Nueve

La policía había despejado ya el cobertizo, sin haber encontrado pruebas claras de que el hombre que había atacado a Mackenzie hubiera estado dentro, aunque, teniendo en cuenta la puerta abierta, debía haber estado allí o de camino hacia allí. Ella estaba en el umbral con el aire fresco de la noche a la espalda. Se había parado el viento y oía cantar los grillos en los matorrales cercanos. Su velada con Carine se había pospuesto, pero habría sido una noche agradable para reír y contar historias.

Rook devolvió el martillo a su sitio entre las herramientas de Bernadette. La policía no había encontrado pistas de la identidad del atacante.

– He tenido que explicarle tu presencia a mi jefe -dijo Mackenzie-. Le he dicho que nos hemos visto unas cuantas veces y que no sé lo que haces en New Hampshire. Ha amenazado con venir aquí, no por ti, sino por el ataque, aunque sospecho que éste puede estar relacionado con tus razones para estar aquí.

– ¿Lo has disuadido de venir?

– Al parecer, lo ha hecho Nate.

– Ah.

Ella se cruzó de brazos. A pesar de los analgésicos, cualquier movimiento brusco le causaba dolor. El médico de Urgencias le había cosido la herida y tenía que volver veinticuatro horas después a que le cambiaran la venda y siete días más tarde a quitarse los puntos. Le habían recetado antibióticos para prevenir infecciones. Los analgésicos debía tomarlos en función de cómo los necesitara.

– Nate también ha llamado -dijo-. Le ha asustado que Carine hubiera estado en peligro. Ella se vio sorprendida en la escena de un crimen hace tiempo, cuando Tyler North y ella decidían todavía si estaban hechos el uno para el otro.

– ¿Tyler es su marido?

Mackenzie asintió.

– Es paracaidista de rescate y en este momento está en una misión. Carine todavía no le ha contado lo de hoy, pero cuando lo haga, él querrá saber todos los detalles. Seguramente también tendré que explicarle tu presencia aquí.

– Si te sirve de consuelo, yo llevo toda la tarde explicándosela a todo el mundo. Tienes muchos amigos en Cold Ridge.

– ¿Cómo explicas tu presencia?

– Les digo que he venido a verte.

– ¡Rook!

Él sonrió misteriosamente, pero no dijo más. Avanzó hacia la puerta y ella retrocedió. Se reunió con ella en la hierba suave y fresca.

– Creo que deberías retirarte ya.

– Como ya he dicho, no me sorprendería que mi ataque estuviera relacionado con tu presencia aquí -dijo ella-. Tú has venido por una investigación.

Él no contestó.

– He estado pensando. La noche que nos conocimos, yo estaba en Georgetown por causa de Bernadette. Había tomado una copa con ella antes de que llegara Cal y luego salí a la calle, empezó a llover y allí estabas tú. Y ahora estás aquí.

– Tienes frío -musitó él.

– Supongo que me he acostumbrado al calor de Washington más de lo que creía.

– ¿Los médicos querían tenerte esta noche en observación?

– Sí, pero les he convencido de que no hacía falta. Les he dicho que tenía que volver aquí a tostar malvaviscos -ella encontró el candado en la hierba y empezó a inclinarse para recogerlo, pero decidió que no quería correr el riesgo de desmayarse delante de Rook-. Es algo tarde para cerrar el cobertizo.

Rook tomó el candado.

– No vendría mal, por si nuestro hombre decide volver por aquí.

– La filosofía de Beanie siempre ha sido conservar las cosas. No habría hecho construir este cobertizo si el anterior no se hubiera caído a pedazos. Contrató a mi padre para esa tarea.

– Mac…

– Un día estaba trabajando aquí solo. La sierra mecánica tuvo una avería y la hoja… -se detuvo para vencer una ola de mareo y luego prosiguió-. No sé lo que pasó exactamente. Yo tenía once años y lo encontré yo. Se suponía que tenía que ayudarle, pero vi un sapo y salí detrás de él para cazarlo.

– Eras una niña.

– Perdió un ojo, parte de varios dedos y tenía heridas internas profundas -ella carraspeó con la vista fija en la puerta-. Ahí dentro era un desastre. Yo no quería dejarlo, pero recuerdo que pensé que, si no lo hacía, moriría. Fui corriendo a la casa y llamé a la policía.

– ¿Dónde estaba la jueza?

– No estaba en el pueblo. Cuando colgué después de hablar con la policía, no quería volver aquí. Pensaba que estaba muerto. No quería ver la sangre.

– Pero volviste, ¿no?

Ella asintió.

– Me quedé con él hasta que llegó la ambulancia. Estaba tan cubierta de sangre que al principio los sanitarios pensaron que también estaba herida.

– Es un recuerdo muy duro.

– Podría ser peor. Al menos mi padre sobrevivió. Tuvo una recuperación larga y dolorosa y nunca ha vuelto a trabajar en serio, pero mi madre y él viven bien. Han hecho intercambio de casas con una pareja irlandesa y ahora están en Irlanda. Bien está lo que bien acaba, ¿no? -sonrió ella-. Es uno de los dichos favoritos de Beanie.

– Hoy ha acabado bien. La policía encontrará a ese hombre.

