C017.

Rick Diehl, de BioGen, se estaba cambiando en el vestuario del club de campo de Bel Air. Había acudido allí para jugar un/oarsome con unos inversores que parecían interesados en la empresa. Se trataba de un tipo de Merrill Lynch, su novio y un tercero de Citibank. Rick trató de aparentar tranquilidad, aunque en realidad tenía cierto apremio pues vivía en un pánico constante desde que había visto a su esposa atravesar el vestíbulo junto a aquel imbécil vestido de tenista. Sin el apoyo financiero de Karen, Rick quedaba a merced del otro principal inversor, Jack Watson. Eso no lo hacía sentirse precisamente cómodo. Le hacía falta dinerito fresco.

En el campo de golf, bajo el sol radiante y la suave brisa, les habló de las novedosas maravillas de la biotecnología y del poder de las citocinas producidas a partir de la línea celular Burnet que BioGen había adquirido. Representaba una verdadera oportunidad para introducirse en una empresa que estaba a punto de expandirse con rapidez.

Sin embargo, ellos no lo veían de la misma manera. El tipo de Merrill Lynch formuló una pregunta.

– ¿No son lo mismo las linfocinas y las citocinas? ¿No se han dado varios casos de defunciones, a causa de las citocinas, de las que no se han ofrecido explicaciones?

Rick les explicó que así era, que se habían producido algunas muertes, unos años atrás, por culpa de unos cuantos médicos que se habían precipitado a dar el pistoletazo de salida para su aplicación terapéutica.

El tipo de Merrill Lynch prosiguió.

– Yo me metí en las linfocinas hace cinco años pero no llegué a ver ni un céntimo.

Entonces intervino el de Citibank.

– ¿Qué me dice de las tormentas de citocinas?

«¿Tormentas de citocinas? Dios santo», pensó Rick. Golpeó la pelota.

– De hecho, eso no es más que una hipótesis -dijo-. Parece que en ciertas circunstancias poco habituales las citocinas pueden sobreestimular el sistema inmunológico, por lo que este ataca en respuesta al propio organismo con la consiguiente disfunción de varios órganos.

– ¿Como en la epidemia de gripe de 1918?

– Es lo que dicen unos cuantos especialistas, pero no hay que olvidar que trabajan para empresas farmacéuticas que fabrican productos competidores.

– ¿Insinúa que podría no ser cierto?

– Hoy en día hay que andarse con mucho cuidado con lo que difunden las universidades.

– ¿Incluso sobre lo de 1918?

– La desinformación toma formas muy distintas -aseguró Rick al tiempo que recogía la pelota-. La verdad es que el futuro está en las citocinas. Tanto los ensayos clínicos como el desarrollo del producto avanzan muy rápido y ofrecen los mejores resultados financieros de todas las líneas de productos disponibles. Por eso fueron la primera adquisición de BioGen. Además, acabamos de ganar el juicio…

– ¿No van a recurrir? Había oído que sí.

– Al conocer la resolución del juez se les han quitado las ganas.

– Pero hay personas que han muerto al transferirles genes que les han provocado una tormenta de citocinas, muchísimas personas han muerto.

Rick exhaló un suspiro.


– No tantas.

– ¿Cuántas? ¿Cincuenta o cien, más o menos?

– No conozco la cifra exacta -respondió Rick, que empezaba a darse cuenta de que el día no iba a salirle precisamente redondo. Y eso ya una hora antes de que uno de los hombres afirmara que, en su opinión, solo un idiota invertiría en citocinas.

Fantástico.

Tras el partido, se sentó en el banco del vestuario derrotado y sin fuerzas. Entonces apareció Jack Watson, bronceado y espléndido con su blanco equipo de tenis. Se sentó junto a él.

– ¿Ha ido bien el partido? -preguntó.

Era la última persona a quien Diehl deseaba ver.

– No ha ido mal del todo.

– ¿Va a animarse alguno a entrar en el negocio?

– Es posible. De momento, toca esperar.

– Esos tipos de Merrill Lynch no tienen cojones. Para ellos arriesgarse es mearse en la bañera. Yo no cantaría victoria. ¿Qué opinas del tema de Radial Genomics?

