C071.

Stan Milgram estaba perdido en la inmensa oscuridad. La carretera que se prolongaba delante de él era una franja de luz, pero a los lados no se veían señales de vida, solo un paisaje desértico negro como boca de lobo que se extendía hacia el infinito. Al norte solo distinguía la cadena de montañas, una débil línea negra sobre fondo negro, pero nada más: ni luces, ni ciudades, ni casas, ni nada.

Llevaba así una hora.

¿Dónde cono estaba?

El pájaro soltó desde el asiento de atrás un estridente chillido que le perforó los oídos. Stan dio un bote y pensó que el mejor compañero de viaje para atravesar el país no era un maldito pajarraco precisamente. Hacía una hora que le había echado un trapo por encima para tapar la jaula, pero había dejado de tener efecto. En todo el camino desde St. Louis, pasando por Missouri, hasta Gallup, en Nuevo México, el pájaro no había callado ni un solo momento. Stan se había registrado en un motel de Gallup y sobre la medianoche el animal había empezado a desgañitarse y a lanzar unos chillidos ensordecedores.

No le había quedado más remedio que volver a hacer las maletas y pagar -mientras el resto de los huéspedes del motel no dejaban de gritarle- y ponerse de nuevo detrás del volante. El pájaro se calló en cuanto encendió el motor. Ya de día, había aparcado unas horas en el arcén para dormir. No obstante, al detenerse en Flagstaff, Arizona, para descansar el animal había empezado a chillar incluso antes de darle tiempo a registrarse en el motel.

Había seguido conduciendo. Winona, Kingman, Barstow, hacia San Bernardino -o San Berdoo, como lo llamaba su tía- con un único pensamiento en la cabeza: que el viaje pronto llegaría a su fin. «Por favor, Señor, que acabe antes de que me cargue al pájaro.»

Pero Stan estaba agotado y había acabado desorientado después de conducir más de tres mil kilómetros. O bien se había pasado el desvío hacia San Berdoo o… O ya no sabía qué.

Se había perdido.

Además, el pájaro no paraba de chillar.

– Your heart sweats, your body shakes, another kiss is what it takes…

Stan frenó en seco, abrió la puerta de atrás y retiró el trapo de la jaula.

– Gerard, ¿por qué me haces esto? -preguntó, suplicante.

– Yon can't sleep, you can't eat…

– Gerard, basta. ¿Por qué?

– Tengo miedo.

– ¿De qué?

– Estoy muy lejos de casa. -El pájaro parpadeó y miró la oscuridad que lo rodeaba-. ¿Qué nuevo infierno será este?

– Estamos en el desierto.

– Me estoy congelando.

– Por la noche hace frío en el desierto.

– ¿Por qué estamos aquí?

– Te llevo a tu nuevo hogar. -Stan miró fijamente al pájaro-. Si dejo la jaula destapada, ¿te estarás calladito?

– Sí.

– ¿No dirás ni una palabra?

– No.

– ¿Lo prometes?

– Sí.

– De acuerdo. Necesito silencio para saber dónde estamos.


– I don't knowwhy, after all tbe changes…

– Gerard, por favor, colabora un poco.

Stan rodeó el coche, se sentó detrás del volante y se incorporó a la calzada. El pájaro se había callado, lueron pasando los kilómetros, hasta que vio la señal de un pueblo llamado Earp, a unos cinco kilómetros de allí.

– ¿Qué tal va eso, ancianete? dijo Gerard.

Stan suspiró.

Siguió conduciendo.

– Te pareces a un tipo -insistió Gerard.

– Me lo prometiste -protestó Stan.

– No, se supone que ahora tú has de decir: «¿A quién?».

– Gerard, cállate.

– Te pareces a un tipo -volvió a repetir Gerard.

– ¿A quién?

– A un tipo que conozco.

– ¿Por qué?

– Te pareces a él.

– ¿En qué? -preguntó Stan.

– En todo.

– ¿De verdad?

– Te pareces a un tipo.

– ¿A quién? -repuso Stan, y cayó en la cuenta de que el pájaro estaba jugando con él-. Gerard, o te callas o sales del coche.

– Ah, ¿no eres ese retorcido conejo?

Stan miró qué hora era.

«Una hora -pensó-, una hora más y el pájaro va a la calle.»

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