C086.

La sala del tribunal de Oxnard era pequeña y dentro hacía tan:o frío que Bob Koch creyó que acabaría cogiendo una neumon'a. De todos modos, aunque no hiciera frío tampoco se habría;entido mucho mejor. La resaca le había dejado una desagradable sensación en el estómago. El juez era un tipo de aspecto juvenil, de unos cuarenta años, y también parecía resacoso. Aunjue tal vez no fuera eso. Koch se aclaró la garganta.

– Señoría, vengo en representación de Alexandra Burnet, que 10 ha podido estar aquí hoy en persona.

– Este tribunal había ordenado su comparecencia -repuso:1 juez-. En persona.

– Soy consciente de ello, señoría, pero en estos momentos la persigue un cazarrecompensas, a ella y a su hijo, con la intención le extraer tejido de sus cuerpos y, por tanto, se ha dado a la fuga)ara evitarlo.

– ¿Qué cazarrecompensas? -preguntó el juez-. ¿Por qué íay un cazarrecompensas implicado en este asunto?

– Eso es exactamente lo que nos gustaría saber, señoría -apuntó Bob Koch.

El juez se volvió.

– ¿Señor Rodríguez?

– Señoría, no existe tal cazarrecompensas per se -aseguró Rodríguez, levantándose.

– Bueno, pues entonces ¿qué hay?


– Un captor de fugitivos profesional.

– ¿Con qué autorización?

– No está autorizado per se. En este caso está llevando a cabo una detención, señoría.

– ¿La detención de quién?

– De la señora Burnet y su hijo.

– ¿Sobre qué fundamentos?

– Posesión de bienes robados, señoría.

– Para llevar a cabo una detención, el ejecutor de esta ha de haber sido testigo de cómo esa persona se apoderaba del bien robado.

– Sí, señoría.

– ¿De qué ha sido testigo?

– De la posesión del bien en cuestión, señoría.

– ¿Se refiere a la línea celular Burnet? -intentó aclarar el juez.

– Sí, señoría. Tal como se ha demostrado ante este tribunal, esa línea celular pertenece a la UCLA, que a su vez concedió un permiso de explotación a BioGen, en Westview. Varias resoluciones anteriores han avalado el derecho a esa propiedad.

– Entonces, ¿cómo pueden haberla robado?

– Señoría, tenemos pruebas de que el señor Burnet conspiró para eliminar las líneas celulares en posesión de BioGen. Sin embargo, sea cierto o no, BioGen tiene derecho a restablecer las líneas celulares que le pertenecen.

– Las puede obtener del señor Burnet.

– Sí, señoría, eso se supone. Puesto que el tribunal ha dictaminado que las células del señor Burnet pertenecen a BioGen, pueden extraérselas en cualquier momento. Que la propiedad se halle en el cuerpo del señor Burnet o no, no es pertinente. BioGen es dueña de las células.

– ¿Está negando el derecho del señor Burnet a la integridad de su cuerpo? -preguntó el juez, enarcando una ceja.

– Con todos mis respetos, señoría, no existe tal derecho. Supongamos que alguien sustrae el anillo de diamantes de su esposa y se lo traga. El anillo sigue siendo de su propiedad.

– Sí-admitió el juez-, pero podría requerírseme que esperara con paciencia a recuperarlo.


– Sí, señoría, pero suponga que por alguna razón el anillo queda encajado en el intestino. ¿No tendría usted derecho a recuperarlo? Por descontado así sería, no se le puede negar. Sigue siendo su propiedad esté donde esté. Quien se lo trague, asume el riesgo de que usted desee recuperarlo.

Koch pensó que había llegado el momento de mover ficha.

– Señoría, si no recuerdo mal las clases de biología del instituto -intervino-, cualquier cosa que uno se trague está tan dentro del cuerpo como podría estarlo en el agujero de una rosquilla. El anillo está fuera del cuerpo.

– Señoría… -empezó a farfullar Rodríguez.