– ¿Qué tema de Radial Genomics?

– Ya me imaginaba que la noticia no era de dominio público, pero pensaba que tú lo sabrías. -Se inclinó y empezó a desabrocharse los cordones de las zapatillas de deporte-. Pensaba que estarías preocupado -prosiguió-. ¿No te han robado hace poco?

– Sí. Mi coche desapareció del aparcamiento -respondió Diehl-. Me estoy divorciando, y justo ahora las cosas se han puesto bastante feas.

– ¿Crees que el coche te lo robó tu esposa?

– Sí…

– ¿Lo sabes seguro?

– No, saberlo no -respondió Diehl torciendo el gesto-. Me imagino…

– Así empezaron las cosas en Radial Genomics, con unos cuantos robos de poco valor en las propias instalaciones. Un día fue el coche de un auxiliar de laboratorio; otro, un monedero en la cafetería. Una tarjeta de acceso en el baño. En su momento, nadie le dio importancia; sin embargo, mirándolo en retrospectiva, es probable que alguien tratara de comprobar si el sistema de seguridad tenía puntos débiles. Lo comprendieron después de la desaparición de muchísima información del banco de datos.

– ¿Desapareció información del banco de datos? -preguntó Diehl, frunciendo el entrecejo.

Aquello representaba un gran peligro potencial. En Genomics conocía a Charlie Huggins. Lo llamaría y le pediría que se lo contara todo.

– Claro que Huggins no admite que haya ocurrido nada de eso -aclaró Watson-. En junio habrá una oferta pública inicial y sabe que eso les perjudicaría. El caso es que el mes pasado les robaron cuatro líneas celulares del laboratorio y desaparecieron cincuenta terabytes de datos de la red, incluidas las copias de seguridad de la información recogida en otras instalaciones. Quienquiera que fuera hizo muy bien su trabajo. Fue un verdadero revés.

– Y que lo digas. Lo siento por ellos.

– En cuanto me enteré, puse en contacto a Charlie con la empresa BDG, Biological Data Group. Se dedica a la seguridad, seguro que la conoces.

– ¿BDG? -A Diehl el nombre no le sonaba, pero daba la impresión de que debiera estar al corriente-. Claro que la conozco.

– Bien. Han trabajado para Genentech, Wyeth, BioSyn y unas doce empresas más. Ellos nunca contarán lo ocurrido, pero sin duda BDG es la mejor cuando se tienen problemas. Se presentan allí, analizan el sistema de seguridad, identifican los puntos débiles y cubren las lagunas existentes en la red. Es silencioso, rápido y confidencial.

Diehl pensó que el único problema relacionado con la seguridad que tenía era precisamente el sobrino de Jack Watson. En cambio, dijo:

– A lo mejor yo también me pongo en contacto con ellos.


Así fue como Rick Diehl se encontró sentado en un restaurante frente a una rubia elegantemente vestida con un traje chaqueta negro. Al presentarse le dijo que se llamaba Jacqueline Maurer. Tenía el pelo corto y un talante dinámico. Lo saludó con un fuerte apretón de manos y le entregó su tarjeta de visita. No debía de tener más de treinta años y el cuerpo firme de una gimnasta. Era muy directa al hablar y no apartaba la mirada.

Rick echó un vistazo a la tarjeta. Ponía BDG en letras azules, y debajo, en una fuente de menor tamaño, aparecía su nombre y un número de teléfono. Nada más.

– ¿Dónde están las oficinas de BDG? -preguntó él.

– En muchas ciudades del mundo.

– ¿Usted dónde trabaja?

– Ahora, en San Francisco. Antes trabajaba en Zurich.

Le llamó la atención su acento. Habría dicho que era francés, pero lo más probable era que fuera alemán.

– ¿Usted es de Zurich?

– No. Nací en Tokio. Mi padre formaba parte del cuerpo diplomático. De pequeña viajé mucho, fui a la escuela en París y en Cambridge. Empecé trabajando para Crédit Lyonnais en Hong Kong porque sé hablar mandarín y cantones. Luego cambié a Lombard Odier, en Ginebra; es una entidad bancaria privada.

