C057.

De no ser por la caja de cereales, Georgia Bellarmino no lo habría sabido nunca.

Georgia estaba al teléfono con un cliente de Nueva York, un asesor de inversiones que acababa de conseguir un puesto en el Departamento de Energía. Estaban hablando sobre la casa que iba a comprar para la familia cuando se mudaran a Rockville, en Maryland. Georgia, la agente inmobiliaria de Rockville con mayores ventas durante tres años consecutivos, estaba ocupada tratando de ultimar los detalles de la compra cuando su hija de dieciséis años, Jennifer, la llamó desde la cocina.

– Mamá, voy a llegar tarde al insti. ¿Dónde están los cereales?

– En la mesa de la cocina.

– No, no están.

– Vuelve a mirar.

– ¡Mamá, no quedan! Debe de habérselos acabado Jimmy.

La señora Bellarmino tapó el auricular con la mano.

– Pues coge otra caja, Jen. Tienes dieciséis años y dos manitas.

– ¿Dónde está?

Portazos en la cocina.

– Mira encima del horno -le indicó su madre.

– Ya lo he hecho, no hay.

La señora Bellarmino le dijo a su cliente que lo llamaría más tarde y fue a la cocina. Su hija llevaba unos vaqueros de cintura baja y un top mínimo que se parecía a lo que una buscona se habría puesto para ir a trabajar. En los tiempos que corrían, hasta las jovencitas de instituto se vestían así. Suspiró.

– Mira encima del horno, Jen.

– Que ya lo he hecho.

– Vuelve a mirar.

– Mamá, ¿por qué no los encuentras tú y ya está? Voy a llegar tarde.

La señora Bellarmino se mantuvo firme.

– Encima del horno.

Jennifer alargó la mano, abrió las puertas y sacó la caja de cereales que, evidentemente, estaba justo donde había dicho su madre. Sin embargo, la señora Bellarmino no miraba la caja, sino la barriga de su hija, que había quedado al descubierto.

– Jen… Te han vuelto a salir esos morados.

Su hija sacó la caja y se estiró el top para taparse la barriga.

– No es nada.

– El otro día también los tenías.

– Mamá, llego tarde.

Se sentó a la mesa.

– Jennifer, déjame ver eso.

Su hija se puso en pie con un suspiro de exasperación y se levantó el top para dejar la barriga al descubierto. La señora Bellarmino vio un morado de unos tres centímetros justo encima de la raya del biquini. Y aun otro, más difuminado, en el otro lado.

– No es nada, mamá. Es que me doy con el canto del escritorio.

– Pero no tendrían que salirte morados…

– No es nada.

– ¿Te tomas las vitaminas?

– Mamá, ¿podrías dejarme desayunar tranquila?

– Ya sabes que puedes contarme lo que sea, sabes que…

– ¡Mamá, vas a hacerme llegar tarde al insti! ¡Tengo un examen de francés!

De nada le valdría seguir presionándola en ese momento y, de todos modos, el teléfono volvió a sonar. Seguro que era el pesado del cliente de Nueva York. Los clientes no tenían paciencia, esperaban que los agentes inmobiliarios estuvieran disponibles a todas horas del día. Fue a la otra habitación para atender la llamada y abrió la carpeta para repasar los números.

Cinco minutos después, su hija gritó desde la otra punta:

– ¡Adiós, mamá!

Georgia oyó el portazo de la entrada.

La dejó muy preocupada. Tenía un presentimiento, así que llamó a su marido al laboratorio de Bethesda. Por una vez Rob no estaba reunido y la pasaron con él enseguida. Le contó lo sucedido.

– ¿Qué crees que deberíamos hacer? -preguntó.

– Regístrale la habitación -contestó él sin vacilar-. Es nuestra responsabilidad.

– De acuerdo, llamaré a la oficina y los avisaré de que llegaré tarde.

– Luego tengo que coger un vuelo, pero dime qué has encontrado.

Загрузка...