– Señoría -se adelantó Koch alzando la voz-, confío en que todos estamos de acuerdo en que no hablamos de anillos de diamantes robados. Estamos hablando de células que residen dentro del organismo humano. La idea de que esas células puedan pertenecer a otra persona, aun cuando el tribunal de apelación haya confirmado la resolución de un jurado, nos conduce a conclusiones tan absurdas como la que aquí nos concierne. Si BioGen ya no posee las células del señor Burnet es porque las ha perdido por culpa de su imprudencia y no tiene derecho a reclamar más. Si usted pierde su anillo de diamantes, no puede volver a la mina y exigir un repuesto.

– La analogía es inexacta -objetó Rodríguez.

– Señoría, todas las analogías son inexactas.

– En este caso pediría al tribunal que se ciñera al tema en cuestión y que tuviera en cuenta las conclusiones previas del tribunal que son relevantes para el caso. El tribunal ha dictaminado que BioGen es dueña de esas células. Procedían del señor Burnet, pero son propiedad de BioGen. Alegamos que tenemos derecho a recuperar esas células en cualquier momento.

– Señoría, ese argumento entra en conflicto directo con la Decimotercera Enmienda acerca de la abolición de la esclavitud. Puede que BioGen sea dueña de las células del señor Burnet, pero no es dueña del señor Burnet. No pueden ser sus dueños.

– Nunca hemos aducido que el señor Burnet nos pertenezca, solo sus células. Y eso es lo único que pedimos -concluyó Rodríguez.


– Sin embargo, en la práctica lo que se desprende de su reclamación es que son dueños efectivos del señor Burnet, puesto que exigen el libre acceso a su cuerpo en cualquier momento.

El juez parecía cansado.

– Caballeros, me hago cargo de la complejidad del caso, pero ¿qué tiene todo eso que ver con la señora Burnet y su hijo?

Bob Koch retrocedió un paso pensando que era mejor que Rodríguez se las apañara solo con ese tema. La conclusión a la que le estaba pidiendo al tribunal que llegara era inconcebible.

– Señoría, si el tribunal acepta que las células del señor Burnet son propiedad de mi cliente, como así creo que debe ser, entonces las citadas células son propiedad de mi cliente allí donde se encuentren. Por ejemplo, si el señor Burnet donó sangre a un banco de sangre, el material donado contendría células que nos pertenecen. Podríamos reclamar la propiedad de esas células y exigir que las extrajeran de la sangre donada, puesto que el señor Burnet no está legitimado jurídicamente para donar esas células a nadie más. Son nuestras.

»Del mismo modo, las células que nos pertenecen, idénticas, también se encuentran en la descendencia del señor Burnet. Por tanto, también somos dueños de esas células y tenemos derecho a extraerlas.

– ¿Y el cazarrecompensas?

– El captor de fugitivos está realizando una detención fundamentándose en lo siguiente: dado que los descendientes del señor Burnet se pasean con nuestra propiedad, por definición están manifiestamente en posesión de bienes robados y, por tanto, son susceptibles de detención.

El juez suspiró.

– Señoría -se apresuró a añadir Rodríguez-, puede que esta conclusión sorprenda al tribunal por ilógica, pero la realidad es que nos encontramos en una nueva era y lo que ahora se nos antoja insólito dejará de parecérnoslo dentro de unos años. Un gran porcentaje del genoma humano tiene dueño. La información genética de varios organismos causantes de enfermedades tiene dueño. La idea de que dichos elementos biológicos se encuentren en manos privadas solo es extraña porque es nueva, pero el tribunal debe fallar de acuerdo con las conclusiones anteriores. Las células Burnet son nuestras.

– Pero en el caso de los descendientes, se trata de copias -repuso el juez.

– Sí, señoría, pero ese no es el caso. Si soy dueño de una fórmula para hacer algo y alguien fotocopia esa fórmula en una hoja de papel y se la da a otro, sigue siendo de mi propiedad. La fórmula es mía por mucho que la copien o quién la copie y, por tanto, tengo derecho a recuperar la copia.

El juez se volvió hacia Bob Koch.

