto a las ambulancias, y corrió por el pasillo de la planta baja hasta el departamento de anatomía patológica. Era la hora de comer, no había casi nadie. Los tableros de acero inoxidable que se alineaban en la sala estaban limpios.

Raza se estaba lavando.

– Eh, tú, imbécil de mierda -lo insultó Marty-. ¿Qué quieres? ¿Que nos metan a los dos entre rejas?

Raza se volvió despacio.

– ¿Qué ocurre? -preguntó sin inmutarse.

– ¿Que qué ocurre? -repitió Marty-. Te lo tengo dicho. Extráeles los huesos solo a los cadáveres que vayan a incinerar, no a los que vayan a enterrar. Solo a los que vayan a incinerar. ¿Tanto cuesta de entender?

– No, bueno, ya lo hago -respondió Raza.

– No, no lo haces. Acabo de volver de una exhumación, y ¿sabes lo que he visto al abrir el ataúd, Raza? Un hombre cuyas piernas y cuyos brazos eran puro pellejo. Y lo habían enterrado.

– No -repuso Raza-. Yo no hago eso.

– Pues alguien le ha extraído los huesos.

Raza se dirigió al despacho.

– ¿Cómo se llamaba el hombre?

– Weller.

– ¿Otra vez ese? Es el mismo del que perdimos las muestras de tejido, ¿no?

– Sí. La familia ha pedido que se exhume el cadáver. Ya te he dicho que lo habían enterrado.

Raza se inclinó sobre su escritorio y tecleó el nombre del paciente. Observó la pantalla.

– Ah, sí. Lo enterraron. Pero no me encargué yo.

– ¿No fuiste tú? ¿Pues quién narices lo hizo? -gritó Martv.

Raza se encogió de hombros.

– Vino mi hermano. Esa noche había quedado para salir.

– ¿Tu hermano? ¿Qué hermano? Se supone que nadie puede…

– Cálmate, Marty -le aconsejó Raza-. Mi hermano viene de vez en cuando. Él ya sabe lo que tiene que hacer. Trabaja en el depósito de cadáveres de Hilldale.

Marty se enjugó el sudor de la frente.

– Dios mío. ¿Cuánto tiempo hace que viene por aquí?

– Un año, más o menos.

– ¡Un año!

– Solo viene de noche, Marty. Ya tarde. Se pone mi bata y es como si fuera yo. Nos parecemos mucho.

– Espera un momento -dijo Marty-. ¿Quién le dio a la chica la muestra de sangre? A Lisa Weller.

– De acuerdo -admitió Raza-. A veces comete errores.

– Y a veces también viene por la tarde, ¿no?


– Solo los domingos, Marty. Solo si he quedado con alguien, y ya está.

Marty se aferró al borde del escritorio para tranquilizarse. Se apoyó y respiró hondo.

– ¿Me estás diciendo que un mamarracho que ni siquiera es empleado del hospital ha entregado una muestra de sangre sin autorización a una mujer porque esta se la pidió? ¿Es eso lo que me estás diciendo?

– No es un mamarracho, es mi hermano.

– Por Dios.

– Me dijo que la chica era muy mona.

– Eso lo explica todo.

– Vamos, Marty -dijo Raza en tono suave-. Siento lo de Weller, de verdad, pero puede haberlo hecho cualquiera. Puede que en el puto cementerio lo desenterraran y le extrajeran los huesos. Incluso podrían haberlo hecho los enterradores que trabajan por cuenta propia. Ya sabes que esas cosas pasan. Cogieron a aquellos tipos de Phoenix, y a los de Minnesota. Y hace poco ocurrió en Brooklyn.

– Y ahora están todos en la cárcel, Raza.

– De acuerdo, tienes razón -admitió Raza-. Yo le pedí a mi hermano que lo hiciera.

– Que tú…

– Sí. La noche en que llegó el cuerpo de Weller, recibimos una llamada urgente que reclamaba huesos y Weller nos venía de perlas. ¿Qué podíamos hacer si no? Ya sabes que esos tipos acuden a donde haga falta. Para ellos, «ahora» es «ahora». Cumplir o morir.

Marty exhaló un suspiro.

– Ya lo sé, cuando hay una petición urgente, tenemos que suministrar lo que piden.

– Entonces estamos de acuerdo.

Marty se dejó caer en el asiento y empezó a teclear en el ordenador.

– De todos modos, si extrajiste los huesos hace ocho días, ¿cómo es posible que aún no me hayan hecho ninguna transferencia? -se extrañó.


– No te preocupes, ya la harán.

– ¿Tienes el comprobante del envío?

– Ay, se me olvidó pedirlo. No te preocupes, recibirás tu parte.

– Asegúrate de que así sea -dijo Marty. Se dio media vuelta dispuesto a marcharse-. Y más vale que tu puto hermano no vuelva a acercarse por el hospital, ¿me has entendido?

– Claro, Marty. Claro que sí.

Marty Roberts se dirigió al aparcamiento y retiró el coche de la zona de urgencias. Luego aparcó en la zona reservada a los médicos. Permaneció sentado en el coche un buen rato, pensando en Raza.

«Recibirás tu parte.»

Tenía la impresión de que a Raza empezaban a subírsele los humos, parecía que él fuera el director del programa y que tuviera a Marty Roberts a su cargo. Raza era quien distribuía los pagos. También él decidía a quién tenían que contratar como colaborador. No se comportaba como un empleado corriente sino como si él fuera el responsable, y eso era muy peligroso por varios motivos.

Marty tenía que hacer algo al respecto.

Tenía que actuar pronto.

De lo contrario, que le retiraran la licencia sería el menor de sus problemas.

Загрузка...