C055.

Lynn Kendall entró corriendo en el colegio La Jolla y llegó sin aliento al despacho de la directora.

– He venido en cuanto he podido -se disculpó-. ¿Cuál es el problema?

– Es David, el niño que está educando en casa -la informó la directora, una mujer de cuarenta años-. Su hijo Jamie lo ha traído hoy al colegio.

– Sí, para ver cómo…

– Y mucho me temo que no ha sido buena idea. Le ha mordido a otro niño en el patio.

– Oh, Dios mío.

– Y casi le ha hecho sangre.

– Qué horror.

– Estas cosas suelen ocurrir con los niños que reciben su educación en casa, señora Kendall. Carecen de aptitudes para la socialización y el autocontrol. No es posible sustituir el ambiente escolar diario, donde se encuentran rodeados de iguales.

– Siento mucho lo ocurrido…

– Tiene que hablar con él -insistió la directora-. Está castigado en la habitación de al lado.

Lynn entró en el pequeño despacho repleto de archivadores metálicos de color verde amontonados unos encima de otros. Dave estaba sentado en una silla de madera y parecía una pequeña bola castaña, arrebujado en el asiento.


– Dave, ¿qué ha ocurrido?

– Le hació daño a Jamie -contestó Dave.

– ¿Quién?

– No sabo cómo se llama. Va a sexto.

Lynn se extrañó y pensó que si iba a sexto entonces se trataba de un niño mucho mayor que ellos.

– ¿Y qué pasó, Dave?

– Tiró a Jamie al suelo. Le hació daño.

– ¿Y qué hiciste tú?

– Me eché encima de él.

– ¿Porque querías proteger a Jamie?

Dave asintió con la cabeza.

– Pero no se muerde, Dave.

– Él me mordió primero.

– ¿ Ah, sí? ¿Dónde te ha mordido?

– Aquí.

Dave levantó un rechoncho y musculoso dedo. La piel era clara y gruesa. Puede que hubiera marcas de dientes, pero Lynn no estaba segura.

– ¿Se lo has dicho a la directora?

– No está con mi madre.

Lynn sabía que así era como Dave expresaba que la directora no le tenía aprecio. Los chimpancés jóvenes vivían en una sociedad matriarcal donde las alianzas entre las hembras eran de suma importancia y se respetaban.

– ¿Le has enseñado el dedo?

Dave sacudió la cabeza. No.

– Hablaré con ella -aseguró Lynn.

– Eso es lo que él dice, ¿no? -fue la respuesta de la directora-. Bueno, no me sorprende, se ha abalanzado sobre él. ¿Qué esperaba que ocurriera?

– Entonces, ¿es verdad que el otro niño le ha mordido primero?

– Aquí no se muerde, señora Kendall.


– ¿Le ha mordido o no?

– Dice que no.

– ¿Ese niño va a sexto?

– Sí, está en la clase de la señorita Fromkin.

– Me gustaría hablar con él.

– No se nos permite -la informó la directora-. No es su hijo.

– Pero ha acusado a Dave y la situación es muy grave. Si tengo que tomar una decisión sobre qué hacer con Dave, necesito saber qué ha ocurrido entre ellos.

– Ya le he explicado lo que ha ocurrido.

– ¿Usted estaba allí?

– No, pero el señor Arthur, el vigilante de patio, nos lo ha contado. Es muy imparcial en lo que se refiere a las peleas, se lo aseguro. La cuestión es que aquí no se muerde, señora Kendall.

Lynn empezaba a sentir que la oprimía una mano invisible. La conversación tomaba unos derroteros escabrosos.

– Tal vez debería hablar con mi hijo Jamie.

– Estoy segura de que la historia de su hijo coincidirá con la de David, pero no ha sucedido de ese modo.

– ¿El grande no ha atacado primero a Jamie?

La directora se puso tensa.

– Señora Kendall, en casos de discrepancia sobre cuestiones disciplinarias, podemos consultar la cámara de segundad que hay instalada en el patio… Si lo cree necesario. Cuando quiera, ahora o más tarde, pero le agradecería que se centrara en el tema de los mordiscos, es decir, en David, por muy incómodo que esto le pueda resultar.

– Ya veo -comentó Lynn. La situación estaba clara-. Muy bien, me encargaré de Dave esta tarde, cuando vuelva del colegio.

– Creo que debería llevárselo ahora.

– Preferiría que acabara el día y volviera con Jamie.

– Creo que no…

– Como usted acaba de poner de manifiesto -la interrumpió Lynn-, Dave tiene problemas de adaptación escolar, por lo que no creo que llevármelo ahora del colegio ayude a su integración. Me encargaré de él cuando vuelva de clase.

La directora asintió, renuente.

– Bueno…

– Iré a hablar con él para decirle que se queda el resto del día.

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