– ¿Señor Koch?

– Señoría, el señor Rodriguez le ha pedido que sea inflexible a la hora de dictar sentencia. Lo mismo le pido yo. Tribunales anteriores sostuvieron que una vez que las células del señor Burnet estuvieron fuera de su cuerpo, dejaron de pertenecerle. No dijeron que el señor Burnet fuera una mina de oro andante que BioGen pudiera expoliar a voluntad una y otra vez. Y desde luego en ningún momento se mencionó que BioGen tuviera derecho a extraer físicamente esas células sin importar a quién pertenecieran. Esa exigencia va mucho más allá de cualquier interpretación sobre la conclusión previa del tribunal. En realidad se trata de una nueva reclamación derivada de sus propias conjeturas, por lo que pedimos al tribunal que exija a BioGen la retirada del cazarrecompensas.

– No entiendo en qué se ha fundamentado BioGen para actuar por cuenta propia, señor Rodriguez -dijo el juez-. Lo considero apresurado e injustificado. Podrían haber esperado a que la señora Burnet hubiera comparecido ante este tribunal.

– Por desgracia, señoría, no es posible. La situación empresarial de mi cliente es crítica. Como ya he dicho, creemos que somos víctimas de una conspiración para privarnos de lo que es nuestro. Sin entrar en detalles, es urgente que repongamos las células de inmediato. Si el tribunal dictamina un aplazamiento, podríamos perder importantes garantías empresariales, tales que nuestra compañía tendría que cerrar. Solo intentamos obtener una solución oportuna a un problema urgente.

Bob sabía que el juez empezaba a ceder. Toda esa mierda sobre el momento crítico por el que pasaba la empresa estaba surtiendo efecto, el hombre no quería ser el responsable del cierre de una compañía de biotecnología californiana. El juez hizo girar la silla, consultó la hora en el reloj de la pared y se volvió hacia los abogados.

Bob tenía que recuperar las riendas y tenía que hacerlo cuanto antes.

– Señoría, existe una cuestión añadida que podría afectar a su decisión. Me gustaría informarle de la siguiente declaración jurada del Centro Médico de la Universidad de Duke con fecha de hoy. -Le tendió una copia a Rodríguez-. Resumiré el contenido para su señoría y explicaré en qué afecta al caso que nos concierne.

Según la declaración, la línea celular Burnet era capaz de producir grandes cantidades de una sustancia química llamada citotóxico TLA 7D, un potente anticarcinógeno, la sustancia química que hacía valiosa la línea celular para BioGen.

– Sin embargo, la Oficina de Patentes concedió una patente para el gen TLA 4A la semana pasada. Es un gen promotor que codifica una enzima que separa un grupo hidroxilo del centro de una proteína 4B asociada al linfocito T citotóxico. Esta proteína es la precursora del citotóxico TLA 7D, que se forma cuando el grupo hidroxilo se retira. A menos que el grupo hidroxilo se separe, la proteína no tiene actividad biológica, de modo que el gen que controla la producción del producto de BioGen pertenece a la Universidad de Duke, quienes manifiestan dicha propiedad en el documento que ahora se encuentra en sus manos.

Rodríguez empezaba a congestionarse.


– Señoría, esto es un intento de embrollar lo que debería ser un caso muy sencillo -intervino-. Recomendaría que…

– Es sencillo -convino Bob-. A menos que BioGen llegue a un acuerdo de explotación con Duke, no pueden usar la enzima producida por el gen de Duke. La enzima y su producto no son de su propiedad.

– Pero esto es…

– BioGen posee una célula, señoría -insistió Bob-, pero no todos los genes de esa célula.

El juez volvió a consultar la hora.

– Tengo que someter este caso a la deliberación de expertos -concluyó-. Mañana les anunciaré mi decisión.

– Pero señoría…

– Gracias, caballeros. Las exposiciones han concluido.

– Pero señoría, una mujer y su hijo están siendo perseguidos…

– Les aseguro que lo comprendo, pero también tengo que comprender la ley. Los veré mañana, abogados.

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