El camarero se acercó a la mesa y la chica pidió un agua mineral de una marca que Rick no conocía.

– ¿Qué es? -le preguntó.

– Es un agua noruega. Está muy buena.

El pidió lo mismo.

– ¿Cómo fue a parar a BDG? -quiso saber.

– Fue hace dos años, en Zurich.

– ¿Qué ocurrió? -preguntó Rick.

– Lo siento, no puedo contárselo. Una empresa tenía un problema y avisaron a BDG para resolverlo. Me pidieron que colaborara con ellos por cuestiones técnicas y al final acabaron contratándome.

– ¿La empresa que tenía el problema era de Zurich?

La chica sonrió.


– Lo siento.

– ¿Para qué empresas ha trabajado desde que entró en BDG?

– No estoy autorizada a decírselo.

Rick torció el gesto. Se le antojó que aquella entrevista iba a resultar muy tonta si la chica no podía contarle nada.

– Ya sabe que el robo de datos es un problema muy extendido. Afecta a empresas de todo el mundo. Las pérdidas se estiman en un billón de euros anuales. A ninguna compañía le interesa que sus problemas salgan a la luz, así que mantenemos en secreto la identidad de nuestros clientes.

– ¿Qué es exactamente lo que puede contarme? -preguntó Rick.

– Piense en todas las grandes empresas bancarias, científicas y farmacéuticas que se le ocurran. Es probable que hayamos trabajado para ellas.

– Es muy discreta.

– También seremos discretos con usted. Enviaremos tan solo a tres personas a su empresa, incluyéndome a mí. Nos haremos pasar por auditores de una entidad de capital riesgo que se plantea invertir. Emplearemos una semana en comprobar la situación y luego le presentaremos un informe.

Era muy franca, muy directa. Rick trataba de concentrarse en lo que le estaba diciendo; sin embargo, su belleza lo distraía. La chica no había hecho la más mínima insinuación: ni una mirada, ni un contoneo, ni un roce, pero le parecía enormemente sexy. No llevaba sujetador, se notaba, sus pechos turgentes se perfilaban bajo la blusa de seda…

– Señor Diehl -lo llamó.

Lo estaba mirando. Se le había ido el santo al cielo.

– Lo siento. -Sacudió la cabeza-. Estoy pasando por un mal momento…

– Ya sabemos que tiene problemas personales -dijo ella-. Y también estamos al corriente de los problemas que tiene con la seguridad de la empresa; me refiero al problema político.

– Sí -reconoció él-. Tenemos un jefe de seguridad, Bradley…


– Tienen que buscarle un sustituto de inmediato -le espetó la chica.

– Ya lo sé -dijo él-, pero su tío…

– Déjelo en nuestras manos -lo atajó.

El camarero regresó y ella pidió algo para comer.

A medida que se desarrollaba la conversación, Rick se sentía cada vez más atraído por la chica. Jacqueline Maurer poseía cierto exotismo y un aire reservado que se le antojó retador. No le costó decidirse a contratarla. Deseaba volver a verla.

Cuando terminaron de comer, salieron juntos del restaurante. Ella le estrechó la mano con firmeza.

– ¿Qué día les va bien empezar? -preguntó Rick.

– Cualquiera. Hoy mismo, si quiere.

– Muy bien -accedió él.

– De acuerdo. Entonces dentro de cuatro días nos presentaremos en sus instalaciones.

– ¿No iban a venir hoy?

– Ah, no. Hoy empezaremos a trabajar, pero lo primero que tenemos que hacer es resolver el problema político. Luego iremos a la empresa.

Una limusina negra se detuvo junto a ellos. El chófer salió del vehículo, lo rodeó y le abrió la puerta del acompañante a la chica.

– Por cierto -dijo-, han localizado su Porsche en Houston. Estamos bastante seguros de que no fue cosa de su mujer.

Al entrar en la limusina se le subió la falda, y no se la bajó. Agitó la mano para despedirse de Rick mientras el chófer cerraba la puerta.

Cuando la limusina se alejó, Rick se percató de que se había quedado sin respiración.

Загрузка...