– No me gusta el cobertizo. Antes tenía pesadillas con monstruos que vivían aquí -le quitó el candado a Rook y lo colocó en su sitio. Atardecía deprisa-. Tenía que haber detenido a ese bastardo antes de que se acercara.

– ¿Crees que intentaba matarte?

– No lo sé. Tal vez sí o tal vez no. No le ha hecho nada a Carine, pero entonces ya no tenía el cuchillo.

– Gracias a ti. Carine estaba dispuesta a defenderse con una piedra.

– Ella es así. Todos los Winter son así. Si le hubiera pasado algo por mi culpa…

– No ha pasado nada.

– ¿Tú no lo reconoces por la descripción?

– No.

En ese caso, quizá su atacante no tuviera nada que ver con la investigación que había llevado a Rook a New Hampshire. O Rook no lo había identificado todavía. O mentía, pero ella no creía que fuera un buen mentiroso.

– Sé que lo he visto antes, pero no puedo recordar dónde ni quién es. Quizá lo haya visto en una cola del supermercado.

– A ti te reconoció.

– No llevo mucho tiempo en Washington. Lo más probable es que me conozca de aquí.

– Te llamó agente Stewart.

– Mi cambio de carrera ha sido tema de conversación por aquí durante meses. «La profesora de universidad que empieza a entrenarse como marshal».

Rook le pasó un brazo por los hombros.

– Hoy lo has hecho muy bien, Mac.

– Me han apuñalado.

– También le has quitado el cuchillo.

– Ha sido mi entrenamiento. Si llega a atacar a Carine o a Bernadette… -se interrumpió-. La próxima vez que vaya a nadar pienso llevar vaqueros y deportivas.

– No es tan divertido como tu bikini rosa.

– Rook, que tenga veinte puntos en el costado no significa que no pueda clavarte el codo en el estómago -lo amenazó ella.

Pero apreciaba su sentido del humor y se apoyó en él de camino a los sillones situados ante la chimenea abierta de Bernadette. Aunque la hubiera dejado y fuera una serpiente, al menos podía ser su amigo.

– La policía tiene el bikini y la toalla. Están buscando pruebas. ¿Te imaginas si tengo que declarar en un juicio y enseñar la toalla de delfines rosas y el bikini? No sobreviviré a la vergüenza.

– Te creo.

– Eres de gran ayuda.

Él sonrió.

– Bienvenida al mundo de los agentes de la ley. Nadie te criticará por lo que has hecho hoy. Si a mí me hubiera sorprendido un lunático con un cuchillo estando en bañador…

– ¡Ah, Rook! No necesito esa imagen en mi cabeza.

– ¿No? ¿Qué clase de bañador estás imaginando?

– Amplio, de cuadros verdes y largo hasta las rodillas.

– Precioso.

Pero no era verdad. El bañador que imaginaba Mackenzie le sentaba perfectamente y no tenía nada de feo. Pero no se regodeó en la imagen.

– Tengo suerte de que no haya alcanzado ningún órgano importante. Me pondré bien enseguida. Cicatrizo rápido.

– ¿Y las próximas veinticuatro horas?

– Tengo que mantener la venda seca y no puedo hacer volteretas. ¿Por qué?

En ese momento llegó la camioneta de Gus al camino, lo que evitó a Rook tener que contestar.

Carine saltó del asiento del acompañante y saludó con la mano.

– Venimos a tostar malvaviscos.

Pero había un tono extraño en su voz y Mackenzie miró a Rook.

– ¿Qué ocurre?

– Ahora te lo iba a contar -repuso éste-. Gus Winter y su equipo han encontrado a la andarina perdida. Tu instinto era acertado. La han apuñalado.

– ¿Muerta?

Rook negó con la cabeza.

– El médico dice que se recuperará del todo. Tiene suerte de que la encontraran cuando lo hicieron. Una noche al aire libre no le habría hecho ningún bien.

Mackenzie visualizó el cuchillo, pero se obligó a borrar esa imagen de su mente.

– ¿El atacante encaja con la descripción del hombre que se lanzó sobre mí?

Rook asintió.

– Ella dice que parecía loco.

– Un senderista loco que apuñala mujeres en las montañas -Mackenzie reprimió un suspiro de frustración-. No tenía que haberlo dejado escapar.

– Lo cual nos lleva a las próximas veinticuatro horas.

– ¿Qué?

– Carine y su hijito se quedan esta noche en casa de su tío en el pueblo. Ella necesita tiempo para recuperarse. Tú eres bienvenida allí.

– No pienso quedarme en casa de Gus.

Rook sonrió.

– Eso fue lo que dijo él que dirías.

– Me quedo aquí.

– Estás drogada. En cuanto te metas en la cama, te quedarás dormida.

– Eso espero.

– ¿Y si vuelve ese hombre? Y no lo digo para convencerte de que no te quedes aquí. Tienes otra opción.

– ¿Cuál? -ella lo observó-. ¿Por qué tengo la impresión de haberme dejado arrinconar?

– Porque es así.

– ¿Te vas a quedar aquí esta noche?

Él sonrió.

– Ése es el plan.

A Mackenzie sólo se le ocurrió pensar que, con Rook bajo su techo, casi era mejor que tuviera veinte puntos en el costado.

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